sábado, 17 de octubre de 2015

Mundo árabe: líderes locales tóxicos y ocupantes extranjeros nocivos


esglobal ha charlado con el arabista inglés John McHugo, autor de Una breve historia de los árabes (Turner, 2015). Una conversación sobre estereotipos e identidad, pero también a cerca del clientelismo e islamismo en las sociedad árabes, el dañino papel de Occidente en la región y la resaca histórica de las protestas de 2011.
Egipcios pasean al lado de un graffiti que conmemora el aniversario de las protestas de 2011. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images)
Egipcios pasean al lado de un graffiti que conmemora el aniversario de las protestas de 2011. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images)
esglobal. ¿Diría que existen prejuicios en la percepción que se tiene de Occidente en los países árabes?
John McHugo. Sobra decir que estamos hablando de diferentes países, con idiosincrasias distintas, y en los que existe un diverso grado de libertad de expresión y de exposición a Occidente. Dicho esto, debemos pensar en los refugiados de diversos países árabes –Libia y Siria, sobre todo– que están llegando a Europa (es previsible que pronto comiencen a llegar refugiados procedentes de Yemen). Si en el mundo árabe estuvieran consolidados los prejuicios hacia Europa, los refugiados no tratarían de llegar al continente. Por otra parte, cuando Israel lleva a cabo sus acciones criminales –considerando el derecho internacional– en los territorios ocupados, es frecuente ver a palestinos diciendo en canales árabes: “¿Dónde están los árabes? ¿Dónde están los musulmanes? ¿Qué están haciendo por nosotros?”. Muchos árabes son conscientes de que, en ciertos aspectos, Occidente hace más por ellos que el resto de países árabes. A pesar de ello, no podemos obviar que hay prejuicios que sí están extendidos. Por ejemplo, en algunas series emitidas en canales árabes es habitual encontrarse con un personaje que responde a una especie de agenda islamista moderada: un hombre joven que se descontrola, comienza a acudir a fiestas, conoce a mujeres desinhibidas, bebe alcohol… La idea que está detrás es que Occidente es degenerado y su influencia puede degenerar a los jóvenes musulmanes. Aparte de estos estereotipos hay también una percepción muy extendida sobre Occidente que se basa en razones objetivas. Occidente ha decidido remodelar Oriente Medio, el Mundo Árabe, acorde con su propia imagen, en lugar de preguntarles qué es lo que quieren. No sólo en episodios recientes, como en la invasión de Irak, sino ya desde la época de los mandatos francés y británico en la región.
esglobal. ¿Diría que existen también prejuicios sobre el mundo árabe en Occidente?
J.Mc. Creo que está muy extendido el que afirma que los árabes tienen la tendencia a culpar a los demás por sus propios errores. Algo que hacen, en efecto, pero no siempre. En el Mundo Árabe existe una larga tradición de intelectuales que reflexionaron sobre los errores cometidos tanto por los gobernantes árabes como por otros actores claves de sus sociedades. En mi libro hablo, entre otros, de Mohammed Abduh, un reformista de finales del siglo XIX. Advirtió que si el islam no se renovaba terminaría siendo descartado como una vieja túnica con la que nos avergonzaremos salir a la calle. Y sucedió así: mucha gente descartó el islam por su falta de renovación. En el origen del partido Baaz, por ejemplo, estaba ese sentimiento: querían reformar el mundo árabe porque sabían que necesitaba ser reformado. Así que sí que ha habido y hay muchos árabes conscientes de que sus países necesitan ser reformados, aunque también haya prominentes reaccionarios que, en ocasiones, tienen influencia y poder para imponerse.
esglobal: ¿Cree que hay razones para culpar a Occidente por su contribución al crecimiento del Estado Islámico y de la violencia sectaria?
