sábado, 4 de junio de 2011

El Mundo Como Debe Ser

A favor del mundo como debe ser, no del mundo como es. No es una consigna de los indignados. Es de Barack Obama, en su discurso sobre Oriente Próximo, pronunciado hace dos semanas y objeto de atención y polémica casi exclusivamente por sus palabras acerca de la negociación de la paz entre israelíes y palestinos a partir de las fronteras anteriores a 1967. Estamos ante un giro desde el realismo que había caracterizado las relaciones con las dictaduras hasta el idealismo que presidirá a partir de ahora la acción exterior estadounidense hacia la zona. Por una ironía de la historia, se trata de una modalidad del idealismo ejercido por George W. Bush, que pretendió extender la democracia por el Gran Oriente Próximo desde el foco creado con la invasión de Irak. Mientras que el idealismo activo de matriz neocon y militarista de Bush se estrelló contra la realidad y empeoró las cosas, el de Obama es sobre todo diplomático y reactivo, pues pretende acompañar el ritmo de los acontecimientos. Y más que una nueva política exterior es un volantazo obligado por las revoluciones democráticas. La explicación de Obama es diáfana. Hasta ahora interesaba el combate contra el terrorismo, frenar la proliferación nuclear, asegurar los flujos comerciales y salvaguardar la seguridad de la región y especialmente de Israel; objetivos a los que los europeos añadíamos el control de los flujos migratorios y la garantía de los suministros energéticos. "Este statu quo es insostenible", señaló Obama. Con humildad y sentido de la oportunidad histórica, Washington ofrece un nuevo comportamiento, a partir de los intereses y el respeto mutuos, no únicamente de una parte. La nueva relación se basa en el rechazo de toda violencia y represión contra los pueblos: de un plumazo quedan marcados los déspotas que ejercen la violencia contra sus ciudadanos. Además, en un programa democrático que no tiene nada de formal: no valen los pasteleos; la democracia no son elecciones tan solo, sino instituciones, equilibrio de poderes y respeto a las minorías. Y finalmente, en una atención política y económica, al estilo de la que Estados Unidos ha prestado por dos veces a Europa, la occidental a partir de 1945, y la oriental desde 1989, en este último caso con el protagonismo de la Unión Europea. Esta última se ha movido con reflejos similares. Después de las vacilaciones iniciales, cuando todavía se sostuvo a las dictaduras tunecina y egipcia, la UE también está virando. Dos minuciosos documentos de la Alta Representante de la Política Exterior relatan cómo será la nueva relación de los Veintisiete con los países que pugnan o incluso combaten por su libertad, para ayudar a construir sus democracias, conseguir un crecimiento sostenible y gestionar las relaciones transfronterizas. El marco institucional será la Política de Vecindad Europea, como los países de Europa oriental que no pertenecen a la UE. El nombre del proyecto, pomposo como suele ocurrir en estos casos, es el de Asociación para la Democracia y la Prosperidad Compartida. Su objetivo, crear una amplia zona de libre comercio. Y el camino, las relaciones bilaterales de cada país con la UE, que ofrecerá incentivos en función de los resultados obtenidos en las reformas políticas. También habrá una Fundación Europea para la Democracia para actuar sobre la sociedad civil y no solo en instituciones del Estado. Obama plantea una Iniciativa de Asociación Comercial e Inversora para Medio Oriente y Norte de África; el G-8 reunido en Deauville ha ofrecido 20.000 millones de dólares en empréstitos; y la UE ha hecho esta propuesta propia, en la que apenas hay lugar para la Unión por el Mediterráneo, la institución continuadora del Proceso de Barcelona, fundada por iniciativa española y luego reformada sin muy buena fortuna por obra y gracia de Nicolas Sarkozy. Tres iniciativas para un mismo problema sin apenas lugar para el liderazgo español y para una institución, la única europea, que tiene su secretaría en Barcelona.

