miércoles, 8 de agosto de 2012

China e India amigos o rivales


UNA ASCENSIÓN PACÍFICA EN COMÚN


Las dos mayores potencias de Asia se ven una a otra como amenazas. ¿De verdad están China e India destinadas al conflicto?

AFP/Getty Images

El rápido y simultáneo ascenso de China e India ha suscitado gran inquietud por lo inevitable de una rivalidad, tal vez incluso existencial, entre las dos nuevas potencias. A nadie puede extrañar que haya aparecido todo un sector de observadores dispuestos a comentar sobre el choque que se avecina: en agosto de 2010, la portada de The Economist mostraba un atronador “La rivalidad del siglo: China contra India”; el observador especializado en China Mohan Malik publica un nuevo libro titulado China and India: Great Power Rivals; las páginas de la prensa china e india –sobre todo las de esta última– están llenas de artículos que hablan de conflicto; y la blogosfera, en ambos países, muestra un nacionalismo frecuente e inquietante a propósito de la relación.
Por supuesto, los dirigentes de los dos países tienden a subrayar que la relación es estable y quitan importancia a cualquier idea de rivalidad. Según el primer ministro chino, Wen Jiabao, “China e India son socios destinados a la cooperación, no rivales en una confrontación. En el mundo hay suficiente espacio para que se desarrollen tanto China como India”. También el primer ministro indio, Manmohan Singh, insiste: “India y China no compiten entre sí... Hay suficiente hueco económico para los dos”. Como ejemplo paradigmático de que existe cada vez más convergencia entre los dos países, sus relaciones comerciales se han disparado en los últimos años: de 2.000 millones de dólares (unos 1.600 millones de euros) en el 2000 a 60.000 millones de dólares en 2010, con una proyección de que la cifra se duplicará de aquí a 2015.
Aun así, lo cierto es que las dos mayores potencias de Asia se ven mutuamente como amenazas y, en consecuencia, están haciendo todo lo posible para controlar esa rivalidad. La historia tiene mucho que ver con la percepción que tienen una de otra. Durante la guerra fría, cada uno de los dos países se apuntó a un bando: a partir de 1971, China fue casi un aliado de Estados Unidos, mientras que India lo era de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, los dos Estados estaban enfrentados por una disputa fronteriza, el conflicto de Pakistán y la suspicacia recíproca a propósito de Tíbet. El resultado es que hoy todavía falta suficiente confianza entre los dos gigantes de Asia. Y la preocupación internacional por la relación es comprensible. Un “enfrentamiento prolongado” entre China e India, para usar la descripción del sinólogo John Garver, sería desastroso para el 40% de la población mundial, el resto de Asia y la humanidad en general.
Sin embargo, aunque los dos países se sienten amenazados, la cooperación parece una vía cada vez más atractiva. En primer lugar, a diferencia de lo que ocurría con otras potencias mundiales como Gran Bretaña, Alemania, Japón, la Unión Soviética y Estados Unidos, cuyas respectivas ascensiones fueron acompañadas de la capacidad de librar enormes guerras lejos de sus fronteras, China e India no pueden utilizar su poder militar para la expansión. Aunque ambos están dotándose de más armamento –India es ya el mayor importador mundial de armas–, su capacidad de proyección de poder está limitada por sus importantes problemas sociales y políticos internos y por la existencia de armas nucleares en manos de ambos y de varias potencias más. Es decir, lo que buscan Pekín y Nueva Delhi es la seguridad y el respeto, no un imperio.
En segundo lugar, los poderes actuales de China e India no desafían el orden económico internacional, como hacían sus predecesores, sino que se han integrado en él y, al hacerlo, han alcanzado unas tasas de crecimiento económico sin precedentes. La guerra, el conflicto y la rivalidad descontrolada entre ellos podría en peligro precisamente todo lo que está haciendo posible su ascenso. Por eso, lo que acapara la atención de ambos son las reformas económicas y políticas internas, no las amenazas ni el uso de su fuerza militar.
El tercer factor, y más importante de todos, es que su ascensión más o menos simultánea y la similitud de los procesos que les han impulsado –la liberalización económica interna y la integración en la economía mundial– han hecho que se sitúen en el mismo bando en cuestiones fundamentales como la reestructuración del sistema financiero mundial, el mantenimiento de un sistema de comercio internacional abierto y la lucha contra el cambio climático.
China e India se juegan mucho en la economía global. A ambas les preocupan los sectores financieros mal regulados, la crisis fiscal y la recesión en Occidente, además del enorme volumen de liquidez que inyectan los bancos centrales en las economías avanzadas, y que está causando la volatilidad en los flujos de capitales y los precios de las materias primas. Esta preocupación se puso de relieve en elcomunicado conjunto emitido por los BRICS en marzo. Asimismo, a los dos les preocupa que los Estados ricos puedan recurrir al proteccionismo a medida que sus plantas de producción emigran a los países en vías de desarrollo.
