viernes, 3 de febrero de 2012

CÓMO ATACARÁ ROMNEY A OBAMA




Un vistazo al futuro de los grandes debates de política exterior de las elecciones generales.

No se crean todo el revuelo levantado por las primarias. Con gran probabilidad, el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney saldrá de New Hampshire con un buen impulso, para después aplastar a sus rivales en Carolina del Sur y lograr tener la nominación republicana a la presidencia solucionada hacia finales de enero.
Ahora que su coronación parece bastante asegurada, Romney puede dedicarse a la más estimulante tarea de prepararse para unas elecciones presidenciales contra quien en la actualidad ocupa el cargo, Barack Obama. Mientras que probablemente es en su gestión de la economía donde el Presidente estadounidense presenta su mayor vulnerabilidad a los ataques, es seguro que la política exterior saldrá también a relucir. Pero el Obama que se presenta a esta carrera es un candidato muy diferente en materia de seguridad nacional del que se enfrentó a John McCain en 2008. He aquí cinco áreas clave en las que es probable que Romney vaya a por el presidente estadounidense:
IRÁN
  
 
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Parece garantizado que la República Islámica, un enemigo implacable de Estados Unidos durante tres décadas, será el más importante tema de política exterior en las elecciones. Romney ha planteado sus argumentos en términos tajantes. “Si reelegimos a Barack Obama, Irán tendrá un arma nuclear […] Si me elegís como presidente, Irán no tendrá un arma nuclear”. En su errático discurso de la victoria en Iowa, Romney comenzó no con la castigada economía estadounidense, sino con el régimen de los ayatolás: “Irán está a punto de conseguir armamento, aquí, a la vuelta de la esquina, y este presidente ¿qué es lo que ha hecho al respecto? Dijo que emplearía una política de compromiso. ¿Y cómo le ha salido eso?”. El presidente estadounidenses ha defendido su actuación, diciendo que la Administración ha “impuesto las más duras sanciones a Irán de la historia” y que como resultado de las iniciativas lideradas por Washington “hoy Irán está aislado y el mundo está unificado”. La forma que tome este debate en los próximos meses con toda probabilidad vendrá determinada por lo que suceda en Oriente Medio. Los movimientos de Irán, como el reciente comienzo del proceso de enriquecimiento en unas instalaciones de Qom y la agresiva retórica de Teherán respecto al estrecho de Ormuz, darán a Romney munición para decir que las política de Obama han fracasado, mientras que la actual Administración les quitará importancia considerándolos bravatas desesperadas de un régimen cada vez más aislado.

RUSIA
Rusia realmente no ha ocupado un lugar muy importante en las primarias republicanas, pero con Romney como el previsible nominado podemos esperar que resurja. Romney ha descrito el nuevo tratado START, bajo el que Rusia y Estados Unidos acordaron reducir sus arsenales nucleares, como “el peor fallo de política exterior” de Obama. Él cree que el primer ministro Vladímir Putin está “reconstruyendo el imperio ruso” y que “dejar entrar en la OMC (Organización Mundial del Comercio) a gente que pretende hacer trampas, es claramente un error”. Romney, en su libro blanco oficial de política exterior, promete “resetear el ‘reset’ [reinicio] del presidente Obama con Rusia”, “hacer frente de forma directa al gobierno ruso por sus prácticas autoritarias” y reforzar la cooperación diplomática y militar con los países que se encuentran en el vecindario de Rusia.
En marzo, casi con toda seguridad Putin regresará a la presidencia rusa en unas elecciones con grandes probabilidades de verse empañadas por informaciones de irregularidades y fraude —algo que no dejará en muy buen lugar la política de reset, una de las iniciativas de política exterior emblemáticas de la Administración Obama—. Las críticas a la apertura del presidente a Moscú encajan dentro de una más amplia crítica por parte de los republicanos del abandono de Obama de los aliados estadounidenses —como el antiguo satélite soviético de Georgia— en nombre de su compromiso con los rivales. Para defender el reset, Obama puede apuntar al histórico acuerdo para reducir el número de armas nucleares y la creciente cooperación rusa en la guerra en Afganistán.

ISRAEL
   
 
 
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Romney afirma que Obama ha sido excesivamente crítico en sus desacuerdos públicos con el Gobierno israelí. “Si disentimos [de Israel], como este presidente una y otra vez, no lo hacemos en público como ha hecho él; lo hacemos en privado”, aseguró durante un debate. Según Romney, Obama “ha dejado a Israel a los pies de los caballos”, porque “pensó que si se acercaba más a los palestinos eso estimularía de alguna manera el proceso de paz”. Romney también ha acusado a Obama de criticar a Israel para ganarse el favor de los países europeos. Aunque la mayor parte del argumento se centra en el tono, podemos esperar oír un abundante uso de la retórica en el bando de Romney sobre la sugerencia de Obama, en su discurso sobre Oriente Medio, de mayo de 2011, de que Israel regrese a sus “límites de 1967”, con acuerdos de intercambios territoriales. (Obama dice que sólo estaba sugiriendo que esas fronteras fueran un punto de partida para el debate).
Existen evidencias de que el respaldo de Obama entre los votantes judíos ha estado en retroceso y la reciente victoria republicana en la carrera para cubrir el escaño del dimitido congresista Anthony Weiner, durante la cual Israel fue un tema muy importante, podrá ofrecer a los republicanos esperanzas de arañar apoyos en este bloque de votantes tradicionalmente demócrata. En respuesta, Obama ha asestado sus propios golpes, señalando a la intensificación de los lazos entre los ejércitos de los dos países y manifestando en un foro de votantes judíos que “es difícil recordar un tiempo en el que la administración [estadounidense] ofreciera más apoyo a la seguridad de Israel”.

IRAK Y AFGANISTÁN
Si la violencia continúa empeorando en Irak, podemos esperar escuchar cada vez más críticas republicanas por el hecho de que Obama no dejara las tropas en el país. El senador John McCain, antiguo oponente de Obama y ahora en el bando de Romney, definió recientemente esta línea de ataque diciendo que Irak se está “desintegrando porque no mantuvimos allí fuerzas residuales porque el presidente de Estados Unidos prometió salir de Irak”. El propio Romney ha dicho que “por no implementar un acuerdo de estacionamiento de fuerzas con los líderes iraquíes, [Obama] ha retirado nuestras tropas de un modo precipitado, y deberíamos haber dejado 10, 20, 30.000 efectivos allí para ayudar en la transición hasta desarrollar las propias capacidades militares iraquíes”. Sin embargo, puede que Romney sea algo prudente en lo que respecta a perseguir con fuerza a Obama en el tema de Irak, ya que es una de las varias cuestiones en las que él ha ido variando sus posturas a lo largo de los años.
Romney también ha criticado al presidente estdaounidese por ignorar a sus asesores militares al anunciar un calendario de retirada para Afganistán, aunque no se puede decir que Romney sea un entusiasta de la guerra, de la que ha dicho: “Una lección que hemos aprendido en Afganistán es que los estadounidenses no pueden luchar la guerra de independencia de otra nación”. La Casa Blanca ha pregonado la retirada de Irak como “una promesa que se ha cumplido” —sin importar que se pusiera en práctica básicamente con el mismo calendario acordado por el predecesor de Obama y solo después de que éste fracasara a la hora de convencer a los iraquíes para que concedieran inmunidad legal a las tropas estadounidenses—. El presidente también afirma que Estados Unidos está en proceso de retirar todas las tropas de combate de Afganistán. Ninguna de las dos guerras es exactamente popular entre los votantes estos días.

