viernes, 16 de septiembre de 2011

EUROPA: ¿UNA FUTURA PEQUEÑA PENÍNSULA DE ASIA?


El auge de los BRIC es inevitable, pero el declive de Europa no lo es.


AFP/Getty Images

El auge de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), el declive de la Unión Europea o la fragmentación del poder europeo son frases que se pueden leer diariamente en periódicos de todo el mundo. Airear el éxito de los BRIC, sobre todo en aspectos económicos, pero también en otras áreas, se ha convertido en un lugar común, especialmente en el caso de China. El ascenso de los BRIC ha sido elegido como el acontecimiento número uno de la última década por el columnista de Foreign Policy, David Rothkopf, por encima de la crisis de la eurozona y la crisis de las hipotecas subprime de 2008 que se originó en EE UU. En paralelo, el supuesto declive del proyecto europeo ha sido citado también en incontables ocasiones. Las debilidades y la marginación de la UE, la primacía de los intereses nacionales en detrimento de los europeos en cuanto a la política exterior de la Unión y las divisiones y presiones centrífugas introducidas por las carencias en el diseño del euro han llenado las portadas de los periódicos internacionales. En este contexto el auge de los BRIC ha ayudado a subrayar el declive de Europa en los ojos del mundo internacional y al mismo tiempo ha debilitado seriamente la autoestima de los propios europeos. Mientras que los BRIC crecen sostenidamente, los europeos están en crisis y les suplican que les ayuden a resolver sus problemas económicos.

Desde la última década, las cifras y la información que hemos conocido sobre los logros de los BRIC demuestran que su nueva posición en el sistema internacional no es discutible. Por ejemplo, las predicciones de Goldman Sachs sobre cuándo alcanzarían los países emergentes a los miembros del G-6 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia) han tenido que ser revisadas sistemáticamente, ya que han subestimado el potencial de los BRIC. En 2003 las predicciones decían que China rebasaría a Japón en 2016 y a EE UU en 2041, pero el gigante asiático ya superó a su vecino en 2010 y muchos pronostican que China sobrepasará a Estados Unidos en menos de diez años. Además, las predicciones sobre el tamaño de las economías de los BRIC han tendido siempre a infravalorar su crecimiento económico: en 2003 se decía que en 2008 el PIB brasileño sería de 667.000 millones de dólares (unos 490 millones de euros). Sin embargo, al final alcanzó la cifra de 1,5 billones de dólares, casi duplicando la previsión original. Pero los BRIC también lideran en dos magnitudes esenciales: energía y demografía. Rusia es un actor energético importante, ya que tiene las primeras reservas mundiales de gas y las octavas de petróleo mientras que China se convirtió en 2009 en la primera consumidora de energía del planeta con un consumo un 4% superior al de EE UU. E India, aunque cuenta hoy con 140 millones de personas menos que China, está destinada a ser el país más poblado del mundo en menos de veinte años. Y no deberíamos olvidar que detrás de los BRIC están corriendo los grupos de Estados conocidos como CIVETS, EAGLES y VISTA, reforzando el auge del resto.

Europa ha dejado de luchar por su futuro, dejando no solo que los países emergentes les intimiden, sino también que les manejan a su antojo

Pero detrás de los milagros de los BRIC también se esconden algunas miserias muy notables que demuestran claramente que Europa no es la única con grietas y que muchos admiradores de los BRIC pasan por alto algunas estadísticas muy reveladoras. China se convirtió el año pasado en la segunda economía mundial, pero la pobreza sigue siendo un problema muy importante en el país, ya que ocupa el puesto 103 en las tablas de renta per cápita, un puesto por debajo de El Salvador. Este hecho está muy bien explicado por el director de la oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés), José Ignacio Torreblanca, en su libro La fragmentación del poder europeo, quien plantea en términos provocadores, “que China no es más que un El Salvador con 1.300 millones de habitantes o, si se quiere una Albania (que se sitúa en el puesto 101) que ocupara todo un continente”. Además, el resto de los BRIC también son culpables de sus propias debilidades. Rusia sufre de la enfermedad holandesa, ya que el 60% de su economía depende de los ingresos de sus exportaciones de gas y petróleo e India posee más móviles que retretes, además de tener la misma cantidad de pobres que los 26 países del África subsahariana. Brasil, por el otro lado, está intentando lidiar con una economía que está sobrecalentándose con una inflación del 7,1%, unos tipos de interés entre los más altos del mundo (12%) y una corrupción que está arruinando la credibilidad del gobierno de Dilma Rousseff.

El rápido crecimiento económico de los BRIC, con unas poblaciones inmensas y en expansión, y el poder que tienen en áreas estratégicas como los recursos naturales, ha hecho a temblar a los europeos. Pero quizás de forma exagerada. Aunque Europa está pasando por una época en la cual su declive parece asegurado, todavía tienen bastantes ases en la manga como para temer el nuevo mundo emergente. Los europeos tienen unas de las más altas esperanzas de vida (en España es de 81,3 años) y un PIB per cápita que puede avergonzar a los BRIC (el PIB per cápita de la UE es de 32.845 en dólares corrientes mientras que el de India es 1.192). Sin embargo, parece que psicológicamente Europa ha dejado de luchar por su futuro, dejando no solo que los países emergentes les intimiden, sino también que les manejan a su antojo. Por ejemplo, la crisis de la deuda soberana en la eurozona ha permitido a China dividir y enfrentar a los Estados europeos mediante la compra de deuda de los países económicamente más débiles de la periferia de la Unión. Lo que parece la gran diferencia entre los europeos y los BRIC es que Brasil, Rusia, India y China sufren de sus debilidades en silencio y, al contrario que la UE, no dejan que la escena internacional les intimide. Los europeos deberían tomar en cuenta lo que dice el politólogo estadounidense Joseph Nye, que las naciones “no son seres humanos con esperanzas de vida tasadas” y aunque el auge de los BRIC y su posición en la primera fila del poder mundial es irreversible, igualmente cierto es que el declive de Europa no tiene porque serlo.