Los Dictadores

El amor de los dictadores a sus pueblos no requiere demostración alguna. Puede medirse por el número y variedad de armas y municiones que emplean para mantenerlos en la vía del progreso y la paz social trazada por ellos, vía amenazada por enemigos internos y externos, por "bandas de facinerosos al servicio del terrorismo internacional". A la patética antología de propuestas de enmienda formuladas por Ben Alí y Mubarak en los días que precedieron a su derrocamiento en unas jornadas que mezclaban las dulces promesas de cambio con el consabido recurso al palo a secas -tal vez por aquello de "quien bien te quiere te hará llorar"-, podemos añadir en los últimos meses las de Gadafi, Bashar al Asad y el presidente de Yemen: aferrados a sus poderes clánicos, anuncian ceses de hostilidades, medidas apaciguadoras, calendarios electorales nuevos conforme a las demandas del pueblo. Es surrealista verles y escucharles en las pantallas de televisión mientras la cámara enfoca en contraplano manifestaciones multitudinarias o escenas de una guerra fruto del hartazgo popular de su poder dinástico acaparado desde hace décadas. El discurso de los dictadores se adapta, claro está, a la psicología y carácter de cada uno de ellos. El sobrecogedor mascarón de Gadafi vomita amenazas e insultos a los enemigos del pueblo (¡el pueblo es él!); Alí Abdulá Saleh dice una cosa un día y otra el siguiente, pero permanece pegado con cola a su sillón de mando; Bashar al Asad afirma compartir el dolor de las familias de las víctimas para aumentar a continuación a un ritmo escalofriante el número de éstas. De cuantas agitaciones sacuden al mundo árabe (y que se extiende en otro contexto a las del 15-M de la Puerta del Sol), la más valerosa y ejemplar es la de Siria. Tras el asedio brutal a Deraa, en donde se sitúa el epicentro de la contestación, Al Asad, pese a su cultivada imagen de hombre amable y conciliador, capaz de transformar el autoritarismo granítico de su padre en una dictablanda, no ha vacilado en enviar la artillería y carros de combate de la Guardia Presidencial y de la Cuarta División Acorazada a Homs, Lattaquié, Banias y a los suburbios "rebeldes" de la capital. Como sus colegas de Libia y Yemen, asegura que los manifestantes son manipulados por bandas salafistas y terroristas aunque la realidad lo desmienta. Los vídeos colgados en Facebook rebelan tan solo el machaqueo despiadado de quienes protestan de forma pacífica. El ejército y la policía, insiste no obstante Damasco, se entregan a operaciones de limpieza para preservar la paz. La paz de los cementerios para las víctimas y sus allegados. La situación estratégica de Siria, país fronterizo con Irak, Líbano, Jordania e Israel, explica la cautela de Obama en su discurso de la pasada semana. El varapalo a Gadafi y Alí Abdulá Saleh de quienes exigen la salida inmediata para dar paso a un régimen democrático, se reduce en el caso de Al Asad, negociador ineludible de un por ahora quimérico acuerdo de paz con Israel, a un mero tirón de orejas. El riesgo de una implosión sectaria como la que sufre Irak después de la fatídica invasión de 2003 no puede descartarse, pero no debe servir de coartada a un sistema opresivo que desprecia la vida de la población, a una dictadura que se ha quitado la máscara dialogadora que exhibía cuando visité Damasco hace poco más de un año. Las represiones violentas del poder, sean las de Libia, Siria o Yemen, requieren también una condena tajante por parte de la mal aglutinada Unión Europea, que solamente ahora abre los ojos a las tropelías y abusos de unos líderes que sostenía hasta ayer por bajos intereses económicos y a quienes vendía sus armas, bombas de racimo incluidas. Para defender los logros y conquistas del pueblo, escuchamos aquí, allá y acullá, estamos dispuestos a todo: a sacrificar incluso al propio pueblo. El amor de los dictadores árabes y no árabes -no está de mas recordar el ejemplo de los Ceaucescu y compadres- a la patria con la que se identifican no tiene otro límite que la muerte, ya sea la suya propia, ya la de un número en verdad secundario de sus bienamados súbditos.

los limites de G-8

El G-8 que ha tenido lugar en Deauville como preludio a las reuniones del G-20 ha demostrado a la vez los límites y los méritos de este tipo de asambleas. Claro está que resulta fácil ironizar sobre estas grandes congregaciones que concluyen gloriosamente con las declaraciones de intenciones de los jefes de Estado y de Gobierno de los países participantes, largamente sopesadas por sus asistentes y que, mucho me temo, una vez enunciadas, se pierden en las arenas del desierto. También cabe observar que estas manifestaciones suelen derivar en gigantescas operaciones de imagen en beneficio del presidente o del jefe de Gobierno del país anfitrión: Nicolas Sarkozy no ha sido una excepción a la regla, y menos teniendo en cuenta que, a solo 11 meses de las elecciones presidenciales, la reivindicación de su estatura internacional es un elemento clave en su intento por reconquistar a la opinión pública francesa. En cambio, podemos felicitarnos de que este G-8 de Deauville haya marcado dos avances. El primero es la adhesión de Rusia -a condición de precisar que estaba representada por el presidente Medvédev, sin su primer ministro Putin- al ultimátum lanzado por Europa y Estados Unidos contra el coronel Gadafi. Norteamericanos, franceses, británicos y rusos están pues de acuerdo oficialmente en pedir la retirada del coronel Gadafi, en un momento en que ya están seriamente entabladas las conversaciones con el entorno de este para articular una solución política que permita organizar unas elecciones libres. Puede parecer un asunto menor, pero si Medvédev triunfase en Rusia, eso empujaría a este país hacia una lógica diplomática y estratégica más cercana a la europea que a la de China, India o Brasil, que se opusieron a la intervención en Libia. El segundo avance es la decisión de ayudar económicamente -y hasta un monto de 20.000 millones de dólares- a los países árabes que se han deshecho de sus dictadores e intentan adoptar una vía democrática. Es cierto que sin esa ayuda parece difícil que Túnez, y sobre todo, Egipto puedan salir adelante, pero no lo es menos que estos anuncios a bombo y platillo no siempre vienen seguidos de una ejecución práctica. Sin embargo, subsiste la impresión difusa de que esta clase de ejercicio está alcanzando sus límites. Esencialmente porque el G-8 ya no es la instancia pertinente para tratar las grandes cuestiones internacionales. Afortunadamente, durante la crisis financiera fue reemplazado por el G-20. Y hasta se puede considerar que reúne, entre Estados Unidos, Japón y los países europeos, a aquellos que ayer tenían una posición dominante y hoy están enredados en sus problemas de deudas. Dentro del mismo G-8 hay una disociación evidente entre Europa y Estados Unidos que se traduce, por parte de este último país, en una política basada en un dólar débil y en poner de relieve las deudas europeas, cuando el nivel de endeudamiento de Estados Unidos alcanza cifras astronómicas. Por el contrario, en el seno del G-20, se organizan ante nuestros ojos las nuevas relaciones de fuerzas planetarias con la afirmación cada vez más clara del apetito que anima a los recién llegados: China, India y Brasil. Una de las primeras medidas, ya sea de la capacidad de estos últimos para ampliar su ventaja o, por el contrario, de la capacidad de los miembros del G-8 para resistirse, la dará el reemplazo de Dominique Strauss-Kahn a la cabeza del FMI. Esta institución, que bajo la dirección de DSK ha conocido profundas transformaciones y se ha convertido en un actor viable de la reorganización del sistema monetario internacional, es reivindicada por los denominados países emergentes, mientras que Europa tiene el mayor interés en preservar su posición. Por eso los dirigentes europeos apoyan sin dudar la candidatura de Christine Lagarde, actual ministra francesa de Economía. Se dice que Estados Unidos le ha hecho una promesa a Brasil. Para los europeos será pues una nueva ocasión para constatar que, cada día más, la historia les impone más unidad, más solidaridad, más coherencia, si quieren evitar quedar relegados a un papel de figurantes, por ejemplo a través de un G-8 con una influencia aparente pero en absoluto real.