Además, China e India son conscientes de que el cambio climático es un problema fundamental. En vísperas de la cumbre de Copenhague de 2009 sobre el clima, y durante las reuniones, coordinaron sus posturas negociadoras y defendieron la idea de que, como países en vías de desarrollo, no podían reducir sus emisiones de carbono. También propusieron con gran ardor que los países ricos y ya industrializados fueran los que pagasen por la mitigación y la adaptación ambiental.
China e India están entre las naciones que más sufrirán las consecuencias del cambio climático. Los glaciares del Himalaya, que alimentan los grandes ríos de China, India y el sureste asiático, están derritiéndose. Los expertos chinos predicen que, para 2050, la superficie helada en su cara del macizo se habrá reducido en más de una cuarta parte. El glaciólogo indio Syed Iqbal Hasnain calcula que de aquí a 20 o 30 años los glaciares del Himalaya habrán retrocedido por completo, lo cual dejará muchos ríos a merced de las lluvias estacionales. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático considera que el Indo, el Ganges y el Brahmaputra quizá dependan por completo de las lluvias a partir de 2035. China prevé que el calentamiento global causará una reducción de entre el 5% y el 10% de la producción agraria de aquí a 2030; más sequías, inundaciones, tifones y tormentas de arena; y un aumento del 40% en la incidencia de la peste entre las poblaciones. La revista británica The Economist cita un informe del Peterson Institute for International Economics que señala que “la agricultura de India sufrirá más que la de cualquier otro país... Se prevé que, para 2080, la producción agraria de India haya descendido entre un 30 y un 40%”.
Dado que tienen una mayor vulnerabilidad al cambio climático que la mayoría de los países occidentales, China e India deben emplear la imaginación al abordar el problema de las emisiones de carbono: la postura actual de Pekín y Nueva Delhi no va a convencer a los Estados ricos para que limiten las suyas. Además, David G. Victor, Charles Kennel y Veerabhadran Ramanathan alegaban recientemente que, aparte de las emisiones de carbono, el 40% del calentamiento global puede atribuirse a las partículas de hollín, el metano, la disminución del ozono atmosférico y los gases industriales. Es más fácil alcanzar un acuerdo entre China, India y Estados Unidos para limitar estos cuatro factores contaminantes, aseguran los especialistas, que lograr un límite para las emisiones de carbono. El impacto del calentamiento global en las aguas fluviales indica que Pekín y Nueva Delhi deben emprender una colaboración más seria en el intercambio de datos hidrológicos y en los mecanismos de adaptación para hacer frente a las consecuencias del deshielo global. En 2011, en elDiálogo Económico Estratégico India-China, ambos acordaron cooperar en materia de eficacia energética, conservación, protección ambiental y lo más importante de todo, energías renovables. Dado el papel crucial de los Gobiernos a la hora de estimular el desarrollo y uso de las energías alternativas, será necesaria la colaboración entre los dos Estados para iniciar y sostener la cooperación en este campo. El incentivo para la cooperación bilateral reside en el hecho de que el calentamiento global tendrá cada vez más que ver con sus emisiones y en que el cambio climático afecta a estos países más que a casi cualquier otro.
Más allá del cambio climático, existe un reto todavía más esencial: encontrar un modelo alternativo de desarrollo económico. La Agencia Internacional de la Energía indica que en 2009 China se convirtió en el mayor consumidor de energía y que sus importaciones de petróleo se triplicarán de aquí a 2030. Uninforme elaborado por BP en 2010 dice que China es “el mayor consumidor de carbón y acero del mundo”. Según una información elaborada por Reuters en 2011, el Imperio del Centro se ha convertido en “el segundo consumidor mundial de maíz y el primero de cerdo, además de gran consumidor de azúcar”. India es el cuarto consumidor de energía del planeta. The Economic Timesrevela que India es el primer consumidor de azúcar y el segundo de trigo, después de China. También es uno de los mayores consumidores de leche, en un volumen que se duplicará entre 2010 y 2030. Dado que la población de los dos países, sumados, alcanzará los 3.000 millones de habitantes en 2050, su adopción de una industrialización de tipo occidental no augura nada bueno.  Ya lo dijo Mahatma Gandhi de su país: “Dios no quiera que India adopte alguna vez la industrialización a la manera de Occidente... Si toda una nación de 300 millones de personas se lanzara a una explotación económica semejante, despojaría el mundo como una plaga de langostas”.
Un cuarto incentivo para la cooperación es la seguridad global. La seguridad se basa sobre todo en el sistema de alianzas encabezado por Estados Unidos. Aunque este sistema ha contribuido a mantener la paz y la estabilidad, la realidad es que ninguna de las potencias emergentes, entre ellas China e India, participa de forma directa en él, y ese es un vacío que crea una gran incertidumbre. El giro de Estados Unidos hacia Asia durante el mandato del presidente Barack Obama pretende reforzar el sistema radial de alianzas y que EE UU construyó durante la guerra fría. El peligro no es que las potencias emergentes vayan a desafiar el sistema ni a Whasington, sobre todo en el este de Asia; es que el sistema, creado para la contención –no la integración–, no puede hacer sitio a sus legítimos intereses de seguridad en una medida proporcional al papel creciente que desempeñan en la política mundial.
      
