jueves, 29 de octubre de 2015

Francia reflexiona sobre su lento declive


Un cuervo vuela cerca de la bandera francesa en el Palacio presidencial, París. Alain Jocard/AFP/Getty Images
Un cuervo vuela cerca de la bandera francesa en el Palacio presidencial, París. Alain Jocard/AFP/Getty Images
Decadencia económica e intelectual, pésima influencia internacional, una elite política que sufre el síndrome de Versalles… ¿Adiós a la Francia gloriosa?
Nadie se dedica a criticar a Francia con más entusiasmo que los propios franceses. Hace un año, Le Suicide Français subió como un cohete hasta lo más alto de la lista de libros más vendidos. La obra, una condena general y desmesurada de todo lo que ha sucedido en Francia desde 1968 −la liberación de la mujer, los derechos de los homosexuales, la llegada de inmigrantes de África, el capitalismo de consumo y la Unión Europea−, afirma que todas estas fuerzas han contribuido a desmantelar la nación construida con tantos esfuerzos desde Luis XIV hasta Charles de Gaulle. El autor es un columnista político nacido en Constantina, en la Argelia colonial, que utiliza con frecuencia la palabra virilidad para hablar del país de cuya lenta decadencia −lo que considera como tal− se lamenta. Dice que Francia es una sociedad aparentemente próspera pero podrida en su interior. Su falsa riqueza no es más que una máscara que oculta la descomposición.
Que un hombre que es judío tenga que recurrir a este tropo tan manido en la literatura del declive, empleado ya con resultados letales por el violento antisemita Edouard Drumont en su periódico La France Juive y su panfleto Los judíos contra Francia en pleno caso Dreyfus, hace más de un siglo, es sintomático del confuso debate identitario que atenaza actualmente a Francia. “Todo se desmoronará, todo se desmorona”, escribió Louis Ferdinand Céline en su brillante novela de 1932 Viaje al fin de la noche. Pero Eric Zemmour no es Céline; como muchos de sus colegas, tiene un dominio muy imperfecto de la lengua francesa, muy inferior al de la generación de posguerra, la de Albert Camus, Raymond Aron, Henri de Montherlant y Simone de Beauvoir. El hecho de que se venere como intelectuales a personas como Zemmour y Bernard-Henri Lévy, cuyos escritos son derivativos y superficiales, dice mucho del declive de Francia, un país que desde Voltaire ha convertido, como ningún otro país en Europa, a sus escritores más destacados en figuras casi sagradas.
La importancia del intelectual comprometido, cuya obligación era poner en tela de juicio las ortodoxias establecidas y defender los intereses del pueblo oprimido, se ha sobrevalorado. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir no se unieron a la Résistance en 1940, ni tampoco muchos de sus contemporáneos. Veinte años más tarde, cuando el ministro del Interior del gobierno de De Gaulle sugirió detener a Sartre, que estaba encabezando manifestaciones a favor de la independencia de Argelia, el Presidente francés respondió: “On n’arrête pas Monsieur Sartre”. Los textos y las polémicas del autor francés eran seguidos con gran interés por los círculos culturales de todo el mundo, pero está por ver que tuvieran mucho peso en la política. Cuando Bernard-Henri Lévy dice en Bengasi en 2011 que había influido en la decisión de Nicolas Sarkozy de intervenir en Libia, la enorme cobertura de que es objeto en los medios de comunicación galos es un síntoma de declive, por no decir de decadencia. Lo sublime se ha convertido en ridículo.
En París, la rive gauche es hoy una mera sombra de su pasado glorioso. El sistema de enseñanza superior del país, infradotado, está deshilachándose, como indica la mala posición de las universidades francesas en la clasificación de Shanghai. La élite que sale de ellas es menos sofisticada, menos meritocrática y más tecnocrática que las del siglo XX. François Hollande y Nicolas Sarkozy hablan un francés gramaticalmente correcto, pero su dominio de esta orgullosa lengua no es nada en comparación con el de sus predecesores, como Valéry Giscard d’Estaing y François Mitterrand. El país está aquejado, en palabras del historiador Pierre Nora, de un “provincialismo nacional”. Las ideas que acabaron con el bloque soviético e inspiraron las revueltas árabes no salieron de París. Los tiempos de Frantz Fanon yLos condenados de la tierra pertenecen a un pasado hace tiempo enterrado.
El ocaso de la prensa francesa, bien contado hace poco por Philippe Thureau Dangin, es otro síntoma de lo que el autor llama “nuestra miseria intelectual y política, así como económica”. Con algunas excepciones como Mediapart, el equivalente digital al semanario satírico Le Canard Enchainé La Croix, es inútil buscar algo que se parezca ni de lejos a The EconomistThe Guardian, The Financial Times, The London Review of Books u openDemocracy. Publicaciones como Die Zeit, Spiegel o el Frankfurter Allgemeine Zeitung, y desde luego, The New Yorker, la New York Review of Books The New York Timesno existen a orillas del Sena. Con todo, el canal franco-alemán de televisión ARTE demuestra que, cuando se quiere, se puede; los productores franceses son perfectamente capaces de realizar debates y análisis de gran calidad. Llama la atención también el hecho de que no hay ningún think tank en París que tenga tanto peso en el debate internacional como el International Institute for Strategic Studies y otros en Londres.
El capitalismo francés, por su parte, ya no funciona. Desde hace una generación, ningún presidente ni consejo de administración ha hecho gran cosa para impedir el deterioro gradual de la economía. Pero hacer caso omiso de los problemas ha dejado de ser una opción. Hace 20 años, uno de los diplomáticos más respetados del país, que se ha retirado recientemente después de dirigir la diplomacia de la UE, me dijo que la maquinaria de Estado en Francia estaba parada: “Les vitesses ne passent plus” (las velocidades ya no entran). La sociedad parece dividida de forma irreconciliable entre derecha e izquierda y se niega a aceptar el análisis del sobrino del príncipe en la famosa novela El gatopardo de Tommaso di Lampedusa: “Todo tiene que cambiar para que todo siga igual”.
