martes, 15 de noviembre de 2011

El Gobierno israelí arremete contra las ONG críticas con la ocupación



El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. / Pool (Getty Images)

“El Gobierno de Netanyahu solo quiere callar a la izquierda israelí. Esta ley es una excusa más”, dice Hagit Ofran, directora del departamento de Seguimiento de los Asentamientos en la ONG israelí Shalom Ajsav (Paz Ahora). Esta activista sufrió en primera persona uno de los últimos ataques de grupos radicales de la ultraderecha cuando días atrás recibió varias llamadas de teléfono amenazándola de muerte y su coche apareció con los cristales rotos y con pintadas como “Muerte a los izquierdistas”.

El proyecto de ley al que se refiere Ofran (promovido por dos miembros del Likud, el partido de Netanyahu) se aprobó el domingo por el Comité Ministerial para la Legislación y afectará principalmente a las ONG calificadas como “políticas” y que principalmente trabajan en la defensa de los derechos humanos en los territorios palestinos. Según esta ley, el techo máximo de ayuda procedente del exterior para cada una de estas organizaciones será de 20.000 shekels (unos 4.000 euros), lo que supone un serio riesgo para las finanzas de estas organizaciones.

Las ONG no podrán ingresar más de 4.000 euros de ayuda exterior

Incluso el partido ultraconservador Israel Beitenu, liderado por el titular de Exteriores, Avigdor Lieberman, presiona para que se apruebe una segunda iniciativa por la que se gravarían con un 45% las donaciones extranjeras dirigidas a aquellas organizaciones.

Sin embargo, las ONG no son las únicas que han puesto el grito en el cielo en lo que llaman una derechización salvaje de la política del Gobierno. Incluso en las entrañas del propio partido de Netanyahu, el conservador Likud, surgen voces discordantes. Una de ellas es la de Reuven Rivlin, presidente del Parlamento, acusado en varias ocasiones de politizar su cargo, supuestamente neutral. “Algunos dentro del Likud se están aislando incluso en casa”, decía este fin de semana en la sede de su partido en Tel Aviv en referencia a los dos diputados de su formación, Tzipi Hotovely y Ofir Akunis, que han impulsado la ley después del intento fallido por aprobarla el pasado verano.

El ministro de Exteriores israelí, Avigdor Lieberman. / MENAHEM KAHANA (AFP)

Entonces, el fiscal general del Estado la declaró inconstitucional, lo que paralizó, al menos momentáneamente, su aprobación en el Parlamento. Hotovely decía al término del Gabinete que “es el derecho del Estado de Israel no sucumbir a los intentos extranjeros para comprar influencia dentro de Israel”.

El Comité Ministerial para la Legislación también aprobaba el domingo varios proyectos de ley igualmente controvertidos. Uno por el que el Comité Constitucional del Parlamento (formado en su mayoría por legisladores conservadores) podrá vetar el nombramiento de cualquier juez en la Corte Suprema israelí. La última, una enmienda a la Ley Antidifamación, destinada a endurecer las penas por “comportamientos antinacionales” y donde los periodistas israelíes considerados de izquierdas son el principal blanco.

Tzipi Livni, líder de Kadima, principal partido de la oposición, decía tras conocerse la aprobación de los proyectos de ley que “Israel es el tipo de país donde todo el mundo puede decir sus opiniones, incluso si no nos gustan”. La experiodista Shelly Yachimovich, actual líder de Partido Laborista, iba más allá. “Netanyahu no puede seguir escondiéndose detrás de los miembros de su partido y lavarse las manos ante esta avalancha de leyes antidemocráticas”.

El Primer Ministro israelí parece haberse mostrado en su círculo más cercano contrario a la ley que reformaría el sistema judicial, pero sí ha dicho públicamente que apoyará la que limita la financiación de las ONG, aunque con algunas enmiendas. Entre ellas, elevar el techo financiero de 20.000 shekels y distinguir entre organizaciones de defensa de derechos humanos y otras de carácter político, lo que para su Ejecutivo son casi todas las que denuncian la actuación de su Gobierno. Estas iniciativas se someterán a debate parlamentario en los próximos días.

Viaje a la cárcel más cara del mundo


La cárcel de Guantánamo alberga a 171 prisioneros sospechosos de terrorismo: cada uno cuesta a los contribuyentes de Estados Unidos 587.000 euros al año



Una de las celdas de la prisión militar para supuestos terroristas en la base naval de Guantánamo. / JORGE A. BAÑALES (EFE)


La prisión de Guantánamo no es solo un dolor de cabeza diplomático y político para la Administración de Barack Obama. Según la Casa Blanca es, también, un agujero de dinero. Este centro de detención preventiva, en su gran mayoría vacío, alberga a 171 prisioneros. Cada uno le cuesta a los contribuyentes norteamericanos 800.000 dólares (600.000 euros) al año. En total, mantener a esos supuestos terroristas aquí, de forma indefinida, le supone a Estados Unidos 137 millones de dólares de sus presupuestos anuales, una cifra nada desdeñable en un contexto en el que el Congreso, en Washington, está buscando recortar 1,5 billones de dólares en el gasto público. A fecha de hoy, esta es la prisión más cara del mundo.