EL NUEVO GRAN JUEGO DE ASIA



China e India codician las vastas riquezas naturales de Birmania. ¿Pero pagará el precio el pueblo birmano, o será posible que este atrasado país del sureste asiático entre, por fin, en el siglo XXI?


Getty Images

Cuando la geografía cambia –como cuando el Canal de Suez unió Europa con el océano Índico, o cuando el ferrocarril transformó el Oeste norteamericano y el Este ruso–, desaparecen los viejos modelos de contacto y aparecen otros nuevos, que convierten a desconocidos en vecinos y transforman lugares atrasados en zonas de nueva importancia estratégica. Grupos enteros comienzan el declive o desaparecen; otros aumentan de importancia.

Durante los próximos años, la geografía de Asia va a experimentar una reorientación importante, que unirá China e India más que nunca a través de una frontera, en otro tiempo extensa y olvidada, que recorre más de 1.500 kilómetros, desde Kolkata hasta la cuenca del río Yangtsé. Y es posible que Birmania, que para los círculos políticos occidentales es, desde hace mucho tiempo, poco más que un problema de derechos humanos irresoluble, se encuentre pronto en una de las encrucijadas más nuevas e importantes del mundo desde el punto de vista estratégico. Varios proyectos gigantescos de infraestructuras están domesticando un paisaje inhóspito. Y sobre todo, Birmania y las zonas adyacentes, que siempre han servido de muro entre las dos antiguas civilizaciones, están alcanzando momentos trascendentales en lo demográfico, lo ambiental y lo político. Las viejas barreras están cayendo y el mapa de Asia se transforma.

Durante milenios, India y China han estado separadas por una jungla casi impenetrable, llena de malaria letal y animales feroces, y por el Himalaya y los altos páramos de la meseta tibetana. Se desarrollaron como dos civilizaciones completamente diferentes en raza, lengua y costumbres. Para llegar a India desde China o viceversa, los monjes, misioneros, mercaderes y diplomáticos tenían que recorrer, a caballo y en camello, miles de kilómetros a través de los oasis y los desiertos de Asia Central y Afganistán, o ir en barco por la Bahía de Bengala y a través del Estrecho de Malaca hasta el Mar del Sur de China.

Pero, a medida que el poder económico mundial se traslada a Oriente, la configuración de la región también está cambiando. La última gran frontera de continente está desapareciendo, y Asia estará pronto más conectada que nunca.

En el centro de los cambios está Birmania. No es un país pequeño; es tan grande como Francia y Gran Bretaña juntas, pero su población, 60 millones, no es nada en comparación con los 2.500 millones de habitantes que suman sus dos enormes vecinos. Es el eslabón perdido entre China e India.

Se trata de un nexo impensable en el siglo XXI. Birmania es uno de los países más pobres del mundo, arruinado por una serie de conflictos armados aparentemente interminables, y gobernado, desde hace casi cinco décadas, por un régimen militar tras otro. En 1988, tras la brutal represión de un levantamiento en favor de la democracia, asumió el poder una nueva Junta que acordó un alto el fuego con los rebeldes comunistas y étnicos y se mostró dispuesta a terminar con años de aislamiento autoimpuesto. Pero sus políticas represivas pronto derivaron en sanciones de Occidente, y eso, junto con la corrupción sin fin y la constante mala gestión, hizo que cualquier esperanza de mejora económica se fuera enseguida al traste.

A mediados de los 90 se asentó la imagen de Birmania en Occidente: un lugar atrasado, brutal y arruinado, feudo de juntas y señores de la droga, así como territorio de valientes activistas a favor de la democracia, encabezados por Aung San Suu Kyi. Un lugar que merecía la atención humanitaria, pero que no tenía nada que ver con la historia más general del ascenso de Asia. Pekín, en cambio, tenía otra visión de la situación. Donde Occidente veía un problema para el que solo ofrecía buenas palabras y algo de ayuda, China reconoció una oportunidad y empezó a cambiar las cosas sobre el terreno.

A mediados de los 90, el Imperio del Centro empezó a desvelar planes para unir su interior con las costas del Océano Índico. A mediados de la pasada década, dichas ideas comenzaron a hacerse realidad. Están surgiendo nuevas carreteras que atraviesan las montañas de Birmania y enlazan el interior de China directamente con India y las cálidas aguas de la Bahía de Bengala. Una de las carreteras llevará a un nuevo puerto de miles de millones de dólares, que facilitará la exportación de bienes de las provincias occidentales chinas y la importación de petróleo africano y del Golfo Pérsico, un crudo que se transportará mediante un nuevo oleoducto de 1.500 kilómetros a las refinerías en la provincia de Yunán, hasta ahora carente de acceso directo al mar. Otro conducto paralelo llevará el gas natural recién encontrado frente a las costas de Birmania para iluminar las ciudades de Kunming y Chongqing, en plena expansión. Y se van a invertir más de 20.000 millones de dólares (unos 14.600 millones de euros) en un ferrocarril de alta velocidad. Pronto, un trayecto que antes duraba meses se hará en menos de un día. En 2016, han declarado los planificadores chinos, será posible viajar en tren desde Rangún hasta Pekín, dentro de una gran ruta que, según dicen, se extenderá un día hasta Delhi y, desde allí, hasta Europa.

