04 de octubre de 2012
La República Islámica posee lo que más podría herir a Occidente: el petróleo.
AFP/Getty Images
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En la antesala de las elecciones en EE UU, en Irán y ahora, aparentemente, en Israel se ha caldeado un ambiente belicista –y digámoslo, peligroso- en torno al programa nuclear de los ayatolás. De forma pública, los gobiernos y la mayoría de los medios de comunicación pasan por alto la verdadera arma nuclear iraní: el petróleo.
¿Cuánto tiempo falta para que Irán tenga suficiente uranio enriquecido? ¿Sería realmente efectivo un ataque preventivo de Israel contra su industria nuclear que arrastrara a EE UU y a todo Oriente Medio a una guerra impredecible? Las respuestas a estas preguntas son, por ahora, irrelevantes. Hay consenso técnico y militar de que le faltan a Teherán varios años para tener la capacidad de fabricar un bomba atómica y de darle un uso militar, es decir, empacarla en un misil capaz de alcanzar su objetivo.
Lejos del discurso público sin embargo, la mayor parte del movimiento geoestratégico, diplomático y militar gira en torno a la coyuntura económica en la que los altos precios del petróleo pueden hundir al planeta en una recesión aún más severa de la que ya vive. Las tropas en la región se movilizan más alrededor del estrecho de Ormuz y de la industria petrolera y, en menor medida, alrededor de las instalaciones del programa nuclear iraní.
Claro, EEUU e Israel concentran sus recursos de inteligencia en el programa nuclear porque es prioritario, aunque no sea inminente. No se le permitirá a Irán convertirse en una amenaza nuclear. Lo han dicho todas las potencias. La República Islámica, en todos sus estamentos de poder, lo sabe. El hecho es que la posibilidad de un conflicto nuclear a corto plazo es remota por múltiples razones, sobre todo técnicas y políticas. La más importante de ellas, como el diplomático, Roberto Toscano,escribió, es que sería un suicidio para Irán.
Y entendiendo sus limitaciones, Teherán ha brillado en cambio en lo que mejor se le da: manipular los mercados petroleros para contrarrestar la presión diplomática y las sanciones.
La coyuntura económica
La capacidad de EE UU para amenazar a Irán por su programa nuclear está condicionada —no determinada— por el impacto del petróleo sobre los mercados. En dicha coyuntura los productores de crudo saben que el balance de la oferta y la demanda seguirá limitado a lo largo de esta década, lo cual quiere decir que los precios del oro negro serán más vulnerables a las interrupciones de su suministro. De hecho, el embargo petrolero impuesto por la Unión Europea –que se suma a décadas de sanciones estadounidenses- ha contribuido significativamente a la dislocación del mercado.
Washington no puede contener las aspiraciones de Pekín y Moscú con precios tal alto en el petróleo | ||||||
La razón es que a pesar de cinco años de recesión, el consumo de petróleo sigue aumentando a un ritmo más acelerado de lo que aumenta su producción. El excedente de producción –es decir, la diferencia entre la capacidad técnica global productiva y el consumo real- se mantendrá estrecho a lo largo de esta década. El consumo en el mundo en vías de desarrollo crece más de lo que el desarrollado deja de necesitar a raíz de la crisis, y múltiples razones impiden un mayor aumento en la capacidad de producción.
Arabia Saudí está produciendo más que en las últimas tres décadas y Libia ya recuperó la mayor parte de su producción. Fuera de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Rusia, Canadá, EE UU, y Brasil, entre otros, están bombeando también a máxima potencia.
Pero la guerra en Libia y ahora el embargo a Irán han expuesto una realidad vertiginosa: la economía mundial, por ejemplo, no sería capaz de aguantar una interrupción prolongada del suministro de crudo en caso de una guerra contra el régimen de los ayatolás.
Aún así, eloro negrono vuelve invencible a ningún país. En caso de una amenaza directa a la seguridad por parte de Irán, los precios del petróleo pasan a ser secundarios. Pero como eso no parece inminente, EE UU y Europa en realidad están equilibrando la urgencia de recuperar el crecimiento económico, con las amenazas de Tel Aviv y el desafío de Teherán.
El estrecho de Ormuz
Irán concentra su defensa disuasoria militar en el estrecho de Ormuz, por donde transita el 40% de las exportaciones de petróleo por vía marítima del mundo. EE UU ha militarizado el Golfo Pérsico con portaviones y submarinos y Teherán ha realizado varios juegos de guerra, así como probado armamento nuevo, todo con miras a cortarle el suministro al planeta.
Este es el talón de Aquiles de Occidente. No es la amenaza asimétrica de Hezbolá ni Hamás; no es la lluvia de misiles convencionales que Irán amenaza con lanzar contra bases militares que lo rodean en Afganistán, Irak y el Golfo Pérsico; y no es el terrorismo o las armas nucleares. El petróleo y, específicamente, el estrecho de Ormuz, tiene a la comunidad internacional barajando sus opciones. Una guerra en Irán amenazaría no solo el tránsito del crudo, sino la producción y desarrollo petrolero a largo plazo del país. Irak, por supuesto, es testimonio de ello.