J.Mc. Desde luego, parte de la culpa es innegable. Pero la culpa es compartida. Creo que la invasión de Irak fue un desastre. ¿Y qué podemos decir de la posguerra? Estados Unidos y Reino Unido –los principales invasores– fallaron terriblemente, bajo el punto de vista del derecho humanitario, a la hora de establecer el orden en todo el país. Por supuesto que hay cosas muy graves de las que culpar a Occidente, pero de otras muchas no. Por ejemplo, del gran clientelismo que existe en el mundo árabe. Claro que hay clientelismo también en Reino Unido, y supongo que también en España. Pero en el mundo árabe ha alcanzado un grado que llamaría tóxico, sobre todo cuando se basa en el componente sectario. Por ejemplo, en el Irak de Nuri al Maliki, detrás de la violencia sectaria está, en buena medida, el clientelismo sectario precedente. Con una larga tradición que se remonta al Imperio Otomano, aunque en ningún otro período histórico fue tan grande, ni de lejos, como en los últimos años. Hay varias causas para explicar el alto grado de violencia sectaria actual además del clientelismo. Una es la ideologíawahabí extendida por Arabia Saudí. Algo a lo que todavía no nos hemos enfrentado como merece en Occidente. Otra razón tiene que ver con la falta de escrúpulos de algunos políticos árabes y de las potencias invasoras a la hora de usar la táctica de la división sectaria cuando les convenía. Sin olvidar que ese enfrentamiento entre judíos, cristianos y musulmanes puede ser rastreado hasta la gestión de los mandatos franceses e ingleses, en especial los mandatos en Palestina y Líbano, pasando por el intervencionismo durante la Guerra Fría, que buscó la división para favorecer intereses geopolíticos.
esglobal. A pesar de todas las dificultades, Túnez está demostrando que es perfectamente posible una democracia en el mundo árabe. ¿Qué diferencia a este país de otros en la región?
J.Mc. Creo que Túnez fue un país afortunado por ser el primer Estado árabe en el que se produjo una revuelta: en este sentido, Ben Alí y su camarilla fueron una especie de conejillos de indias, mientras que en otros lugares, las viejas guardias pudieron aprender la lección viendo lo que sucedió en Túnez. Este país contaba, además, con otras ventajas. Viajé a Túnez en torno al año 2000 para participar en unas conferencias con abogados tunecinos. Y pensé: ¿por qué hay una dictadura? Sin dejar de ser árabe, orgullosamente árabe, su sociedad estaba altamente influenciada por una cultura como la francesa. Muchos tunecinos habían estudiado y vivido en Francia. Además, era uno de los pocos países árabes en los que se había planteado un debate público, relativamente abierto, sobre asuntos como la posibilidad de que  una mujer musulmana pudiese casarse con un no musulmán, algo impensable en un país como Egipto. Así que en Túnez existía ya un amplio grado de lo que podríamos llamar pensamiento abierto. Creo que los tunecinos han sido también afortunados con su clase política. Aunque habrá muchos tunecinos que no estarán de acuerdo conmigo en este punto, creo que hay que reconocerle a Rachid Ghanuchi, al margen de todos los errores que haya podido cometer su partido, Enhada [Partido del Renacimiento, islamista], que podría haber tomado otro camino distinto del que tomó. Podría haber seguido el camino de Morsi, en Egipto, o el camino que parece estar tomando Erdogan en Turquía últimamente. En lugar de eso, Ghanuchi dijo: somos musulmanes, y el islam comporta una cierta moral –igual que el cristianismo tiene la suya–, pero no se puede obligar a la gente a que siga unos principios religiosos que no comparte, eso sería contrario al islam. Creo que acertó. Además, ha estado dispuesto a llegar a acuerdos con políticos laicos y con partidos de izquierdas. Concediendo una transferencia de poder cuando las urnas así lo establecieron.
esglobal. Los partidos islamistas, además de sus discursos religiosos, ofrecen programas sociales y reclamaciones políticas nada irrazonables. ¿Cree que en los medios occidentales hablamos los suficiente de ese aspecto que atrae tantas simpatías entre buena parte de la población árabe?