miércoles, 1 de junio de 2011

La Alianza Atlántica acuerda extender tres meses más su misión en Libia


El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen. | Ap

El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen. | Ap




Los países de la OTAN han acordado este miércoles extender por 90 días más, hasta finales de septiembre, su misión en Libia, según ha anunciado el secretario general de la organización, Anders Fogh Rasmussen.

"Esta decisión envía un claro mensaje al régimen de Gadafi:'estamos determinados a continuar nuestra operación para proteger al pueblo de Libia. Mantendremos nuestros esfuerzos para cumplir con el mandato de Naciones Unidas'", ha señalado la OTAN en un comunicado.

La Alianza Atlántica asumió el control de las operaciones internacionales en Libia el pasado 31 de marzo y aprobó un plan de operaciones por 90 días, que vencían a finales de junio.

Con la decisión de este miércoles, las acciones de la OTAN podrán continuar en el país norteafricano por tres meses más.

Este tipo de pasos requiere el apoyo unánime de los 28 estados miembros, que en marzo necesitaron de interminables reuniones para acordar la activación del dispositivo militar.

"Nuestra decisión también envía un claro mensaje al pueblo de Libia: 'la OTAN, nuestros socios, toda la comunidad internacional, está con vosotros. Estamos unidos para asegurar que podéis moldear vuestro propio futuro. Y ese día se está acercando", ha añadido Rasmussen.

La Alianza dijo el pasado martes ver claras señales de fractura en el seno del régimen de Muamar Gadafi después de las últimas deserciones de altos mandos del ejército.

En las últimas semanas, la OTAN ha intensificado sus ataques, en especial, sobre la capital con el fin de debilitar la capacidad militar del régimen.

Desde que comenzó sus operaciones en Libia, los aviones de la Alianza han llevado a cabo cerca de 9.000 salidas, de las cuales más de 3.000 han sido de ataque.

Junto a su operativo aéreo, la OTAN controla por vía marítima la aplicación del embargo de armas decretado por la ONU sobre Libia.

Once objetivos libios en 24 horas

Las fuerzas aliadas han destruido al menos once objetivos militares del régimen libio en las últimas 24 horas en unas 48 misiones de ataque planeadas, incluidos un depósito de vehículos militares y tres lanzaderas de misiles tierra-aire en las proximidades de la capital, Trípoli, según ha informado la OTAN en un comunicado.

En las últimas 24 horas, las fuerzas aliadas han destruido también un tanque y tres fusiles acoplados a blindados cerca de Misrata, la única ciudad en el oeste del país bajo control rebelde que sigue siendo atacada "ocasionalmente" por las fuerzas del régimen aunque "desde posiciones más alejadas" de la ciudad, según confirmó el martes el portavoz militar de la operación, el comandante británico Mike Bracken.

La OTAN también ha informado de la destrucción de un depósito de municiones próximo a la localidad de Mizdah, otro depósito y un fusil de acople a un blindado en Hun, una base de mantenimiento de tanques en las proximidades de Az Zawiyah, así como otro fusil de acople y un cohete en las cercanías de Brega en los últimos bombardeos lanzados.