Los cuatro pilares, como infraestructura diplomática, dejarán de ser suficientes; será necesaria una nueva arquitectura China-India, que debe consistir en una estructura de múltiples niveles
      
Aunque China está íntimamente relacionada con la seguridad del este de Asia, también a India le interesa que prevalezcan la paz y la estabilidad en la región. Nueva Delhi no quiere tomar partido en un posible conflicto con Taiwan o en el Mar del Sur de China. Tampoco desea una Corea del Norte nuclear. Nueva Delhi condenó el lanzamiento de un cohete llevado a cabo el 13 de abril por los norcoreanos, y pidió a Pyongyang que respetara la Resolución 1874 del Consejo de Seguridad de la ONU. Tanto China como India están interesadas en controlar a los extremistas islámicos y los terroristas del centro, el sur y el sureste de Asia, en que se restablezca la estabilidad en Pakistán con un Gobierno civil y en que la cuestión de Cachemira se resuelva de forma pacífica sin intervención extranjera. Para afrontar estos retos es necesaria la cooperación internacional, que exige una estructura regional de seguridad más integradora. Para Pekín y Nueva Delhi es fundamental colaborar con otros países de la región –y en especial con las alianzas encabezadas por Estados Unidos– y reorganizar dicho sistema con el fin de que tenga en cuenta los intereses de seguridad de los dos en lugar de chocar con ellos.
China e India están acercándose y tienen motivos para cooperar, pero existen tres grandes problemas que siguen separándolas: la disputa fronteriza, el problema de Pakistán y el destino de los ríos que comparten. No obstante, los Gobiernos abordan sus diferencias con cautela. Aunque no debemos esperar ningún avance espectacular, no hay un conflicto inminente.
La disputa fronteriza entre China e India no puede tener solución fácil ni rápida. Pekín y Nueva Delhi saben que ésta lleva el sello de los intereses imperiales europeos en la época colonial, sumado a un fuerte sentimiento de victimismo postcolonial. Como destaca Manjari Chatterjee Miller en su reciente obra sobre el conflicto entre China e India: “Tras la descolonización, ambos países albergaban enorme resentimiento por los daños territoriales que se les había infligido... y estaban decididos a no ceder terreno en unas fronteras territoriales tradicionales que eran vitales para su identidad nacional”. Cincuenta años después de su guerra fronteriza, ambas sociedades son sensibles a la soberanía diluida y a su posición internacional. Cualquier concesión de una de las dos partes en la cuestión de las fronteras –por muy necesaria que pudiera ser para asegurar la paz y la estabilidad a largo plazo– podría provocar graves reacciones públicas entre sus ciudadanos. Por eso, después de unas negociaciones casi continuas desde 1981, la estrategia por la que han optado, y que han apoyado en varios acuerdos y comunicados, es gestionar sus diferencias en vez de buscar un gran acuerdo que podría quedarse en nada ante la oposición interna. Los dos Gobiernos tienen un interés similar: negociar (para rechazar las críticas internas de que ignoran el problema) y posponer cualquier acuerdo (hasta que la opinión pública esté dispuesta a aceptar una solución). Hasta ahora, han conseguido evitar las declaraciones inflamatorias sobre sus diferencias y no morder el anzuelo de sus medios de comunicación.
