viernes, 9 de marzo de 2012

DEPENDE: EL ASCENSO DE ASIA




No se crean la exageración sobre el declive de Estados Unidos y el amanecer de una nueva era asiática. Pasarán muchas décadas antes de que China, India y el resto de la región cojan las riendas del mundo, si es que lo consiguen alguna vez.

“El poder está deslizándose de Occidente a Oriente”
En realidad, no. Si uno se somete a una dieta de libros comoThe New Asian Hemisphere: The Irresistible Shift of Global Power to the East o When China Rules the World, es fácil pensar que el futuro es de Asia. Como dice un destacado heraldo del ascenso de la región: “Estamos entrando en una nueva era de la historia mundial: el fin del dominio occidental y la llegada del siglo asiático”.
Es indudable que el crecimiento rápido y sostenido desde la Segunda Guerra Mundial ha impulsado la producción económica y la capacidad militar de la región, pero es muy exagerado decir que Asia va a convertirse en la principal potencia del mundo. Como mucho, su ascenso favorecerá la existencia de un mundo multipolar en lugar de unipolar.
Aún les falta mucho para estrechar su distancia económica y militar con Occidente. La región genera aproximadamente el 30% de la producción económica mundial, pero, debido a su enorme población, su PIB per cápita es de sólo 5.800 dólares, frente a los 48.000 dólares de Estados Unidos. Los países asiáticos están poniendo al día sus ejércitos, pero su gasto militar combinado en 2008 no fue más que un tercio del de EE UU. Incluso con los actuales índices disparados de crecimiento, el asiático de a pie tardará 77 años en alcanzar la renta del estadounidense medio. El chino tardará 47 años; el indio, 123. Y el presupuesto militar combinado de Asia no igualará al de EE UU hasta dentro de 72 años.
En todo caso, no tiene sentido hablar de Asia como una sola entidad de poder, ni ahora ni en el futuro. Es mucho más probable que el rápido ascenso de un actor regional sea recibido con alarma por sus vecinos más próximos. La historia asiática está llena de ejemplos de rivalidades. China y Japón han luchado muchas veces por Corea; la URSS se alió con India y Vietnam para controlar a China, mientras que esta última apoyó a Pakistán para hacer de contrapeso a India. El ascenso reciente de Pekín ya ha hecho que se aproximen Tokio y Delhi. Si Asia se está convirtiendo en el centro mundial de gravedad geopolítica, es un centro de lo más turbio.
Quienes opinan que todo lo que Asia ha ido avanzando  desembocará de forma inevitable en su dominio geopolítico deberían examinar otro ingrediente crucial de la influencia: las ideas. La pax americana fue posible no sólo gracias al abrumador poder económico y militar de Estados Unidos, sino también a una serie de ideas visionarias: libre comercio, liberalismo wilsoniano e instituciones multilaterales. Aunque es posible que Asia tenga hoy las economías más dinámicas del mundo, no parece que desempeñe un papel equivalente como líder de pensamiento. La gran idea que mueve hoy a los asiáticos es la de adquirir poder; están orgullosos, con razón, de su nueva revolución industrial. Pero la confianza en sí mismos no es una ideología, y el aireado modelo asiático de desarrollo no parece un producto exportable.

“El auge de Asia es imparable”
No apuesten por ello. Los últimos avances asiáticos parecen garantizar su condición de superpotencia económica. Goldman Sachs, por ejemplo, cree que China sobrepasará a Estados Unidos en producción económica en 2027, e India se pondrá al día hacia 2050.
Dada la renta per cápita de Asia, relativamente baja, su índice de crecimiento va a ser superior al de Occidente durante cierto tiempo, pero la región se enfrenta a enormes obstáculos demográficos. Para 2050, más del 20% de los asiáticos serán ancianos. El envejecimiento es una de las principales causas del estancamiento de Japón. La población anciana de China crecerá de forma desmesurada. La tasa de ahorro caerá y los costes sanitarios y de pensiones se dispararán. La única excepción a estas tendencias es India.
Las limitaciones ambientales también pueden ser una cortapisa. La polución está empeorando la escasez de agua potable y la contaminación aérea se cobra un terrible precio (sólo en China mata a casi 400.000 personas cada año). Si no hay unos avances revolucionarios en materia de energías alternativas, Asia puede verse abocada a una grave crisis energética. Y el cambio climático podría destruir su agricultura.
La crisis económica, además, producirá enormes excedentes, a medida que se evapore la demanda occidental. Las empresas asiáticas, ante una demanda de consumo muy débil en sus países, no podrán vender sus productos. El modelo de desarrollo asiático dependiente de las exportaciones desaparecerá o dejará de ser un motor viable de crecimiento.
La inestabilidad política también podría hacer descarrilar la locomotora económica de Asia. El derrumbe del Estado en Pakistán o un conflicto militar en la península de Corea pueden causar el caos. Las desigualdades crecientes y la corrupción endémica en China podrían alimentar el malestar social y hacer que se desinfle su crecimiento económico. Y, si una transformación democrática, de una forma u otra, expulsa al Partido Comunista del poder, es muy probable que China emprenda un largo periodo de transición inestable, con un Gobierno débil y un comportamiento económico mediocre.

“El capitalismo asiático es más dinámico”
Difícil de asegurar. Con EE UU en horas bajas  y la economía europea debilitada, la mayoría de las economías asiáticas parece estar en gran forma. Es tentador decir que la variante asiática de capitalismo –que entremezcla la intervención estratégica del Estado, el pensamiento empresarial a largo plazo y el irreprimible deseo popular de mejora material– superará al modelo estadounidense, destruido por la codicia de Wall Street, y a la rígida variante europea.
Pero, aunque las economías asiáticas –a excepción de Japón– son de las que más rápido están creciendo en el mundo, existen pocas pruebas tangibles de que su aparente dinamismo nazca de una forma lograda de capitalismo. La verdad es más vulgar: se debe a sus sólidos principios fundamentales (alto nivel de ahorro, urbanización y demografía) y a las ventajas del libre comercio, las reformas de mercado y la integración económica. El relativo atraso de Asia tiene su lado positivo: los países tienen que crecer deprisa porque parten de una posición mucho más baja.
El capitalismo asiático tiene características peculiares, pero que no le otorgan necesariamente una ventaja. En primer lugar, los Estados intervienen más en la economía a través de la política industrial, las inversiones en infraestructuras y el fomento de las exportaciones, pero es un enigma si esto ha generado un mayor dinamismo. El estudio de la región elaborado en 1993 por el Banco Mundial, The East Asian Miracle, no pudo encontrar pruebas de que la intervención del Estado fuera la responsable del éxito. En segundo lugar, dos tipos de empresas –los conglomerados de propiedad familiar y las compañías estatales– dominan el panorama. Estas estructuras de propiedad permiten que las compañías asiáticas eviten la inmediatez de las empresas americanas, pero también las protegen de los accionistas y de las presiones del mercado, por lo que las firmas asiáticas son menos responsables, transparentes e innovadoras.
Por último, las elevadas tasas de ahorro alimentan el crecimiento económico de la región. Pero hay que compadecerse de los ahorradores asiáticos. Casi todos ahorran porque las redes de seguridad social son insuficientes. Las políticas oficiales en Asia les penalizan mediante la represión financiera (mantienen los tipos de depósito bajos y pagan unos intereses míseros) y recompensan a los productores (normalmente, mediante bajos tipos de interés sobre los préstamos). Incluso el fomento de las exportaciones está sobrevalorado. Los bancos centrales de la región han invertido la mayor parte de sus enormes superávit en activos de bajo rendimiento, dominados por el dólar, que perderán gran parte de su valor por la inflación a largo plazo generada por las políticas fiscales y monetarias de EE UU.