Ultima Noticia, segun BBC de Londres

Egipto: Mubarak y sus hijos serán

juzgados el 3 de agosto


El ex presidente de Egipto Hosni Mubarak y sus dos hijos serán juzgados a partir del 3 de agosto ante un tribunal penal de El Cairo por su papel en el asesinato de manifestantes y por presuntos sobornos, dijeron fuentes judiciales.

Mubarak, derrocado el 11 de febrero después de manifestaciones masivas que exigían su renuncia tras 30 años en el poder, ha sido cuestionado por su papel en un operativo que llevó a la muerte de más de 800 manifestantes y es investigado por corrupción.

Si es declarado culpable, el ex mandatario podría enfrentar la pena de muerte por homicidio premeditado.

Todo en familia: las "dinastías políticas" de América Latina


Keiko Fujimori y Alberto Fujimori en el año 2000

Keiko Fujimori busca alcanzar la Presidencia en la elección de este domingo.

Que todo quede en familia. Esa parece ser la lógica que ha imperado en algunos gobernantes en América Latina en aras de que el poder se perpetúe entre consanguíneos.

¿El resultado? Las dinastías políticas, o al menos un modelo con ciertas similitudes.

América Latina las ha tenido de distinto tipo. Y esta semana, si se cumple lo que indican algunas encuestas, podría encumbrarse una más. La de los Fujimori.

Alberto Fujimori, hoy condenado por violaciones a los derechos humanos, presidió Perú entre 1990 y 2000.

Su hija, Keiko Sofía, puede convertirse el domingo en presidenta si se impone en la segunda vuelta a Ollanta Humala. Su hermano Kenji fue el congresista más votado en la primera vuelta de abril.

Además, Santiago, hermano de Alberto, también forma parte del congreso desde 2006.

Herencia de sangre

Si llegaron hasta ahí, se lo deben en parte a su apellido. Pero, ¿qué hay detrás de este "carácter hereditario" en la política latinoamericana?

El sociólogo peruano Sinesio López Jiménez apunta a la debilidad de los partidos políticos.

"Han colapsado y en la práctica han desaparecido. Los grandes actores son los caudillos. Todo es muy personalista. Y Keiko y Kenji actúan como interpósitas personas del caudillo preso", le dice a BBC Mundo.

"En la práctica es como una dinastía, porque la hija o el hijo, políticamente hablando, no son nada sin el padre. Si están en política es porque lo hizo Fujimori y el buen recuerdo que algunos tienen de él", agrega el investigador de la Universidad Católica de Perú.

"En la práctica es como una dinastía, porque la hija o el hijo, políticamente hablando, no son nada sin el padre. Si están en política es porque lo hizo Fujimori y el buen recuerdo que algunos tienen de él"

Sinesio López Jiménez, sociólogo peruano

López señala otro factor que sirve de catalizador del carácter hereditario de la política: "Es típico que en las sociedades latinoamericanas se vea a la tradición como fuente de legitimidad. Hay experiencia en el manejo de la cosa pública y entonces la gente se apega a esos apellidos".

En la misma línea se expresa el historiador uruguayo Lincoln Maiztegui Casas quien opina que la aparición, y la permanencia, de las llamadas dinastías es "una característica de este tipo de sociedades, muy estratificadas, donde los sectores que tienen el poder económico y social lo trasladan a la política".

El sociólogo e historiador argentino Marcos Novaro prefiere no hablar de dinastías políticas, "es una exageración, no es tan así, los 'herederos' tienen que probar que también tienen legitimidad política”.

"La impresión que tengo es que hay una clase política, que con algunas modificaciones, se ha mantenido en el poder desde los inicios del país", agrega Maiztegui quien destaca el caso de la familia Batlle en Uruguay, que ha dado cuatro presidentes al país, el primero en el siglo XIX y el último a principios del XXI.

"Cuando el país no tiene un sistema sólido, con partidos e instituciones fuertes empiezan los problemas. Y eso, con unas pocas excepciones, es la norma en América Latina", agrega el historiador.

Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas, reconoce que la debilidad del Estado favorece la primacía de lazos familiares y sostiene que en países con partidos políticos más fuertes, como Brasil, Chile o Uruguay, esto no suele pasar.

Mi mujer, la presidenta

Sandra Torres, candidata a la Presidencia de Guatemala

Tras ocho años de matrimonio, Sandra Torres se divorció del presidente de Guatemala, Álvaro Colom.

Aunque América Latina no es la única región en contar con dinastías políticas, ha dado casos emblemáticos, y puede seguir ofreciendo ejemplos de traspaso de poder entre familiares.

En Guatemala podría haber un cambio de mando entre dos ex esposos.

Álvaro Colom lidera el país desde 2008 y el año que viene debe dejar el cargo.

Ante la imposibilidad constitucional de que un familiar o un pariente postule al cargo, se divorció –en una polémica medida– de su esposa, Sandra Torres, quien ahora tiene vía libre para aspirar a la Presidencia en los comicios de septiembre.

Otra ex primera dama ya coquetea con el poder: Xiomara Castro, esposa del ex gobernante de Honduras Manuel Zelaya, sueña con ser candidata en 2013.