Incluso en el tema de Pakistán, Pekín y Nueva Delhi tienen intereses cada vez más próximos. La inestabilidad política, la rápida expansión del extremismo islamista y la enorme influencia en los asuntos del país han aumentado la preocupación china por el futuro de Pakistán, sobre todo tras los disturbios de 2009 y 2011 en la región autónoma china de Xinjiang. China ha relacionado a rebeldes uigures entrenados y residentes en territorio paquistaní con los disturbios de la provincia. Una declaración del Gobierno chino destaca que “las investigaciones [iniciales] han demostrado que los jefes del grupo habían aprendido a fabricar explosivos y armas de fuego en campamentos del grupo terrorista “Movimiento Islámico de Turkistán Oriental” en Pakistán y luego entraban en Xinjiang para organizar actividades terroristas”. A la larga, tanto a China como a India les interesa promover la normalidad y el desarrollo en un Pakistán nuclearizado, en el que su Ejército esté bajo control civil y su economía esté integrada en acuerdos comerciales y energéticos regionales.
China e India podrían encontrarse con un conflicto por las aguas fluviales compartidas, pero no hay ninguna certeza de que vaya a ser así. A medida que la industrialización aumenta el uso del agua, a los indios les preocupa que China desvíe hacia sus provincias necesitadas los ríos que bajan de la meseta tibetana y hoy corren hacia el sur. Por su parte, Pekín ha declarado que no va a desviar las aguas y ha respaldado su compromiso compartiendo ciertos datos sobre aguas fluviales con India. En octubre de 2011, Jiao Yong, viceministro del Ministerio de Recursos Hidrológicos de China, dijo: “Después de tener en cuenta las dificultades técnicas, la verdadera necesidad de desvío y las posibles repercusiones en el medio ambiente y las relaciones entre los dos Estados, el Gobierno chino no tiene previsto ningún proyecto de desviación en este río [el Yarlung Tsangpo, que es el que se llama Brahmaputra en India]”. En vez de recurrir a desvíos, es probable que China mantenga los proyectos basados en el recorrido del río, es decir, proyectos hidroeléctricos que aprovechen el cauce y las caídas naturales del río. Esta perspectiva debería tranquilizar a quienes temen una guerra del agua.
China e India no están de acuerdo en todo, ni lo van a estar. El hecho de que Pekín proporcione armas a Pakistán es una fuente constante de preocupación para Nueva Delhi. El nuevo misil balístico Agni V de India, probado en abril, parece estar diseñado específicamente pensando en China, y la inestabilidad en Tíbet afecta a la relación. Pero todos estos factores son más motivo aún para la cooperación bilateral. Desde los 80, los dos países han construido una estructura de cooperación apoyada en cuatro pilares: cumbres y reuniones de alto nivel periódicas, medidas militares de confianza, negociaciones sobre las fronteras y expansión del comercio. A medida que sus economías crezcan y su capacidad militar se incremente, serán mayores su deseo de influir en el escenario mundial y su demanda de recursos fundamentales (en especial alimentos, agua y energía).
Los cuatro pilares, como infraestructura diplomática, dejarán de ser suficientes; será necesaria una nueva arquitectura China-India, que debe consistir en una estructura de múltiples niveles, muy estratificada e interrelacionada que fomente la confianza mutua, las consultas y la coordinación e implique a dirigentes políticos, legisladores, funcionarios, expertos, empresarios, organismos políticos, especialistas académicos, estudiantes y otros actores de las dos sociedades, igual que la arquitectura ramificada de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático. Su objetivo debería ser identificar y fortalecer los elementos comunes, gestionar los conflictos que puedan surgir y promover la cooperación bilateral e internacional. En la medida en que lo consiga, esa nueva estructura diplomática China-India será una inversión para el bienestar de casi la mitad de la población global, las regiones vecinas de Asia y el mundo en general.