EXCEPCIONALISMO ESTADOUNIDENSE
  
 
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El candidato que tituló su libro No Apology: The Case for American Greatness(Sin disculpas. Argumentos a favor de la grandeza de Estados Unidos, en castellano) es probable que convierta el patriotismo y el excepcionalismo estadounidense en un pilar de su campaña. “No pido disculpas por EE UU y nunca lo haré. No pido disculpas por América, porque creo en América”, ha dicho Romney. También ha lazado la acusación de que la política exterior del presidente considera a Estados Unidos “simplemente como otra nación que tiene una bandera” y ha ridiculizado el “eje asiático” de la administración diciendo que “Obama parece pensar que vamos a tener un siglo global, un siglo asiático. Yo creo que tenemos que tener un siglo americano, en el que América lidere al mundo libre, y el mundo libre lidere al mundo entero”.
La Administración Obama ha sido inflexible en su rechazo a la acusación de haber realizado un tour de disculpas y el asesor de política exterior Ben Rhodes declaró a The New York Times que “Barack Obama nunca ha pedido disculpas”. El presidente de EE UU, sin duda, ha reconocido errores pasados de su país, especialmente los de su predecesor, pero ésta es una línea de ataque que fácilmente podría ser contraproducente si los republicanos dan la apariencia de estar cuestionando el patriotismo del presidente estadounidense. No obstante, es probable que Obama conserve su pin de la banderita durante los próximos meses.

LA ‘PUERTA GIRATORIA’ EN LA POLÍTICA ESTADOUNIDENSE





La polémica imbricación del poder y la empresa. ¿El que paga manda?

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¿Qué puede llevar a un republicano como Rick Santorum a pedir fondos extra para la sanidad pública en Puerto Rico? Ideológicamente más bien poco para un político de un partido que proclama la reducción del gasto público y vilipendia la medicina socializada. Y sin embargo el actual candidato en las primarias republicanas impulsó hace unos años dos leyes que ampliaban la partida para la sanidad de los mayores, Medicare, en el Estado Libre Asociado estadounidense. En principio, aunque obviando su ideología, Santorum hacía lo que debe hacer un Senador, es decir, barrer para casa. Una de las empresas que se iba a beneficiar era Universal Health Services, con sede en Pensilvania, Estado al que él representaba. Hasta ahí nada que no sea habitual y esté bien visto en la cámara alta de EE UU. El tufo surgió cuando, tan sólo unos meses después de perder su puesto en las elecciones de 2006, Santorum fue premiado con un puesto en el consejo de dirección de Universal Health Services. Allí ganó 395.000 dólares (300.000 euros) hasta 2010, según el diario New York Times.

A lo que ha hecho Santorum, y a lo que hicieron centenares antes de él y probablemente harán miles después, en Washington se le llama “pasar por la puerta giratoria”. Una puerta ficticia que conecta el Congreso con las empresas privadas o sus grupos de presión (lobbies). Un acceso imaginario que atraviesan cada año centenares de personas que pasan de trabajar en la calle K -emplazamiento de los principales lobbies, como Podesta o la Cámara de Comecio-  a hacerlo en Capitol Hill -sede del Senado y de la Cámara de Representantes-. Y a la inversa. Una puerta que, alertan muchos analistas, está girando últimamente demasiado rápido y con ello está corrompiendo la eficacia de las leyes que sacan adelante los legisladores y la honestidad de los representantes populares. “El Congreso es un prostíbulo bipartidista con una puerta giratoria a la entrada donde se ha legalizado el soborno”, en palabras del comentarista del Huffington Post David Sirota.
¿Cómo de habituales son esos movimientos? Casi 400 congresistas y al menos 5.400 antiguos trabajadores del Congreso han abandonado Capitol Hill para convertirse en cabilderos registrados en los últimos diez años, según la organización por una mayor transparencia pública LegiStorm. A la inversa también funciona: 605 ex cabilderos se han pasado al Congreso. “Por cada persona que los estadounidenses han elegido para sacar leyes en aras del interés público, los grupos de interés tienen al menos a un antiguo legislador trabajando dentro del Congreso”, afirma la organización.
“La percepción de que el servicio público evoluciona naturalmente en un lucrativo tráfico de influencias está teniendo un efecto corrosivo en la opinión que tiene el pueblo estadounidense del Congreso. No es de extrañar que éste tenga el nivel más bajo de aprobación desde el 11S”, explica el analista político Chuck Raasch.
Los que defienden la libertad de alternar entre la política y la empresa aseguran que hay un sistema efectivo de check and balances (controles) para evitar los conflictos de interés. Recuerdan casos bien conocidos como el de de Jack Abramoff, que fue condenado junto a otros cabilderos y funcionarios de la Casa Blanca por corrupción.
Además, aseguran, este continuo cambio de chaqueta, de la de funcionario público a la de hombre de empresa, también produce beneficios. Digamos que tener a un secretario del Tesoro que haya estado antes en un gran banco es tener a un secretario del Tesoro que tiene conocimiento de causa, experiencia e influencia en el sector.
“Los padres fundadores del siglo XVIII previeron una clase política ‘no profesional’. Es cierto que por aquella época esperaban que tras servir en lo público, los políticos volverían al campo, no a Wall Street”, nos cuenta la analista política Barbara Nunberg. “En todo caso, no creo que la puerta giratoria sea exclusiva de EE UU”.
En países como Francia el período de enfriamiento requerido para pasar de regulador a regulado, o a la inversa, es de tres años. En Estados Unidos, de dos, o tan sólo uno para los cabilderos, y en ese tiempo de hecho la única restricción es que el nuevo miembro del grupo de presión no contacte directamente con las autoridades.
      