Birmania podría convertirse en la California de China. Las autoridades chinas llevan mucho tiempo molestas por la tremenda diferencia de rentas entre las prósperas ciudades y provincias de su parte oriental y las zonas pobres y atrasadas de la zona occidental. Lo que le falta al gigante asiático es otra costa que proporcione a su remoto interior una salida al mar y a sus mercados, cada vez mayores, de todo el mundo. Los teóricos chinos han escrito sobre una política de “Dos océanos”. El primero es el Pacífico. El segundo sería el Índico. En esta visión, Birmania sería un nuevo puente hacia la Bahía de Bengala y los mares de más allá.

Las autoridades de Pekín también han escrito sobre su “dilema de Malaca”. China depende enormemente del petróleo extranjero, y aproximadamente el 80% de ese oro negro pasa hoy por el Estrecho de Malaca, cerca de Singapur, una de las rutas navieras más ajetreadas del mundo y que no tiene más que 2,7 kilómetros en su punto más estrecho. Para los estrategas chinos, el estrecho es un cuello de botella natural en el que futuros enemigos podrían cortarle el suministro de energía. Es preciso encontrar una ruta alternativa. También aquí sería ventajoso el acceso a través de Birmania, porque disminuiría la dependencia del Estrecho y, al mismo tiempo, acortaría muchísimo la distancia entre las fábricas chinas y los mercados en Europa y en torno al Océano Índico. El hecho de que la propia Birmania sea rica en las materias primas necesarias para alimentar el desarrollo industrial del suroeste del Imperio del Centro es otra ventaja añadida.

Por su parte, India tiene sus propias ambiciones. Con la política de “mirar al Este”, los sucesivos gobiernos indios desde 1990 han intentado revivir y fortalecer sus vínculos tradicionales con el Lejano Oriente, por mar y por tierra, a través de Birmania, con nuevas conexiones que cruzan montañas y junglas antes inexpugnables. Justo al norte de donde China está construyendo su oleoducto, a lo largo de la costa birmana, Nueva Delhi está comenzando los trabajos para reanimar otro puerto con una carretera y un canal que lo unan a Assam y otros Estados aislados y conflictivos del nordeste de India. Existe incluso una propuesta de reabrir la Ruta Stilwell, construida por los Aliados con un coste épico durante la Segunda Guerra Mundial y después abandonada: una carretera que enlazaría el extremo oriental de India con la provincia china de Yunán. Las autoridades indias hablan de la importancia de Birmania para la seguridad y el futuro desarrollo del nordeste de su país, pero no dejan de vigilar el dinámico empuje de China a través de Birmania.

Al observar estos acontecimientos, algunos han advertido sobre la aparición de un nuevo Gran Juego que desemboque en un conflicto entre las mayores potencias emergentes del planeta. Pero otros predicen, por el contrario, la construcción de una nueva Ruta de la Seda, como la que en la Antigüedad y la Edad Media unía China y Asia Central con Europa. Es importante recordar que este cambio geográfico llega en un momento muy especial de la historia de Asia: un momento en el que hay cada vez más paz y prosperidad, después de un siglo de enorme violencia y conflictos armados y siglos de dominio colonial de Occidente. Que la opción más optimista sea la que se haga realidad no es imposible, ni mucho menos.

Por primera vez, la situación política birmana tiene repercusiones más allá de sus fronteras inmediatas

La generación que llega ahora a la mayoría de edad es la primera que ha crecido en una Asia postcolonial y (con algunas pequeñas excepciones) sin guerras. Es posible que nuevas rivalidades alimenten los nacionalismos del siglo XXI y acaben en un nuevo Gran Juego, pero en casi todas partes existe un gran optimismo, al menos entre las clases medias y las élites políticas: la sensación de que la historia está de parte de Asia y el deseo de centrarse en la riqueza futura, no volver a unos tiempos oscuros que acaban de dejar atrás.

Y un cruce de carreteras en Birmania no sería un simple enlace entre países. Las partes de India y China que van a unirse allí son de las más remotas que tienen dos países gigantescos, unas regiones de una diversidad étnica y lingüística sin igual, en las que la gente habla literalmente cientos de idiomas mutuamente incomprensibles, de reinos olvidados como Manipur y Dali, y de sociedades montañosas aisladas que, hasta hace poco, estaban fuera del control de Nueva Delhi y Pekín. Son asimismo unos lugares en los que las poblaciones han aumentado de forma increíble y ahora llenan paisajes de bosques muy densos y, antes, escasamente poblados. Son tierras nuevas que se encuentran con nuevos vecinos. Si la caída del Muro de Berlín reanudó contactos que sólo habían estado suspendidos durante un periodo provisional, las transformaciones actuales están permitiendo encuentros totalmente novedosos. Existe la posibilidad de crear un nudo cosmopolita en el corazón de Asia.