“Liderarán la innovación en el mundo”
No en nuestra generación. Basta con examinar el creciente número de patentes estadounidenses concedidas a inventores asiáticos para ver que Estados Unidos parece tener cada vez menos ventaja en materia de innovación. Los inventores surcoreanos, por ejemplo, recibieron 8.731 patentes estadounidenses en 2008, frente a 13 en 1978. En 2008, casi 37.000 patentes estadounidenses fueron a parar a inventores japoneses. La tendencia es lo suficientemente alarmante como para que un estudio haya colocado a EE UU en el octavo lugar entre los países innovadores, por detrás de Singapur, Corea del Sur y Suiza.
Pero las informaciones sobre la muerte del liderazgo tecnológico de Estados Unidos son muy exageradas. Aunque las economías avanzadas de Asia, como Japón y Corea del Sur, están cada vez más cerca, la ventaja de EE UU sigue siendo enorme. En 2008, a los inventores estadounidenses se les concedieron 92.000 patentes, el doble del total que recibieron los inventores de Corea del Sur y de Japón juntos. Los dos gigantes asiáticos, China e India, continúan muy atrás. 
Asia está invirtiendo dinero en la enseñanza superior. Pero a las universidades asiáticas les falta mucho para convertirse en los principales centros de educación e investigación del mundo. En los últimos treinta años, sólo ocho asiáticos, siete de ellos japoneses, han obtenido un Premio Nobel de Ciencias. La cultura jerárquica de la región, su burocracia centralizada, sus mediocres universidades privadas y el énfasis en el aprendizaje y los exámenes de rutina seguirán dificultando sus esfuerzos para imitar a las mejores instituciones investigadoras de Estados Unidos.
Incluso la famosa ventaja numérica de Asia cuenta menos de lo que parece. China otorga 600.000 nuevos títulos de ingeniero cada año, e India otros 350.000, mientras EE UU sólo tiene 70.000 nuevos ingenieros anuales. Estas cifras sugieren que Asia lleva ventaja en la creación de cerebros, pero inducen a engaño. La mitad de los ingenieros de China y dos tercios de los de India tienen titulaciones de grado medio. Y, si se cuenta la calidad, la ventaja de Asia desaparece por completo. Un estudio del McKinsey Global Institute en 2005 señala que los directores de recursos humanos de las compañías multinacionales consideran que sólo el 10% de los ingenieros chinos y el 25% de los indios son “contratables”, frente al 81% de los estadounidenses.

“Las dictaduras han supuesto una ventaja”
No. Las autocracias, sobre todo en el este asiático, parecen haber dado la prosperidad a sus países. Las llamadas “economías del dragón” de Corea del Sur, Taiwan, Singapur, Indonesia y, ahora, China experimentaron su mayor crecimiento bajo regímenes antidemocráticos. Las frecuentes comparaciones entre China e India parecen apoyar la opinión de que un Estado monopartidista, que no pierde tiempo en la complicada política de elecciones y rivalidades, puede aportar beneficios económicos mejor que un sistema multipartidista, constreñido por la democracia.
Pero Asia también ha tenido muchas autocracias que han empobrecido a sus países; pensemos en la trágica lista de Birmania, Pakistán, Corea del Norte, Laos, Camboya bajo los jemeres rojos, y Filipinas bajo Ferdinand Marcos. La propia China es un ejemplo ambiguo. Antes de que el Imperio del Centro saliera del aislamiento autoimpuesto y del Gobierno totalitario, en 1976, su crecimiento económico era muy escaso. Además, con Mao, China tuvo la dudosa honra de crear la peor hambruna del mundo.
Incluso si nos fijamos en las autocracias a las que se atribuye el éxito económico, nos encontramos con dos hechos interesantes. Primero, su comportamiento económico mejoró cuando se volvieron menos brutales y dejaron más libertades personales y económicas. Segundo, las claves de su éxito fueron unas políticas económicas sensatas, como una gestión macroeconómica conservadora, inversiones en infraestructuras, fomento del ahorro e impulso a las exportaciones. Las dictaduras no tienen fórmulas mágicas para el desarrollo económico.
Comparar un Estado monopartidista como China con una democracia como India no es un ejercicio intelectual sencillo. Por supuesto, India tiene muchos problemas: la pobreza generalizada, malas infraestructuras y mínimos servicios sociales. China parece haber logrado mucho más en esas áreas. Pero las apariencias pueden engañar. A las dictaduras se les da bien ocultar los problemas que crean, mientras que a la democracia se le da bien anunciar sus defectos.
Es decir, la ventaja de las autocracias en Asia es, en el mejor de los casos, un efecto óptico.

“China dominará Asia”
Probablemente, no. China va camino de adelantar a Japón como segunda economía del mundo este mismo año. Como centro económico de la región, el país está impulsando la integración económica de Asia. La influencia diplomática de Pekín también está extendiéndose, en teoría gracias a su nuevopoder blando. Hasta el Ejército chino, en otro tiempo anticuado, ha adquirido toda una serie de nuevos sistemas armamentísticos y ha mejorado significativamente su capacidad de proyectar poder.
Aunque es verdad que China será el país más fuerte de Asia en todos los aspectos, su ascenso tiene unos límites intrínsecos. Es improbable que Pekín domine Asia sustituyendo a EE UU como guardián de la paz en la región, ni que influya de forma decisiva en las políticas exteriores de otros países. Su crecimiento económico tampoco está garantizado; las minorías inquietas y secesionistas (los tibetanos y los uigures) viven en áreas estratégicamente importantes que constituyen casi el 30% del territorio chino; Taiwan, que no parece que vaya a integrarse en China de aquí a un plazo razonable, supone la dedicación de considerables recursos militares, y no parece probable que el Partido Comunista Chino, que considera que perpetuar su Estado de partido único es más importante que la expansión en el extranjero, se vaya a dejar seducir por delirios de grandeza imperial.
China tiene unos vecinos formidables –Rusia, India y Japón–, que se resistirán ferozmente a cualquier intento chino de convertirse en la potencia hegemónica regional. Incluso el sureste asiático, donde China parece haber cosechado los mayores beneficios geopolíticos en los últimos años, se resiste a caer por completo en su órbita. Y Estados Unidos no estaría dispuesto a capitular por las buenas ante el gigante chino.
Por motivos complejos, el ascenso de la República Popular no ha despertado entusiasmo, sino miedos y malestar entre los asiáticos. Sólo el 10% de los japoneses, el 21% de los surcoreanos y el 27% de los indonesios entrevistados en una encuesta del Chicago Council on Global Affairs dicen que se sentirían cómodos si China fuera el futuro líder de Asia. Ésa es la capacidad de seducción del Imperio del Centro.

“Estados Unidos está perdiendo influencia en el continente”
Definitivamente, no. Enfangado en Irak y en Afganistán y hundido en una profunda recesión, Estados Unidos tiene todo el aspecto de una superpotencia en declive. Parece que su influencia en Asia también ha disminuido. El otrora poderoso dólar tiene mucha menos demanda que el yuan chino, y el régimen de Corea del Norte hace alarde de llevar la contraria a Washington. Pero es prematuro declarar el fin de la preeminencia geopolítica de Estados Unidos en Asia. Lo más probable es que los mecanismos autocorrectores en sus sistemas político y económico permitan que Estados Unidos se recupere de sus problemas actuales.
El liderazgo norteamericano en Asia se debe a muchas razones, no sólo a su peso militar y económico. Como la belleza, la influencia geopolítica de un país depende muchas veces de quien la mira. Aunque algunos creen que el declive de la influencia de Estados Unidos en Asia es una realidad, muchos asiáticos piensan lo contrario. En el estudio del Chicago Council on Global Affairs, el 69% de los chinos, el 75% de los indonesios, el 76% de los surcoreanos y el 79% de los japoneses contestan que la influencia de Estados Unidos en Asia ha aumentado durante el último decenio.
Otra razón, tal vez más importante, para que Estados Unidos siga siendo influyente en Asia es que la mayoría de los países de la región agradece la presencia de Washington como garante de la paz en la zona. Las clases dirigentes asiáticas, desde Nueva Delhi hasta Tokio, siguen contando con el Tío Sam para vigilar a Pekín.
Con exageraciones o sin ellas, Asia va a aumentar rápidamente su influencia geopolítica y económica en las próximas décadas. Ya se ha convertido en uno de los pilares del orden internacional. Pero, al pensar sobre el futuro de Asia, no nos adelantemos a los acontecimientos. Su ascenso económico no está escrito en las estrellas. Y, dadas las diferencias culturales y la historia de intensas rivalidades entre los países de la región, no parece probable que adquiera un grado de unidad política suficiente como para transformarse en una entidad como la UE a medio plazo. Henry Kissinger se preguntó en una ocasión: “¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?”. Podríamos hacernos la misma pregunta respecto a Asia.
A la hora de la verdad, el ascenso de Asia debe representar más oportunidades que amenazas. El crecimiento de la región no sólo ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, sino que va a aumentar la demanda de productos occidentales. Sus fisuras internas permitirán que Estados Unidos controle la influencia geopolítica de rivales como China y Rusia con unos costes y unos riesgos manejables. Y, esperemos, el ascenso asiático suministrará la presión competitiva necesaria para que los occidentales se aclaren las ideas, sin sucumbir al entusiasmo ni a la histeria.