En Costa Rica, el hermano del ex presidente Óscar Arias (1986-1990 y 2006-2010), Rodrigo Arias, podría convertirse en mandatario en 2014.

¿Peligros?

"En principio no es algo deseable porque las virtudes políticas no se heredan. Pero no me parece necesariamente algo peligroso para la democracia"

Lincoln Maiztegui Casas, historiador uruguayo

¿Qué riesgos conlleva que el poder quede en familia?

"En principio no es algo deseable –dice Maiztegui–, porque las virtudes políticas no se heredan. Pero no me parece necesariamente algo peligroso para la democracia, siempre y cuando actúen dentro de las instituciones".

Novaro, director del Programa de Historia Política de la Universidad de Buenos Aires, opina que no es la situación ideal, "en su versión extrema es ingobernable. Vivimos en países latinos donde se confía poco en las reglas públicas, pero a veces también puede ser eficaz".

BBC Mundo repasa algunos ejemplos de la impronta familiar en la política latinoamericana.

EN FAMILIA

LOS KIRCHNER (Argentina)

Cuando llegó al poder Néstor Kirchner en 2003, su esposa Cristina Fernández, ya era senadora. Ante la imposibilidad de ser reelecto, le tocó el turno de alcanzar la Presidencia a la actual mandataria. Y hasta la muerte del ex presidente el año pasado, era vox pópuli que en 2011 era el tiempo para otro mandato suyo. Este año, aunque aún por confirmarse, todo parece indicar que Fernández volverá a optar al cargo. Podría enfrentarse a Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente Raúl Alfonsín (1983-1989).

LOS PASTRANA, LOS SANTOS Y LOS LÓPEZ (Colombia)

Misael Pastrana Borrero fue presidente de 1970 a 1974. Años más tarde llegó su hijo: Andrés Pastrana Arango (1998-2002).

Alfonso López Pumarejo fue mandatario de 1934 a 1938, y luego de 1942 a 1945. Su hijo, Alfonso López Michelsen, fue presidente entre 1974 y 1978.

El actual mandatario, Juan Manuel Santos Calderón, también viene de una familia con tradición política. Su tío abuelo Eduardo Santos Montejo ejerció la Presidencia entre 1938 y 1942 y su primo Francisco Santos Calderón fue vicepresidente durante el gobierno de Álvaro Uribe (2002–2010).

COSTA RICA

Costa Rica tiene tres ejemplos de padre e hijo que alcanzaron la Presidencia.

Jesús Jiménez Zamora (1863–1866 y 1868–1870) – Ricardo Jiménez Oreamuno (1910–1914, 1924–1928 y 1932–1936)

Rafael Calderón Muñoz (1940 –1944) – Rafael Calderón Fournier (1990–1994)

José Figueres Ferrer (1953–1958 y 1970–1974) – José Figueres Olsen (1994–1998)

Ahora, Rodrigo Arias, hermano del expresidente Óscar Arias (1986–1990 y 2006–2010) –de quien fue ministro de la Presidencia en ambos mandatos– se presentaría en los comicios de 2014.

LOS FREI (Chile)

Eduardo Frei Montalva fue presidente entre 1964 y 1970, entre 1994 y 2000 lo hizo su hijo: Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

LOS CASTRO (CUBA)

Fidel Castro gobernó Cuba desde 1959 (primero como Primer Ministro y después como Presidente del Consejo de Estado). Su hermano Raúl lo reemplazó en 2006, primero interinamente y oficialmente desde el 2008.

LOS TORRIJOS (Panamá)

El general Omar Torrijos fue líder de facto de Panamá entre 1968 y 1981. Su hijo Martín fue presidente de 2004 a 2009.

LOS BATLLE (Uruguay)

Los Batlle dieron cuatro presidentes. El más reciente, Jorge Batlle Ibáñez, gobernó entre 2000 y 2005. Décadas atrás (1947-1951) su padre Luis Batlle Berres ya lo había hecho. Éste era sobrino de otro mandatario, José Batlle y Ordoñez (1903-1907 y 1911-1915), quien había tenido el ejemplo de su padre,Lorenzo Batlle y Grau, jefe de Estado entre 1868 y 1872.

Leader Transcends Complex Politics of Turkey


BURSA, Turkey — The cries tumbled from a balcony as Prime Minister Recep Tayyip Erdogan swaggered down the campaign trail in this picturesque industrial city and former Ottoman capital. “Papa Tayyip!” went the refrain, drawing a wry smile from the man himself.

Tolga Bozoglu/European Pressphoto Agency

Supporters of Turkey's governing Justice and Development Party shouted slogans at an election rally in Istanbul on Monday.


Adem Altan/Agence France-Presse — Getty Images

Supporters of Prime Minister Recep Tayyip Erdogan at a rally in Ankara, Turkey, on Sunday, ahead of June 12 elections.

The words may have lacked the weight of “Father of the Turks,” the title given Mustafa Kemal Ataturk after he established modern Turkey in 1923. But it said much about Mr. Erdogan — arrogant and populist to detractors, charismatic and visionary to supporters — who will soon enter his second decade as leader of a country he has helped transform.