J.Mc. En muchas ocasiones, cuando en medios de comunicación occidentales se habla de partidos islamistas suele tratarse la información con una cierta histeria. Respecto a estas formaciones hay que decir que son claramente conservadoras en muchos aspectos. Yo los compararía con algunos partidos democristianos europeos. O mejor dicho: podrían convertirse en algo parecido a lo que se han convertido los partidos democristianos europeos. En Túnez hay bastantes probabilidades de que algunos partidos islamistas sigan ese camino. Pero también encuentras partidos salafistas tunecinos que dicen, por ejemplo, que se debe reestablecer el derecho de un hombre a tener varias mujeres, porque así lo establece el Corán. No podemos olvidar, sin embargo, que uno de los pilares fundamentales del islam, al igual que en el Cristianismo, es la justicia social. Y ese aspecto del islam es muy positivo. Pero, retomando lo que comentábamos antes, se percibe cierta repulsión hacia el islamismo en Occidente que tiene que ver con política identitaria. Pensemos en el debate sobre el velo que llevan algunas mujeres en el mundo árabe. Algunas lo llevan como signo de identidad. No digo que me guste especialmente el uso del velo, pero creo que llevarlo o no llevarlo es una cuestión que han de decidir las propias mujeres.
esglobal.  ¿Qué quiere decir hoy en día sentirse árabes? ¿Qué relación existe entre identidad árabe e islam?
J.Mc. Hay un gran solapamiento entre la identidad árabe y la identidad musulmana. Sin que sean lo mismo. En mi libro hablo de un escritor judío egipcio de finales del siglo XIX, James Sanua (o Yaqub Sanu). Fue uno de los primeros nacionalistas egipcios. Era judío, pero escribió con una retórica que hoy calificaríamos de islamista: “apelo a los musulmanes para que se levanten contra los opresores”, y otras frases parecidas. Sin embargo, no hace falta leerlo en profundidad para darse cuenta de que era lo opuesto a un islamista fundamentalista. Pero usaba esa retórica para llegar a todos los egipcios, incluidos los de las zonas rurales. Y para conseguir esa atención apelaba a la identidad musulmana, que se solapaba con la identidad nacional egipcia. Otro ejemplo más reciente lo encontramos en la figura del fundador del partido Baaz, Michel Aflaq, un sirio que era cristiano ortodoxo. Escribió que el islam era uno de los grandes logros de los árabes. Y escribió eso sin ser un partidario, por ejemplo, de encerrar a las mujeres, todo lo contrario, creía que ellas tenían que jugar un papel clave en una sociedad democrática. Otra cosa es que los métodos que usó para traer esa democracia hiciesen que la democracia fuese imposible… Pero esa es otra cuestión.
Por otra parte, la alfabetización se ha extendido muchísimo en el mundo árabe, aunque aún quede mucho por hacer en este sentido en países como Yemen y Marruecos, y en el Egipto rural. Y la lectura del Corán es un parte importante en la formación de los árabes. No sólo en un sentido religioso. Este libro sagrado es también una obra de referencia a nivel literario, como pueden serlo en Occidente referentes como Cervantes o Shakespeare. Esta influencia de la cultura del Corán se detecta no sólo entre los musulmanes, también entre las comunidades judías y de cristianos ortodoxos que viven en el mundo árabe. Cultura en sentido amplio, incluso en aspectos como el uso del velo: puedes encontrar comunidades judías y cristianas en el mundo árabe en las que las mujeres se cubren por completo la cara. Y hay otros ejemplos de esta influencia.
esglobal.  ¿El conflicto entre Palestina e Israel es aún una cuestión importante en el mundo árabe?
J.Mc. Es todavía una cuestión importante. Lo que sucede es que otras causas se han convertido también en relevantes. Cuando entre 200.000 y 300.000 personas han muerto en Siria, y la mitad de la población ha sido desplazada, lógicamente se tiene que defender también esa causa. Pero eso no implica que Palestina haya perdido importancia. En este sentido me gustaría decir –y entiendo que mi afirmación pueda interpretarse como provocadora– que el mundo árabe lleva tiempo dispuesto a alcanzar la paz con Israel, y que ha sido Israel la que no ha querido alcanzar dicha paz. Para apoyar esta argumentación me gusta recordar el Plan de Paz de 2002 basado en una propuesta de Arabia Saudí. Dicho plan le concedía a Israel una integridad territorial, considerando la situación previa a 1967, a cambio del reconocimiento de los derechos de los palestinos. El problema de fondo ha sido siempre que Israel no ha querido reconocer los derechos de los palestinos. En esto se ha visto amparado por Occidente y, en ocasiones, ha recibido el apoyo directo. Buena parte de la narrativa israelí sobre el conflicto con los palestinos es asumida en ciertos círculos de poder y de opinión occidentales, sobre todo en Estados Unidos pero también en Europa, y está basada en la cultura de la negación. La razón por la que muchos palestinos se convirtieron en refugiados, por ejemplo, es un tabú en muchas comunidades de algunos países occidentales.