¿Algo más?
 
En ‘El lado oscuro del éxito chino’ (Foreign Policy edición española, abril/mayo, 2006), Minxin Pei examina la corrupción y el despilfarro que amenaza el vertiginoso crecimiento económico chino.
Mucho antes de que el fervor por el siglo de Asia explotara, Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn predijeron en Thunder from the East: Portrait of a rising Asia (Knopf, Nueva York, 2000) que el “centro del mundo” podría “establecerse en Asia”. The New Asian Hemisphere: The Irresistible Shift of Global Power to the East (PublicAffairs, Nueva York, 2008), de Kishore Mahbubani, se ha convertido en el texto fundacional de la escuela de pensamiento del siglo de Asia.
El debate China contra India no muestra signos de decaer. En ‘El próximo milagro asiático’ (Foreign Policy edición española, agosto/septiembre, 2008), Yasheng Huang señala que las instituciones democráticas indias le darán una ventaja de crecimiento a largo plazo sobre China. Razeen Sally descarta esta idea en ‘Don’t believe the India Hype’ (Far Eastern Economic Review, 1 de mayo, 2009), ya que India sigue descuidando los sectores de trabajo intensivo y evita la reforma de las instituciones. El profesor de Economía Pranab Bardhan, de la Universidad de California en Berkeley, es uno de los pocos analistas respetados que rechazan tanto el ascenso de China como el de India en ‘China, India Superpower Not so fast!’ (YaleGlobal Online, 25 de octubre, 2005).
No todos creen en el declive inexorable de la influencia americana. Anne-Marie Slaughter mantiene en ‘America’s Edge: Power in the Networked Century’ (Foreign Affairs, enero/febrero, 2009) que el siglo XXI será, de hecho, estadounidense, porque EE UU tiene una “conectividad” sin rivales.

CINCO DE LOS 'LOBBIES' MÁS PODEROSOS





"Hemos construido Roma". Así resumía un funcionario de alto rango al diario on line The Huffington Postla simbiosis entre contratistas militares y miembros del Gobierno estadounidense. El lobby de presión del complejo de la industria militar en Washington es uno de los más poderosos, pero no es el único. En general, se dice que hay cabildeo cuando uno o varios representantes de una industria se reúnen con legisladores para intentar que legislen a favor de sus intereses.
Esos lobbies tienen dos caras. Por un lado, una pública y transparente encarnados en aquellos grupos que gestionan su poder de influencia desde las grandes capitales del poder, sobre todo Washington o Bruselas; y, por el otro, una faceta oculta, generalmente inaccesible al público, desde la que intentan ganar voluntades de una manera más oscura.
Estos son algunos de los lobbies más poderosos con impacto mundial (*).

1. TE VENDO UNA GUERRA: EL COMPLEJO DE LA INDUSTRIA MILITAR
Lobby defesa 
"La conjunción de un establishmentmilitar inmenso y de una gran industria armamentística es nueva en Estados Unidos […] Debemos protegernos contra la adquisición de una influencia injustificada del complejo de la industria militar. La posibilidad desastrosa de una acumulación de poder inapropiado existe y persistirá". Con estas palabras el presidente y general militar estadounidense Dwight D. Eisenhower alertaba en 1961, en su discurso de despedida a la nación, y al mundo, de lo que estaba por venir: la indomable influencia del entramado de la guerra en la política estadounidense.
Desde entonces Washington ha lanzado cuatro guerras. En ellas se ha gastado alrededor de 2 billones de dólares, sin contar los gastos de reconstrucción, el cuidado a los veteranos o los intereses de los préstamos adquiridos: alrededor de 700.000 millones de dólares actuales en Vietnam, 100.000 millones en la Guerra del Golfo, 800.000 millones en Irak y 320.000 millones en Afganistán, según datos del Congreso. Y estas delirantes cantidades de dinero son sólo una parte del presupuesto de Defensa, que ronda el 25% del total anual, casi un billón de dólares en 2011. El equivalente al PIB español.
Con todos esos dólares en juego no es de extrañar que se considere al complejo de la industria militar estadounidense como uno de los lobbies más poderosos del mundo. Su impacto fuera de las fronteras del país norteamericano adquiere la forma de guerras e invasiones, de muerte y destrucción. Dentro, se plasma en el llamado Triángulo de Hierro formado por el Pentágono, los contratistas militares y los cabilderos. Los peces gordos de esta industria son las multinacionales Lockheed Martin, Boeing y General Dynamics. Lockheed Martin es el epítome del poder del lobby de la industria de Defensa. En 2008 se convirtió en la compañía que más cobró por contratos con el Estado en la Historia del país: 36.000 millones de dólares (unos 27.300 millones de euros), según cálculos de FedSpending.org. La cifra supone un tercio de lo que el país se gastó en educación ese mismo año.
¿Cómo lo hizo? Sólo en las gestiones directas y registradas, Lockheed se gasta cada año unos 15 millones de dólares, según datos públicos recopilados por la organización OpenSecrets. La Lockheed Martin es, por ejemplo, el principal contribuyente de las campañas electorales de Howard McKeon, el jefe del Comité de Servicios Armados de la Cámara de representantes. Otros dos de sus principales contribuyentes son, precisamente, Boeing y General Dynamics. Europa tiene ejércitos poderosos y armamento sofisticado, aunque rara vez los utiliza y eso la hace menos apetitosa que EE UU para las grandes firmas de Defensa. El dinero gastado en cabildeo en Bruselas por esas empresas es del orden de ocho veces menor de lo que las mismas se gastan en Washington. Pero no es inmune: todas las principales empresas armamentísticas tienen oficina en Bruselas. Las grandes son EADS, Thales (Francia), Finmeccanica (Italia), y BAE Systems (Reino Unido). Combinadas, controlan dos tercios de los alrededor de 90.000 millones de euros del mercado europeo. "El acceso privilegiado de la industria [militar] a la política europea en la ausencia casi total de la sociedad civil representa un serio problema democrático en Europa", según un informe de la organización Corporate Europe.

    Lobby energético
2. NO SOLO CHEVRON: EL 'LOBBY' ENERGÉTICO
Barack Obama ha propuesto en su presupuesto para 2013 que se dejen expirar los créditos fiscales que había concedido su antecesor George W. Bush a las empresas petroleras y de gas estadounidenses. Es una forma de subvención pública sin la que, asegura la Casa Blanca, se reduciría el déficit en unos 40.000 millones de dólares en los próximos 10 años. Esas lucrativas vacaciones fiscales fueron el resultado de los intensos esfuerzos de cabildeo de petroleras como Halliburton o Chevron con la Administración Bush. Muchos apuntan a que fue clave en esta decisión el hecho de que el entonces vicepresidente Dick Cheney hubiera sido CEO de Halliburton o que la secretaria de Estado Condoleeza Rice fuera en el momento directora de Chevron.
También el grupo de las renovables obtiene apoyo de la Casa Blanca, aunque su potencia económica sea mucho menor. Barack Obama quiere extender los mismos créditos fiscales a las renovables y aumentar hasta los 80.000 millones de dólares el fondo para las energías limpias. Y todo después del escándalo de Solyndra, una empresa de paneles solares que quebró después de que el Gobierno le concediera avales para un crédito de más de 500 millones de dólares.
El tercer grupo en discordia por el pastel energético es además uno de los lobbies más antiguos de Washington, el del carbón. Lleva gastado unos 100 millones de dólares en los últimos años en cabildeo abierto para convencer a los legisladores de que el carbón limpio es una fuente local de energía que reduce las emisiones de carbono a la atmósfera. El lobby del petróleo y el del carbón en EE UU tienen tal influencia que se les considera clave en las reiteradas negativas de Washington a unirse al resto de países avanzados en la firma del protocolo de Kioto y en la lucha contra el cambio climático. En 2005 salieron a la luz documentos que evidenciaban cómo la Administración de George W. Bush había consultado a ExxonMobile sobre su posición sobre el protocolo de Kioto.
Las petroleras más poderosas son las llamadas supermajor (antes de las fusiones, las conocidas como "las siete hermanas"): las estadounidenses ExxonMobil y Chevron, la británica BP, la británico-neerlandesa Royal Dutch Shell o la francesa Total. Tanto o más poder tienen las “nuevas siete hermanas" de los países en desarrollo, como la china CNPC o la rusa Gazprom, pero en éstas la presión es completamente diferente porque son públicas o semipúblicas.