Ri Sol-Ju, complementos de lujo en un país de hambrientos



Kim Jong-Un, junto a su esposa. / AFP
Kim Jong-Un, junto a su esposa. / AFP

La prensa estatal de Corea del Norte difundió el miércoles una fotografía de la esposa del líder Kim Jong-Un, en posesión de un bolso en el que se aprecia el logo de Christian Dior, un lujo en un país desangrado por la escasez, la represión y el hambre.
En esta fotografía, de la que no ha trascendido la fecha, Ri Sol-Ju lleva un vestido con la parte superior en blanco y negro, se sienta junto a su marido durante una inspección de un regimiento militar.
En el fondo, están sentados los oficiales de alto rango del gigantesco Ejército norcoreano. En la silla de la primera dama descansa el bolso negro, aunque nadie ha podido determinar si se trata de un original (valorado en casi 1.500 euros) o de una imitación.
[foto de la noticia]
Su diseño de cuero acolchado está remachado con una cadena con el famoso "D" de Dior en el metal de plata, informa AFP.
Mientras tanto, Corea del Norte, 20 veces más pobre que su hermano capitalista, Corea del Sur, se enfrenta a una prolongada y desastrosa hambruna.
El país, cuya economía y la agricultura está en ruinas después de décadas de mala gestión, ha visto cómo sus recursos se han despilfarrado en un costoso programa nuclear de resultados inciertos, pero hereda un problema alimentario desde los años 90, una década en la que murieron cientos de miles de personas, según las ONG.
El bolso de la primera dama representa sólo una pequeña parte de lo que son capaces los dirigentes del Partido Comunista, que niegan el uso de vehículos al resto de la población pero se permiten conducir carísimos mercedes, vestir con ropa de marca, llevar relojes de oro y gafas de firma.
La ONU estima que a finales de 2011 tres millones de coreanos del Norte, unos 24 millones, todavía necesitan ayuda alimentaria, agravada además por grave sequía.
Pyongyang confirmó a finales de julio que la misteriosa mujer que aparece junto a Kim Jong-Un es su esposa, un anuncio inusual en este país donde la vida privada de los dirigentes es un secreto de Estado.

Qué pasa en el Sinaí, una de las zonas más conflictivas del mundo



Policías egipcios en el Sinaí
Hasta el ataque de este domingo, Egipto solo había desplegado policías -y no
militares- en la Península.
El ataque del domingo que le costó la vida a 16 guardias fronterizos egipcios volvió la atención del mundo hacia una de las regiones más olvidadas del planeta, una península de 60.000 kilómetros cuadrados habitada por solo unas decenas de miles de personas.
Escenario histórico de guerras, destino habitual de turistas y región anárquica donde la ley la impone el que mejor conoce el terreno, el Sinaí es un territorio conflictivo en una zona de por sí inflamable como Medio Oriente.

El Sinaí no registraba un operativo militar de esta naturaleza desde la guerra entre Egipto e Israel de hace casi 40 años.En las últimas horas, misiles lanzados por el ejército egipcio contra presuntos militantes armados en el norte de la península han dejado al menos 20 de estos hombres muertos, pero han hecho más que eso.
BBC Mundo analiza la violencia que ha marcado esta región del mundo durante siglos y explora quién gana y quién pierde con esta nueva crisis en la península.

¿Qué es el Sinaí?