Las cifras hablan por sí solas. El gasto público representa el 57% del PIB, 11 puntos más que en Alemania. El Gobierno da trabajo a 90 funcionarios por cada 1.000 habitantes, frente a 50 en Alemania. Desde que comenzó la regionalización, un desastre sin paliativos, hace 30 años, se han creado más de un millón de empleos públicos; sólo en el último año, 87.000. La deuda nacional se aproxima al 100% del PIB, y el 82% de los nuevos puestos de trabajo creados el año pasado fueron temporales, frente al 70% hace cinco años. Hay una generación entera condenada a vivir en la precariedad; los mejores y más audaces se van a Londres, Berlín, Estados Unidos o Asia. Muchos socialistas parecen creer que a Francia le iría muy bien si el resto del mundo desapareciera del panorama o, por lo menos, aprendiera a trabajar menos. Es muy comprensible que los franceses se enorgullezcan de su modelo social, pero al país le es cada vez más difícil financiarlo. Es tentador decirles: olvidaos de Versalles y concentraos en el siglo XXI. Dicho esto, es el país que recibe más turistas extranjeros del mundo, deseosos de probar la comida, la cultura y la historia francesas. Lo cual es estupendo, salvo que convertirse en una Disneylandia para pijos, por mucho que genere ingresos y puestos de trabajo, no suple la falta de poder e influencia.
Las consecuencias de todo esto para la posición internacional de Francia, sobre todo en Europa, son pésimas. El país no está al borde de la bancarrota, no puede compararse con España ni mucho menos con Grecia. Alberga numerosas empresas multinacionales importantes como LVMH, Michelin, Airbus y muchas farmacéuticas. Posee un sistema de salud eficaz y una demografía más sólida que Alemania, España e Italia, pero la mitad de la capitalización del índice bursátil CAC40 está en manos extranjeras. Debe hacer frente a la realidad, porque, si continúa su decadencia, la responsabilidad recaerá cada vez más en Alemania, y eso, a medio plazo, no es una receta beneficiosa para Europa.
François Hollande parece demasiadas veces estar a las órdenes de Angela Merkel, ya se trate de la crisis de Ucrania o de la ola de refugiados que inunda Europa. La nación que antes dominaba el continente con orgullo tiene que reconocer hoy que es Berlín el que marca el paso. Y esa es una situación odiosa para los franceses, siempre tan atentos a las apariencias como a la sustancia. La arrogancia de Nicolas Sarkozy a duras penas escondía el hecho de que casi siempre era la Canciller alemana la que decidía. Hollande tiene aspecto de mayordomo. El economista de Harvard Kenneth Rogoff dice que “Alemania no puede llevar todo el peso del euro sobre sus hombros indefinidamente. Francia tiene que ser el segundo pilar de crecimiento y estabilidad”.
Igual que en el caso del Reino Unido, como se sienta en el Consejo de Seguridad de la ONU, Francia sigue teniendo una imagen de poder en el mundo. Pero su influencia ha disminuido en los últimos años. Al oponerse de forma sistemática a toda la política exterior de su predecesor, Jacques Chirac, Sarkozy (con sus críticas a China en materia de derechos humanos, el acercamiento a Israel sin criticar la situación en Palestina y la mayor aproximación a Estados Unidos en 50 años) no solo no reforzó la influencia francesa en el mundo sino que la redujo. Su aventura en Libia ha tenido consecuencias desastrosas. La imagen del país ya no es la de la potencia relativamente independiente (gaullista), que comprendía el mundo árabe, sino la de un lacayo de EE UU. Con la extensión de las revueltas árabes, las políticas de Sarkozy tuvieron un pesado coste.
La inestabilidad económica, unida al estado de enorme confusión en el mundo, ha debilitado a Francia. Oriente Medio es un reto importante, pero, cuando el ministro de Exteriores Laurent Fabius hizo de poli malo frente al poli bueno que era el estadounidense John Kerry, hasta los propios diplomáticos galos se sintieron incómodos. El presidente Hollande manda unos cuantos drones a Siria pero su voz, como la de su homólogo en Londres, David Cameron, cuenta poco. El presupuesto militar se ha recortado enormemente, y Francia puede hacer poco más que cumplir sus obligaciones en Malí y África Central. Las imágenes de prensa y televisión son engañosas, como bien saben los mandos militares franceses y británicos. Hoy hay poco poder que proyectar, y en concreto, en la cuestión de Siria, diplomáticos veteranos como el distinguido diplomático argelino y antiguo enviado especial de Naciones Unidas Lakhdar Brahimi han dejado claro que, si no se tiene en cuenta a Rusia e Irán, no hay nada que hacer.
Los techos de cinco metros y los elaborados estucos del Palacio del Elíseo y los grandiosos edificios dieciochescos desde los que gobiernan Francia los principales ministros, empezando por el jefe de gobierno, hablan de un país rico y poderoso. Pero, igual que sucedía en Versalles antes de 1789, tienden a atrapar a sus ocupantes en una burbuja muy alejada de la vida cotidiana. Dos tercios de los diputados en la Asamblea son funcionarios. Con le cumul des mandats (la acumulación de mandatos), muchos de ellos son al mismo tiempo alcaldes o consejeros regionales, y pasan toda su vida como políticos profesionales, en cargos muy bien remunerados, con cuentas de gastos holgadas y generosas pensiones. Un documental reciente, Le Pouvoir, muestra el aislamiento de los presidentes franceses. En cuanto a los debates en televisión, cada vez más ruidosos, en los que intervienen los mismos rostros desde hace una generación, ¿reflejan verdaderamente la France profonde? Quién sabe. Los medios parisinos tienen en común con la clase política que su renovación está siendo de una lentitud exasperante en comparación con los de Alemania o el Reino Unido, que están más conchabados que los de Berlín y Londres.
A veces, Francia se sorprende a sí misma, como cuando el economista galo Thomas Piketty saltó a la fama el año pasado con un libro sobre el aumento de las desigualdades en el mundo occidental. Se entusiasmó cuando el director de la Facultad de Económicas de Toulouse obtuvo el premio Nobel. Pero el premio fue una espada de doble filo, porque el nombre de Jean Tirol era desconocido para la élite parisina. Toulouse es una de las ciudades más dinámicas y de más vida intelectual del país, pero está muy lejos de París. El síndrome de Versalles volvía a hacerse notar dos siglos después. Nos queda la esperanza de que las consecuencias no sean hoy tan terribles como en 1789.