¿Pero verdaderamente se está creando una Ruta de la Seda contemporánea? Hasta principios de este año, era difícil ser optimistas, dado que Birmania estaba en el centro de la transformación y las noticias que procedían de allí seguían siendo muy malas. La gente corriente era tan pobre como siempre, la represión política estaba a la orden del día y los proyectos chinos en marcha parecían estar ayudando, más que nada, a alimentar la corrupción y destruir el medio ambiente. A finales del año pasado se celebraron elecciones, pero casi todo el mundo las condenó por fraudulentas. Sin embargo, durante los últimos meses, ha habido cada vez más indicios de que la situación puede mejorar.

El pasado mes de marzo, la Junta se disolvió oficialmente y entregó el poder a un gobierno casi civil encabezado por un general retirado, U Thein Sein. El presidente Thein Sein empezó muy pronto a superar las expectativas (que eran muy bajas): habló contra los sobornos, subrayó la necesidad de reconciliación política, nombró a tecnócratas y empresarios para ocupar puestos clave, invitó a los exiliados a regresar a casa, anunció nuevas conversaciones de paz con los grupos rebeldes e incluso tendió la mano a Aung San Suu Kyi, a la que poco antes habían levantado el arresto domiciliario. Se han formulado estrategias para reducir la pobreza, se han bajado los impuestos, se ha liberalizado el comercio y se han preparado numerosas leyes nuevas sobre todo tipo de asuntos, desde la reforma de la banca hasta las normas ambientales. El Parlamento, después de unos comienzos vacilantes, empezó a cobrar vida propia. Se ha relajado de forma sustancial la censura sobre los medios de comunicación, y se ha permitido a los partidos de la oposición y a las incipientes ONG birmanas cierto grado de libertad que no conocían desde hacía medio siglo.

Es una apertura frágil. El presidente parece decidido a avanzar, pero su voz no es la única que se hace oír. Hay otros exgenerales poderosos en el Parlamento y en el gabinete, y las estructuras represivas permanecen intactas. El país se halla en un punto de inflexión decisivo.

Y ahora, por primera vez, la situación política birmana tiene repercusiones más allá de sus fronteras inmediatas. Si el país desperdicia esta oportunidad para cambiar en sentido positivo, seguirá siendo quizá un lugar espantosamente gobernado, pero ya no será un sitio atrasado y aislado. Los grandes proyectos de infraestructuras seguirán adelante, así como el proceso de cambio a más largo plazo. La frontera de Asia se cerrará y el resultado será una encrucijada nueva pero peligrosa.

Ahora bien, si el país empieza a mejorar y vemos el fin de decenios de conflicto armado, el levantamiento de las sanciones occidentales, un gobierno democrático y un crecimiento económico generalizado, las consecuencias podrían ser espectaculares. El interior de China, de pronto, limitará con una democracia joven y vibrante, y el nordeste de India dejará de ser un callejón sin salida para convertirse en su puente hacia el Lejano Oriente. Lo que suceda en Birmania podría cambiar la situación de toda Asia.

Generación sin futuro


Ignacio Ramonet

País: Global
Tema: Movimiento social, Jóvenes, Revueltas sociales

El mundo será salvado, si puede serlo, sólo por los insumisos.” André Gide

Primero fueron los árabes, luego los griegos, a continuación los españoles y los portugueses, seguidos por los chilenos y los israelíes; y el mes pasado, con ruido y furia, los británicos. Una epidemia de indignación está sublevando a los jóvenes del mundo. Semejante a la que, desde California hasta Tokio, pasando por París, Berlín, Madrid y Praga, recorrió el planeta en los años 1967-1968, y cambió los hábitos de las sociedades occidentales. En una era de prosperidad, la juventud pedía paso entonces para ocupar su espacio propio.

Hoy es diferente. El mundo ha ido a peor. Las esperanzas se han desvanecido. Por vez primera desde hace un siglo, en Europa, las nuevas generaciones tendrán un nivel de vida inferior al de sus padres. El proceso globalizador neoliberal brutaliza a los pueblos, humilla a los ciudadanos, despoja de futuro a los jóvenes. Y la crisis financiera, con sus “soluciones” de austeridad contra las clases medias y los humildes, empeora el malestar general. Los Estados democráticos están renegando de sus propios valores. En tales circunstancias, la sumisión y el acatamiento son absurdos. En cambio, las explosiones de indignación y de protesta resultan normales. Y se van a multiplicar. La violencia está subiendo...

Aunque, en concreto, el formato mismo del estallido no es semejante en Tel Aviv y Santiago de Chile o Londres. Por ejemplo, la impetuosa detonación inglesa se ha distinguido, por su alto grado de violencia, del resto de las protestas juveniles, esencialmente no violentas (aunque no hayan faltado los enfrentamientos puntuales en Atenas, Santiago de Chile y varias capitales).

Otra diferencia esencial: los amotinados ingleses, quizás por su pertenencia de clase, no supieron verbalizar su desazón. Ni pusieron su furor al servicio de una causa política. O de la denuncia de una iniquidad concreta. En su guerrilla urbana, ni siquiera saquearon con ira sistemática los bancos... Dieron la (lamentable) impresión de que sólo las maravillas de los escaparates atizaban su rabia de desposeídos y de frustrados. Pero, en el fondo, como tantos otros “indignados” del mundo, estos revoltosos expresaban su desesperación, olvidados por un sistema que ya no sabe ofrecerles ni un puesto en la sociedad, ni un porvenir.