Ha habido tantos miembros del Gobierno estadounidense que antes han trabajado en el banco estadounidense que algunos lo llaman con ironía 'Goverment Sachs'
      
Aunque comúnmente se acepta la existencia de la puerta giratoria como un hecho consumado, lo cierto es que el público reniega de la facilidad con la que los legisladores cambian de bando. “Desde luego hay preocupación y debate sobre la puerta giratoria, sobre si con ella se da a los intereses especiales, a las empresas, acceso indebido a los gobiernos. Hay una percepción en el pueblo estadounidense de que lo que pasa en Washington está dictado por loslobbies”, nos dice Justin Phillips, de la Universidad de Columbia.
Uno de los ejemplos más claros y recientes de que al votante le preocupa la imbricación del poder y la empresa ha sido el protagonizado por Newt Gingrich, uno de los cuatro aspirantes republicanos en pie a presidente de Estados Unidos. Vio cómo su popularidad se desplomaba después de conocerse sus negocios con Freddie Mac. Él, que tan prolijo había sido en sus críticas a las empresas semipúblicas Freddie Mac y Fanie Mae por haber incentivado la concesión de créditos a gente con pocos recursos, resulta que cobró de la primera más de millón y medio de dólares. Asegura que le pagaron como consultor en Historia. Sus críticos afirman, por el contrario, que ejercía presión sobre los congresistas que conocía para que votaran a favor de Freddie, y que el único motivo por el que una empresa se gasta esas cantidades es obtener acceso a Washington. Eso a Gingrich le sobraba desde que en 1998 ocupó el cargo de portavoz de la Cámara, uno de los puestos políticos más importantes (el segundo en la línea de poder tras el de presidente).
Por supuesto, la puerta giratoria también funciona en sentido contrario, desde la empresa privada al servicio público. El caso emblemático es el Goldman Sachs. Ha habido tantos miembros del Gobierno estadounidense que antes han trabajado en el banco estadounidense que algunos lo llaman con ironía Goverment Sachs (Gobierno Sachs). La mejor muestra es la del ex secretario del Teoro Henry Paulson. Había sido hasta 2006 consejero delegado del gigante financiero y, poco antes de ser nombrado, encabezó un grupo de presión para que Washington redujera las exigencias de capital propio a las entidades financieras. Este es solo un ejemplo más, pero la lista es larga.

CHINA: AISLAMIENTO EN EL 'ASCENSO PACÍFICO'





La arrogante política del gigante asiático en los contenciosos territoriales en el Mar de China y su creciente influencia económica en toda la región ponen en guardia a los países vecinos, cada vez más recelosos de las maniobras de Pekín.

China
GUILLAUME KLEIN/AFP/Getty Images

Durante una entrevista en su oficina en Taipei, el viceministro de Exteriores taiwanés, David Lin, nos ofreció ya en diciembre de 2009 una versión fehaciente acerca de cómo se digiere en el sureste asiático el llamado ascenso pacífico del gigante asiático. “China todavía es una amenaza potencial para la paz y estabilidad regionales. Muchos países de la ASEAN no quieren decirlo [públicamente], porque ahora tienen una relación muy buena con ella, especialmente en el área económica, pero aún consideran su expansión militar como una amenaza regional. Al contrario, Estados Unidos tiene una importante presencia [militar] en la región, pero nadie se siente amenazado por ello”, declaró.
Los vínculos económicos y comerciales del gigante asiático con sus vecinos eran, ya por entonces, substanciales, pero se hicieron aún más estrechos en cuanto entró en vigor el acuerdo de libre comercio entre China y la ASEAN, sólo unos días después de nuestra cita: el 1 de enero de 2010. Desde entonces, el Imperio del Centro ha sido un sostén económico fundamental para el sureste de la región, permitiéndole resistir mejor los embates de la crisis gracias al tirón de la segunda economía mundial. En 2010, el comercio bilateral aumentó un 37%, hasta los 293.000 millones de dólares (unos 226.000 millones de euros), mientras que el año pasado se incrementó en otro 24% hasta los 363.000 millones.
Pese a ello, en estos dos últimos años las relaciones políticas entre el gigante y algunos países regionales se han deteriorado significativamente, sobre todo como consecuencia de la actuación coercitiva del Gobierno chino en los contenciosos territoriales que tiene abiertos en el Mar de la China Meridional. Pese a que Pekín no puede alegar razones históricas o jurídicas de peso para justificar que reclame para sí los dos archipiélagos bajo contencioso -las Islas Spratly y las Islas Paracel-, además de aguas que van más allá de las adyacentes, el gigante asiático ha ejercido una defensa bravucona de éstas decretando unilateralmente prohibiciones de pesca o de exploración de recursos. Los desencuentros con Vietnam y Filipinas han sido periódicos y, en ocasiones, trágicos, con muertes de pescadores o marineros.
Al mismo tiempo que estrechaba la cooperación económica y, por tanto, su influencia por toda la región, Pekín ha ido incrementando exponencialmente su gasto militar: desde los 6.000 millones de dólares en 1994 a los 91.400 millones en 2011, cifra oficial que no captura, ni mucho menos, la totalidad de las partidas militares. Buena parte de ese presupuesto agregado lo ha destinado a incrementar sus capacidades navales. A finales del pasado año comenzaron las pruebas marítimas de su primer portaaviones, una muestra de poderío que manda una inequívoca señal política que desde ciertos ámbitos se interpreta en términos de hostilidad futura. Además de que China tendría en proyecto uno o dos portaaviones suplementarios de fabricación autóctona, el arsenal del país cuenta también con submarinos nucleares y, según las fuentes, con un novedoso misil capaz de hundir portaaviones.
      
Los países sudasiáticos, con la excepción de Birmania, buscan refugio en Estados Unidos para compensar lo que en la región se considera una innegable asimetría de poder
      
Todo ello ha llevado a los países surasiáticos, con la excepción de Birmania, a buscar refugio en Estados Unidos para compensar lo que en la región se considera una innegable asimetría de poder. La cooperación militar de Singapur con EE UU es constante desde hace años; así como la de Filipinas; pero incluso Vietnam, otrora enemigo acérrimo, que flirtea desde hace años con Washington. El contencioso marítimo y el hecho de que Vietnam sea el único país que fue colonia china durante un millar de años, lleva a los vietnamitas a profesar una histórica animosidad contra su vecino, al cual ven como expansionista. Esa arrogancia china se traslada irremediablemente a su litigio bilateral por las Islas Paracel, que Pekín se niega a abordar al considerarlo cosa juzgada: “este tema está zanjado, no hablamos de ello”, dicen oficialmente.
En las Islas Spratly, que reclaman seis países, la estrategia china consiste en diluir los esfuerzos conjuntos con la pretensión de que el asunto se afronte sólo bilateralmente y, por tanto, ejercer su poderosa influencia cara a cara. Sin embargo, sus expectativas diplomáticas sufrieron un serio revés el pasado verano cuando, en el marco de la cumbre de Exteriores de la ASEAN, en la que también participaron China y EE UU, los países surasiáticos acordaron una hoja de ruta para rebajar la tensión regional. Pekín no tuvo más remedio que aceptarla, aunque a regañadientes. A la vez, sólo cuatro meses después Washington impulsó el llamado Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (Trans-Pacific Partnership, en inglés) entre nueve países ribereños de ambos lados del Pacífico.
Los objetivos de este acuerdo, entre otros, se centran en lograr reducir a cero sus tarifas de comercio en un periodo de 10 años. Que el grupo de los nueve haya invitado a participar a Japón, pero no a China, es la prueba evidente de que la región no quiere sucumbir a la idea de la dominación regional del gigante asiático, que trataría de resistirse incluso en materia económica. Desde Pekín esa alianza a sus espaldas se ve como un cerco estratégico, de ahí que esté impulsando un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur y otro trilateral con Seúl y Japón, país con el que tiene también un largo historial de desencuentros. Ese cerco estratégico es, paradójicamente, el mismo que India acusa a Pekín de haber tejido en su zona de influencia regional.
Además de una alianza histórica a sangre y fuego con Pakistán, Pekín ha estrechado sus lazos económicos y diplomáticos con Nepal, Sri Lanka, Bangladesh, Maldivas y Birmania. La luna de miel con dichos países ha llevado a China a poner el pie en el Índico, aguas que Nueva Delhi considera periféricas. Pekín apela a la coartada de sus intereses económicos, ya que por allí pasan sus cargamentos de crudo del Golfo Pérsico. Pero dada la naturaleza de las siempre difíciles relaciones chino-indias, lastradas sobre todo por el asunto del Tíbet y el apoyo en todos los órdenes de China a Islamabad, Nueva Delhi está aumentando también sus capacidades navales al tiempo que realiza maniobras militares con Japón y Vietnam, los dos grandes enemigos de China en Asia-Pacífico.
Todos estos son elementos a considerar en este año que comienza, el 2012 y el del Dragón, según el calendario chino, un año crucial para el devenir del futuro de Asia-Pacífico. Mientras la ascensión de China parece imparable, también estamos quizá ante el principio de su aislamiento.