viernes, 23 de octubre de 2015

AIPAC se derrumba

AIPAC se derrumba


Las argumentaciones sobre la influencia de AIPAC han configurado durante mucho tiempo el análisis de la política exterior estadounidense. Por ejemplo, en el destacado ensayo de Steve Walt y John Mearsheimer, “El grupo de cabildeo israelí” se sostenía que AIPAC había diseñado la guerra de Irak. No obstante, la realidad es mucho menos siniestra: en dicho ejemplo, AIPAC solo tomó ventaja de las tendencias de invasión que desencadenó el presidente, George W. Bush, mediante sus dictados mesiánicos, y el vicepresidente, Dick Cheney, el mayor cabildero en favor de la guerra.
La verdad sobre AIPAC de que es influyente pero no invulnerable –ha sido revelada recientemente, tanto al público como al grupo en sí. AIPAC inducido por Netanyahu a pelear una guerra sin probabilidades de éxito contra la administración del presidente estadounidense, Barack Obama, debido al acuerdo nuclear concluido con Irán, ahora se está derrumbando con el peso de su propia arrogancia.
De hecho, AIPAC nunca pudo vencer la oposición resuelta del presidente estadounidense en torno al asunto de la seguridad nacional estadounidense. Fracasó en sus intentos de detener al presidente Jimmy Carter de vender aeronaves caza, F-15, a Arabia Saudita en 1978, o de impedir a Ronald Reagan el suministro de aeronaves de detección temprana (AWACS) a los sauditas tres años después. Además, salió derrotado en su batalla de 1991 con el presidente George H.W. Bush en el intento de vincular las garantías de crédito estadounidenses de crédito con el primer ministro israelí, Yitzak Shamir, para respaldar la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 –uno de los legados principales de Bush.
Dados estos antecedentes, AIPAC debió saber que su intento, en el que cooperó de forma estrecha con los oponentes republicanos de Obama, para bloquear el acuerdo nuclear con Irán (uno de los logros más importantes de Obama) fracasaría. En efecto, Obama incluso usó una táctica similar a la de George H.W. Bush para ganar. Así como Bush denunció abiertamente los “miles de cabilderos” trabajando en los pasillos del Congreso estadounidense contra un interés nacional vital, Obama dijo en una  conferencia telefónica que sus críticos “se opondrían a cualquier acuerdo con Irán” y señaló que los 20 millones de dólares de la campaña de publicidad de AIPAC iban contra el acuerdo. También puso a AIPAC en la misma categoría junto a los republicanos “que fueron responsables” de dirigir a los Estados Unidos a la guerra con Irak.
Para AIPAC –que tradicionalmente ha dependido de una colación amplia de fuerzas políticas y sociales en los Estados Unidos que perciben la seguridad de Israel como una causa moral y un interés nacional vital– esta no es derrota cualquiera. La cruzada respaldada por los republicanos contra cualquier acuerdo primordial que sea negociado por un presidente democrático, con el apoyo abrumador de su partido, ha puesto en riesgo los fundamentos bipartidistas de la causa de Israel en los Estados Unidos.
Claro, el acuerdo nuclear incluía no solo a los Estados Unidos e Irán. AIPAC estaba en contra de un acuerdo internacional que seis potencias primordiales del mundo –China, Francia, Alemania, Rusia, Reino Unido y los Estados Unidos –  ya habían firmado y que las Naciones Unidas habían aprobado. Ni siquiera algunos de los partidarios más acérrimos de Israel en el Congreso estarían dispuestos a asestar un golpe potencial a la credibilidad internacional estadounidense, y la idea de que los países acordarían todos reanudar negociaciones para producir un “mejor acuerdo” era un sueño. Con todo, ese fue el objetivo que Netanyahu fijó a AIPAC.
El escándalo sobre el acuerdo de Irán se convertirá en un momento decisivo para los judíos-estadounidenses, entre los que se han creado fuertes divisiones. En efecto, la encuesta de opinión de 2015 del Comité judío de los Estados Unidos sobre las percepciones de los judíos-estadounidenses informa sobre el surgimiento de “dos subcomunidades judías divergentes”, en donde se percibe un número creciente de judíos descontentos con las organizaciones que dicen representarlos.
AIPAC representa una sorprendente anomalía en la vida de los judíos-estadounidenses. Se le identifica cada vez más con los intereses de los republicanos y con los partidarios cristianos-evangélicos de Israel, aunque las encuestas han mostrado repetidamente que los judíos son el grupo étnico más liberal de los Estados Unidos.
La verdad es que los judíos-estadounidenses estaban mayoritariamente en contra de la guerra con Irak. Una parte abrumadora de sus votos fueron para el Partido Demócrata. Definen su religión como moderada y liberal, en la que muchos defienden los derechos de los homosexuales y el derecho al aborto, temas anatema para los cristianos-evangélicos. La mayoría de los judíos-estadounidenses incluso apoyan la creación de un Estado Palestino. Además, aunque están desunidos en torno al tema del acuerdo con Irán, los partidarios del acuerdo superan superan en número a sus oponentes.
El principal culpable de los daños causados a  –AIPAC, las comunidades judías–estadounidenses e incluso el proceso político de los Estados Unidos– es Netanyahu. Sin embargo, es improbable que Netanyahu enfrente represalias por ello. Al contrario, la administración Obama ya ha iniciado las conversaciones que prometió en torno a la mejorade  las capacidades estratégicas de Israel. Como los países árabes en Medio Oriente se están derrumbando –y sus efectos colaterales, cada más significativos, tocan a Occidente– Israel sigue representando un socio regional estable para los Estados Unidos.
Existe un riesgo mayor de que Netanyahu logre su siguiente objetivo: impedir una détente estratégica entre Irán y los Estados Unidos que permitiría la cooperación para resolver los principales conflictos regionales, desde Yemen hasta Siria. Después de todo, puede ser que la victoria de Obama al alcanzar el acuerdo nuclear haya sido inevitable, pero para nada fue fácil. Una coalición extraña entre radicales iraníes, AIPAC, la alianza sunita dirigida por los sauditas, el gobierno israelí, y políticos estadounidenses de los dos partidos han logrado obligar a Obama a comprometerse a establecer sanciones adicionales a Irán por patrocinar el terrorismo. En consecuencia, es probable que persista la Guerra Fría estadounidense con Irán.