Un rasgo neoliberal que, de Chile a Israel, irrita particularmente es la privatizacion de los servicios públicos. Porque significa un robo manifiesto del patrimonio de los pobres. A los humildes que no poseen nada, les queda por lo menos la escuela pública, el hospital público, los transportes públicos, etc. que son gratuitos o muy baratos, subvencionados por la colectividad. Cuando se privatizan, no sólo se le arrebata a la ciudadanía un bien que le pertenece (ha sido costeado con sus impuestos) sino que se desposee a los pobres de su único patrimonio. Es una doble injusticia. Y una de las raíces de la ira actual.

A este respecto, para justificar la furia de los insurrectos de Tottenham, un testigo declaró: “El sistema no cesa de favorecer a los ricos y de aplastar a los pobres. Recorta el presupuesto de los servicios públicos. La gente se muere en las salas de espera de los hospitales después de haber esperado a un médico una infinidad de horas...” (1).

En Chile, desde hace tres meses, decenas de miles de estudiantes, apoyados por una parte importante de la sociedad, reclaman la desprivatización de la enseñanza (privatizada bajo la dictadura neoliberal del general Pinochet, 1973-1990). Exigen que el derecho a una educación pública y gratuita de calidad sea inscrito en la Constitución. Y explican que “la educación ya no es un mecanismo de movilidad social. Al contrario. Es un sistema que reproduce las desigualdades sociales” (2). A fin de que los pobres sean pobres para la eternidad...

En Tel Aviv, el 6 de agosto pasado, al grito de “¡El pueblo quiere la justicia social!”, unas 300.000 personas se manifestaron en apoyo al movimiento de los jóvenes “indignados” que piden un cambio en las políticas públicas del gobierno neoliberal de Benyamin Netanyahou (3). “Cuando a alguien que trabaja –declaró una estudiante– no le alcanza ni siquiera para comprar de comer es que el sistema no funciona. Y no es un problema individual, es un problema de gobierno” (4).

Desde los años 1980 y la moda de la economía reaganiana, en todos estos países –y singularmente en los Estados europeos debilitados hoy por la crisis de la deuda–, las recetas de los gobiernos (de derechas o de izquierdas) han sido las mismas: reducciones drásticas del gasto público, con recortes particularmente brutales de los presupuestos sociales. Uno de los resultados ha sido el alza espectacular del paro juvenil (en la Unión Europea: 21%; en España: ¡42,8%!). O sea, la imposibilidad para toda una generación de entrar en la vida activa. El suicidio de una sociedad.

En vez de reaccionar, los gobiernos, espantados por los recientes derrumbes de las Bolsas, insisten en querer a toda costa satisfacer a los mercados. Cuando lo que tendrían que hacer, y de una vez, es desarmar a los mercados(5). Obligarles a que se sometan a una reglamentación estricta. ¿Hasta cuándo se puede seguir aceptando que la especulación financiera imponga sus criterios a la representación política? ¿Qué sentido tiene la democracia? ¿Para qué sirve el voto de los ciudadanos si resulta que, a fin de cuentas, mandan los mercados?

En el seno mismo del modelo capitalista, las alternativas realistas existen. Defendidas y respaldadas por expertos internacionalmente reconocidos. Dos ejemplos: el Banco Central Europeo (BCE) debe convertirse en un verdadero banco central y prestarle dinero (con condiciones precisas) a los Estados de la eurozona para financiar sus gastos. Cosa que le está prohibida al BCE actualmente. Lo que obliga a los Estados a recurrir a los mercados y pagar intereses astronómicos... Con esa medida se acaba la crisis de la deuda.

Segundo: dejar de prometerlo y pasar a exigir ya la Tasa sobre las Transacciones Financieras (TTF). Con un modesto impuesto de un 0,1% sobre los intercambios de acciones en Bolsa y sobre el mercado de divisas, la Unión Europea obtendría, cada año, entre 30.000 y 50.000 millones de euros. Suficiente para financiar con holgura los servicios públicos, restaurar el Estado de bienestar y ofrecer un futuro luminoso a las nuevas generaciones.

O sea, las soluciones técnicas existen. Pero ¿dónde está la voluntad política?

(1) Libération, París, 15 de agosto de 2011.

(2) Le Monde, París, 12 de agosto de 2011.

(3) Según una encuesta de opinión, las reivindicaciones de los “indignados” israelies cuentan con la aprobación del 88% de los ciudadanos. (Libération, op. cit.)

(4) Le Monde, París, 16 de agosto de 2011.

(5) Léase Ignacio Ramonet, “Desarmar a los mercados”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 1997.

Los que realmente tienen el poder en Libia


Libia

El reto para las autoridades de transición será dirigir un país con heridas de guerra.

Con lo que queda de la influencia de Gadafi, restringida a algunos puestos de avanzada, las autoridades de transición libias se enfrentan ahora al reto de dirigir un país que sale de la guerra.

El Consejo de Transición Nacional, formado en la ciudad oriental de Bengasi para dirigir la revuelta que empezó a principio de año, se está estableciendo poco a poco en la capital, Trípoli, con planes ambiciosos.

Quiere formar un nuevo gobierno interino para finales de septiembre y celebrar elecciones legislativas en ocho meses. El congreso tendrá que redactar un borrador de constitución que pavimentará el camino para unos comicios en el que puedan participar diferentes partidos políticos.

Sin embargo, las estructuras de poder están fracturadas en Libia, lo que crea un potencial conflicto debido a que una gran variedad de grupos, intereses y lealtades presionan por poder.