As Turkey heads to an election on June 12 — the size of Mr. Erdogan’s majority the only question — the country faces an Arab Spring, which took it by surprise; ambitions that stretch beyond its means; and growing fears that Mr. Erdogan’s eight years in office have decisively shifted power from the old secular elite and toward his party and the merchant class, migrants and downtrodden that it courts.

But even his critics acknowledge that this country of 79 million is a far different place from the one he inherited, emerging as a decisive power in a region long dominated by the United States.

Though Turkey is still dogged by unemployment, its businesses are booming. In foreign policy, it is acting like the heir of the Ottoman Empire that preceded it, building relationships with Iran and Arab neighbors at the expense of Israel.

And in age-old questions of identities that have haunted the country — Kurdish and Turkish, secular and religious — the party has governed at a time when those divisions seem less pronounced and possibly less relevant to a modernizing country.

The electoral power in Turkey is Mr. Erdogan’s Justice and Development Party, known by its Turkish acronym AK, as it has been since it won its first election in 2002. But the undisputed force in the country is Mr. Erdogan (pronounced ERR-doh-ahn), a 57-year-old former mayor of Istanbul, semiprofessional soccer player and favorite son of Kacimpasha, a neighborhood known for its tough and outspoken men (and women, too, some say).

While polls suggest that his party wins its votes through a campaign message that casts its leaders as modernizers, populists and devout custodians of the poor, Mr. Erdogan is far bigger than the party.

A recent survey found that half of its votes came by way of the prime minister himself, a popular mandate his party has used to push through economic reform and challenge the power of the old elite through constitutional amendments, court cases and, some say, intimidation.

“He’s a phenomenon, really,” said Yilmaz Esmer, a professor of political science at Bahcesehir University.

At a rally this month in Koaceli, another industrial town, Mr. Erdogan strode into a stadium packed with tens of thousands of supporters with the swagger of a brawler, legs slightly apart and stooped shoulders swaying. A crowd that had waited hours grew ecstatic. Mr. Erdogan took the stage in a suit with no tie, his hard stare hidden behind sunglasses.

“We didn’t come to rule!” he declared to adulation. “We came to serve you!”

Mr. Erdogan compares well with any orator in the region, and has an innate sense of his audience. He is part Friday preacher, part neighborhood rabble-rouser, styling himself as an underdog even as he holds unquestioned power.

He is deeply pious, but his speech was short on religious fare. The message was instead Mr. Erdogan’s trademark synthesis of populism, nationalism and moralism, wrapped in a litany of schools built, roads paved, sewers rehabilitated and hospitals refurbished. “We did all of this, and we’ll do better now,” he promised. As with the party’s appeal, his crowd was a cross section of Turkey, with a large group of the hard faces of the disenfranchised in the heartland of Anatolia that Mr. Erdogan courts.

“I’ve liked him ever since he was mayor of Istanbul,” said Mahmune Uyan, a 46-year-old homemaker who brought her three sons to the rally and draped herself in an orange party flag. “Since then, he was a brother in this world and the world to come.”

Mr. Erdogan’s style of populism dates from the 1950s in Turkey. He is said to have sold lemonade and sesame buns as a youth in Kacimpasha, and the residents there revere him as a favorite son. At the Saray Cafe, festooned with Mr. Erdogan’s portraits, Yasar Kirici, the owner, insisted that the prime minister knew every resident by name.

    On the wall was a portrait of Mr. Erdogan side by side with Mr. Ataturk. Another showed him at a neighborhood circumcision ceremony. A large portrait captured him berating President Shimon Peres of Israel at a meeting in Davos, Switzerland, in 2009.

    There is a longstanding debate over whether Turkey has tilted east after decades of embracing the West as a NATO member and almost reflexive ally of the United States. It still nominally embraces the goal of joining the European Union, carrying out reforms mandated by the entry process that have made Turkey a far more liberal place.

    But sensing a decline of American power in the region, Turkish officials have become sharply more assertive in the Middle East, priding themselves on keeping open channels to virtually every party.

    The policy falls under the rubric of “zero problems” with its neighbors, though successes have been few. Problems remain with Armenia, and Turkey was unable to resolve the conflict in Cyprus, still divided by Greek and Turkish zones. Once serving as a mediator between Syria and Israel, its relationship with the latter collapsed after Israeli troops killed nine people onboard a Turkish flotilla trying to break the blockade of Gaza.

    “The problem lies with Israel,” Mr. Erdogan said bluntly in an interview.

    Its own officials admit that the Foreign Ministry remains too small for its ambitions as a regional power. At least $15 billion in investments were lost in the civil war in Libya. And Syria — viewed as Turkey’s fulcrum for integrating the region’s economy — faces a revolt that has tested Mr. Erdogan’s friendship with President Bashar al-Assad. While some see Egypt as a newfound ally of Turkey, others view it as an emerging rival in a region where Mr. Erdogan remains one of the most popular figures.