EE UU no se preocupa por una escasez de suministro, sino por los precios. Un prerrequisito para el crecimiento económico global es que el petróleo circule libremente y que los precios reflejen el equilibrio del mercado entre la oferta y la demanda. Así lo impuso el Gobierno estadounidense tras los turbulentos 70.
En 1980, después de la invasión soviética a Afganistán, el entonces presidente de EE UU, Jimmy Carter, no dejó espacio para las dudas: “Cualquier tentativa de cualquier fuerza exterior para controlar la región del Golfo Pérsico se considerará como un ataque a los intereses vitales de Estados Unidos, y tal ataque será repelido por cualquier medio disponible, incluyendo la fuerza militar”. Se le llama la Doctrina Carter, la cual Ronald Reagan expandió para incluir amenazas de países del Golfo, pensando en Irán, aunque la primera víctima fue Irak, tras su invasión a Kuwait.
Si el barril sube, la economía baja
Históricamente, las escaladas en los precios del crudo han traído consigo recesiones, con pocas excepciones, como las que siguieron al embargo del petróleo árabe en 1973, a la crisis de rehenes con Irán en 1979, a la invasión de Irak en 1993, a los recortes de la OPEP en 1999 y, por supuesto, a la más reciente en 2008, cuando la crisis financiera fue agravada por los precios en torno a los 150 dólares (unos 100 euros) por barril.
La inflación fluctúa con los precios del petróleo y el crecimiento económico es inversamente proporcional a la inflación, a grandes rasgos. Es decir, mientras más altos los precios del crudo, menos dinero hay para gastar en todo lo demás, lo cual quiere decir que la economía se frena. La recesión históricamente obliga a una bajada en los precios del oro negro, pero el mundo ha cambiado. En esta década la norma es la deflación.
La economía global es sostenible con precios del petróleo equivalentes a un 9% del PIB, un nivel que solamente se sobrepasó justo antes de la doble recesión a principios de los 80 y otra vez justo antes de la Gran Recesión de 2008. Actualmente estamos en torno al mismo umbral.
Varias estimaciones del Gobierno estadounidense, así como de investigadores y economistas, calculan el impacto que puede suponer para EE UU las alzas al precio del petróleo: por cada 10 dólares que aumenta el barril de crudo, la inflación sube casi 0,4%. Si esos precios se mantienen a lo largo de un año, se pierden 120.000 trabajos y el PIB se encoge 0,2%. Si se mantienen dos años, 410.000 trabajados se pierden y el PIB se reduce 0,5%. En esta coyuntura, el punto de inflexión de Estados Unidos sería que el precio del galón de gasolina se mantuviera en torno a 4 dólares, lo cual requeriría llegar a unos 120 dólares por barril de WTI o 130 dólares por barril de Brent.
Y el hecho de que EE UU y algunos aliados sigan considerando recurrir a las reservas estratégicas para contrarrestar la volatilidad del mercado —a medida que el embargo a Irán se hace sentir—, es testimonio del nerviosismo de Occidente en esta coyuntura. En el caso de la República Islámica, es un asunto urgente y es un último recuso, como el presidente Barack Obama ha dicho. Pero no deja de ser peligroso.
Irán lo sabe
El embargo de petróleo que EE UU y Europa impusieron sobre Irán ha sido doloroso, pero no lo suficiente. El Gobierno iraní todavía puede exportar crudo y el alza en los precios se ha compensado, parcialmente, por las menores ventas a Occidente.
Lo que sí puede descartarse en todo caso es que Irán deje de enriquecer uranio por el embargo. Es un asunto de orgullo nacional. La estabilidad política del régimen desde la Revolución de 1979 depende más de su resistencia a Occidente que de su gestión económica. Es decir, en esta coyuntura económica y electoral, Teherán puede aguantar más las penurias del embargo de lo que los occidentales los altos precios del petróleo.
Otra recesión, aún más profunda que la que vivimos, carcomería el poderío militar de EE UU y su músculo económico precisamente cuando más se necesita, cuando el mundo se reorganiza en esferas multipolares compitiendo cada vez más por los recursos y la influencia. Washington no puede contener las aspiraciones de Pekín y Moscú con precios tal alto en el petróleo. Pero claro, todo esto sucede en la antesala de las elecciones presidenciales en noviembre en EE UU, en junio de 2013 en Irán y, aparentemente, en el primer trimestre de 2013 en Israel. No hay espacio para el sentido común.
Pero cuando la cordura se abra paso nuevamente, los políticos podrán retomar negociaciones para lo que aparenta ser la única salida: permitir a la República Islámica enriquecer uranio, a cambio de una estricta supervisión y, sobre todo, de mutuas garantías militares. Porque la verdadera bomba es el petróleo. Y esa ya la poseen y controlan los ayatolás.
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