El crédito por liberar Trípoli

El CTN tendrá que asegurar la cooperación de estos grupos si quiere lograr sus objetivos.

"Tienen muchos retos que superar antes de que las ruedas del gobierno rueden con suavidad", explica Ahmad Fawzi, portavoz del consejero especial de las Naciones Unidas para Libia, Ian Martin.

"Están conscientes del hecho de que necesitan que los vean dirigiendo el país desde la capital, cosa que todavía no han podido hacer", agrega.

Mahmoud Jibril, primer ministro interino

Hace poco, las autoridades de transición pudieron llegar a Trípoli, pero las brigadas llevan semanas allí.

En el corto plazo, esto puede ser una cuestión de imponerse a aquellos que acumularon poder en el terreno durante seis meses de conflicto.

El jefe del CNT, Mustafa Abdul Jalil, y el primer ministro interino Mahmoud Jibril, llegaron recientemente a Trípoli, pero las brigadas que llevaron a cabo la campaña militar llevan semanas allí.

El levantamiento dentro de Trípoli estuvo cuidadosamente planeado para que coincidiera con el asalto de fuerzas berebere de las montañas de Nafousa y Misrata, pero las brigadas de las diferentes regiones han empezado a competir por quedarse con el crédito de ser los liberadores de la capital.

No está claro cuándo serán desmanteladas las brigadas y algunas armas ya han desaparecido.

Se supone que las brigadas responden al Consejo Supremo de Seguridad (CSS), un nuevo cuerpo dirigido por el ministro interino de petróleo y finanzas, Ali Tarhouni, que también incluye a la policía, los ministerios de interior y defensa, así como los consejos vecinales.

No obstante, la estructura de seguridad está fragmentada, las ciudades llevan sus propios asuntos militares, y se cree que los soldados voluntarios se muestran renuentes a obedecer al ejército de liberación nacional. Además, en algunos barrios los consejos han empezado a competir entre ellos.

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Lea: Trípoli, nuevas autoridades y rivalidades

También es posible que las facciones estén divididas. Según varios informes, el fin de semana pasado al menos 12 personas murieron cuando dos grupos de fuerzas anti Gadafi se enfrentaron durante una disputa por armamento pesado.

Las fuerzas de Misrata, que sufrieron un brutal y prolongado estado de sitio por las tropas de Gadafi, han empezado a retar a la autoridad del CNT, pues reportes indican que se rehúsan a regresar tanques abandonados.

Rivalidades regionales

En Misrata esperan reconocimiento por la reciente y terrible experiencia que pasaron, mientras que aquellos en el este y oeste buscan reconocimiento por tantos años de discriminación bajo el gobierno de Gadafi.

En el largo plazo, esto podría contribuir a rivalidades regionales, particularmente una vez que la economía petrolera de Libia se recupere y miles de millones de dólares empiecen a entrar al país.

La revuelta empezó en el este, y hasta ahora los orientales son los que tienen más representación en el CTN. Bengasi tiene nueve miembros frente a los cinco con los que cuenta Trípoli. Además, los residentes de la ciudad del este dominan el consejo del comité ejecutivo.

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Si hay una buena cantidad de gente de afuera (que forme parte del CTN), se puede crear mucho resentimiento, pues ellos tienden a ser relativamente ricos"

Mohamed El-Doufani, analista

Ellos han sido criticados por tardar mucho tiempo en llegar a Trípoli, a pesar de que esto se debe en parte a cuestiones de seguridad.

Jibril prometió que el este, oeste, "e incluso las ciudades que permanecen sitiadas, formarán parte del nuevo gobierno", y el CTN asegura que podría duplicar su tamaño a 100 miembros una vez que se logre la liberar totalmente al país.

Pero incluso el balance de las fuerzas podría causar tensiones. En los últimos días ha habido protestas en Bengasi por gente que dice estar preocupada porque buena parte del poder quede en la capital.

Se espera que las rivalidades regionales eclipsen cualquier división tribal, étnica o cultural.

Si bien las identidades tribales pueden ser socialmente importantes, muchos analistas y autoridades de la transición consideran que es poco probable que tengan un impacto político.

Un "pacto" de transición publicado en agosto promete en su primer artículo proteger los derechos del idioma y la cultura "Amazigh, Toubou y Tuareg, así como otros componentes de la sociedad libia".

Pero otra fuente de tensión es la división entre "los de adentro", que se quedaron en Libia durante la era Gadafi y el conflicto, y "los de afuera" que regresaron del exterior.

"Si hay una buena cantidad de gente de afuera, se puede crear mucho resentimiento, pues ellos tienden a ser relativamente ricos", señala Mohamed El-Doufani, analista de la BBC.

Para el experto, el hecho de que el mundo occidental haya estado tan involucrado en la campaña militar podría reforzar este resentimiento. "Habrá sospechas de que quizás estén hablando en nombre de otro país, o si están ahí por el interés nacional".

Islamistas y seculares

También puede haber una dimensión ideológica, con crecientes discusiones sobre una división entre tecnócratas seculares, que estudiaron y trabajaron en el exterior, e islamistas que se oponían al régimen de Gadafi desde dentro del país.

Abdel Hakim Belhaj

Belhaj pidió trabajar por un "estado civil que respete los derechos y las leyes".

Una de las figuras más prominentes del los seculares es Jibril, quien estudió y enseñó en Estados Unidos y pasó buena parte del conflicto en el extranjero cabildeando para el CTN.