    The optimism derives from Mr. Erdogan’s greatest legacy — an economy that has more than tripled since 2002 and whose exports have gone to $114 billion a year from $36 billion. Europe remains its pre-eminent market, but its businessmen have plied Ottoman trade routes with a sense of unabashed optimism at untapped markets. Many hail from Anatolia, sharing the party’s ideology of social conservatism and economic liberalism, with a hint of nostalgia for the old empire.

    They like to recite Mr. Erdogan’s contention that Turkey will be Europe’s second biggest economy after Germany by 2050. The confidence Mr. Erdogan sometimes inspires is so pronounced it borders on jingoism.

    “We don’t want to be a second- or third-rate people,” said Hakan Cinkilic, the foreign trade manager of Sun Pet, a plastics factory in Gaziantep, near the Syrian border, whose exports have more than doubled in three years. “We should be first.”

    The sense of ebullience seems to have washed across the longstanding divides in the country. They, of course, still exist. Many intellectuals fear that a resounding victory next month will allow Mr. Erdogan’s party to rewrite the Constitution, with little input from the opposition, perhaps even creating a presidential system, which Mr. Erdogan has suggested.

    Mr. Erdogan’s own authoritarian streak — his sensitivity to caricatures, disdain of criticism and methodical attempts to dismantle the old-guard secular elite in the military and courts — has lost the party some of the liberal support that it had early on.

    One professor called Mr. Erdogan arrogant, then pleaded for the quote not to be published, fearing he might lose his job. But even he acknowledged that the longstanding fears that Mr. Erdogan would impose his piety on the country had not come to pass.

    The main opposition party has tried to extract itself from debate over religious versus secular emphasis, judging it a losing stand in a conservative country. Where once Mr. Ataturk was the rallying cry for secular Turkey, the opposition’s leader hardly mentions him by name.

    Recent polling has suggested that voters themselves are less wed to the old definitions of secular and religious in a country where Mr. Ataturk once considered putting pews in mosques and introducing classical Western music at services.

    In a survey last year by Iksara, a local firm, voters between the ages of 18 and 25 were asked to identify their ideological stands. More than a third of Mr. Erdogan’s supporters offered Kemalist, the ideology of Mr. Ataturk, as one of their identities.

    “People are tired of old identities, this nationalist divide, this religious divide,” said Selcuk Sirin, a professor at New York University who helped with the polling.

    “There’s a generational issue here,” he added.


    LAS COORDENADAS INTERNACIONALES DEL 15-M



    Las protestas ciudadanas en España reflejan el divorcio cada vez mayor entre sociedad y política que vive Europa, así como las carencias de sus sistemas democráticos. Tras la ‘primavera árabe’, ¿habrá un ‘verano europeo’?

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    AFP/Getty Images


    El joven carácter del movimiento 15-M (o #15m) hace imposible aún avanzar un análisis sistemático del mismo. En las poco más de dos semanas que los indignados llevan en las plazas del país, se han llevado a cabo casi tantas interpretaciones del movimiento como individuos se han acercado a él. Sin embargo, no se debe ignorarse la dimensión internacional, ya que dejaría una imagen incompleta de lo sucedido.

    Un primer elemento de las protestas es el papel jugado por las redes sociales (Facebook y Twitter). Esto hace del 15-M un ejemplo más de la importancia global de las nuevas tecnologías en la política: desde WikiLeaks a las movilizaciones ciudadanas en casos tan diversos como la campaña electoral de Obama, las protestas en Irán o las revoluciones en Moldavia, Túnez y Egipto. Además, el 15-M ha tenido una importante repercusión mediática internacional: el Washington Post fue uno de los primeros medios en recoger la protesta; el diario francés Libération dedicó su portada a la “primavera ibérica”, y en su editorial el británico The Guardian alabó el mensaje de las plazas españolas.

    Sin embargo, esta repercusión no ha sido totalmente accidental. Desde un primer momento los pioneros de la #acampadasol han tenido claro su carácter internacional: enfatizaron la búsqueda de traductores para los comunicados; la bandera de Egipto ha presidido la plaza durante días y las conversaciones en Twitter se han organizado alrededor de hash-tags como #spanishrevolution y #globalcamp. Las pancartas pidiendo el alzamiento de los “pueblos de Europa” han sido contestadas con letreros en español en las protestas frente al Parlamento griego y en la reciente acampada (frustrada) en la Plaza de la Bastilla de París. Visto el reconocimiento dado en la madrileña Puerta del Sol a la “revolución islandesa” y a la juventud portuguesa, cabe preguntarse si las protestas españolas constituyen un salto cualitativo que pueda llevar a un verano europeo tras la primavera árabe.

    Antes de avanzar en estas comparaciones conviene examinar en detalle las causas del movimiento 15-M; circunstancias que parecen, en gran parte, específicamente españolas. La tasa de paro más alta de la Unión Europea –que entre los jóvenes, incluidos los altamente formados, sobrepasa el 40%– y un mercado laboral dominado por la precariedad; el alto precio de la vivienda y los bajos sueldos han ido minando las esperanzas de lo que el FMI ha definido como “generación perdida”. Ni estos indicadores ni la ortodoxa respuesta del Gobierno socialista, forzado a realizar recortes sociales sin precedentes, parecían generar una respuesta desde la sociedad. En Grecia las medidas de recorte fueron contestadas en las calles, en Francia los estudiantes lideraron las protestas contra el aumento en la edad de jubilación. En España, los jóvenes parecían aceptar resignados tanto la crisis como la respuesta política a esta. De forma invisible, sin embargo, la insostenible situación ha ido generando un resentimiento y frustración que se han acumulado hasta desbordarse.