esglobal.  Termina su obra diciendo que la llamada Primavera Árabe sólo acaba de empezar. ¿Puede desarrollar esta idea?
J.Mc. En mi libro uso la anécdota del líder comunista chino Zou Enlai, citando la respuesta que dio en los 70 cuando le preguntaron qué pensaba sobre la Revolución Francesa:  “Es demasiado pronto para valorarla”. Conviene recordar que la Revolución Francesa dividió a la sociedad gala. Por ejemplo, la madre de Charles De Gaulle era todavía una monárquica. El monarquismo permaneció vigente durante más de un siglo en parte de la población francesa como un modo de resistencia contra las ideas de la Revolución. Muchos amigos árabes me dicen que las consecuencias reformadoras de las Primaveras Árabes pueden tardar varios años en manifestarse plenamente, tal vez, incluso –y por desgracia– décadas.

La inevitable erosión de la era pacifista en Japón

La inevitable erosión de la era pacifista en Japón

japon1200x400
El giro en la seguridad nacional nipona, que implica la toma de decisiones difíciles,  representa  un gran desafío para la democracia del país.

Encuadrada en la convergencia de las políticas nacional e internacional de la posguerra durante los últimos 70 años, la Constitución pacifista de Japón parece haber asegurado la paz y la prosperidad para el país. Los pacifistas nipones consideran además que esta buena suerte nunca se va a acabar, como demuestra su más reciente manifestación masiva frente a la Dieta (Parlamento). Los manifestantes protestaban contra las políticas de seguridad propuestas por el Gobierno del primer ministro, Shinzo Abe, que consideran inconstitucionales. Pero la emergente tecnología militar centrada en la red está invalidando con rapidez las premisas que los pacifistas llevan tanto tiempo asumiendo.
La Constitución japonesa de 1947 fue impuesta bajo la ocupación militar encabezada por Estados Unidos con la intención de poner a un Japón derrotado bajo una especie de periodo de prueba indefinido en su calidad de país que había desafiado el statu quo internacional y, aun vencido, podía ser peligroso. La Constitución privó a Japón de su derecho a la beligerancia, así como del derecho a la posesión de unas fuerzas armadas normales que pudieran ser un instrumento político para la proyección del poder. Para su seguridad y existencia, Japón está obligado a confiar en “la justicia y la fe de los pueblos del mundo que aman la paz”, la inmensa mayoría de los cuales consistía entonces en las Potencias Aliadas.
En respuesta al estallido de la Guerra de Corea en 1950 en el contexto de la Guerra Fría, sin embargo, EE UU empujó al Japón ocupado a organizar una fuerza de policía de Seguridad Nacional a pequeña escala que más tarde se convirtió en las Fuerzas de Autodefensa de Japón. El país aprovechó el armamento ligero y su baja carga fiscal para reconstruir su economía devastada por la guerra y para más tarde convertirse en una potencia económica mundial, mientras que Estados Unidos sigue hasta el día de hoy cumpliendo con el papel de único garante de la seguridad nipona.
Con el aumento de la implicación militar estadounidense a nivel global y su carga fiscal creciendo significativamente, las Fuerzas de Autodefensa de Japón han estrechado sus relaciones bilaterales de alianza para reforzar y, de manera limitada, complementar el poder militar estadounidense. Gracias a la alianza, Japón ha sido capaz de gastar menos del 1% de su PIB en defensa durante más de tres décadas. Aunque, por supuesto, también se ha visto obligado a soportar una relación asimétrica, cuya manifestación más visible es tener que acoger grandes bases militares estadounidenses en su territorio.
