05 de diciembre de 2012
La policía religiosa se reforma en Arabia Saudí, pero su poder crece en la región indonesia de Aceh.
AFP/Getty Images
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Un miembro de la policia religiosa pide el canet de identidad a una joven por vestir unos pantalones ceñidos en Aceh, noviembre de 2012.
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El optimismo desmedido está fuera de lugar al hablar de los intentos por suavizar el extremismo religioso en Arabia Saudí. Sin embargo, las autoridades del reino parecen haber dados pasos tímidos para contener algunos excesos que impregnan la vida cotidiana. Para ello no han necesitado remover los cimientos ultraconservadores del Estado, sino simplemente retocar la conducta de quienes los hacen valer cada día: los miembros de la policía religiosa.
La institucionalización del extremismo en Arabia Saudí nace en las élites del Estado y desciende hasta sus siervos a pie de calle, los agentes de la Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, más conocidos como los mutawa. Distinguidos por sus barbas y sus frentes marcadas por la asiduidad de las oraciones, los policías religiosos son los encargados de supervisar que se cumplan las estrictas normas de la ley islámica. La segregación por sexos, el cierre de los comercios durante los cinco rezos diarios, el proselitismo de religiones distintas a la musulmana, la corrección de la vestimenta o el consumo de carne de cerdo y alcohol son algunas de los conductas y costumbres de las que se ocupan estos 3.500 agentes.
Los mutawa son una fuerza permanentemente visible en el país. Han sido y son justamente temidos, pero sobre todo han sido tolerados, aun en sus más dudosas actitudes, por una cúpula estatal en la que se entrelazan el poder político y el religioso. A lo largo de los años, no obstante, los promotores de la virtud han acumulado un denso expediente de abusos que ha causado un profundo malestar entre muchos ciudadanos, especialmente aquellos pertenecientes a minorías religiosas. Los que para el poder han sido durante muchos años unos guardianes infalibles del modelo de sociedad propugnada desde la élite, se han ido convirtiendo en un elemento de silenciosa alienación de la sociedad. Y a partir de ahí, incluso en un Estado como Arabia Saudí, llegan los cambios.
El primer síntoma claro de que el reino estaba dispuesto a lavar la cara a su policía religiosa llegó en enero, cuando se designó a Sheikh Abdullatif Abdel Aziz Al Sheikh (un hombre de moral relajada, para los estándares saudíes) como líder de los mutawa. El currículum de este descendiente de potentados no deja lugar a dudas sobre su talante comparativamente liberal. En su historial se acumulan visiones a contracorriente de la doctrina predominante en el país, como sus moderadas opiniones en materia de segregación de sexos. Inmediatamente después de asumir el mandato, prohibió la participación de voluntarios, ya que de ellos partían muchos de los abusos más sonados. En octubre anunció que rebajaría los poderes del cuerpo para evitar excesos, de tal manera que algunas de sus atribuciones, como las de acometer arrestos e interrogatorios, serían transferidas a otras instituciones del Estado. También tiene planes para aumentar el número de mujeres dentro del cuerpo.
Algunos activistas han criticado que los cambios en las atribuciones de los mutawa son meramente cosméticos. Al mismo tiempo, diversas organizaciones internacionales continúan sacando a la luz los excesos religiosos saudíes y denunciando las restricciones de libertades de las mujeres, el uso de la pena de muerte o el aplastamiento inexorable de todas las voces disidentes y de la mini Primavera Árabe en el este del país, azuzada por los chiíes frente al dogma imperante del wahabismo suní. El poder saudí se ve circundado por hogueras livianas pero crecientes en las que se intuye la amenaza del descontento que tantos estragos ha causado en otros Estados árabes. Frente a la perspectiva de demandas más exigentes, la mitigación del poder de los mutawainaugura un incierto rumbo reformista y marcadamente preventivo. Se trata de un cambio exiguo en el vasto sistema de intolerancia religiosa del país, pero al menos evidencia una cierta voluntad de evitar algunos abusos, y es quizás el único paso que el Estado puede permitirse sin alterar sustancialmente su naturaleza ni emprender medidas revolucionarias. Además, se trata del primer intento de reformar este cuerpo desde 2007, cuando se estableció un departamento normativo para que los agentes actúen de acuerdo con la ley.
Mientras que los saudíes tratan tímidamente de mitigar algunos excesos gravosos, países tradicionalmente moderados, como Indonesia, se enfrentan ahora a una policía religiosa crecientemente invasiva. Hace meses que se observa una mayor intolerancia en el archipiélago, de mayoría musulmana, y en ningún otro territorio es esta tendencia más visible que en la región de Aceh. Desde los acuerdos de paz de 2005, con los que se puso fin al terrorismo islámico independentista que sacudía la zona, Yakarta accedió a conceder una autonomía especial al territorio, permitiendo que en él se estableciera una forma de ley islámica por la que vela una entidad policial conocida como Wilayatul Hisbah. Este cuerpo no acumula un historial de abusos comparable al de sus homólogos saudíes, pero sí ha ido incrementando sus actividades y su intromisión en la vida de los lugareños. Su actividad más conocida es quizá la campaña emprendida contra lospunks: cientos de jóvenes han sido detenidos y sus crestas rasuradas en rituales de humillación pública, para después ser reeducados siguiendo un internamiento de semanas.
Entre los principales cometidos de los agentes de la Wilatayul Hisbah está asegurarse de que las mujeres vistan según los preceptos islámicos. Las que los incumplen son objeto de sanciones y reprimendas, escenificadas en una gran campaña de intimidación contra las chicas que usan prendas ceñidas o pantalones cortos. El nivel de inteferencia y actividad de los agentes va a más y, en una sociedad con mucha mayor tradición contestataria que la saudí, las fricciones con la policía religiosa no se han hecho esperar. En octubre pasado, varios agentes resultaron heridos por los asistentes a un concierto que querían interrumpir. Se trata de un incidente menor, pero que podría saldarse con un recrudecimiento de las actividades de la policía religiosa. El gobierno central, por su parte, difícilmente querrá refrenar los excesos de los agentes de la virtud, por temor a entrometerse en un territorio pacificado en el que la injerencia del Ejecutivo no es bienvenida. Así, mientras los saudíes ensayan gestos menores para frenar abusos consumados por los mutawa, Aceh recorre el camino a la inversa y la policía religiosa comienza a agotar la paciencia de sus habitantes
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