CÓMO SALVAR LA ECONOMÍA MUNDIAL: CONTRATAR A TODOS



El empleo público abarcaría desde la reconstrucción de infraestructuras deterioradas a la creación de proyectos artísticos y culturales.

LEON NEAL/AFP/Getty Images


Durante los años treinta, un joven abogado de Ohio llamado Benjamin Roth escribió un diario sobre el caos económico y social que veía a su alrededor, en el que dejó constancia de la extrema incertidumbre con la que la gente normal de clase media en el medio Oeste de Estados Unidos veía el futuro. Lo que impresiona al leerlo hoy es cuántos falsos amaneceres hubo y con qué lentitud reaccionaron las autoridades; no dejaban de pensar –de esperar— que la economía iba a mejorar.  “Cuando comencé estas notas, nunca pensé que la depresión iba a durar más de dos años”, escribió Roth en 1936. “Ahora estamos empezando el séptimo año y todavía no se ve un camino despejado”.
Si nos guiamos por la longitud y la profundidad de la caída del PIB mundial, la crisis económica actual acabará siendo peor que la de los años treinta. Igual que entonces, los gobiernos de EE UU y Europa deben pasar de hacer lo mínimo imprescindible para evitar el desastre inmediato, a actuar con verdadera visión de futuro para que sus ciudadanos empiecen a creer en un horizonte económico más positivo. Y eso, sobre todo, significa crear empleo; tal vez incluso crear el equivalente moderno de la Agencia de Progreso de Obras de la Gran Depresión (Works Progress Administration).
El desempleo genera desesperación. Tanto si afecta a los jóvenes que están entrando en el mercado laboral o a la gente mayor a la que le va a costar volver a encontrar trabajo, el paro marcará sus perspectivas para el resto de sus vidas. Según cifras de noviembre en EE UU, entre los jóvenes de 16 a 19 años que pertenecen a la población activa y los adultos que tratan de reincorporarse a ella existe casi el mismo, y alarmante, nivel de desempleo alrededor del 25%. Está claro que lo mejor es que haya crecimiento y que las empresas privadas comiencen a crear puestos de trabajo para esas personas pero, hasta que eso sea posible, el Gobierno debe hacer algo.
Por eso los gobiernos occidentales deberían tomar ejemplo de lo que se hizo en la época de la Depresión e implantar grandes programas de empleo público que garanticen puestos de trabajo, al menos a la gente joven. ¿Por qué? En Estados Unidos existen unos 3,6 millones de jóvenes entre 16 y 24 años que buscan empleo, y en Gran Bretaña, más de un millón, que representa un porcentaje récord, el 21%. Cuando los Gobiernos están tratando de reducir sus presupuestos y despidiendo a empleados del sector público, esto puede parece contradictorio. Pero, en la práctica, un programa así no costaría mucho más que las prestaciones de seguridad social actuales en Europa y, en cualquier caso, ahorraría los enormes gastos futuros que supondría tener que mantener a una generación perdida. Los programas podrían tener un límite de tiempo, por ejemplo, de tres o cinco años. Pero deberían ser coherentes y cubrir gran variedad de ámbitos, desde la construcción hasta las artes.
Algunos usos que se le pueden dar a este tipo de mano de obra instantánea son evidentes: por ejemplo, reconstruir infraestructuras deterioradas. En un periodo de parecida agitación económica y social, las autoridades de la Gran Bretaña victoriana hicieron tales inversiones en el tejido de infraestructuras del país que aún utilizamos lo que construyeron; lo mismo sucede con las presas y los puentes que se construyeron en Estados Unidos con el New Deal de Franklin D. Roosevelt. Pero no hay por qué quedarse ahí. ¿Por qué no asumir también audaces proyectos artísticos y culturales como los que se financiaron durante la Gran Depresión? No nos vendrían mal la introspección y la búsqueda de significado que aportan las artes en estos momentos de trastorno y desequilibrio.
Desde luego, sería mejor para el sector privado que crease suficiente empleo en su lugar, y, al final, lo tendrá que hacer:  es evidente que hay que eliminar los déficits públicos estructurales. La creación de empleo que propongo es una medida de emergencia, y su coste financiero adicional inmediato no tiene por qué ser elevado, sobre todo en comparación con los mil millones de dólares que se calcula que están recibiendo aún en subsidios anuales los bancos de todo el mundo. Los ahorros a largo plazo que supondrá dar trabajo a millones de jóvenes y las ventajas de comprometerse a invertir en el tejido nacional son difíciles de calcular, pero no cabe duda de que son inmensos. Lo que se necesita es que los políticos tengan el suficiente sentido de la responsabilidad y la suficiente valentía y, sobre todo, sean conscientes de que, si sigue habiendo tanta gente en paro, sin perspectivas y en los márgenes de la sociedad, esta crisis económica no terminará nunca.

IRAK: CRUDO DESPERTAR




En la turbulenta política iraquí, quien controla la producción de petróleo controla el poder. Y ese podría pronto ser ExxonMobil.

El 17 de diciembre, dos días después de que el Ejército de Estados Unidos arriara la bandera y terminara oficialmente su misión en Irak, el grupo de expertos del sector iraquí del petróleo se reunió en un simposio en el Club Alwiyah de Bagdad, un recinto fortificado de hormigón compuesto por salas de reuniones y jardines. Se reunieron para hablar de los “Retos que aguardan al desarrollo de la industria extractora”. Los temas que abordaron tenían el potencial de transformar el mercado mundial de la energía y decidir el rumbo de la democracia iraquí.
Varios altos funcionarios del Gobierno permanecieron sentados en un estrado mientras los asistentes –alrededor de 150 parlamentarios, tecnócratas e intelectuales– pasaban por el podio para pronunciar breves discursos y hacer preguntas a los miembros de la mesa. Con frecuencia, los oradores tenían que gritar para hacerse oír por encima de las objeciones del público. Se preveía que iba a haber algún grito; era la primera vez en años que se reunían unos iraquíes para perfilar su futuro económico sin que hubiera ocupación militar extranjera. Y, en un país en el que el 95% de los ingresos del Gobierno procede del oro negro, cualquier debate sobre él es también una lucha por el poder. Abordaron las preguntas más fundamentales: ¿Cuánto petróleo debería producir Irak? ¿Qué debería hacerse con los ingresos obtenidos? ¿Quién debería controlar la estrategia del país en materia de crudo? Dado el volumen de los oradores, nadie lo habría dicho, pero gran parte de lo que se dijo carecía de importancia.
    