Sin embargo, a medida que su economía crecía, el presupuesto de defensa japonés se hizo lo suficientemente grande en términos absolutos para permitir que el país financiara la transformación de las Fuerzas de Autodefensa en unas fuerzas armadas reducidas pero tecnológica y operativamente sofisticadas, que funcionan a su mejor nivel cuando cooperan estrechamente con las de Estados Unidos.
Durante más de dos décadas, Japón ha eludido hábilmente sus limitaciones constitucionales sacando el máximo rendimiento al apoyo logístico y de retaguardia que las Fuerzas de Autodefensa prestan a las fuerzas estadounidenses. Este apoyo es esencial para las operaciones militares, pero no forma parte de las misiones de combate. Y, como tal, no infringe las líneas rojas constitucionales. En particular hay que señalar que el intercambio de datos digitales de conciencia situacional en tiempo real se considera admisible, y hacerlo es diferente a proporcionar datos digitales de control de disparo, que están inmediatamente vinculados al combate.
A medida que el equilibro del poder militar en la región va cambiando, las Fuerzas de Autodefensa ahora no pueden hacer otra cosa que tratar de contrarrestar la superioridad cuantitativa de China mediante el uso de la ventaja cualitativa que Tokio obtiene gracias a la estrecha cooperación con las fuerzas estadounidenses. Para Japón no es fácil aumentar el gasto militar en una sociedad cada vez más envejecida, que invita a un compromiso entre gasto social y de defensa.
Las limitaciones fiscales de Japón, por tanto, empujan a Tokio a interconectar los sistemas informáticos y de comunicaciones militares de sus Fuerzas de Autodefensa con los del Ejército estadounidense, especialmente los relacionados con plataformas de alta tecnología y con los vehículos que van a desplegarse en un amplio teatro de operaciones.
Esto se debe a que, cuando las plataformas y vehículoslocalizados por sistemas de GPS se encuentran muy alejados y más allá de la línea de visión (un camino sin obstáculos entre las antenas de emisión y las de recepción), los sensores autónomos individuales instalados en ellos no son capaces de captar las localizaciones rápidamente cambiantes de sus equivalentes enemigos en tiempo real (las ondas de radar son rectas y la superficie de la tierra es curva). La creciente importancia de la conectividad basada en redes tecnológicas conllevará inevitablemente a la fusión en tiempo real de los datos de conciencia situacional de alta precisión para ser empleada directamente en el control de disparo, como en el sistema de Capacidad de Combate Cooperativo (CEC, en sus siglas en inglés) de la Armada de Estados Unidos.
Ya no existe una línea clara que separe los datos que se recogen para establecer conciencia situacional y los que se utilizan para el control de disparo. Esto, a su vez, difumina la distinción entre el derecho a la defensa individual y la colectiva. Todo ello cuestiona el principio largamente sostenido de que la limitación en el Ejercicio de este último salvaguarda la defensa nacional de Japón.
Detalles técnicos aparte, la realidad estratégica es la siguiente: los ejércitos de Estados Unidos, Japón y todos sus aliados se beneficiarán enormemente del intercambio de datos tácticos, dadas las crecientes restricciones fiscales en el desarrollo de capacidades de combate unilaterales. En el espacio aéreo, así como en el agua y bajo ella, la creciente integración tecnológica de Japón con las fuerzas estadounidenses está cambiando la realidad, y la era del pacifismo va camino de la obsolescencia.
De modo que se acerca el día en el que el uso de la fuerza armada tendrá que ser juzgado caso por caso mediante un control civil efectivo del Ejército. Naturalmente, esto exige que los líderes políticos de Japón estén equipados con conocimiento, experiencia, habilidad y capacidad en los asuntos de seguridad nacional, y será necesario que el electorado japonés esté lo suficientemente informado para elegir a líderes de verdadera talla.
En este momento, la situación es un desafío para la democracia japonesa: tras décadas de inercia pacifista, el país carece de estadistas versados ​​en seguridad nacional, y la opinión pública no está bien educada en este campo. Irónicamente, la preocupación de los pacifistas por la prohibición total de la autodefensa colectiva revela su gran desconfianza en la democracia contemporánea nipona en general, y en la eficacia de su control civil en particular: se inclinan por confiar preferentemente en el persistente legado de la ocupación dirigida por EE UU. Ha llegado la hora de hacer frente a las decisiones difíciles que pueden dirigir a Japón hacia una democracia verdaderamente completa.