Aunque la pregunta parece obvia, las respuestas a esta interrogante que se pueden dar con absoluta certeza son pocas.
En lo geográfico se puede decir que es una península y en lo político que pertenece a Egipto.
Monte Sinaí
El Monte Sinaí es una de las atracciones turísticas de la península.
Pero si uno habla con sus habitantes, no siempre saben responder si viven en África o en Asia o si se sienten egipcios.
Como puente entre dos continentes, el Sinaí ha sido invadido por derecha y por izquierda desde que las dos coronas de Egipto se unieron allá por el 3100 antes de Cristo. Egipcios, persas, macedonios, romanos, babilonios, árabes, otomanos e ingleses han desfilado desde carros de dos ruedas empujados por caballos a vehículos blindados.
En los últimos 60 años, el Sinaí fue escenario -secundario o principal- de los cuatro conflictos bélicos entre Israel y Egipto (1948, 1956, 1967 y 1973) y sus habitantes, entre 1967 y 1982 no fueron egipcios sino israelíes.
Incluso al mencionar a "los habitantes" del Sinaí no se puede pensar en un conjunto homogéneo ni en una distribución equitativa.
El territorio se caracteriza por un Sur más rico que su Norte, enriquecido por el turismo que visita los principales centros de buceo del Mar Rojo -como Dahab y Sharm el Sheikh- o lugares de peregrinaje turístico-religioso como el Monte Sinaí, donde la Biblia dice que Moisés recibió las tablas con los mandamientos.
En el norte pobre, adonde el turismo no llega, se encuentran las localidades que generalmente aparecen más en las noticias de las últimas horas: El Arish (capital de la región), Rafah (cruce fronterizo con Israel) y Touma (localidad bombardeada por el ejército egipcio).
Dahab
El buceo es la otra gran atracción de la región.
En todo el territorio conviven -además de los monjes cristianos, los amantes del buceo y los dueños de hoteles extranjeros- egipcios, palestinos y clanes de beduinos.
Estos últimos, expertos en fronteras porosas y en la lógica de un desierto sin lógica, protagonizan constantes conflictos con los policías egipcios. Si no es por el tráfico de personas, armas o drogas, es por las aspiraciones de independencia de algunas de las tribus, o por sus vínculos con gente de su propio clan en Gaza o en Israel.
Los palestinos provienen en su gran mayoría de la Franja de Gaza y han optado por la pobreza egipcia antes que por la pobreza y el aislaminto de ese territorio palestino. La opción no ha sido una elección sencilla. El único cruce fronterizo que une Gaza con un país árabe (el de Rafah) ha permanecido más tiempo cerrado que abierto por un acuerdo entre el anterior gobierno de Hosni Mubarak y las autoridades israelíes.
Pero no todos son "exiliados económicos", como explicó el analista de la BBC Jonathan Marcus.
"El tráfico de drogas, armas y personas se ha convertido en una de las principales actividades económicas de las tribus beduinas que viven en el Sinaí y se han formado lazos inevitables entre en norte del Sinaí y la Franja de Gaza, en base a esta nueva economía. Esto ha dado lugar a que algunos elementos palestinos del extremismo islámico se trasladen al Sinaí, que es vista como un área de operaciones para cualquier ofensiva contra Israel".

¿Quién atacó el puesto fronterizo egipcio el pasado domingo?

La respuesta a la segunda interrogante es tan obvia como la respuesta a la primera.
Fuerzas de seguridad egipcias en Sinaí
El ejército egipcio regresó al Sinaí a partir de la crisis.
Los medios locales y extranjeros describen a los culpables de la muerte de 16 guardias fronterizos egipcios como "hombres armados".
De aquí en adelante el abanico se abre: militantes islámicos, extremistas palestinos, beduinos radicales, yihadistas, guerrilleros de al-Qaeda, miembros de la inteligencia israelí Mossad.
Cada facción o gobierno o agrupación política o brazo armado de la región elige "su" culpable de acorde a su agenda, sus intereses y sus necesidades.
Lo que está claro es que los responsables del ataque quisieron generar el mayor impacto posible en la península: mataron a 16 guardias, robaron sus vehículos e intentaron ingresar a Israel.
Semejante despliegue no pudo pasar desapercibido ni siquiera en el Sinaí, donde lo ilegal tiene lugar o debajo de la tierra (como los túneles del contrabando y el tráfico entre la península y el territorio palestino) o en los caminos que zurcan el desierto, alejados de todo control o mirada de las autoridades.

¿Qué provocó el ataque?