La guerra lleva a Putin al cielo

La guerra de Siria ha llevado la popularidad del presidente ruso, Vladimir Putin, a un nuevo récord: casi el 90%, según ha difundido hoy la encuestadora rusa VTsIOM. El respaldo del 89,1% de junio ha pasado a un 89,9% en octubre. Lejos queda el modesto 58,8% de enero de 2012, cuando hubo protestas en las calles por su regreso al Kremlin.
Aunque Putin sea un hombre entrenado para el secreto, sabe cómo escenificar los momentos importantes para colocar su mensaje. Su imagen de ayer estrechando la mano de Asad en el Kremlin ha dado la vuelta al mundo. A su espalda estaba su guante de hierro (Serguei Shoigu, ministro de Defensa) y el de seda (Serguei Lavrov, Exteriores). Y dos frases inocentes que los micrófonos captan de una manera nítida. Una dirigida al público interno, cuando habla de los "4.000 ciudadanos de Rusia y antiguas repúblicas de la URSS" que se han unido a los "terroristas" sirios y suponen una amenaza que hay que combatir antes de que vuelvan.
Y otra muy sutil cuyo destinatario parece ser el presidente Asad pero en realidad son las cancillerías de todo el mundo: "Gracias por venir". Es decir: nosotros en el Kremlin hemos convocado esta reunión, hemos organizado este viaje, tenemos un mensaje para Asad y se lo vamos a dar, estamos de su parte, no lo dejamos caer, no nos avergonzamos de él aunque Occidente lo demonice y le daremos el acero necesario para que llegue vivo y con mando en plaza a la negociación. Una solución política que Rusia ha defendido siempre y que ahora (con Moscú por supuesto sentada a la mesa) va a ser ineludible. Porque Asad y su régimen no van a ser achatarrados como Gadafi o Sadam.
Las fuerzas aéreas rusas han hecho 700 salidas y han atacado 690 objetivos. Todo ello ha sido oportunamente difundido por televisión dentro del país. Para fuera está la foto con el líder sirio que hoy dan todos los medios.
Bashar Asad era hace unos meses un presidente cercado por los rebeldes,temeroso de salir del país por si le desplazaban. Medio centenar de aviones rusos han cambiado bastante las cosas desde que el 30 de septiembre empezaron las operaciones aéreas rusas en Siria. Aunque no duerme tranquilo, el viaje a Moscú el martes fue su primera salida al extranjero (al menos que se sepa) desde queestalló la guerra en 2011Fue con nocturnidad y se informó de ella en diferido. No era un viaje exento de riesgo, por eso se hizo mientras Damasco dormía.
La gran pregunta es si Putin y Asad hablaron de una eventual salida honrosa del poder del presidente sirio. Moscú no es intransigente respecto a la continuidad de Asad, pero quiere que la sucesión sea ordenada y enmarcada en un proceso político plural, donde EEUU no practique su hobby de quitar y poner presidentes.
Occidente tiene claro que Asad debe irse. Pero Rusia se ha dado cuenta de que la fecha de caducidad exacta del presidente sirio, o los matices de su salida, puede ser una grieta más en el frente común que impulsan EEUU, Turquía y lo Saudíes.Ankara parece ahora dispuesta a que el presidente sirio tenga un papel en la transición y después se vaya. Arabia Saudí lo quiere fuera ya. Y EEUU tampoco quiere tratar con él un minuto más, pero Moscú cree que Washington puede transigir. Aunque los medios occidentales dicen que EEUU no quiere a Asad en el proceso sirio, los medios rusos difunden en cuanto tienen algún resquicio que la Administración Obama, o tal vez la siguiente, sí aceptaría alguna componenda.
"El nivel de apoyo al trabajo del presidente está relacionado, en primer lugar, con los acontecimientos en Siria, con los ataques a las posiciones de los terroristas", dice el organismo en una nota. Los rusos quieren que Rusia sea un país seguro e importante: seguramente por ese orden. La intervención de Rusia en Siria, o al menos la versión de la misma que dan los medios rusos, apuntala esas dos aspiraciones. Pero el principal efecto que debería tener la audacia de Putin, si sus planes declarados funcionan, es lograr la solución que quieren todos -paz en Siria y derrota del extremismo- aunque con el protagonismo de los dos líderes que ha denostado EEUU este año y el pasado: Asad y Putin.