Los personajes más importantes entre los islamistas es Abdel Hakim Belhaj, ex líder del Grupo de Lucha Islamista de Libia, quien fue electo como jefe del Consejo Militar de Trípoli contra los deseos de Bangasi.

Jibril ha negado cualquier desavenencia con Balhaj, mientras que Belhaj ha hecho un llamado para trabajar por un "estado civil que respete los derechos y las leyes", y por que se entreguen las armas.

A pesar de todas las fallas posibles, observadores notan una abundancia de buena voluntad y el potencial de los libios para que ellos solos sean quienes lleven adelante la transición.

El portavoz de la ONU Ahmad Fawsi dijo que era "prudentemente optimista", por lo que no espera el tipo de violencia visto en Irak.

"Se le pidió a los escalones más altos del poder quedarse en casa", explica. Mientras que "aquellos que fueron responsables de serias violaciones a los derechos humanos han muerto o desaparecido".

A otros se les permitirá trabajar para el CTN en los objetivos electorales, de seguridad y justicia. "Es un acercamiento muy maduro a la revolución", concluye Fawsi.

Morir en Gaza


La sociedad israelí ha sufrido un proceso de derechización radical y una progresiva pérdida de la moral en la vida política. Esto le ha llevado a pensar que no hay acuerdo posible con los palestinos

MARIO VARGAS LLOSA 11/01/2009



Los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para sembrar más resentimiento

Amos Oz y David Grossman ahora, tímidamente, sólo se animan a reclamar la paz

Para que la razón esgrimida como justificación del ataque por Ehud Olmert y sus ministros tuviera visos de realidad, Israel debería volver a ocupar Gaza con un enorme despliegue militar permanente o perpetrar un genocidio que ni siquiera los más fanatizados de sus halcones se atreverían a asumir, ni, esperemos, el resto del mundo toleraría, aunque la opinión pública internacional ha mostrado ya más de una vez una supina indiferencia en lo que respecta a la suerte de los palestinos. La verdad de los hechos es que, por más feroz que haya sido el castigo infligido por el Ejército de Israel a Gaza, y precisamente debido al sentimiento de impotencia y odio por lo ocurrido del millón y medio de palestinos que viven hambreados y medio asfixiados en esa ratonera, lo probable es que, una vez que el Tsahal se retire de la Franja y se restablezca "la paz", las acciones terroristas se renueven con nuevos bríos y un deseo de venganza atizado por los sufrimientos de estos días.

Los defensores de los bombardeos y la invasión responden a sus críticos con esta pregunta: "¿Hasta cuándo puede resistir un país que sus ciudades sean víctimas de cohetes terroristas lanzados desde sus fronteras a lo largo de días y meses por una organización como Hamás que no reconoce la existencia de Israel ni oculta su propósito de acabar con él?". La pregunta es muy pertinente, desde luego, y nadie que no sea un fanático o un terrorista puede justificar el acoso criminal constante de Hamás contra las poblaciones civiles de Israel. Ahora bien, si se trata de buscar las causas del conflicto es, a mi juicio, deshonesto quedarse sólo allí, en los cohetes artesanales de Hamás, y no retroceder un poco más en el tiempo para entender -lo que no quiere decir justificar, claro está- lo que sucede en ese explosivo rincón del mundo.

La victoria electoral que llevó a Hamás al poder en la Franja no fue un acto de adhesión masivo de los palestinos de Gaza al fanatismo integrista ni a las acciones terroristas sino un rechazo perfectamente legítimo de los ciudadanos a la ineficiencia y, sobre todo, a la descarada corrupción de los dirigentes de la Autoridad Nacional Palestina. Y, también, un típico acto autodestructivo al que los seres humanos, individuos o colectividades, son propensos cuando llegan a situaciones límite, de indefensión y desesperación totales.

Desde luego que la retirada de Israel de Gaza y el abandono de los 21 asentamientos de colonos que allí había, en el verano de 2005, despertó grandes esperanzas de que este gesto impulsara el proceso de paz que debería conducir a la creación de un Estado Palestino que coexistiera con Israel y le garantizase su seguridad en el futuro. No sólo no ocurrió así. Hamás se alzó con el poder y sus disputas con Al Fatah -con tiroteos y asesinatos de por medio-, por una parte, y, por otra, la política de Israel de incomunicar a Gaza y mantenerla en una suerte de cuarentena implacable, impidiéndole exportar e importar, cerrándole el uso del aire y del mar, permitiendo que sus pobladores salieran de ese gueto sólo a cuentagotas y después de trámites abrumadores y humillantes, contribuyeron al gran "fracaso económico" que hoy día los halcones de Israel exhiben como prueba de la incompetencia de los palestinos para gobernarse a sí mismos.

Me pregunto si algún país en el mundo hubiera podido progresar y modernizarse en las condiciones atroces de existencia de la gente de Gaza. Nadie me lo ha contado, no soy víctima de ningún prejuicio contra Israel, un país que siempre defendí, y sobre todo cuando era víctima de una campaña internacional orquestada por Moscú que apoyaba toda la izquierda latinoamericana. Yo lo he visto con mis propios ojos. Y me he sentido asqueado y sublevado por la miseria atroz, indescriptible, en que languidecen, sin trabajo, sin futuro, sin espacio vital, en las cuevas estrechas e inmundas de los campos de refugiados o en esas ciudades atestadas y cubiertas por las basuras, donde se pasean las ratas a la vista y paciencia de los transeúntes, esas familias palestinas condenadas sólo a vegetar, a esperar que la muerte venga a poner fin a esa existencia sin esperanza, de absoluta inhumanidad, que es la suya. Son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que ahora están siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirva para acercar un milímetro la ansiada paz. Por el contrario, los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para alejarla y levantar nuevos obstáculos y sembrar más resentimiento y rabia en el camino de la negociación.