La primera consecuencia de la muerte de los 16 guardias fronterizos fue el regreso del ejército egipcio al Sinaí.
Los acuerdos entre Egipto e Israel tras la Guerra de 1973 y la paz firmada entre ambos gobiernos en 1979 descartaban cualquier despliegue militar en la región.
Beduinos
Los beduinos del Sinaí tiene lazos con clanes en Israel y Gaza que no guardan ninguna relación con las fronteras.
Hasta hoy, Egipto mantenía control de ese territorio con efectivos policiales y sus respectivos servicios de inteligencia.
A los constantes reclamos israelíes para que Egipto ejerciera un mayor control sobre los militantes palestinos, los túneles que burlaban la frontera y el tráfico de armas, El Cairo solía responder que sus manos estaban atadas justamente por los acuerdos con Israel.
Pero la idea de que una de las regiones más problemáticas y anárquicas de Medio Oriente no podía seguir siendo vigilada solo por policías egipcios ha cobrado fuerza en ambos lados de la frontera en los últimos años.
Israel parece haber aceptado la presencia del ejército de Egipto en su frontera oriental, algo que hubiera sido difícil de concebir décadas atrás.
El mismo primer ministro israelí, Ehud Barak, indicó que el ataque del domingo servirá como una "llamada de alerta para que los egipcios se hagan cargo de sus problemas".
No deja de sorprender que este despliegue militar egipcio en el Sinaí, con ataque de helicópteros artillados incluido, no haya sido criticado por Israel en momentos en que su antiguo enemigo está gobernado por un representante de los Hermanos Musulmanes, el presidente Mohamed Mursi, aliado natural de Hamas en Gaza.
Pero incluso en Israel saben las diferencias que existen entre las fuerzas armadas de Egipto y el nuevo mandatario.

¿Quién ganó y quién perdió con la crisis?

Lo ocurrido el domingo puso en jaque al presidente Mursi ya que afectó tres de sus vínculos más sensibles y problemáticos: su relación con el ejército egipcio, con Hamas y con Israel.
A dos meses de haber asumido el gobierno, muchos cuestionaban en Egipto cuál era el poder real del nuevo mandatario y de su agrupación, los Hermanos Musulmanes, tras haber ganado los históricos comicios post-Mubarak.
Paso de Rafah
En 2008, militantes de Hamas volaron la frontera entre Gaza y el Sinaí, pero Egipto no desplegó a su ejército en esa ocasión.
Los Hermanos solo colocaron a tres representantes de sus filas en el gabinete de 35 ministros y las principales carteras -Economía, Relaciones Exteriores y Defensa- son controladas por los mismos hombres que estaban en el gobierno de transición militar.
El poder de las fuerzas armadas y de sus tradicionales aliados políticos dentro del país está en las manos de Hussein Tantawi, jefe de la administración militar interina. Tantawi era el ex ministro de Defensa de Mubarak y es el actual ministro de Defensa de Mursi, una continuidad que se mantuvo intocable pese todas las diferencias que pueden haber entre dos mandatarios tan disímiles.
Hasta el momento Mursi y Tantawi parecen trabajar coordinados tras la muerte contra los guardias fronterizos, pero es el ejército el que se lleva los laureles en los operativos militares que tuvieron lugar en las últimas horas y fue Mursi el insultado en el entierro de los guardias que tuvo lugar el martes, al que no asistió.
Su estrecha relación con Hamas y la Franja de Gaza también se ha visto afectada, ante los testimonios de testigos que indicaron que los atacantes del pasado domingo tenían acento palestino.
Además del despliegue del ejército, Mursi decidió cerrar de forma indefinida el paso fronterizo de Rafah, uno de los mayores logros obtenidos por los palestinos de ese territorio desde el ascenso al poder de la Hermandad Musulmana.
Por último, pero no menos importante, está la relación del nuevo gobierno con Israel.
Desde que llegó al gobierno el nuevo mandatario egipcio no se ha reunido con las autoridades del país vecino. Incluso cuando la oficina de la presidencia israelí informó haber recibido una "breve pero amable" carta de la nueva presidencia egipcia, esto fue desmentido por los voceros de Mursi.
El hecho de que los Hermanos Musulmanes hayan acusado al servicio secreto israelí de lo ocurrido en la frontera no parece colaborar para acercar a las dos partes.
Mapa de la Penísula del Sinaí