Similitudes y diferencias con Ucrania

Las coincidencias con el caso de Ucrania son llamativas. Allí el gobierno ruso armó (sin reconocerlo) a unos mineros en paro para plantar cara un nuevo presidente ucraniano partidario de virar a Europa. Además de fulminar los planes de EEUU (que quería atraerse a otra república ex soviética), Moscú hizo lo necesario para forzar a Kiev a negociar. Por eso cada vez que Ucrania incrementó sus operaciones militares Moscú suministró más artillería y expertos. El punto de no retorno fue el desgraciado derribo del MH17, que llevó la cara de Putin a la portada de muchos tabloides europeos con una palabra debajo difícil de revertir con el paso del tiempo: "Asesino". Que los separatistas que patrocinas derriben un avión de pasajeros es una mala estrategia de relaciones públicas, pero Moscú siempre ha tenido la impresión de que tiene perdida de antemano la batalla de la simpatía y la comprensión con EEUU y también con Europa, a la que considera dócil y sometida al dictado de Washington. Así que Moscú no levantó el pie del acelerador y abrió nuevos frentes en Ucrania y suministró más ayuda para sacar a los rebeldes del atolladero. Igual que ahora ha sacado a Asad del callejón sin salida en el que estaba, perdiendo terreno ante el avance de moderados y terroristas.
Tanto en Ucrania como en Siria los misiles rusos pretenden forzar una negociación. Y en esa segunda parte habrá que defender los intereses rusos. La única diferencia es que las posiciones están cambiadas. En Ucrania Rusia ha apoyado a los rebeldes, que Kiev califica de terroristas sin distinciones. En Siria respalda al gobierno, y tanto Damasco como Moscú tachan de terroristas a todo lo que se mueve contra el gobierno.
Las televisiones rusas han cambiado de enfoque a toda prisa. En el este de Ucrania sus cámaras entraban dentro de las casas para buscar cuerpos despedazados y mostrar la maldad de Kiev. Ahora las cámaras están en el cielo, ofreciendo para fascinación de todos el bellísimo vuelo de las bombas hacia sus objetivos en suelo sirio, que explotan poéticamente como si fuesen parte de un juego de ordenador donde no existen apellidos y jamás acontece la muerte de un civil pese a disparar en ocasiones a cientos de kilómetros de distancia. Los aspavientos rusos ante la carne achicharrada por culpa del ardor guerrero del presidente ucraniano, Petro Poroshenko, se han convertido en posibilísimo y encogimiento de hombros ante el currículum que tiene Asad: lluvia de fuego contra la población civil cortesía de las bombas de barril.
Pero mientras la guerra de Ucrania se subvencionó para forzar una negociación, aquí Rusia acude a apagar un fuego que Occidente prendió primero. Por eso esta vez su guerra no es secreta sino televisada. Y por eso el premio es mucho mayor. Porque Moscú lleva décadas recibiendo lecciones, y en Siria (cuyos refugiadosy terroristas tanto preocupan a Europa) puede ser la primera vez que haga callar a Occidente, encauzando aquello que europeos y norteamericanos no han sabido controlar. Un éxito escurridizo pero que empataría muchas humillaciones del pasado.
  XAVIER COLÁS