Todo esto lo saben, mucho mejor que yo o que cualquier observador, los dirigentes de Israel, que pueden haber perdido los sentimientos y la moral, pero no la inteligencia. La clase dirigente israelí es de muy alto nivel, bastante más culta y preparada que la del promedio occidental. Y, si es así, ¿para qué desatar una operación militar que no va a acabar con el terrorismo de los fanáticos de Hamás y que, en cambio, va a servir para desprestigiar a un Estado que con acciones punitivas como ésta ha perdido ya esa superioridad moral que tuvo sobre sus enemigos en el pasado, por ejemplo cuando Yitzhak Rabin firmó los Acuerdos de Oslo de 1993?

Creo que la respuesta es la siguiente: desde el fracaso de las negociaciones de Camp David y de Taba del año 2000-2001, en las que el Gobierno israelí presidido por Ehud Barak estuvo dispuesto a hacer unas importantes concesiones que Arafat cometió la insensatez de rechazar, la sociedad israelí, profundamente decepcionada, ha vivido un proceso de derechización radical y, en su gran mayoría, llegado a la conclusión de que no hay acuerdo razonable posible con los palestinos. Y que, por lo tanto, sólo una política de fuerza, de represión y castigo sistemáticos, los doblegará, haciéndoles aceptar, al final, una paz impuesta según las condiciones de Israel. Esto explica la popularidad que tuvo Ariel Sharon y el crecimiento del apoyo al movimiento de los colonos que siguen instalando asentamientos por doquier en Cisjordania y a la construcción del Muro que aísla, cuartea y reduce como una piel de zapa a la Cisjordania palestina. Y esto explica, también, que, desde que empezaron a llover las bombas sobre Gaza, haya subido como flecha la popularidad de los laboristas de Ehud Barak, el actual ministro de Defensa, y de la líder de Kadima, la canciller Tzipi Livni, quienes, gracias a la operación militar contra Gaza, han recortado la ventaja que les llevaba, cara a las próximas elecciones, el conservador Benjamín Netanyahu. No hay que olvidar que, según las encuestas, más de dos tercios de los israelíes aprueban la acción militar contra Gaza.

"Nuestros corazones se han endurecido y nuestros ojos se han nublado", dice el periodista israelí Gideon Levy, en un artículo aparecido en el diario Haaretz el 4 de enero de 2009, comentando la incursión del Tsahal en Gaza. Como todo lo que escribe, su texto transpira decencia, lucidez y coraje. Es un lamento por esa progresiva desaparición de la moral en la vida política de su país, aquel fenómeno que, según Albert Camus, precede siempre los cataclismos históricos, y una crítica a esos intelectuales progresistas como Amos Oz y David Grossman que, antes, solían protestar con energía contra hechos como el bombardeo de Gaza y ahora, tímidamente, reflejando la involución generalizada de la vida política israelí, sólo se animan a reclamar la paz. Gracias por demostrarnos que todavía quedan justos en Israel, amigo Gideon Levy.

Erdogan reza en la plaza Verde de Trípoli


El jefe del CTN, Mustafa Abdul Jalil, acompaña a Erdogan a su llegada a Trípoli. | Efe

El jefe del CTN, Mustafa Abdul Jalil, acompaña a Erdogan a su llegada a Trípoli. | Efe


El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha llegado este viernes a Trípoli, en la última etapa de su gira por los países de la "primavera árabe".

Erdogan ha sido recibido en el aeropuerto por el jefe del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafa Abdel Yalil y su número dos, Mahmud Yibril. El líder turco se reunirá con los principales dirigentes libios después de participar en las oraciones del viernes en Trípoli y de visitar una mezquita histórica que data de la época otomana, según los responsables del CNT.

Los rezos los está realizando en la plaza de los Mártires, antigua plaza Verde. En el recinto eran visibles grandes medidas de seguridad, en la que participaron militares turcos.

A la llegada de Erdogan, un millar de fieles se encontraba rezando en la plaza, donde había sido colocado un cartel con su foto y las banderas de los dos países, con la inscripción en árabe: "Juntos con una sola mano hacia el futuro".

El dirigente turco ha aprovechado para hacer referencia a la situación en Siria, que también está viviendo una revuelta: "Aquellos que reprimen a la gente en Siria no sobrevivirán", ha sentenciado.

Las muertes en Siria, gobernada por Bashar Asad, se han convertido en algo habitual. Al menos 19 personas murieron este viernes por la represión de las fuerzas de seguridad en varios puntos del país, en una nueva jornada de protestas contra el régimen, según grupos opositores.

El activista de los llamados Comités de Coordinación Local Hosam Ibrahim dijo que hubo muertos en Damasco, Idleb (norte), Hama (centro), Homs (centro) y Deraa (sur).

Erdogan llega a Libia desde Túnez, el desencadenante de todas las revueltas, tras una primera etapa en Egipto.

El primer ministro turco, que fue acogido como un héroe en el Cairo, goza de una gran popularidad en los países árabes y alimentada por su toma de posición respecto a Israel.