No hay más tiempo que perder

Los defectos de la legislación europea de asilo y la diferencia de trato que los Estados miembros dan a los refugiados ya eran evidentes, pero los 350.000 refugiados que desde enero a agosto han cruzado las fronteras europeas y los más de 2.600 que han fallecido ahogados en el Mediterráneo, nos han abierto los ojos. Las condiciones inhumanas a las que se ven sometidos muchos de los que huyen de la guerra no pueden admitirse en países europeos.
Junto a la pretendida división entre la Europa del norte y del sur –a raíz de la crisis económica–, la posibilidad de que Reino Unido abandone la UE y la crítica situación de Grecia, esta crisis humanitaria está provocando una nueva grieta: entre el este y el oeste. La UE no se puede permitir más fisuras y debe ser tajante con los Estados miembros, sirviéndose de todas las vías posibles para que respeten sus obligaciones legales, internacionales y europeas.
Con la misma urgencia la UE tiene que implicarse en la construcción de la paz en Siria. Para ello, es vital entender en qué punto del conflicto nos encontramos y, con responsabilidad y decisión, ayudemos en la solución. Hemos oído en muchas ocasiones que hay más de cuatro millones de refugiados que huyen del conflicto sirio, que supera los cuatro años y medio de duración. No hay que olvidar que, además, hay alrededor de ocho millones de desplazados internos y ha causado la muerte de más de 200.000 personas. De los 22 millones de habitantes que tenía Siria en 2011, más de la mitad han muerto o están desplazados, ya sea dentro o fuera del país. Esta catástrofe humanitaria no puede extenderse por más tiempo.
A día de hoy Siria es un país completamente dividido. El control del territorio se encuentra repartido entre el régimen de Bashar al-Asad, las fuerzas de la oposición, los kurdos y el Estado Islámico. La guerra civil ha permitido que el Estado Islámico logre una organización con capacidad para llenar el vacío de poder que dejaría la eventual desaparición del régimen sirio y controlar el país.
Sin embargo, no podemos dar crédito a la elección que nos plantea Moscú: el Estado Islámico o el gobierno de Asad. En los últimos días se han levantado numerosas sospechas acerca del supuesto aumento de la ayuda militar que el gobierno de Putin está otorgando al gobierno de Asad. Desde Moscú no se ha confirmado de manera tajante, pero su discurso sobre la importancia de combatir al Estado Islámico en el país, apoyándose en el régimen, es cada vez más frecuente. No hay que olvidar que, desde el principio del conflicto, Rusia ha querido mantener el gobierno de Asad para conservar su influencia en Oriente Medio.
Sin embargo, es erróneo pensar que se puede acabar con el Estado Islámico sin llegar a una solución política en Siria. Una operación militar dirigida contra el Estado Islámico sería, si acaso, únicamente una solución parcial. No acabaría con el conflicto político que ha sido la causa del auge del grupo terrorista, así como del inicio de los masivos desplazamientos forzosos. Es necesaria la solución política del conflicto sirio para que la lucha contra el Estado Islámico sea un éxito.
Al pensar en la construcción de la paz y de un nuevo Estado sirio no podemos volver a cometer los errores del pasado. En Irak se intentó reconstruir el Estado desmantelando por completo el régimen de Sadam Hussein y sin contar con las estructuras previas, lo cual llevó a un vacío de poder del que se aprovecharon las milicias sunníes y, finalmente, el Estado Islámico. Siria tiene que reconstruirse contando con parte del Estado existente e incluyendo a los alauitas (la secta del régimen actual) en una gran coalición, junto con los opositores y kurdos. Sin un acuerdo de unidad nacional, el gobierno del país no sería efectivo y el terrorismo ocuparía su lugar.
