08 de noviembre de 2012
La monarquía hachemita trata de contener una creciente contestación social con la convocatoria de nuevas elecciones a comienzos de 2013. Sin embargo, los islamistas se encuentran en plena efervescencia liderando una oposición al régimen cada vez más amplia. La corrupción, la falta de representatividad en las instituciones y el deterioro económico representan los principales males del país árabe.
AFP/Getty Images
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El rey jordano, Abdulá II, habla con el ministrode Defensa saudí, principe Khaled bin Sultan, durante una demostración de fuerzas armadas especiales en Amán, mayo de 2012.
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“Próxima parada: Plaza Tahrir”. Escueto y simbólico, el mensaje coreado por un militante de la Hermandad Musulmana en una reciente marcha contra el régimen de Amán ayuda a comprender el punto de inflexión que podría haberse producido ya en la vida política jordana. Hasta ahora, la monarquía hachemita presumía de haber capeado el temporal de la Primavera Árabe con actitud reformista y dialogante, lo que la hacía distinta de las autocracias de la región. Las protestas inspiradas en el terremoto contestatario iniciado a comienzos de 2011 también alcanzaron tierras jordanas, pero –como ocurrió en otra monarquía, la alauita de Marruecos – nunca fueron mayoritarias. La autoridad de Abdalá II tampoco fue puesta en entredicho de forma seria.
Pero la paciencia podría estar agotándose para muchos jordanos de uno y otro origen y estrato social. El deterioro de la situación económica y las incumplidas promesas de reformas políticas y económicas están provocando honda mella en los jordanos. Los islamistas –espoleados por su éxito regional– representan, además del sector político mejor organizado, la avanzadilla del enfrentamiento abierto con la monarquía. El rey –que sigue gozando de una imagen de moderación, modernidad y apertura– ha anunciado elecciones parlamentarias anticipadas para comienzos del año próximo, con la promesa de que será la legislatura de la democracia. ¿Puede, empero, producirse aún un estallido revolucionario?
A pesar de que las manifestaciones han sido intermitentes y pacíficas en el reino desde el inicio de las revueltas árabes, la protesta de inicios del pasado octubre constituyó un aviso serio. Una marcha de 15.000 personas comandada por la rama jordana de los Hermanos Musulmanes –el Frente de Acción Islámica– se echaba a una plaza situada junto a la mezquita Al Husseini de Amán el 5 de octubre para anunciar el boicot a la cita electoral anunciada horas antes por el rey. A pesar de los planes reformistas del monarca, poco ha cambiado desde el inicio del período revolucionario que sacude la región. Al monarca, que gobierna de forma autoritaria, se le agota el manido recurso del cambio de primer ministro. Como ocurre –nuevo paralelismo con otra monarquía reacia al cambio, la marroquí – la realeza jordana ha acostumbrado desviar la atención de sus fracasos acusando a la clase política y burocrática de los males. En total, los cuatro reyes de la dinastía hachemita han cambiado unas 70 veces de primer ministro desde el establecimiento de la Jordania contemporánea en 1921. El rey Abdalá II ha hecho lo propio en 11 ocasiones desde que ascendiera al trono en 1999. Y con el nuevo líder que saldrá del próximo Parlamento serán seis los primeros ministros nombrados desde 2011.
¿Reformas reales?
Hasta ahora los cambios emprendidos por el rey pueden calificarse de cosméticos. El régimen aprobó el pasado verano una nueva ley electoral que permitirá aumentar la representación de candidatos procedentes de listas nacionales y de partidos en el Parlamento, incrementando los diputados electos según este sistema desde los 17 actuales a los 27 –en una asamblea que tendrá 140 escaños. El resto seguirán siendo elegidos conforme al tradicional sistema basado en distritos –en los que se escogen varios candidatos– y resumido en la consigna “un hombre, un voto”. Mecanismo que favorece la representación de las zonas afectas al régimen. Además, la norma permitirá a los miembros del Ejército –un apoyo inquebrantable del monarca–, la inteligencia y las fuerzas de seguridad votar por vez primera. “Esta ley no es perfecta. Lo entendemos. Pero no hay alternativa que genere mayor consenso. Lo que es esencial es que seguimos avanzando”, aseguraba el rey.