    Joe Raedle/AFP/Getty Images
Ya se han decidido muchas cosas. En 2009, el Ejecutivo empezó a otorgar contratos de explotación de los mayores yacimientos del país, y se han apuntado los mayores nombres del sector. Compañías como ExxonMobil y BP han invertido miles de millones de dólares para llevar lo último en tecnología e ingeniería. La producción se ha recuperado, de poco más de un millón de barriles diarios después de la invasión a casi tres millones en la actualidad. Los 11 contratos internacionales de petróleo firmad0s por Bagdad prometen  suministrar un total más de 13 millones de barriles diarios en el plazo de siete años, una cifra que convertiría a Irak en el mayor productor de crudo e todos los tiempos.
Existen buenos motivos para dudar de estas proyecciones. Para empezar, la crisis política actual ha puesto de relieve la incapacidad iraquí de construir el tipo de instituciones –un sistema judicial creíble, unas fuerzas de seguridad no politizadas– que se necesita para sostener un Estado estable, eficaz y democrático. Aunque Irak no tuviera atentados diarios ni disfunción política, le costaría mucho llevar a cabo lo que sería la expansión petrolífera más rápida de la historia mundial.
Sin embargo, si la superabundancia inversora consigue un éxito al menos parcial, podrá transformar no solo Irak sino todo el equilibrio de poder en la región. Falah al Amri, director de la Organización de Comercialización de Crudo del Estado, mostró al público del Club Alwiyah una presentación de PowerPoint con cifras que había mencionado a sus colegas del Golfo en una reciente asamblea de la OPEP. En 2014 o 2015, dijo, Irak habrá alcanzado la cifra mágica de 4,5 millones de barriles diarios de producción, y, en ese momento, la OPEP empezará a aplicar restricciones de la cuota.
Amri se comprometió a que Irak negocie todo lo posible para obtener una cuota nacional más grande. Asimismo ofreció una pista para entender la estrategia de contratos del Gobierno, que parece tener en cuenta que el crudo es no solo una fuente de ingresos sino también de poder geopolítico.
“Nuestro plan es no inundar los mercados internacionales. Ese no es nuestro objetivo. Si nos sobran dos o tres millones de barriles diarios, que nos sobren”, dijo Amri. Después me aclaró que, en su opinión, Irak tendrá esa capacidad de reserva –es decir, de aumentar drásticamente la producción a toda prisa– en 2017.  
En la actualidad, Arabia Saudí es el único productor con capacidad de reserva que tiene ya dicha capacidad tan desarrollada que sobrepasa con mucho su producción actual. Esa situación le da un poder inmenso. Si otros productores tienen problemas –por ejemplo, si los rebeldes en el Delta del Níger hacen explotar un oleoducto o se produce un embargo que bloquea el oro negro iraní–, la economía mundial depende de los saudíes y de que abran el grifo para impedir que los precios suban demasiado. Ese poder saudí, además, mantiene controlados a sus socios de la OPEP: los demás miembros del cártel no pueden alejarse demasiado de sus respectivas cuotas de producción, si no quieren que los saudíes inunden el mercado con un diluvio punitivo de crudo que bajaría los precios y los beneficios de todos.
La presentación de Amri contenía las semillas del trastorno de esta dinámica de poder. Si Irak desarrolla dos o tres millones de barriles diarios de capacidad de reserva, que es más o menos lo que Arabia Saudí asegura tener, la OPEP tendrá de pronto un segundo policía.  De esa forma podríamos encaminarnos hacia una rivalidad regional entre Arabia Saudí y un Irak gobernado por chiíes. Las relaciones entre ambos ya son complicadas, porque los dirigentes saudíes han calificado al primer ministro iraquí, Nouri al Maliki, de marioneta de los iraníes y siguen negándose a enviar un embajador a Bagdad. Su preocupación tiene algo de sentido. Maliki no es ninguna marioneta, pero ha tomado medidas radicales para consolidar su poder y ha apartado a todos sus rivales respaldados por los suníes; como consecuencia, necesita cada vez más a una base política chií que tiene estrechos lazos con Teherán.
Sin embargo, aunque las repercusiones geopolíticas de los esfuerzos de Irak para convertirse en gigante energético dan vértigo, solo se harán realidad si el país puede cumplir las ambiciosas proyecciones de Amri. Y no hay ninguna garantía de que vaya a lograr superar los temibles obstáculos que afronta su sector del crudo.
Irak ha recorrido ya un largo trecho. Hace poco, un petrolero occidental me recordaba la penosa situación del sector iraquí poco después de la invasión de 2003. Acababa de llegar a la ciudad portuaria de Basora, en el sur del país, para volver a poner en funcionamiento un yacimiento muy importante, y se encontró con que, tras décadas de sanciones e inversiones escasas, había material crítico que estaba literalmente sujeto con cinta adhesiva. Por suerte, los ingenieros iraquíes eran expertos en improvisar soluciones increíbles y, después de varias semanas de trabajo, todos confiaban en que la producción podía reanudarse.
      
Si Irak desarrolla dos o tres millones de barriles diarios de capacidad de reserva, que es más o menos lo que Arabia Saudí asegura tener, la OPEP tendrá de pronto un segundo policía
      
