Un repaso a las ideas preconcebidas y las claves, desde la energía, el empleo y la ventaja competitiva, pasando por la robótica, sobre el regreso de la industria al Viejo Continente.
“La reindustrialización de EE UU demuestra que la europea es posible”
Cuidado con las comparaciones. Los tres factores que están haciendo posible el regreso de la industria a Estados Unidos no se cumplen en Europa de la misma manera.
Para empezar, la primera potencia mundial tiene salarios más bajos que muchos Estados europeos y su productividad ha aumentado en los últimos años más que en el Viejo Continente. Eso ha hecho que por ejemplo los salarios chinos, que han registrado incrementos desbocados durante años, cada vez sean menos ventajosos cuando se computa el coste adicional del transporte y las barreras arancelarias y no arancelarias.
En segundo lugar, en algunos países comunitarios la energía, un factor esencial cuando se trata del sector industrial, cuesta muchísimo más que en EE UU. El motivo es triple: los impuestos en Europa son más altos, los estadounidenses han abaratado el suministro gracias a la extracción de shale gas y las empresas europeas no han conseguido compensar estas diferencias con un uso más eficiente de los combustibles.
En tercer lugar, es importante recordar que a Estados Unidos pueden regresar más industrias porque también se fueron más. Buena parte de las fábricas que se han deslocalizado en Europa lo han hecho mudándose de un país miembro a otro, algo diferente al éxodo de las multinacionales americanas que emigraron a China o a México. Además, muchas de las factorías que sí abandonaron, por ejemplo, Barcelona por Shanghái cambiaron de destino porque necesitaban la proximidad con un mercado enorme y aligerar la losa de las barreras comerciales. Esas dos circunstancias son tan ciertas hoy como cuando hicieron las maletas.
“La reindustrialización es un trampolín ideal para la economía y el empleo”
No tan rápido. Cuando los analistas de Deutsche Bank compararon el comportamiento de los miembros de la UE durante la terrible crisis que la ha asediado durante los últimos años constataron que entre los que peor lo habían pasado se encontraban tanto países con industrias fuertes como Estados con industrias con muy poco peso en su PIB. Por tanto, concluyeron, la relación de causalidad entre éxito económico y gran presencia industrial es “demostrablemente falsa”.
Probablemente, si el gran modelo industrial europeo, Alemania, no hubiera surfeado con éxito la devastación financiera de casi todos los demás, tantos políticos y personas bien informadas nunca habrían pasado por alto algo tan obvio como que la inmensa mayoría de las economías desarrolladas del Viejo Continente no dependen de sus fábricas sino, sobre todo, del sector servicios. Tampoco habrían olvidado que la influencia de la industria en la buena marcha de la economía y de la sociedad no sólo dependerá del porcentaje del PIB que represente, sino también de otros factores como su competitividad internacional, la salud de sus balances, el impacto y coste de los residuos y emisiones que genere, los impuestos que paguen las empresas o el número y calidad de los empleos que ofrezcan en un entorno marcado por la robótica y otras tecnologías que pulverizan y crean puestos de trabajo nuevos constantemente.
En definitiva, la reindustrialización sólo se convertirá en un trampolín para la economía y el empleo si las empresas que trasladan sus fábricas cumplen unas características muy particulares. No basta con volver a casa; hay que aportar algo significativo al bienestar de la familia.
“No habrá reindustrialización porque la crisis europea ha destruido su ventaja competitiva”
Falso. Uno de los argumentos que cuestionarían la posible reindustrialización del Viejo Continente es que la crisis que lo ha azotado durante los últimos años ha acabado con sus fortalezas tradicionales, porque con ellas severamente dañadas… ¿a quién se le ocurriría traer sus negocios desde China o Brasil si puede hacer allí todo lo que no puede hacer aquí?
La situación, sin embargo, es completamente distinta. La Unión Europea sigue contando con un tejido industrial enormemente competitivo en ámbitos de tecnología media como la producción química, de maquinaria y de equipos de transporte, y de tecnología muy avanzada como en el caso del sector farmacéutico. En los últimos 14 años, el número de empresas industriales europeas entre las 100 mayores del mundo ha aumentado, lo que significa que la incorporación de las compañías de los BRICS se ha producido a costa sobre todo de las japonesas y las estadounidenses.
Por otro lado, cuando se compara la potencia de fuego de las factorías chinas frente a la decadencia de las comunitarias suele obviarse que el 85% del valor añadido de los componentes de las exportaciones industriales europeas se han desarrollado e investigado en países como Alemania. Mientras tanto, la inmensa mayoría de las corporaciones de la segunda economía mundial dependen en gran medida de los descubrimientos y la innovación que generen las multinacionales en Estados Unidos, Japón y la Unión Europea para añadir valor a sus productos.
“Sin el apoyo de la administración la reindustrialización europea es imposible”
Cierto. Las autoridades europeas y los Estados tienen que intervenir para reducir el disparatado coste de la energía, aligerar drásticamente las trabas burocráticas que asedian a las empresas, abaratar su financiación, reforzar los incentivos a la investigación y el desarrollo, y diseñar ambiciosos planes de formación. Lo primero pasaría por iniciativas como reducir los impuestos sobre los combustibles tradicionales o subsidiar aún más el consumo de renovables, apostar por fuentes de suministro más baratas como el shale gas o acabar con la enorme fragmentación del mercado interior.
La urgencia de lo segundo parece obvia cuando se ve que tres de las cinco mayores economías europeas ocupan puestos alarmantes en el ránking sobre facilidad para hacer negocios del Banco Mundial: Francia ocupa el número 31, España el 33 e Italia el 56. Dentro de los indicadores que tiene en cuenta esa institución se encuentra el acceso al crédito, un bien particularmente caro y escaso en estos momentos en los países que más lo necesitan y un factor que hace casi imposible que las pymes lideren como se espera el renacimiento industrial del Viejo Continente, algo todavía más difícil si se tiene en cuenta el recorte de la inversión pública en I+D dentro y fuera de las universidades.
Por último, el diseño de ambiciosos programas de capacitación en esos campus y también en escuelas técnicas para millones de profesionales se antoja cada vez más importante. El progresivo desmantelamiento de la industria en muchos países comunitarios ha provocado que ahora existan pocos perfiles cualificados y con la experiencia necesaria para dirigir las fábricas que vengan de vuelta. El problema, sin embargo, no se reduce sólo a los jefes.
Debido al fuerte impacto de la robótica, muchos de los conocimientos y tareas que antes eran fundamentales para el buen funcionamiento de una planta ahora son irrelevantes y, por eso mismo, los operarios tienen que actualizarse y ya no basta con una formación básica o aprender meramente el oficio desde abajo. Como colofón, algunos de los países más golpeados por la crisis como España han sufrido el estallido de una burbuja inmobiliaria que ha dejado millones de parados con un altísimo porcentaje de fracaso escolar. Uno de los destinos lógicos debería ser la industria pero van a necesitar mucha ayuda y durante muchos años para hacerse un hueco entre los superordenadores y las máquinas de altísima precisión. Merecen una segunda oportunidad y no podemos negársela. Ni a ellos ni a sus familias.
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