3. RESCÁTAME Y VETE: EL 'LOBBY' FINANCIERO
LOBBY FINANCIERO 
Los lobbies financieros perdieron, tras el estallido de la crisis económica en 2008, gran parte del crédito que les permitía ser juez y parte en la redacción de la regulación bancaria. Washington no les ha cerrado las puertas del todo, pero ahora les mira con lupa. Wall Street confía en la actualidad en los casi 500 millones de dólares que se gasta cada año en cabildeo para volver a cortejar a los legisladores. Los enviados de Wall Street a la capital de EE UU fueron clave en el origen de la crisis económica y lo son en este momento en el intento de relajar las normas que han surgido tras el desastre financiero.
En 1999 se anuló, ante la intensa presión de los banqueros, el acta Glass-Steagall. La ley había impedido desde 1933 que los bancos comerciales tomaran los riesgos propios de los bancos de inversión. Para gran parte de los analistas ese fue el momento en el que comenzó a gestarse la crisis actual, cuyos efectos han generado una de las peores olas de destrucción económica mundial desde la Gran Depresión. El resto es bien conocido: los Gobiernos estadounidense y europeos movilizaron enormes cantidades de dinero público para rescatar a los bancos. Cuatro años después, y tras haber devuelto gran parte del dinero, los cabilderos de firmas como JP Morgan Chase, Goldman Sachs, Citigroup, Morgan Stanley o Bank of America, entre otras, centran sus esfuerzos en oponerse a la regulación con la que se intenta corregir los excesos de aquella época. Van por buen camino: han aguado el contenido o impedido directamente la redacción de decenas de las más de 200 provisiones del Acta Dodd Frank para la Reforma de Wall Street y la Reforma del Consumidor.
En el frente internacional se contesta la nueva regulación de Basilea III. En Europa, el lobby financiero más activo en estos momentos es quizá el Instituto Internacional de Finanzas (IIF), que representa a los bancos en las negociaciones de la quita de la deuda griega. El IIF fue también clave en la representación de los grandes bancos en la negociación de Basilea II, una regulación internacional a la que algunos culpan en parte de los males que llevaron a la crisis financiera de 2008.

4. EL ENTRAMADO SANITARIO
    Lobby santiario
El sanitario es el lobby que más dinero se gasta al año en Washington. En los últimos 13, casi 2.500 millones de dólares, según datos públicos recopilados porOpenSecrets.org. Lideran estos gastos empresas como Pfizer, Amgen, Eli Lilly y, sobre todo, Pharmaceutical Research and Manufacturers of America. El pastel a repartir en Estados Unidos es enorme. La sanidad es esencialmente privada, pero hay una potente protección a personas mayores y sin recursos que paga el Estado, los llamados Medicare y Medicaid. El porcentaje de dinero de los contribuyentes destinado a estos dos programas sólo lo supera el destinado a Defensa: en 2011, el país se gastó casi 900.000 millones de dólares en el departamento de Sanidad.
El problema es que, al no haber como en Europa una red de hospitales públicos, el Estado costea los tratamientos en los servicios privados, mucho más caros. Y las firmas sanitarias quieren que la cosa siga siendo así. Prueba de ello es que el gasto se intensificó considerablemente en 2009, cuando se trataba de influir en la nueva ley sanitaria estadounidense, conocida popularmente como Obamacare. Finalmente se aumentaron los beneficios de estas compañías, promulgando la obligatoriedad de tener un seguro médico y todo sin cambiar la esencia del sistema de sanidad privada.

5. EL PODER DEL BIT: EL'LOBBY' TECNOLÓGICO
Lobby tecnológico 
Ha sido la batalla de Hollywood contra Silicon Valley, una de las luchas entre grupos de presión del presente año en Estados Unidos: ellobby de Internet ha conseguido paralizar dos leyes contra la piratería digital (las llamadas Ley para Parar la Piratería en Internet, SOPA, en sus siglas en inglés, y la Ley para la Protección de la Propiedad Intelectual, PIPA) impulsadas por los generadores de contenidos. De ser aprobada, la legislación obligará a las compañías de Internet a bloquear el acceso a las páginas que permitan descargas ilegales y prohibirá a los anunciantes colgar su publicidad en estas web.
Google, Wikipedia, Yahoo, Twitter o Facebook, entre otras empresas digitales de la nueva era, presionaron para que la ley se cancelara. Pelearon no sólo desde la calle K, la avenida de la capital estadounidense donde se ubican los lobbies, sino también desde el mundo virtual: a mediados de enero Google se cubrió con un banner negro, en señal de lo que consideraban un asalto a la libertad de expresión; Wikipedia dejó de funcionar por un día… Y consiguieron que miles de estadounidenses llamaran a sus congresistas para que no aprobaran la ley.
El tecnológico es el nuevo lobby en la calle K. Trata de recuperar el tiempo perdido: es el que más crecimiento en el gasto en cabildeo está experimentando en los últimos años. El informático sólo se ha gastado hasta 130 millones de dólares en 2011. El tecnológico en su conjunto alrededor de 400 millones. Hablamos de compañías como Apple, la mayor en capitalización bursátil del mundo, pero también Cisco o Microsoft.  

SOPA DE LETRAS DE LA GEOPOLÍTICA





MIKT, NORC, TIMBI… ¿Qué significan todas esas siglas?

ED JONES /AFP/Getty Images

Cuando el economista de Goldman Sachs Jim O'Neill puso a las economías emergentes de Brasil, Rusia, India y China el nombre de BRIC en 2001, no fue consciente de que estaba creando un importantísimo nuevo término geopolítico, que incluso los propios países protagonistas convertirían en una alianza formal (la "S" se añadió cuando Suráfrica se unió a ellos en 2010.) Y probablemente tampoco se dio cuenta de que estaba creando toda una nueva industria casera del acrónimo. Presentamos una guía a la actual sopa de letras de la economía global.

BASIC
Quiere decir: Brasil, Suráfrica, India, China
Creado por: Los propios países
Por qué: El grupo BASIC surgió en la conferencia sobre el cambio climático de 2009 en Copenhague para presentar una contrapropuesta que estableciera más obligaciones sobre los países ricos para que éstos redujeran sus emisiones de carbono. La cooperación se prolongó en posteriores rondas de conversaciones sobre el clima en México y Suráfrica.

MIKT
Quiere decir: México, Indonesia, Corea del Sur (South Korea, en inglés), Turquía
Creado por: Jim O'Neill
Por qué: O'Neill no se durmió en los laureles tras el enorme éxito logado por la creación de la marcaBRIC. A comienzos de 2011, presentó MIKT, argumentando que el término “mercados emergentes” para describir a estos países había dejado de ser útil. Pero no se puede decir que haya arraigado igual de bien.

NORC
Quiere decir: Países de las costas del Norte (Northern Rim Countries), es decir, Canadá, Rusia, Escandinavia y el norte de Estados Unidos.
Creado por: El geógrafo de la Universidad de California /Los Angeles Laurence Smith
Por qué: Smith cree que el acceso a las rutas de navegación abiertas por el derretimiento del hielo del Ártico, combinado con los abundantes recursos petroleros y de gas natural, convertirán a los países del Ártico en las potencias cruciales de finales del siglo XXI.

PIGS
Quiere decir: Portugal, Italia, Grecia, España (Spain)
Por qué: No está claro quién acuñó este apelativo tan poco favorecedor, que agrupa a las economías europeas con peores resultados, pero su uso se generalizó durante la crisis del euro y en ocasiones pasa a deletrearse como “PIIGS” para incluir también a Irlanda.