“Ha llegado el momento de encender la llama”, anunció el petrolero. En la mayoría de las instalaciones modernas, cuando hace falta quemar ciertos subproductos de la producción de crudo, se aprieta un botón en un panel de control y se enciende una llama sobre una chimenea de metal. En Basora, donde no existía un mecanismo así, la cosa era un poco más peligrosa, y la responsabilidad de la tarea desencadenó una disputa a gritos entre los trabajadores iraquíes.
Después de una larga discusión, decidieron ver quién sacaba la paja más corta. El perdedor se envolvió la cabeza en una camiseta mojada, levantó una antorcha encendida y, agachándose, se acercó en cuclillas hasta la chimenea, que emitía los silbidos de unos gases invisibles pero inflamables. Cuando se hubo acercado lo suficiente, el aire explotó en una bola de fuego gigante y el hombre volvió corriendo y gritando adonde se encontraba su colega, que le regó de agua y se rió al verle el vello chamuscado. Poco después, el petrolero occidental llevó un encendedor algo más moderno: una pistola lanzabengalas, que podía dispararse desde una distancia más segura.
El sector del petróleo iraquí ha madurado desde entonces, pero ese tipo de improvisación temeraria sigue siendo una de sus características fundamentales. Los obstáculos burocráticos también siguen dificultando el desarrollo de la industria. Por ejemplo, durante varios meses de 2011, muchos directivos de empresas petrolíferas occidentales no pudieron entrar en el país porque tardaron meses en tramitar sus visados. Lo asombroso era que el Gobierno estaba impidiéndoles hacer el trabajo para el que les había contratado. Al final, el problema resultó no ser más que un simple atasco: en una burocracia que funciona solo con la autoridad de unos pocos dirigentes, las solicitudes de visado tenían que ir hasta la oficina del primer ministro para su aprobación. La atmósfera actual de crisis política en el país otorga pocas esperanzas de que Maliki sea capaz de relajar su tendencia a la microgestión y a gobernar a través de un puñado de subordinados leales.
Otros retrasos similares han afectado a caso todos los aspectos del funcionamiento de estas compañías: han tenido problemas para cobrar a tiempo; los funcionarios del Ministerio del Petróleo han tardado en firmar planes y subcontratas; algunos funcionarios de aduanas han retenido material fundamental en espera de la autorización. Un directivo occidental me contó hace poco la historia de una retención especialmente molesta, un envío que estuvo esperando semanas en la frontera, por lo que ahora estaban quedándose sin varios suministros esenciales, incluida munición para sus pistolas de bengalas.
Las instalaciones no son lo único que necesita modernizarse a toda prisa; la infraestructura legal del sector del petróleo en Irak también está sujeta por el equivalente político de la cinta adhesiva.
Shatha al Musawi, antigua miembro del Parlamento y una de quienes hablaron en el Club Alwiyah, conoce de primera mano los turbios cimientos legales del sector.  En 2009 presentó una querella sobre la legalidad del contrato concedido a BP sobre el yacimiento de petróleo de Rumaila, en Basora, el segundo mayor del mundo, que hoy produce aproximadamente la mitad del crudo iraquí. La demanda de Musawi era sobre el hecho de que el Ministerio de Petróleo no había presentado el contrato de Rumaila al Parlamento para pedir su autorización, como, al parecer, exigen las leyes del país. En este caso, el Gobierno de Maliki aprobó de forma unilateral el contrato, sin tener en cuenta la opinión del legislativo. Musawi decidió entablar una batalla quijotesca contra este acaparamiento de poder.
“Estos contratos carecen de una base legal fuerte”, dice Musawi. “No existe ninguna intención de construir un Estado nuevo y democrático”.
La constitución iraquí  exige una ley de petróleo moderna, pero el mal funcionamiento político ha impedido sacar ninguna adelante. En un país donde el petróleo significa poder, cualquier ley que dicte la estructura de la industria del crudo define también, como es inevitable, el propio Estado. Y en un escenario dominado por la política del miedo y la identidad, nadie quiere compartir el poder. En los debates más recientes, los bandos siempre se han formado con arreglo a divisiones étnicas y partidistas: los aliados de la mayoría chií de Maliki respaldan el control centralizado del petróleo, mientras que los partidos que representan a los kurdos y los suníes, minoritarios, dicen que los Gobiernos locales deberían tener más autoridad. Todavía no hay ningún proyecto de ley que haya sobrevivido al Parlamento.
El contrato de Rumaila, dice Musawi, representó una maniobra ejecutiva de manual. Al contratar una inversión por valor de miles de millones de dólares, el Gobierno de Maliki estaba creando unos hechos consumados e irreversibles. El Parlamento no podía aprobar una ley que invalidara los grandes contratos porque eso alejaría futuras posibilidades de negocio, e Irak necesita inversiones extranjeras para su reconstrucción. Al contrario, los futuros legisladores tendrán que adaptar cualquier nueva ley a los contratos ya existentes.
En Irak se gobierna así: unos líderes fuertes toman medidas alegando necesidad cuando los órganos democráticos no funcionan. Como consecuencia, los que ocupan el poder tienen pocos incentivos para hacer concesiones y muchos motivos para debilitar las instituciones públicas. El caso de Rumaila, por ejemplo, no pudo seguir su proceso. El tribunal supremo de Irak, que ha emitido varios fallos sospechosamente favorables al primer ministro, dijo que Musawi tenía que pagar 250.000 dólares de costas solo para llevar el caso a juicio. Como no podía reunir ese dinero, tuvo que abandonar la querella.
La dinámica de poder político ha determinado el rumbo del desarrollo petrolero de Irak en mucho mayor grado que las decisiones legislativas. Pero esa volatilidad no ha desanimado a las multinacionales del sector, porque hay demasiado petróleo bajo el suelo del país. Por eso, muchas empresas, como BP, ExxonMobil, Shell y Lukoil, están dispuestas a invertir miles de millones de dólares pese a no contar con la estabilidad de una ley de petróleo moderna. Las compañías han mitigado sus riesgos negociando contratos que, para resolver las grandes disputas, recurren al arbitraje internacional en vez de los tribunales iraquíes. Ahora bien, el principal motivo por el que las empresas pueden trabajar con cierta seguridad es que, en la economía política desregulada del petróleo iraquí, su poder es comparable al del dividido Estado iraquí.
El poder petrolero iraquí está repartido entre dos Gobiernos. Después de la invasión estadounidense, la región semiautónoma de Kurdistán, en el norte, temió que el nuevo Gobierno de Bagdad utilizara el poder económico para oprimirla, como había hecho Sadam Husein. El ministro de Recursos Naturales de la región, Ashti Hawrami, emprendió una agresiva estrategia para desarrollar un sector del petróleo independiente y empezó a firmar contratos sin el consentimiento del Gobierno central. Dividió el territorio kurdo en una cuadrícula de varias docenas de bloques de exploración y, durante los últimos 10 años, ha firmado nada menos que 48 contratos de crudo y gas.
Los dirigentes de Bagdad consideran que esto es una afrenta al nacionalismo iraquí. Las objeciones más enérgicas han sido las de Hussain al Shahristani, uno de los aliados más poderosos de Maliki, que fue nombrado ministro del Petróleo en 2006 y hoy es viceprimer ministro responsable de energía. Dijo que, sin un sistema centralizado para administrar el oro negro, los intereses encontrados desgarrarían el país en función de divisiones geográficas, étnicas y sectarias. Insistió en que Bagdad debía tener autoridad exclusiva sobre la contratación y declaró ilegal los contratos kurdos.
Con la vaga constitución y la incompleta estructura reguladora de Irak, no está claro cuál de las partes tiene más posibilidades legales. Desde luego, es una cuestión que conviene resolver con urgencia. Una de las prioridades de la Administración de George W. Bush en la reconstrucción de Irak era conseguir que se aprobara una ley del petróleo, y el embajador estadounidense Zalmay Khalilzad pasó meses haciendo de mediador en las negociaciones. En 2007 el gabinete aprobó un proyecto de ley, y Khalilzad publicó un artículo triunfalista en The Washington Post en el que proclamaba que “las posibilidades de que la aprueben son excelentes”. Pero las negociaciones se estancaron en el Parlamento. El fracaso se debió a muchos motivos, el mayor de los cuales fue la rivalidad entre la mayoría árabe en Bagdad y el Gobierno kurdo. El remache llegó el 8 de septiembre de 2007, cuando Kurdistán firmó un contrato con la compañía estadounidense Hunt Oil, cuyo presidente, Ray Hunt, pertenecía al consejo asesor de inteligencia de Bush. Resulta que los estadounidenses que más influencia tenían no estaban en la embajada sino en una empresa privada.
Shahristani tenía que reaccionar ante esta demostración de poder creciente del Gobierno kurdo. Y tenía que empezar a generar unos ingresos que facilitaran la reconstrucción de Irak, con o sin ley del petróleo. Una forma segura de lograr las dos cosas era atraer a compañías aún mayores para desarrollar los grandes yacimientos del sur del país. En octubre de 2009, Shahristani firmó un contrato –sin aprobación del Parlamento—con el gigante del petróleo BP para rehabilitar el yacimiento de Rumaila. Luego llegó ExxonMobil, con un contrato para explotar el yacimiento de Qurna Occidental Fase 1, de 8.700 millones de barriles. Esos dos yacimientos tienen más reservas comprobadas de crudo que todo Estados Unidos, y, si se respetan las condiciones de los contratos, Irak alcanzará más de la mitad de la producción actual de Arabia Saudí antes de que termine esta década.
La furia contratadora de Shahristani se debía, al menos en parte, a motivos políticos, y era fácil que sus ambiciosas proyecciones se estrellaran contra unas realidades duras. En primer lugar, si los yacimientos de Irak incrementaran aún más la producción en estos momentos, el crudo no tendría dónde ir. No hay suficientes oleoductos, depósitos, refinerías ni terminales de exportación en el país. Irak está construyendo mucho, pero seguramente no con la rapidez suficiente para la velocidad de producción que el Estado, por contrato, está obligado a sostener en la actualidad.
Tampoco está claro si los mercados mundiales podrían acoger tanto suministro nuevo. Si Irak consiguiese aumentar la producción hasta la cifra récord de 13 millones de barriles diarios de aquí a siete años, el precio del petróleo sufriría una bajada equiparable. Y eso no solo destruiría los márgenes de beneficio de Irak sino que provocaría una indignación peligrosa entre los productores vecinos como Arabia Saudí e Irán, dos países que poseen un poderío militar muy superior.
Pero lo peor es, tal vez, que Irak ha perdido el pleno control de su estrategia de producción. Los contratos no solo exigen a las compañías que aumenten enormemente la producción, sino que obligan a Irak a pagar los volúmenes contratados. Si las empresas cumplen sus condiciones, pero el Gobierno tiene que hacer recortes por el motivo que sea –problemas de infraestructuras, presiones del mercado o política de la OPEP–, el Estado podría acabar teniendo que pagar a las compañías por un oro negroque no estarían produciendo. Como guardián de las terceras mayores reservas de petróleo del mundo, Shahristani tiene instrumentos para renegociar los acuerdos. Pero los contratos le obligan a ceder una parte considerable de su soberanía económica, y estamos hablando de un Gobierno que todavía está intentando formalizar sus propios poderes.
      