En los casi 10 años que esta cárcel lleva abierta en la base militar adosada a la isla de Cuba, el Pentágono se ha empeñado con esmero en lavar la imagen de centro de abusos y torturas a sospechosos retenidos eternamente. La mayoría de los 779 detenidos que se agolparon en su punto máximo en estas celdas han sido ya transferidos a otros países (cinco de ellos a España) o puestos en libertad. Algunos por pura necesidad. Aún se recuerda en esta prisión a un reo apodado Bob Media Cabeza, un preso que había sido herido de gravedad en el campo de batalla y que a todos los efectos prácticos tenía la edad mental de un bebé.

O el célebre Al Qaeda Claus, al que algunos soldados bautizaron así por su larga barba blanca. Tenía más de 100 años, algo que hace dudar de que cuando fue capturado en Afganistán fuera una amenaza muy creíble contra EE UU. Bill el Loco estuvo encarcelado unos pocos meses. Cuando llegó aquí comenzó a beberse su orina y a comerse sus heces. Pronto se le diagnosticó demencia. Esos casos y muchos otros, de equívocos e interpretaciones muy laxas de las leyes internacionales que rigen la guerra, quedaron al descubierto en abril, gracias a la publicación por parte de EL PAÍS y otros medios internacionales de los documentos secretos de Guantánamo, facilitados por el portal Wikileaks.

Y aunque el Ejército norteamericano se empeñe en demostrar lo adecuado que es ahora el trato a estos presos, a escasos metros de aquí resiste todavía Camp X-Ray, cárcel de infausta memoria. Es cierto: a día de hoy es más un museo, los vestigios de una prisión inhumana al aire libre que los soldados emplean para demostrar cuánto han mejorado. Solo estuvo abierta 90 días en 2002. Pero fueron 90 días de imágenes que dieron la vuelta al mundo, y no por buenos motivos.

El 6 de enero de 2002 el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld, arquitecto de esta catedral de las prisiones, le ordenó al general de brigada Michael Lehnert que construyera un centro de máxima seguridad dentro de la base naval de Guantánamo. Le dio un plazo de 96 horas. En cinco días llegarían los primeros 20 prisioneros, sospechosos de ser terroristas de Al Qaeda en Afganistán. Con lo que tenía, Lehnert construyó Camp X-Ray. Y le sobraron días. Es una perrera, no hay otra forma de describirlo: alhambrada, celdas de hormigón al aire libre, rejas, metal y cemento.

Aquí se agolpaban en 2002 los presos, maniatados, arrodillados, con los ojos y los oídos tapados, totalmente privados de sus sentidos, sin saber dónde se hallaban. Lucían —y algunos aún lucen— monos de color naranja porque en muchos países árabes ese es el color de los condenados a muerte. Es intimidación por atuendo.

Ahora, quienes visitan esta base y esta prisión de apariencia impoluta, se encuentran de bruces con un nuevo lema oficial: “Segura, humanitaria, legal, transparente”. Lo que antes se conocía como Camp Delta, la prisión de uso general, está ahora dividido en seis cárceles diferentes. Tres de ellas están vacías, pero se mantienen operativas. Camp 4 alberga a los presos de buena conducta. Se les identifica porque van vestidos de blanco. Se les ve jugando, a menudo, a fútbol en su patio exterior. Camp 5 es la cárcel de máxima seguridad. Allí se encuentran, aislados y vestidos con monos de color naranja, los presos más peligrosos, como el supuesto ideólogo de los atentados contra Washington y Nueva York de 2001, Khaled Sheikh Mohammed.

En total, 1.300 personas trabajan en este complejo carcelario. No son solo soldados. También hay intérpretes, cocineros, asesores culturales y psiquiatras. Los soldados controlan a los presos cada tres minutos, como mínimo. A aquellos que se encuentran aislados en Camp 5 se les controla cada 30 segundos. El sueldo medio de un oficial de la Marina asignado aquí a Guantánamo es de unos 2.900 dólares. Estas tropas cobran el mismo complemento de peligrosidad que sus compañeros reciben en el frente de guerra afgano, donde, a diferencia de aquí en Cuba, sí que hay ataques mortales con frecuenci