TIMBI
Quiere decir: Turquía, India, México, Brasil, Indonesia
Creado por: El profesor Jack Goldstone, de la Universidad George Mason (EE UU)
Por qué: Goldstone sostiene que el crecimiento económico de Rusia y China se vería obstaculizado por la disminución de la población en edad de trabajar, de modo que sería más exacto situar a India y a Brasil junto a países que pueden presumir de tener economías y poblaciones en crecimiento.

CHIPRE: ¿ISLA ESTRATÉGICA?





El hallazgo de importantes reservas de gas en aguas del Mediterráneo oriental abre la puerta a nuevos sueños energéticos en la zona, pero también incrementa las tensiones en las ya complejas relaciones entre Chipre, Turquía e Israel.

AFP/Getty Images
Vista general de la costa noroeste de Chipre, en la parte grecochipriota de la isla.

Las relaciones, siempre tensas y complejas, entre Chipre, que asume la presidencia de turno de la Unión Europea en julio, y Turquía, cuyo proceso de adhesión a la UE está prácticamente detenido después de seis años, han entrado en una nueva y peligrosa fase como consecuencia del descubrimiento de unas enormes reservas de gas natural en aguas del Mediterráneo que ambos países reclaman. Por otra parte, las relaciones entre Israel y Turquía, en otro tiempo grandes aliados, se han deteriorado gravemente, y Tel Aviv está estrechando lazos con Chipre.
Hasta qué punto han empeorado las relaciones entre Turquía y Chipre quedó claro en noviembre durante una visita oficial del presidente turco, Abdulá Gül, a Londres, en la que dijo que Chipre era un “medio país” y la UE era “lamentable”, y que Ankara no pensaba tener ningún contacto directo con Nicosia durante su presidencia de la Unión.
Chipre lleva decenios negociando con su parte norte, turcochipriota, para reunificar la isla, separada desde la invasión turca en 1974. En 2004 se incorporó a la UE toda la isla, pero el acquis communautaire solo es válido para la parte sur, no para la República Turca del Norte de Chipre (el 36% del territorio), que carece de reconocimiento internacional. La UE en su conjunto tiene en suspenso desde diciembre de 2006 aproximadamente la mitad de los 35 capítulos de las leyes de la Unión que Turquía debe respetar, porque Ankara se niega a abrir sus puertos y aeropuertos al tráfico grecochipriota, es decir, reconocer la República de Chipre, mientras no se haga algo para mitigar el aislamiento de la RTNC; algunos de dichos artículos están bloqueados de forma individual por Francia y Chipre.
El pasado otoño, Noble Energy de Texas descubrió entre 85.000 y 254.000 millones de metros cúbicos de gas natural en la zona económica exclusiva de la República de Chipre (con un 60% de probabilidad de éxito geológico), después de hacer caso omiso a Turquía, que había exigido que se detuvieran las labores de perforación. Ankara recurrió a la diplomacia de las lanchas cañoneras, envió barcos y submarinos a la zona y amenazó con proporcionar escolta naval a los buques de prospección de la Empresa Turca de Petróleos frente a las costas del norte de Chipre. El descubrimiento es muy importante: 85.000 millones de metros cúbicos, que es el cálculo a la baja, son suficientes para cubrir las necesidades de gas del millón aproximado de habitantes de Chipre (ambas partes de la isla) durante más de 100 años.
Los Gobiernos chipriota e israelí tienen un acuerdo que define los límites marítimos entre los dos países. La zona de exploración de Chipre roza las aguas territoriales de Israel, al que corresponde alrededor del 20% del yacimiento de gas. El acuerdo se produjo después de que las relaciones entre Turquía e Israel alcanzaran su punto más bajo en mayo de 2010, debido al ataque israelí contra la flotilla de ayuda bajo bandera turca que trataba de romper el bloqueo de Gaza, en el que murieron nueve turcos. Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, es un enérgico defensor de la causa palestina. El año pasado, Ankara y Tel Aviv rebajaron de categoría sus relaciones diplomáticas al nivel de segundo secretario, y en la actualidad Turquía está restringiendo el uso de su espacio aéreo a los aviones de carga israelíes.
Ankara afirma que algunas secciones de los 13 bloques del yacimiento (hasta ahora solo se ha perforado uno) “se superponen con la plataforma continental de Turquía en el Mediterráneo oriental”. Nicosia dice que esas afirmaciones “no tienen base legal ni geomorfológica” y ha sacado a subasta la prospección en otros bloques.
Turquía es el único país no firmante del Convenio de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Su política marítima consiste en que las islas no tienen derecho a una zona económica exclusiva (ZEE) ni a una plataforma continental. El Derecho del Mar afirma que todos los Estados tienen derechos especiales de exploración y utilización de los recursos marinos en su ZEE. Ankara ni siquiera reconoce que Chipre sea un Estado legítimo. Mientras tanto, Líbano, que también pretende beneficiarse de la riqueza energética existente bajo su mar, afirma que Israel está invadiendo sus aguas territoriales, que no están demarcadas por ningún tratado.
Las reservas de gas, y tal vez petróleo, del Mediterráneo oriental, que pueden llegar a ser gigantescas, están reforzando la importancia estratégica de la pequeña isla de Chipre, situada en la encrucijada de tres continentes: Europa, Asia y África. En cuanto Noble anunció el descubrimiento, el Departamento de Estado norteamericano creó la Oficina de Recursos Energéticos (con sede en Nicosia) para subrayar la importancia que Washington da a los recursos energéticos de la región en general y Chipre en particular.
      
Los ingresos de los recursos energéticos, suponiendo que el gas fluya algún día, podrían impulsar las interminables e infructuosas negociaciones sobre la reunificación de Chipre
      
El hallazgo hizo asimismo que Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, visitara Chipre en febrero, la primera visita de un jefe de Gobierno. Los dos países están estudiando la posibilidad de construir un gaseoducto submarino para exportar gas a Europa.
La disputa entre Turquía y Chipre se desarrolla sobre el trasfondo de la creciente dependencia energética que padece la UE y el significativo papel de Turquía como corredor energético entre Asia Central y Europa. Si Ankara y Nicosia tuvieran unas relacionesnormales, el petróleo y el gas descubiertos frente a las costas de la isla podrían transportarse a Europa a través de la red turca de conductos, pero, en las circunstancias actuales, eso es un sueño imposible.
En la actualidad existen siete conductos en funcionamiento en Turquía y hay más previstos, entre ellos los 3.900 kilómetros de Nabucco, respaldado por la UE, cuya construcción debería comenzar en 2013 después de haber sufrido retrasos, costes superiores a los proyectados y problemas en la obtención de contratos de suministro. Enlazará los ricos yacimientos de gas del Cáucaso y Asia Central con los países europeos necesitados de energía.
También está aumentando la cooperación entre Israel y Chipre en materia de defensa. La base aérea Andreas Papandreu situada en Pafos, en la costa suroeste, que había caído en el abandono, ha vuelto a activarse desde que los aviones de combate israelíes la utilizan para repostar. Netanyahu y Demetris Christofias, el líder grecochipriota, acordaron un pacto de defensa para proteger mutuamente sus reservas de gas. Buques y aviones militares de Israel patrullarán la zona para prevenir cualquier amenaza. Además, los dos países están estudiando la posibilidad de estacionar aviones de combate israelíes en Pafos con carácter permanente. De esa forma, los grecochipriotas se sentirían más seguros frente a una posible amenaza turca, porque el país no posee una fuerza aérea (uno de los  motivos por los que a Ankara le fue tan fácil invadir la isla en 1974) y, en cierto modo, sustituiría el pacto de defensa que tenía Israel con Turquía.
Los ingresos de los recursos energéticos, suponiendo que el gas fluya algún día, podrían impulsar las interminables e infructuosas negociaciones sobre la reunificación de Chipre, porque podrían ayudar a financiar un acuerdo aceptable para las dos partes. Antes de que se sometiera a referéndum el plan Annan de 2004 en las dos comunidades, se había convocado en Bruselas una conferencia de donantes que no consiguió obtener los fondos necesarios para financiar el acuerdo propuesto; al final, no importó, porque los grecochipriotas lo rechazaron.