miércoles, 21 de octubre de 2015

Crisis del Medio Oriente y riesgos globales

Crisis del Medio Oriente y riesgos globales

La violencia y la inestabilidad del norte de África se extienden hacia el África subsahariana: ahora el Sahel – una de las regiones más pobres y con el medio ambiente más dañado del mundo – está bajo el control del yihadismo, que se infiltra también en el oriente del Cuerno de África. Y, al igual que en Libia, las guerras civiles están en su apogeo en Irak, Siria, Yemen y Somalia, todos estos países que, paulatinamente, se muestran como Estados fallidos.
La agitación en la región (misma que Estados Unidos y sus aliados ayudaron a impulsar, en su búsqueda de un cambio de régimen en Irak, Libia, Siria, Egipto y otros países más) también está menoscabando Estados que anteriormente eran seguros. La afluencia de refugiados de Siria e Irak está desestabilizando a Jordania, Líbano, y ahora incluso a Turquía, que se torna, gradualmente, en un país  más autoritario bajo el régimen del presidente Recep Tayyip Erdoğan. Simultáneamente, debido al conflicto no resuelto entre Israel y los palestinos, Hamás en Gaza y Hezbollah en el Líbano representan una amenaza crónica de violentos enfrentamientos con Israel.
En este agitado entorno regional, se desarrolla de manera violenta una gran lucha de poder entre la Arabia Saudita sunita y el Iran chiita, esta lucha por delegación a partidarios se desarrolla dentro de Irak, Siria, Yemen, Bahréin y Líbano. Y, si bien el reciente acuerdo nuclear con Irán puede reducir el riesgo de proliferación de dichos conflictos, el levantamiento de las sanciones económicas contra Irán  proporcionará a los líderes de este país más recursos financieros para apoyar a sus partidarios chiitas. Más al oriente, Afganistán (donde los talibanes que resurgen podrían retornar al poder) y Pakistán (donde los islamistas locales representan una continua amenaza a la seguridad) están en riesgo de convertirse en Estados semi-fracasados.
Y, sin embargo, de manera notable, incluso mientras la mayor parte de la región comenzó a arder, los precios del petróleo se derrumbaron. En el pasado, la inestabilidad geopolítica en la región provocó tres recesiones mundiales. El 1973 la Guerra de Yom Kipur entre Israel y los Estados árabes provocó un embargo del petróleo que triplicó los precios y llevó a la estanflación (alta tasa de desempleo más inflación) del período 1974-1975. La revolución iraní de 1979 llevó a otro embargo y a otro shock  en el precio que provocó la estanflación mundial del período 1980-1982. Y, la invasión iraquí de Kuwait en el año 1990 condujo a la otra alza en los precios del petróleo que desencadenó la recesión de 1990-1991 en EE.UU. y a nivel mundial.
Esta vez, la inestabilidad en el Medio Oriente es mucho más grave y generalizada. Pero, parece que no hubiese una “prima de miedo” que eleve los precios del petróleo; por el contrario, los precios del petróleo han disminuido considerablemente desde el año 2014. ¿Por qué?
Tal vez la razón más importante es que, a diferencia del pasado, la crisis en el Medio Oriente no ha causado un shock en el suministro. Incluso en las partes de Irak ahora controladas por el Estado Islámico, la producción de petróleo continúa, sale vía contrabando y se la venden en mercados extranjeros. Además, la perspectiva de que se eliminarán gradualmente las sanciones a las exportaciones de petróleo de Irán implica el ingreso de importantes flujos de inversión extranjera directa destinados a aumentar la capacidad de producción y exportación.
De hecho, existe un exceso de oferta mundial de petróleo. En América del Norte, la revolución de la energía del esquisto en las arenas de petróleo de EE.UU. y Canadá, y la perspectiva de mayor producción petrolífera en tierra firme y alta mar en México (ahora que su sector energético está abierto a la inversión privada y extranjera) han hecho que el continente sea menos dependiente de suministros de Oriente Medio. Por otra parte, América del Sur tiene enormes reservas de hidrocarburos, desde Colombia hasta Argentina, al igual que el oriente de África, desde Kenia hasta Mozambique.
Ya que EE.UU. está en camino hacia el logro de la independencia energética, existe el riesgo de que Estados Unidos y sus aliados occidentales lleguen a considerar al Medio Oriente como un lugar con una menor importancia estratégica. Esa creencia es una ilusión: un Medio Oriente ardiendo en llamas puede desestabilizar al mundo de muchas maneras.
En primer lugar, algunos de estos conflictos todavía pueden aún dar lugar a una verdadera interrupción del suministro, tal como ocurrió en los años 1973, 1979 y 1990. En segundo lugar, las guerras civiles que se convierten a millones de personas en refugiados desestabilizarán a Europa económica y socialmente, lo que con seguridad golpeará duramente a la economía mundial. Y, en las economías y sociedades de los Estados de primera línea, como ser el Líbano, Jordania y Turquía, que ya están bajo tensiones graves por absorber a millones de esos refugiados, se confrontan riesgos aún mayores.
En tercer lugar, la miseria y desesperanza prolongadas que sufren millones de jóvenes árabes crearán una nueva generación de yihadistas exacerbados que culpan a Occidente por su desesperación. Algunos, sin lugar a duda, van a encontrar vías para llegar a Europa y EE.UU. para luego lanzar ataques terroristas.
Así que, si Occidente ignora al Medio Oriente o aborda los problemas de la región únicamente a través de medios militares (EE.UU. ha gastado dos millones de millones de dólares en sus guerras de Afganistán e Irak, sólo para crear más inestabilidad), en lugar de apoyarse en recursos diplomáticos y financieros para apoyar el crecimiento y la creación de empleo, la inestabilidad de la región sólo empeorará. Una decisión de ese tipo sería una sombra que persiga a EE.UU. y Europa – y por lo tanto a la economía global – durante las próximas décadas.