Lo que Maliki está haciendo es tratar de utilizar el nuevo peso de ExxonMobil entre los kurdos y pedir a la compañía que interrumpa su contrato para obligarlos a negociar un acuerdo global sobre el crudo
      
Una muestra muy gráfica del declive del poder iraquí frente a los gigantes del petróleo se vio el 18 de octubre de 2011, cuando ExxonMobil firmó un amplísimo contrato de exploración con la región de Kurdistán. La medida era una infracción directa de la política de autoridad unitaria de Shahristani. En casos anteriores, él había castigado a las compañías que firmaban con Kurdistán poniéndolas en la lista negra y excluyéndolas de sus subastas. En esta ocasión, dado que ExxonMobil estaba extrayendo más de una décima parte del crudo de Irak del yacimiento de Qurna occidental fase 1, el Gobierno tenía mucho menos poder. (ExxonMobil no reconoce haber firmado ningún contrato con Kurdistán y se ha negado a comentar, aunque muchos funcionarios de los Gobiernos kurdo y central confirman la existencia del acuerdo).
A Bagdad le quedan ahora dos opciones, a cual peor. Podría expulsar a ExxonMobil, correr el peligro de perder producción y seguramente provocar una demanda que incrementaría la preocupación de otros inversores. Pero lo más probable es que el Gobierno federal busque algún tipo de compromiso que, al final, acabará convalidando parte de la capacidad contractual que reivindica Kurdistán.
De todas formas, no parece que Kurdistán vaya a obtener la autonomía completa que pretende a corto plazo. Bagdad sigue teniendo dos ases en la manga. En primer lugar, controla la red de oleoductos hasta el puerto mediterráneo de Ceyhan, en Turquía, vía obligatoria para las exportaciones a gran escala. Y segundo, controla la venta de crudo y la recaudación de ingresos de las exportaciones, es decir, por tanto, el dinero de las ventas del oro negro que revierte tanto al presupuesto kurdo como a sus contratistas. El ministro de recursos naturales, Hawrami, ha indicado que quiere aumentar las exportaciones de petróleo kurdo de los 175.000 barriles diarios actuales a un millón de barriles diarios de aquí a cinco años. Para que eso sea una realidad, necesita llegar a un acuerdo con Maliki y Shahristani.
De hecho, es posible que ya esté en marcha una tregua entre Kurdistán y Bagdad. Cuando Maliki visitó Washington en diciembre, se reunió en privado con el consejero delegado de Exxon, Rex Tillerson. Un asesor del primer ministro iraquí me ha dicho, bajo condición de conservar el anonimato, que Maliki pidió a Tillerson que “congelara” los contratos kurdos. El asesor dice que el Gobierno propone un quid pro quo: si todas las partes se ponen de acuerdo sobre una nueva ley de petróleo, Bagdad respaldará un mecanismo que reconozca los contratos de ExxonMobil en Kurdistán. Lo que Maliki está haciendo, en definitiva, es tratar de utilizar el nuevo peso de ExxonMobil entre los kurdos y pedir a la compañía que interrumpa su contrato para obligarlos a negociar un acuerdo global sobre el crudo. Esa podría ser una solución pragmática que aproveche la influencia de ExxonMobil sobre los dos Gobiernos para conciliar ambas posturas. No obstante, aun en el caso de que saliera bien, este plan convertiría a la compañía en una parte más a la hora de tomar decisiones sobre el sector del crudo en el país.
La culpa no es de ExxonMobil; el problema es que Irak está demasiado dividido para darse cuenta de su posible fuerza.
Si el Estado estuviera funcionando como es debido, los políticos y los tecnócratas librarían sus batallas dentro de los órganos políticos y en debates privados. En el escenario internacional, tendrían una sola voz frente a las grandes petroleras y los países vecinos. Ese frente unificado sería enormemente útil. Su capacidad de negociación crecería y su producción, seguramente, también.
Pero las cosas no están así. En la política de identidad que domina Irak, los líderes desconfían unos de otros –a menudo con motivo—y el poder parece una propuesta de suma cero. Las percepciones pueden hacerse realidad a fuerza de creérselas. En el caso del sector  del petróleo, la disfunción del Gobierno ya ha tirado abajo proyectos; la voluntad de ExxonMobil de poner en peligro su relación con Bagdad es un síntoma de pesimismo bien informado. Si miramos al futuro, no parece que vaya a romperse la atmósfera de crisis e improvisación, y las perspectivas de la producción iraquí resultan inciertas, en el mejor de los casos. Pero, en un país que está empezando y en el que todos están luchando por tener el poder, hay una cosa clara: el petróleo es el rey.