La nueva norma impedirá presentarse a partidos cuyo programa “se base en la religión”, lo que debe interpretarse como un intento indisimulado de poner cerco al ascenso islamista. Según el rey, la Hermandad no tiene más que el apoyo del 12% de los jordanos. Pero los éxitos cosechados en los comicios celebrados en Túnez o Egipto y el previsible papel preponderante que sus correligionarios jugarán en la Siria post-Assad han supuesto un revulsivo indudable para los islamistas. Y preocupan en la corte.
No parece, empero, que el régimen haya tomado buena nota de las renovadas aspiraciones de libertad y transparencia. El pasado septiembre el monarca refrendaba una ley –salida de un Parlamento dominado por miembros afectos– restrictiva de las libertades de prensa y de imprenta. Según la nueva normativa, que está llamada a perseguir la creciente crítica en la Red, cada nueva “publicación electrónica” necesitará una licencia expedida por el Gobierno. Jordania podría dejar de presumir de sus amplios márgenes de libertad de expresión relativos.
Abdalá II seguirá teniendo la potestad de gobernar por decreto, disolver el Parlamento y nombrar al Gobierno. Sus amplios poderes permanecerán intactos. Sin embargo, la oposición al régimen se ensancha; no sólo están los islamistas, sino también una crecientemente descontenta población de origen palestino –granero de los anteriores–, que se siente tradicionalmente excluida del sistema. Amán sufre además el malestar de las poblaciones procedentes del oriente del río Jordán –tradicionalmente pilar fundamental del régimen–, quienes se consideran genuinos moradores de la tierra por habitarlas antes de la llegada de los primeros palestinos en 1948; sufren especialmente el colapso del sector agrícola y de las acusadas reducciones del gasto público. Recientemente, varias influyentes tribus de Transjordania exigían la puesta en práctica de leyes anticorrupción y un aumento de competencias para el Parlamento. Asimismo, la juventud no oculta su desafección.
Demandan reformas. En resumen, reducir la jurisdicción de la Corte de Seguridad del Estado –y la eventual abolición de la misma–; establecer un senado democrático; la supresión de los cuerpos no electivos, como los servicios de seguridad; reforzar el papel del Parlamento y la competencia de nombrar al primer ministro; y combatir la corrupción y las violaciones de derechos humanos. Lo advierte International Crisis Group: “La gradual desafección del núcleo duro de los apoyos de la monarquía junto a los esfuerzos de la oposición por unirse superando las divisiones existentes podrían abrir un nuevo capítulo en la Primavera Árabe”.
Fuerte deterioro económico
La economía –Jordania cuenta con limitados recursos naturales– atraviesa una situación delicada. El paro real podría alcanzar entre el 25% y el 30%. El estado de la balanza fiscal –el déficit exterior por cuenta corriente alcanzará el 14% del PIB– no mejorará y el país seguirá dependiendo de un flujo de financiación externa incierto. Jordania ha sido el primer país de la Primavera Árabe que demanda asistencia al FMI, que concedió en agosto un acuerdo crediticio por valor de 2.000 millones de dólares (unos 1.500 millones de euros). Según Economist Intelligence Unit, el crecimiento del PIB jordano no superará el 2,7% este año. El 80% del presupuesto irá destinado a los salarios de los empleados públicos.
¿Ha aprendido la lección de la Primavera Árabe Abdalá II? ¿Será la próxima revolución? Una previsible revuelta –Jordania cuenta con una situación geoestratégica clave– agravaría aún más la situación en una región que aguarda las consecuencias de la prolongación del conflicto civil sirio. Sin duda, la vecina guerra –Jordania acoge casi 250.000 refugiados sirios– ha menguado los ánimos de la población de tomar la calle. El país es aliado de EE UU, que destinará a Amán un total de 477 millones de dólares este año. Y recibe también el apoyo político y financiero de la Liga Árabe y de las petromonarquías –que cursaron el año pasado la invitación al reino para integrarlo en el Consejo de Cooperación del Golfo–, como demuestran los 1.400 millones de dólares donados por Arabia Saudí en 2011. Pero el crédito de un monarca que cuenta aún con el apoyo de una gran parte de los jordanos podría estar agotándose. Lo asegura el experto de la Universidad de Exeter Larbi Sadiki: “Un liderazgo que falle a su ciudadanía está condenado a perder en algún momento el poder. Los presidentes monárquicos han sido desalojados en varios países árabes. Los reyes propiamente dichos se han salvado de momento, lo cual es ya algo excepcional”.
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