sábado, 17 de octubre de 2015

Mundo árabe: líderes locales tóxicos y ocupantes extranjeros nocivos


esglobal ha charlado con el arabista inglés John McHugo, autor de Una breve historia de los árabes (Turner, 2015). Una conversación sobre estereotipos e identidad, pero también a cerca del clientelismo e islamismo en las sociedad árabes, el dañino papel de Occidente en la región y la resaca histórica de las protestas de 2011.
Egipcios pasean al lado de un graffiti que conmemora el aniversario de las protestas de 2011. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images)
Egipcios pasean al lado de un graffiti que conmemora el aniversario de las protestas de 2011. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images)
esglobal. ¿Diría que existen prejuicios en la percepción que se tiene de Occidente en los países árabes?
John McHugo. Sobra decir que estamos hablando de diferentes países, con idiosincrasias distintas, y en los que existe un diverso grado de libertad de expresión y de exposición a Occidente. Dicho esto, debemos pensar en los refugiados de diversos países árabes –Libia y Siria, sobre todo– que están llegando a Europa (es previsible que pronto comiencen a llegar refugiados procedentes de Yemen). Si en el mundo árabe estuvieran consolidados los prejuicios hacia Europa, los refugiados no tratarían de llegar al continente. Por otra parte, cuando Israel lleva a cabo sus acciones criminales –considerando el derecho internacional– en los territorios ocupados, es frecuente ver a palestinos diciendo en canales árabes: “¿Dónde están los árabes? ¿Dónde están los musulmanes? ¿Qué están haciendo por nosotros?”. Muchos árabes son conscientes de que, en ciertos aspectos, Occidente hace más por ellos que el resto de países árabes. A pesar de ello, no podemos obviar que hay prejuicios que sí están extendidos. Por ejemplo, en algunas series emitidas en canales árabes es habitual encontrarse con un personaje que responde a una especie de agenda islamista moderada: un hombre joven que se descontrola, comienza a acudir a fiestas, conoce a mujeres desinhibidas, bebe alcohol… La idea que está detrás es que Occidente es degenerado y su influencia puede degenerar a los jóvenes musulmanes. Aparte de estos estereotipos hay también una percepción muy extendida sobre Occidente que se basa en razones objetivas. Occidente ha decidido remodelar Oriente Medio, el Mundo Árabe, acorde con su propia imagen, en lugar de preguntarles qué es lo que quieren. No sólo en episodios recientes, como en la invasión de Irak, sino ya desde la época de los mandatos francés y británico en la región.
esglobal. ¿Diría que existen también prejuicios sobre el mundo árabe en Occidente?
J.Mc. Creo que está muy extendido el que afirma que los árabes tienen la tendencia a culpar a los demás por sus propios errores. Algo que hacen, en efecto, pero no siempre. En el Mundo Árabe existe una larga tradición de intelectuales que reflexionaron sobre los errores cometidos tanto por los gobernantes árabes como por otros actores claves de sus sociedades. En mi libro hablo, entre otros, de Mohammed Abduh, un reformista de finales del siglo XIX. Advirtió que si el islam no se renovaba terminaría siendo descartado como una vieja túnica con la que nos avergonzaremos salir a la calle. Y sucedió así: mucha gente descartó el islam por su falta de renovación. En el origen del partido Baaz, por ejemplo, estaba ese sentimiento: querían reformar el mundo árabe porque sabían que necesitaba ser reformado. Así que sí que ha habido y hay muchos árabes conscientes de que sus países necesitan ser reformados, aunque también haya prominentes reaccionarios que, en ocasiones, tienen influencia y poder para imponerse.
esglobal: ¿Cree que hay razones para culpar a Occidente por su contribución al crecimiento del Estado Islámico y de la violencia sectaria?
J.Mc. Desde luego, parte de la culpa es innegable. Pero la culpa es compartida. Creo que la invasión de Irak fue un desastre. ¿Y qué podemos decir de la posguerra? Estados Unidos y Reino Unido –los principales invasores– fallaron terriblemente, bajo el punto de vista del derecho humanitario, a la hora de establecer el orden en todo el país. Por supuesto que hay cosas muy graves de las que culpar a Occidente, pero de otras muchas no. Por ejemplo, del gran clientelismo que existe en el mundo árabe. Claro que hay clientelismo también en Reino Unido, y supongo que también en España. Pero en el mundo árabe ha alcanzado un grado que llamaría tóxico, sobre todo cuando se basa en el componente sectario. Por ejemplo, en el Irak de Nuri al Maliki, detrás de la violencia sectaria está, en buena medida, el clientelismo sectario precedente. Con una larga tradición que se remonta al Imperio Otomano, aunque en ningún otro período histórico fue tan grande, ni de lejos, como en los últimos años. Hay varias causas para explicar el alto grado de violencia sectaria actual además del clientelismo. Una es la ideologíawahabí extendida por Arabia Saudí. Algo a lo que todavía no nos hemos enfrentado como merece en Occidente. Otra razón tiene que ver con la falta de escrúpulos de algunos políticos árabes y de las potencias invasoras a la hora de usar la táctica de la división sectaria cuando les convenía. Sin olvidar que ese enfrentamiento entre judíos, cristianos y musulmanes puede ser rastreado hasta la gestión de los mandatos franceses e ingleses, en especial los mandatos en Palestina y Líbano, pasando por el intervencionismo durante la Guerra Fría, que buscó la división para favorecer intereses geopolíticos.
esglobal. A pesar de todas las dificultades, Túnez está demostrando que es perfectamente posible una democracia en el mundo árabe. ¿Qué diferencia a este país de otros en la región?
J.Mc. Creo que Túnez fue un país afortunado por ser el primer Estado árabe en el que se produjo una revuelta: en este sentido, Ben Alí y su camarilla fueron una especie de conejillos de indias, mientras que en otros lugares, las viejas guardias pudieron aprender la lección viendo lo que sucedió en Túnez. Este país contaba, además, con otras ventajas. Viajé a Túnez en torno al año 2000 para participar en unas conferencias con abogados tunecinos. Y pensé: ¿por qué hay una dictadura? Sin dejar de ser árabe, orgullosamente árabe, su sociedad estaba altamente influenciada por una cultura como la francesa. Muchos tunecinos habían estudiado y vivido en Francia. Además, era uno de los pocos países árabes en los que se había planteado un debate público, relativamente abierto, sobre asuntos como la posibilidad de que  una mujer musulmana pudiese casarse con un no musulmán, algo impensable en un país como Egipto. Así que en Túnez existía ya un amplio grado de lo que podríamos llamar pensamiento abierto. Creo que los tunecinos han sido también afortunados con su clase política. Aunque habrá muchos tunecinos que no estarán de acuerdo conmigo en este punto, creo que hay que reconocerle a Rachid Ghanuchi, al margen de todos los errores que haya podido cometer su partido, Enhada [Partido del Renacimiento, islamista], que podría haber tomado otro camino distinto del que tomó. Podría haber seguido el camino de Morsi, en Egipto, o el camino que parece estar tomando Erdogan en Turquía últimamente. En lugar de eso, Ghanuchi dijo: somos musulmanes, y el islam comporta una cierta moral –igual que el cristianismo tiene la suya–, pero no se puede obligar a la gente a que siga unos principios religiosos que no comparte, eso sería contrario al islam. Creo que acertó. Además, ha estado dispuesto a llegar a acuerdos con políticos laicos y con partidos de izquierdas. Concediendo una transferencia de poder cuando las urnas así lo establecieron.