DEPENDE: CIBERGUERRA





No hay que temer al hombre del saco digital. Un conflicto virtual es todavía más palabrería que realidad.

“La ciberguerra ya está aquí”
Ni hablar. “¡Llega la ciberguerra!”, predijeron John Arquilla y David Ronfeldt en un famoso informe Rand en 1993. Desde entonces, parece que ya ha llegado, por lo menos según el aparato militar de Estados Unidos. En enero, el Departamento de Defensa estadounidense se comprometió a equipar a las Fuerzas Armadas para “llevar a cabo una campaña combinada en todos los terrenos, tierra, aire, mar, espacio y ciberespacio”. Mientras tanto, cada vez más libros y artículos exploran las amenazas de la ciberguerra y el ciberterrorismo y cómo sobrevivir a ellas.
Pero seamos serios: la ciberguerra todavía es más palabrería que realidad. Pensemos en la definición de lo que es un acto de guerra: tiene que ser posiblemente violento, tener un propósito claro y ser político. Los ataques cibernéticos que hemos visto hasta ahora, desde los de Estonia hasta el virus Stuxnet, no cumplen esos criterios.
    
    Fotolia
Un ejemplo es el dudoso caso de la explosión de un gaseoducto soviético en 1982, que los verdaderos creyentes en la ciberguerra mencionan con frecuencia y consideran el ciberataque más destructivo de la historia. Según cuentan, en junio de 1982, un gaseoducto en Siberia que la CIA tenía prácticamente lleno de trampas explosivas, con un dispositivo denominado “bomba lógica”, explotó en una tremenda bola de fuego que pudo verse desde el espacio. La Fuerza Aérea estadounidense calculó que había sido una explosión de 3 kilotones, equivalente a una pequeña bomba nuclear. La operación, dirigida contra un gaseoducto soviético que unía los yacimientos de gas de Siberia con los mercados europeos, saboteó los sistemas de control de la línea gracias a un programa creado por una empresa canadiense y en el que la CIA había incluido un código malicioso. No murió nadie, según Thomas Reed, asesor del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense en aquella época, que reveló el incidente en su libro de 2004 At the Abyss; el único daño lo sufrió la economía soviética.
¿Ocurrió de verdad ese incidente? Cuando se publicó el relato de Reed, Vasily Pchelintsev, exjefe del KGB en la región de Tyumen, donde se supone que se produjo la explosión, negó la historia. Tampoco existen informaciones de prensa que confirmaran la explosión en 1982, pese a que, a comienzo de los 80, era frecuente ver noticias de accidentes y explosiones en los oleoductos y gaseoductos de la URSS. Es probable que sucediera algo, pero el libro de Reed es la única mención pública del caso, y su relato solo se apoya en un documento. Las pruebas existentes sobre el suceso son tan endebles que no puede utilizarse como caso demostrado de ciberataque.
La mayoría de los demás casos de guerra cibernética que suelen mencionarse son todavía menos destacados. Por ejemplo, los ataques producidos en Estonia en abril de 2007, como respuesta al polémico traslado de un monumento soviético a la guerra, el Soldado de bronce. Estonia, muy bien interconectada, fue objeto de un ataque masivo de denegación de servicio procedente de hasta 85.000 ordenadores pirateados y que duró tres semanas. El punto culminante se alcanzó el 9 de mayo, cuando atacaron 58 páginas web estonias al mismo tiempo y se cayeron los servicios del mayor banco del país. “¿Qué diferencia hay entre el bloqueo de puertos y aeropuertos de unos Estados soberanos y el bloqueo de páginas web de instituciones oficiales y periódicos?”, preguntó el primer ministro,  Andrus Ansip.
Pese a sus analogías, el ataque no fue un acto de guerra. Fue, sin duda, una molestia y un golpe emocional al país, pero ni siquiera penetraron de verdad en la red del banco; solo estuvo caída durante 90 minutos un día y dos horas el siguiente. El ataque no fue violento ni pretendía alterar la forma de comportarse de Estonia, y no lo reivindicó ninguna entidad política. Lo mismo ocurre con la enorme mayoría de los ciberataques que se conocen.
No se sabe de ningún ataque cibernético que haya causado la pérdida de vidas humanas. Ningún delito informático ha herido jamás a una persona ni ha provocado daños en un edificio. Y, si un acto no tiene al menos la posibilidad de ser violento, no es un acto de guerra. Separar la guerra de la violencia física la convierte en un concepto metafórico; significaría que no hay manera de distinguir, por ejemplo, entre la Segunda Guerra Mundial y las guerras contra la obesidad y el cáncer. Sin embargo, estos últimos son males que, a diferencia de los ejemplos de guerra cibernética, sí matan a las personas.

“Los ciberataques son cada vez más fáciles”
Todo lo contrario. El director de los Servicios de Inteligencia de Estados Unidos, James R. Clapper, advirtió el año pasado que el volumen de software malicioso en las redes estadounidenses se había multiplicado por más de 3 desde 2009, y que todos los días se descubren más de 60.000 muestras de programas maliciosos. EE UU, dijo, está experimentando “un fenómeno conocido como ‘convergencia’, que aumenta la posibilidad de ciberataques, incluso contra infraestructuras físicas”. (La “convergencia digital” es un término muy elegante para designar algo muy sencillo: cada vez hay más dispositivos capaces de comunicarse entre sí, y sectores y actividades que antes estaban separados pueden trabajar cada vez más juntos).
Sin embargo, el que haya más programas maliciosos no significa que los ataques sean más fáciles. De hecho, debería ser más difícil realizar ataques con capacidad de ser perjudiciales o verdaderamente peligrosos. ¿Por qué? Los sistemas más delicados suelen tener incorporados sistemas de redundancia y seguridad, de modo que el objetivo más probable de un atacante no será cerrar el sistema, porque el mero hecho de obligar a cerrar un sistema de control, por ejemplo una central eléctrica, puede desencadenar un atasco y que los operadores empiecen a buscar el problema. Para ser un arma eficaz,  los programas maliciosos deben poder influir en un proceso activo, pero no interrumpirlo por completo. Si la actividad maliciosa se prolonga demasiado, tiene que ser sigilosa. Y eso es más difícil que apretar el botón de apagado virtual.
Por ejemplo, Stuxnet, el gusano que saboteó el programa nuclear de Irán en 2010. No se limitó a cerrar las centrifugadoras de la planta nuclear de Natanz; lo que hizo fue manipular sutilmente el sistema. Stuxnet se infiltró en las redes de la central y luego saltó a los sistemas de control protegidos, interceptó los valores que transmitían los sensores, grabó esos datos y dio al código legítimo de control unas señales falsas grabadas con anterioridad, según los investigadores que han estudiado el caso.  Su objetivo no era solo engañar a los operadores en una sala de control, sino sortear la seguridad digital y vigilar los sistemas para poder manipular de forma secreta los procesos.
Para construir y desplegar Stuxnet fue necesario conocer con gran detalle los sistemas que debía intervenir, y lo mismo ocurrirá con otros armas cibernéticas verdaderamente peligrosas. Es cierto que la “convergencia”, la normalización y la defensa chapucera de los sistemas de control podríanaumentar el riesgo de ataques en general, pero también han hecho que las defensas de los objetivos más codiciados estén mejorando sin cesar y que la reprogramación de instalaciones muy específicas con sistemas antiguos sea cada vez más compleja.