Tambores de guerra entre Israel e Irán



Israel ha redoblado las advertencias militares para detener el programa nuclear de Irán. EE.UU. cree que existe una alta probabilidad de que el estado hebreo ataque en primavera





Israel ha redoblado los tambores de guerra contra Israel. Hace dos meses, el gobierno hebreo advertía que si Irán no detenía su programa nuclear estudiaría una intervención militar. Ayer, su ministro de Defensa, Ehud Barak, fue más lejos y afirmó que la opción militar contra Irán «es real y está lista para ser usada» en el caso de que las sanciones económicas impulsadas por Estados Unidos y la Unión Europea no cumplan su objetivo, según informa el diario «The Jerusalem Post». «Si las sanciones no alcanzan su finalidad de detener el programa militar nuclear (de Irán), será necesario considerar entrar en acción», declaró durante la Conferencia de Herzliya.
El ministro de Defensa israelí apuntó que existe un consenso entre muchas naciones en este sentido y que muchos Estados apoyan la opción militar si la diplomacia y las sanciones no detienen el programa nuclear, que Teherán afirma que únicamente tiene fines pacíficos. Así, Barak ha dicho que ve a Irán acercándose a una fase «en la que un ataque físico no sería práctico». «Sería más difícil, más peligroso y costaría más sangre tratar con un Irán nuclear que detenerlo hoy. En otras palabras, el que dice en inglés "más tarde" podría descubrir que "más tarde es demasiado tarde"», agregó. Barak hizo estas declaraciones pocas horas después de que el viceprimer ministro, Moshe Yaalon, manifestase que Irán «ha de ser detenido de una manera u otra» y que es necesario que la amenaza militar esté sobre la mesa.

La línea roja

Las advertencias de Israel no han caído en saco roto en Estados Unidos. El columnista del diario «The Washington Post» David Ignatius asegura hoy que el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, cree que Israel puede tomar la decisión de atacar Irán en abril, mayo o junio. Tanto el secretario de Defensa estadounidense como la Administración Obama han dejado claro en las últimas semanas que Irán podría cruzar una «línea roja» si dedicase el desarrollo nuclear a la construcción de una bomba y que, en caso de que eso ocurriese, todas las opciones, incluida la acción militar, estarían sobre la mesa. Sin embargo, Israel podría ser menos paciente ya que consideran que Irán podría haber acumulado suficiente uranio enriquecido esta primavera como para producir una ojiva nuclear.
Las preocupaciones de Panetta se fundamentan en que, a diferencia de Estados Unidos, Israel no tiene capacidad para atacar las instalaciones de enriquecimiento de Irán que se encuentran a 200 metros bajo tierra, y en que además, Israel es consciente de que el arsenal de misiles iraní es capaz de llegar a su territorio con facilidad. Además, la congelación de las maniobras militares conjuntas previstas en el Golfo entre EE.UU. e Israel podrían alimentar las sospechas de Panetta, aunque entonces aclaró que no tenían nada que ver con las tensión con Irán.
Israel está convencido de que Irán tiene material suficiente para fabricar cuatro bombas atómicas, además de un misil capaz de alcanzar Estados Unidos. El director de la inteligencia militar del
estado hebreo, el general Aviv Kochavi, afirmó ayer que «Irán está esforzándose mucho para tener capacidades nucleares militares, algo que en lo que la comunidad de inteligencia está de acuerdo con Israel». Según el general, «Irán tiene más de cuatro toneladas de uranio enriquecido a un nivel 3,5 por ciento y casi 100 kilos al 20 por ciento; eso es suficiente para fabricar cuatro bombas». Precisamente, para hacer una bomba atómica hay que alcanzar el 90 por ciento, pero los expertos dicen que gran parte del esfuerzo necesario para llegar a ese punto ya se ha hecho cuando se consigue un 20 por ciento de pureza. Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, Irán tenía en septiembre casi cinco toneladas de uranio poco enriquecido y 73,7 kilos de uranio con una pureza del 20 por ciento.

jueves, 2 de febrero de 2012

Rusia seguirá vendiendo armas a Siria: «Lo que no está prohibido, está permitido»



Moscú niega haber vendido al régimen de Al Assad «armamento ofensivo» y asegura que controla el destino de los materiales que exporta


Rusia asegura que seguirá suministrando armamento a Siria que no desestabilice la situación en el país, al tiempo que ha puesto en duda que sus armas hayan sido utilizadas para disparar contra los manifestantes. «Nosotros no estamos infringiendo ninguna obligación internacional. Lo que no está prohibido, está permitido», dijo Anatoli Antónov, viceministro de Defensa.
Antónov explicó a la prensa que la venta de armas a Damasco, uno de los principales clientes de la industria militar rusa, se rige en todos los casos por la legislación rusa y las leyes internacionales. El viceministro subrayó que Moscú nunca ha vendido al Gobierno sirio «armamento ofensivo», es decir, que altere el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. «Siria está satisfecha con la cooperación técnico militar con Rusia. En la actualidad, no hay ninguna restricción a nuestros suministros. Debemos cumplir con nuestras obligaciones y es lo que hacemos», insistió Antónov.
Antónov respondió también a las acusaciones que armas rusas como los fusiles Kaláshnikov son utilizadas por las fuerzas de seguridad sirias contra los opositores del país árabe. «Yo me abstendría de declarar que los manifestantes están siendo asesinados con armas rusas», dijo, añadiendo que el 90% de los Kaláshnikov que se utilizan en el mundo son de contrabando y no han sido fabricados en territorio ruso.
Aseguró, además, que Rusia controla en toda momento el destino de las armas que exportan al exterior, incluido Siria. «Tenemos un acuerdo con Siria sobre el control del armamento ruso que acaba en territorio sirio. Esto está documentado. Más aún, podemos comprobar [el uso de] nuestras armas», dijo el responsable.

Amenaza

Moscú suministrará a Siria 36 aviones de instrucción de combate Yak-130 en virtud de un contrato firmado en diciembre pasado, según ha informado la prensa rusa. Rusia ya confirmó este mes el suministro a Damasco de sistemas móviles lanzamisiles costeros Bastión y misiles de crucero antibuque Yakhont, en virtud de un contrato sellado en 2007. Tanto Israel como EE.UU. consideran que esos misiles supersónicos de hasta 300 kilómetros de alcance suponen una amenaza para buques anclados en el Mediterráneo.
Rusia aseguró que vetará cualquier resolución que contemple la intervención militar en Siria y demande la renuncia de Al Assad.