esglobal. Los partidos islamistas, además de sus discursos religiosos, ofrecen programas sociales y reclamaciones políticas nada irrazonables. ¿Cree que en los medios occidentales hablamos los suficiente de ese aspecto que atrae tantas simpatías entre buena parte de la población árabe?
J.Mc. En muchas ocasiones, cuando en medios de comunicación occidentales se habla de partidos islamistas suele tratarse la información con una cierta histeria. Respecto a estas formaciones hay que decir que son claramente conservadoras en muchos aspectos. Yo los compararía con algunos partidos democristianos europeos. O mejor dicho: podrían convertirse en algo parecido a lo que se han convertido los partidos democristianos europeos. En Túnez hay bastantes probabilidades de que algunos partidos islamistas sigan ese camino. Pero también encuentras partidos salafistas tunecinos que dicen, por ejemplo, que se debe reestablecer el derecho de un hombre a tener varias mujeres, porque así lo establece el Corán. No podemos olvidar, sin embargo, que uno de los pilares fundamentales del islam, al igual que en el Cristianismo, es la justicia social. Y ese aspecto del islam es muy positivo. Pero, retomando lo que comentábamos antes, se percibe cierta repulsión hacia el islamismo en Occidente que tiene que ver con política identitaria. Pensemos en el debate sobre el velo que llevan algunas mujeres en el mundo árabe. Algunas lo llevan como signo de identidad. No digo que me guste especialmente el uso del velo, pero creo que llevarlo o no llevarlo es una cuestión que han de decidir las propias mujeres.
esglobal.  ¿Qué quiere decir hoy en día sentirse árabes? ¿Qué relación existe entre identidad árabe e islam?
J.Mc. Hay un gran solapamiento entre la identidad árabe y la identidad musulmana. Sin que sean lo mismo. En mi libro hablo de un escritor judío egipcio de finales del siglo XIX, James Sanua (o Yaqub Sanu). Fue uno de los primeros nacionalistas egipcios. Era judío, pero escribió con una retórica que hoy calificaríamos de islamista: “apelo a los musulmanes para que se levanten contra los opresores”, y otras frases parecidas. Sin embargo, no hace falta leerlo en profundidad para darse cuenta de que era lo opuesto a un islamista fundamentalista. Pero usaba esa retórica para llegar a todos los egipcios, incluidos los de las zonas rurales. Y para conseguir esa atención apelaba a la identidad musulmana, que se solapaba con la identidad nacional egipcia. Otro ejemplo más reciente lo encontramos en la figura del fundador del partido Baaz, Michel Aflaq, un sirio que era cristiano ortodoxo. Escribió que el islam era uno de los grandes logros de los árabes. Y escribió eso sin ser un partidario, por ejemplo, de encerrar a las mujeres, todo lo contrario, creía que ellas tenían que jugar un papel clave en una sociedad democrática. Otra cosa es que los métodos que usó para traer esa democracia hiciesen que la democracia fuese imposible… Pero esa es otra cuestión.
Por otra parte, la alfabetización se ha extendido muchísimo en el mundo árabe, aunque aún quede mucho por hacer en este sentido en países como Yemen y Marruecos, y en el Egipto rural. Y la lectura del Corán es un parte importante en la formación de los árabes. No sólo en un sentido religioso. Este libro sagrado es también una obra de referencia a nivel literario, como pueden serlo en Occidente referentes como Cervantes o Shakespeare. Esta influencia de la cultura del Corán se detecta no sólo entre los musulmanes, también entre las comunidades judías y de cristianos ortodoxos que viven en el mundo árabe. Cultura en sentido amplio, incluso en aspectos como el uso del velo: puedes encontrar comunidades judías y cristianas en el mundo árabe en las que las mujeres se cubren por completo la cara. Y hay otros ejemplos de esta influencia.
esglobal.  ¿El conflicto entre Palestina e Israel es aún una cuestión importante en el mundo árabe?
J.Mc. Es todavía una cuestión importante. Lo que sucede es que otras causas se han convertido también en relevantes. Cuando entre 200.000 y 300.000 personas han muerto en Siria, y la mitad de la población ha sido desplazada, lógicamente se tiene que defender también esa causa. Pero eso no implica que Palestina haya perdido importancia. En este sentido me gustaría decir –y entiendo que mi afirmación pueda interpretarse como provocadora– que el mundo árabe lleva tiempo dispuesto a alcanzar la paz con Israel, y que ha sido Israel la que no ha querido alcanzar dicha paz. Para apoyar esta argumentación me gusta recordar el Plan de Paz de 2002 basado en una propuesta de Arabia Saudí. Dicho plan le concedía a Israel una integridad territorial, considerando la situación previa a 1967, a cambio del reconocimiento de los derechos de los palestinos. El problema de fondo ha sido siempre que Israel no ha querido reconocer los derechos de los palestinos. En esto se ha visto amparado por Occidente y, en ocasiones, ha recibido el apoyo directo. Buena parte de la narrativa israelí sobre el conflicto con los palestinos es asumida en ciertos círculos de poder y de opinión occidentales, sobre todo en Estados Unidos pero también en Europa, y está basada en la cultura de la negación. La razón por la que muchos palestinos se convirtieron en refugiados, por ejemplo, es un tabú en muchas comunidades de algunos países occidentales.
esglobal.  Termina su obra diciendo que la llamada Primavera Árabe sólo acaba de empezar. ¿Puede desarrollar esta idea?
J.Mc. En mi libro uso la anécdota del líder comunista chino Zou Enlai, citando la respuesta que dio en los 70 cuando le preguntaron qué pensaba sobre la Revolución Francesa:  “Es demasiado pronto para valorarla”. Conviene recordar que la Revolución Francesa dividió a la sociedad gala. Por ejemplo, la madre de Charles De Gaulle era todavía una monárquica. El monarquismo permaneció vigente durante más de un siglo en parte de la población francesa como un modo de resistencia contra las ideas de la Revolución. Muchos amigos árabes me dicen que las consecuencias reformadoras de las Primaveras Árabes pueden tardar varios años en manifestarse plenamente, tal vez, incluso –y por desgracia– décadas.