    Explicar la intensidad y la forma en que se ha manifestado todo ese resentimiento requiere tener en cuenta otro aspecto definitorio del contexto español: su sistema político. Los factores socioeconómicos apuntados explican la frustración de la sociedad; sin embargo la principal causa de indignación –y el objetivo central de las protestas del 15M– es la clase política. Un sistema marcadamente bipartidista, una excesiva tolerancia política frente a la corrupción y la connivencia de los medios de comunicación con todo esto, han sido señalados como síntomas de la pobre calidad democrática en España. Los lemas coreados en las plazas y el consenso de mínimos de la acampada madrileña reflejan el enfado y la oposición a un sistema democrático que ha permitido que durante la crisis los intereses de las grandes fortunas y empresas hayan prevalecido sobre los de los ciudadanos de las clases medias y trabajadoras. Esta crítica ha sido articulada por el movimiento “¡Democracia Real Ya!”, organizadores de la manifestación del 15-M, pero ha tenido una resonancia entre la población mucho más grande de lo imaginado. Los miles de personas que tomaron las calles el 15-M (ante la inicial indiferencia política y mediática) así lo atestiguan. A medida que han avanzado los días, este apoyo no ha hecho sino extenderse de los jóvenes al resto de la sociedad. Parados, precarios, clases medias y pensionistas han tomado las plazas enfurecidos por decisiones políticas como la prohibición de la Junta Electoral y los frustrados desalojos de Sol y Barcelona. Actuaciones que han demostrado de forma aún más inequívoca hasta qué punto la clase política se encuentra alienada de la realidad social.

    Las carencias democráticas en España y Europa son suficientes para hacer necesaria una renovación cívica y política

    Entender el 15-M principalmente como una protesta frente a la pobre calidad democrática es algo que parece acertado, y que abre la puerta a posibles resonancias entre los ciudadanos de otros países europeos. Durante años en Europa, la brecha entre la sociedad y los políticos no ha hecho sino aumentar; ahora, el frenazo económico ha demostrado la relevancia de esta carencia. La frustración social generada por las ganancias de los ejecutivos y el tratamiento dado a los bancos (en Islandia e Irlanda); las demandas de los mercados e instituciones financieras (en Grecia) o los abusos y poca representatividad de la clase política (recuérdese el escándalo de las dietas que sacudió Reino Unido), son ejemplos del divorcio cada vez mayor entre sociedad y políticos. Esto constituye un importante problema estructural que puede generar diversas respuestas. Frente a la parálisis y la falta de ideas europeas, una de las contestaciones que parecen tener más fuerza es el populismo nacionalista –como demuestra el auge de formaciones xenófobas y de extrema derecha en numerosos países. Frente a esta opción, la sociedad civil puede constituir una fuente de inspiración para el futuro europeo a medio y largo plazo.

    Es aún pronto para avanzar un análisis certero sobre el 15-M; sin embargo su carácter honesto, plural y radical (en el sentido más puro de la palabra: etimológicamente de raíz), es un importante motivo para el optimismo. Jóvenes en la Puerta del Sol hablaban de llevar a cabo “nuestra Transición”, lo que ejemplifica tanto el deseo de renovación democrática, como la poca estima en que se tiene al sistema actual. La pregunta clave –y aún por contestar– es qué forma tomará el 15-M para garantizar su supervivencia y sus posibilidades de éxito. Una protesta continua y masiva en la calle necesita de unas energías que el 15-M no puede garantizar –a menos que las decisiones políticas ayuden como hasta ahora. Dos líneas de actuación parecen dibujarse: una serie de demandas claras para su adopción por el sistema político (#consensodeminimos), y el traslado de las dinámicas participativas y horizontales generadas en las plazas a los barrios para cimentar un proceso de renovación cívica local a largo plazo.

    Sol no es Tahrir –como dejó claro Sarkozy al ser preguntado en la cumbre del G-8– por dos motivos tan claros como reveladores de la importancia del 15-M para Europa. El Estado de Derecho español no es comparable con el régimen autoritario de Mubarak (pese a que la brutalidad policial deja claro que salir a la calle no está exento de peligros). Sin embrago, creer que esta diferencia hace innecesarias manifestaciones como la del 15-M es un error. Las carencias democráticas en España y Europa son suficientes para hacer necesaria una renovación cívica y política. En segundo lugar, la falta de un objetivo tan claro y simbólico como es la marcha de un dictador añade dificultad a la hora de movilizar a la población española. Esto recalca el valor de lo conseguido hasta ahora y puede resaltar la existencia de puntos comunes con la ciudadanía de una Europa cuyos líderes parecen empeñados en empujar hacia el abismo.