“Las armas cibernéticas pueden causar inmensos daños colaterales”
 
AFP/Getty Images 
No parece probable. Cuando se conocieron las noticias sobre Stuxnet, The New York Times dijo que lo más impresionante de la nueva arma era el “daño colateral” que causaba. El programa malicioso había “salpicado miles de sistemas informáticos en todo el mundo, y muchos de sus efectos los sufrieron esos sistemas, en vez de lo que se suponía que era su objetivo, los equipamientos iraníes”, explicóThe New YorkTimes. Estas palabras reafirman la opinión de que los virus informáticos son como virus biológicos muy contagiosos que, una vez salidos del laboratorio, se vuelven en contra de todos los sistemas vulnerables, no solo sus supuestos blancos.
Pero esta metáfora tiene muchos fallos. A medida que crece la capacidad destructora de un arma cibernética, disminuye la probabilidad de que pueda dañar un gran número de sistemas a distancia. Stuxnet infectó más de 100.000 ordenadores, sobre todo en Irán, Indonesia e India, aunque también en Europa y Estados Unidos. Pero estaba programado con una meta tan concreta que no causó ningún daño en todas esas máquinas, sino solo en las centrifugadoras iraníes de Natanz. La agresiva estrategia de infección del gusano pretendía aumentar al máximo sus probabilidades de alcanzar el objetivo propuesto. Como dicho objetivo no estaba en Red, “toda la funcionalidad necesaria para sabotear un sistema estaba directamente incrustada en el ejecutable de Stuxnet”, observó Symantec, la empresa de software de seguridad, al analizar el código del gusano. Es decir, Stuxnet sí salpicómuchos sistemas, pero no soltó su carga dañina más que en el sitio para el que estaba destinada.
La infección colateral, en resumen, no tiene por qué ser un daño colateral. Un programa malicioso complejo puede infectar numerosos sistemas, pero, si existe un objetivo concreto, lo más probable es que la infección tenga una carga específica que será inocua para la mayoría de los ordenadores. La imagen de los daños colaterales involuntarios, sobre todo en el contexto de las armas cibernéticas más sofisticadas, no se sostiene. Es más como un virus de la gripe que solo afecta a una familia.

“En el ciberespacio, el ataque domina a la defensa”
Tampoco esto es cierto.  Un informe del Pentágono de 2011 sobre el ciberespacio subrayaba “la ventaja de la que disfruta en la actualidad la política de ataque en la ciberguerra”. Los servicios de inteligencia pusieron énfasis en lo mismo en su informe anual de amenazas  presentado al Congreso estadounidense el año pasado, en el que decían que las tácticas de ataque –conocidas como descubrimiento y explotación de las vulnerabilidades– están evolucionando a gran velocidad y el Gobierno de EE UU y la industria no son capaces de adaptar sus mejores instrumentos de defensa con la rapidez suficiente. La conclusión parecía clara: los atacantes informáticos tienen ventaja sobre los defensores, “y la tendencia, seguramente, se acentuará durante los próximos cinco años”.
Sin embargo, si se examina la situación con más detalle, salen a la luz tres factores que suponen una desventaja para el ataque. El primero es el elevado coste de desarrollar un ciberarma, en tiempo, talento e información sobre los objetivos. Los expertos calculan que, para desarrollar Stuxnet fueron necesarios un equipo soberbio y mucho tiempo. En segundo lugar, las posibilidades de construir armas de ataque genéricas son menores de lo que se supone por los mismos motivos, y las inversiones importantes en programas de ataque muy específicos solo se pueden hacer contra unos objetivos muy limitados. Tercero, lo más probable es que una herramienta de ataque, una vez desarrollada, tenga una vida media mucho más corta que las medidas defensivas instaladas contra ella. Peor aún, un arma puede ser capaz de golpear una sola vez; cuando se descubre lo que hace un programa malicioso especializado, lo normal es que de inmediato se reparen y protejan los sistemas más delicados. Y un arma, por poderosa que sea, no es gran cosa si no puede repetir el ataque. Cualquier amenaza política depende de la amenaza creíble de que se puede atacar o repetir un ataque. Si se duda de eso, el poder de coacción del ciberataque se vería drásticamente reducido.

“Necesitamos un acuerdo de control de armas cibernéticas”
    
    AFP/Getty Images
No. Los alarmistas de la ciberguerra quieren que Estados Unidos se plantee la seguridad informática como un nuevo reto geopolítico. Creen que el ciberespacio está empezando a ser un nuevo ámbito de rivalidad militar con adversarios como Rusia y China, y que son necesarios nuevos acuerdos de limitación de armas cibernéticas que lo eviten. Se oye hablar sobre la instauración de normas internacionales al respecto: el Gobierno británico convocó una reunión en Londres, a finales de 2011, que pretendía hacer de Internet un lugar más seguro mediante la aprobación de nuevas normas de circulación, y Moscú y Pekín propusieron en la Asamblea General de la ONU del pasado septiembre  el establecimiento de un “código de conducta internacional en materia de seguridad informática”. Ahora, los diplomáticos están debatiendo si Naciones Unidas debería intentar elaborar el equivalente a control de las armas nucleares en el ciberespacio.
¿Debería? La respuesta es no. Los intentos de limitar las armas cibernéticas mediante acuerdos internacionales tienen tres principales inconvenientes. El primer es la dificultad de trazar el límite entre el delito informático y la posible actividad política en el ciberespacio. Por ejemplo, en enero, un piratasaudí robó alrededor de 20.000 números de tarjetas de crédito israelíes de una página de venta por Internet y filtró los datos al público. En represalia, un grupo de piratas israelíes entró en páginas saudíes y amenazó con hacer públicos datos privados de las tarjetas de crédito.
¿Dónde está la línea divisoria? Aunque fuera posible distinguir la actividad delictiva de la actividad política y patrocinada por un Estado, muchas veces utilizan los mismos medios. Y existe otro problema de tipo práctico: la comprobación sería imposible. Contar con exactitud la dimensión de los arsenales nucleares y vigilar los programas de enriquecimiento de uranio ya son actividades muy difíciles; instalar cámaras para captar a programadores y comprobar que no están diseñando programas maliciosos es totalmente iluso.
El tercer problema es político y todavía más fundamental: los agresores cibernéticos pueden actuar por motivos políticos, pero, al contrario de lo que ocurre con la guerra, suelen estar muy interesados en evitar la reivindicación. Los actos subversivos siempre han prosperado en el ciberespacio porque conservar el anonimato es más fácil que atribuir un acto de forma inequívoca. Ese es el origen del problema político: creer que unos cuantos Estados van a ponerse de acuerdo en limitar las armas cibernéticas es tan realista como pensar en un tratado que prohíba el espionaje y tan práctico como declarar ilegal la subversión general del orden establecido.

“Occidente está quedándose atrás respecto a Rusia y China”
Sí, pero no en el sentido que piensan. Rusia y China dedican grandes esfuerzos a afilar sus armas cibernéticas y ya están muy acostumbradas a utilizarlas. El Ejército ruso actuó de forma clandestina para dañar la economía estonia en 2007 y el Gobierno y los bancos de Georgia en 2008. Los numerosos ciberguerreros del Ejército Popular de Liberación chino llevan mucho tiempo insertandobombas lógicas y trampas en infraestructuras fundamentales de Estados Unidos, unos dispositivos que duermen hasta que llegue el momento de hacer estragos en la Red y el bolsillo del país, en caso de crisis. China y Rusia tienen acceso a la tecnología, el dinero y el talento necesarios, y tienen más margen para llevar a cabo maniobras maliciosas que los Estados democráticos de derecho de Occidente, que tienen que librar la ciberguerra con una mano atada a la espalda.
Eso es lo que nos dicen los alarmistas. La realidad es muy distinta. Stuxnet, el ciberataque más sofisticado, con gran diferencia, que se conoce, fue probablemente una operación de Estados Unidos e Israel. Es verdad que Rusia y China han mostrado grandes aptitudes para el espionaje informático, pero estoy prácticamente seguro de que ni la ferocidad de los ciberguerreros orientales ni su armamento codificado son tan terribles como se dice. A la hora de realizar ataques ofensivos de tipo militar, Estados Unidos e Israel parecen llevar una enorme ventaja.
Lo irónico es que quizá Moscú y Pekín estén más preocupados por otro tipo distinto de ciberseguridad. ¿Por qué esos países han sugerido que Naciones Unidas establezca un “código internacional de conducta” para la seguridad informática? En la redacción del convenio se ignoró con gran elegancia el ciberespionaje, cosa lógica porque las irrupciones virtuales en el Pentágono y Google siguen siendo dos de los pasatiempos oficiales y corporativos favoritos de ambos países. En cambio, lo que para las democracias occidentales es libertad de expresión en el ciberespacio, protegida en las constituciones, para Moscú y Pekín es una nueva amenaza a su capacidad de controlar a los ciudadanos. La seguridad informática tiene un sentido más amplio en los Estados que no son democracias: para ellos, lo peor que puede pasar no es que se vengan abajo unas centrales eléctricas, sino que se venga abajo su poder político.
La Primavera Árabe y el impulso que recibió en los medios sociales han suministrado a los dictadores un ejemplo de la necesidad de patrullar el ciberespecio, no solo en busca de códigos subversivos, sino también de ideas subversivas. La caída de Hosni Mubarak en Egipto y Muamar el Gadafi en Libia debió de dar escalofríos a las autoridades de Rusia y China. No es extraño que los dos países pidieran un código de conducta que ayude a combatir las actividades que utilizan las tecnologías de la información –“incluidas las redes” (es decir, las redes sociales)– para minar “la estabilidad política, económica y social”.
En resumen, Rusia y China van por delante de Estados Unidos, pero sobre todo en la definición de la ciberseguridad como la lucha contra el comportamiento subversivo. Esa es la verdadera ciberguerra que están librando.

LA PERPETUA MUTACIÓN DE CHINA EN EL MUNDO ÁRABE





Pekín gana terreno en los países árabes, aliados imprescindibles por razones comerciales, políticas y de seguridad energética. Sin embargo, la seductora diplomacia china contrasta con la represión que el gigante asiático ejerce a la comunidad musulmana uigur dentro de sus fronteras. ¿Poder blando fuera, poder duro en casa?

China mundo árabe
El primer ministro chino, Wen Jiabao, junto al soberano de Sharjah, uno de los siete emiratos de la EAU, Sultan bin Mohammed al Qassimi, en una conferencia de negocios entre China y países árabes, a principios de año.
MARWAN NAAMANI/AFP/Getty Images

De todas las piezas que China tiene que encajar en el rompecabezas internacional para alcanzar el grado de superpotencia, su relación con el mundo musulmán quizá sea la que más talento exija. No es sólo que un régimen como el del Partido Comunista, pese a ser profundamente ateo, sea consciente de la importancia de estrechar sus lazos con repúblicas islámicas como Sudán e Irán, o con el reino de Arabia Saudí, por motivos económicos y geopolíticos. Le va en ello su seguridad energética.
Pekín entiende también que debe desplegar su hábil y camaleónica diplomacia con el firme propósito de erigirse en socio fundamental del mundo musulmán, en este caso por razones estrictamente políticas y diplomáticas. El telón de fondo se escenifica en clave interna, donde el conflicto en Xinjiang –la región noroccidental de China habitada por la musulmana minoría uigur– y la represión que Pekín ejerce allí avivó las críticas públicas de Turquía, uno de los países más influyentes del mundo musulmán moderado. Según la percepción china, una buena relación con los musulmanes es clave para pacificar Xinjiang.
En lo económico, la huella más visible de esta alianza de los mandarines con ulemas, ayatolás y jeques acaso sea la red de infraestructuras que las empresas estatales chinas han construido a lo largo y ancho del mundo musulmán. Las construcciones de uso civil, como la emblemática y polémicapresa de Merowe, en el norte de Sudán, que ejemplifica la alianza a sangre y fuego de Pekín con el dictador Omar al Bashir; o la argelina autopista Este-Oeste, la vía rápida más extensa de África, son ejemplos grandilocuentes. Ambos reflejan las ambiciones del gigante asiático por erigir fastuosas obras con el objetivo de tener acceso a los recursos naturales de dichos países.
Pero otros proyectos acometidos recientemente por compañías nacionales chinas tienen valor más allá de las contrapartidas económicas, ya que pretenden dejar huella entre los musulmanes. El más reciente es la Gran Mezquita de Alger, la tercera más grande del planeta, y en fase de construcción por una empresa china por 1.500 millones de dólares (unos 1.130 millones de euros), un 30% más barato que la oferta de sus competidores locales. Pero, sin duda, el ejemplo más evidente de que las construcciones islámicas chinas tienen un componente político, o de poder blando, es el denominado Metro Meca.
Una línea férrea de 450 kilómetros que enlaza las dos ciudades más sagradas del islam: la Meca y Medina. La construcción fue otorgada en marzo de 2009 a la estatal China Railway Construction Corporation (CRCC), por 1.800 millones de dólares. Una cantidad que se reveló insuficiente para acometer las obras, después de que los saudíes importunaran a los chinos con constantes y caprichosas modificaciones en el proyecto, obligando incluso a una inaudita “conversión” al Islam de los obreros chinos que trabajaban en suelo saudí. El coste político de la operación resultó en que el Estado chino acabó sufragando los más de 600 millones en pérdidas que fueron necesarios para terminar la vía férrea, sobre la cual se deslizarán AVEs españoles. A eso se le llama diplomacia de chequera.
      
 A falta de un anclaje ideológico, la construcción de unos lazos sólidos con el mundo musulmán se fundamenta en unas relaciones económicas que no han dejado de crecer en los últimos años
      
Una costosa decisión destinada a reforzar los lazos con un país clave en los planes energéticos de China, puesto que Arabia Saudí es el primer suministrador de petróleo del planeta y la nación –junto con Venezuela– con mayores reservas. La maniobra no estuvo únicamente destinada a servir de palanca para que las petroleras chinas logren acceso a los pozos del reino suní, incluso pese a disponer de una tecnología de segunda clase comparada con la de sus competidoras occidentales; sino que sirvió también para balancear la diplomacia de Pekín en Oriente Medio, muy enfocada hasta ahora en sus privilegiadas relaciones con el Irán chií y persa, enemigo regional de Arabia Saudí y enfrentado en un cuerpo a cuerpo con la comunidad internacional.
“China tiene una diplomacia multilateral en la región, muy diferente a lo que hacen los países de forma tradicional. La estrategia china está basada en la economía. Por eso puede tener relaciones sólidas con Irán y con Arabia Saudí al mismo tiempo”, explica Theodore Karasik, director de investigación del Instituto de Análisis Militar de Oriente Medio y el Golfo (INEGMA, en sus siglas en inglés). Como otros, este experto cree que el 11-S y la agresiva reacción estadounidense con el mundo árabe cambiaron las reglas del juego. “China sabía que tras el 11-S iba a poder tener acceso a nuevos lugares en la región, porque la credibilidad de Estados Unidos iba a verse afectada por la invasión de Irak”, resume.
A falta de un anclaje ideológico, la construcción de unos lazos sólidos con el mundo musulmán se fundamenta en unas relaciones económicas que no han dejado de crecer en los últimos años. El comercio de China con los países de la Liga Árabe ascendió en 2010 a los 145.000 millones de dólares, un 34% más que el año anterior, y podría alcanzar los 200.000 millones para 2015. Unas cifras espoleadas por la insaciable demanda china de petróleo y derivados petroquímicos, cierto, pero que también se apoya en el proyecto de China por convertir Oriente Medio en un creciente mercado para sus manufacturas.
Pero, acaso, el país musulmán con el que China ha labrado una relación a sangre y fuego es, sin duda, Pakistán, pese a que ambos tienen una concepción diametralmente opuesta en términos religiosos. Pese a ello, Pakistán es considerado como el ama de llaves de China para todo el mundo musulmán. Pekín es el socio histórico, estratégico, militar, nuclear y diplomático de Islamabad, y a cambio éste se erige como su interlocutor, cuando no en su auténtico valedor, para el resto de la región. Sin embargo, la relación no está exenta de riesgos –por la porosa frontera que comparten– cuando las cosas escapan al trato entre gobiernos: hace apenas unos días una turista china fue asesinada en la ciudad pakistaní de Peshawar a manos de un grupo islamista radical que buscaba revancha por la represión contra los uigures en Xinjiang.
Y es que, salvo que la tensión se rebaje en el frente occidental chino, donde la represión contra los uigures sigue siendo una constante por parte de las autoridades de etnia han, quienes creen a pie juntillas en una política de asimilación por la vía del desarrollo económico y el goteo migratorio como única receta para resolver el conflicto, la relación de China con el mundo musulmán muestra sus límites. Pekín se enfrenta en el mundo musulmán a una situación similar a la de Estados Unidos tras el 11-S. Esto es: ¿cómo justificar unos lazos de hermandad cuando, a nivel doméstico, se tiene a las comunidades musulmanas en el punto de mira?