Por otro lado, hay que ser consciente de que, al igual que Rusia, Irán apoya al gobierno sirio y sin Teherán es prácticamente imposible lograr un acuerdo. Mientras tanto, Arabia Saudí, Turquía y Qatar, no quieren apoyar una solución que incluya a Asad. El bloqueo no puede mantenerse, no podemos dar por imposible el alcanzar un acuerdo. Todas las crisis acaban con las partes sentadas en una mesa de negociaciones. Esta no puede ser menos.
La Unión Europea, que estos días se ve tan afectada por una de las consecuencias de la guerra, tiene que asumir un mayor liderazgo ante la cuestión siria y presionar para que las partes pacten una solución política. Para ello es primordial que los Estados europeos mantengan una posición común y apoyen los esfuerzos del enviado especial de Naciones Unidas para Siria, Staffan de Mistura, que ve en las negociaciones entre la UE, Estados Unidos, Rusia, Irán y Arabia Saudí, la única opción de lograr la paz.
La UE debería instar al E3/EU+3, el grupo que logró el pacto nuclear con Irán, a reunirse de nuevo, con prontitud, para realizar los primeros contactos. Se ha comprobado que han sido capaces de alcanzar consensos por muy distintos que fueran sus intereses. Más adelante, el formato de negociaciones podrá avanzar e incluir a Arabia Saudí, Irán y Turquía.
Tenemos que centrar nuestros esfuerzos en lograr la paz en Siria de manera urgente. No hay más tiempo disponible. Cuatro años y medio son demasiados para un pueblo que ha perdido toda esperanza y al que pocos quieren acoger. No puede finalizar la Asamblea General de Naciones Unidas sin que se aborde con decisión este asunto, que es prioritario para la seguridad global. Nos urge a todos construir la paz en Siria y un nuevo Estado que la garantice.

¿Traerá la tecnología el fin de la convergencia?

Motivos para preocuparse hay, empezando por China. Tras décadas de crecer a casi dos dígitos, China parece experimentar una marcada desaceleración que (en opinión de algunos) es peor en realidad que lo que indican las estadísticas oficiales.
Al frenarse el crecimiento de China, lo mismo ocurre con su demanda de petróleo y commodities, con serias repercusiones para otras economías emergentes que dependen de la exportación de materias primas. Además, todavía no se ven en la práctica los beneficios del abaratamiento de los commodities para los importadores netos (con la posible excepción de India), y aquellos que sí se han materializado han sido muy insuficientes para compensar otras fuerzas perjudiciales para el crecimiento.
En tanto, las economías avanzadas parecen estar recuperándose de la crisis de 2008, de modo que el diferencial de crecimiento entre las economías emergentes y aquellas (según datos agregados del FMI y con inclusión de Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán en el grupo de las emergentes) se ha reducido considerablemente. De hecho, tras promediar tres puntos porcentuales durante dos décadas y subir a 4,8 puntos porcentuales en 2010, el diferencial cayó a 2,5 puntos porcentuales el año pasado y se prevé que este año apenas llegue a 1,5.
La pregunta es ¿seguirá tan bajo? Quienes piensan que sí suelen basarse en tres argumentos; los tres no pueden tomarse sin ciertas salvedades.
En primer lugar, se dice que gran parte de la convergencia posible en el sector fabril ya se produjo. Este argumento es cierto, pero pasa por alto la creciente interconexión entre manufacturas y servicios, y el cambio en la naturaleza de muchos servicios. Por ejemplo, un iPad no solo implica la fabricación del objeto, sino también los servicios de programación relacionados. En cierto sentido, es más un producto del sector de servicios moderno que del sector fabril. Y todavía hay abundantes oportunidades de convergencia tecnológica sin explotar, por ejemplo en salud, educación y servicios financieros.
En segundo lugar, quienes ven con pesimismo los mercados emergentes señalan que estas economías obtuvieron grandes aumentos de productividad con la migración del excedente de mano de obra rural a áreas urbanas, y que ese excedente pronto se agotará. Esto también es cierto. Pero no tiene en cuenta el hecho de que todavía hay una gran reserva de mano de obra urbana en el sector informal, que al trasladarse al sector formal puede dar un nuevo impulso a la productividad.
El tercer argumento de los pesimistas es que las economías emergentes no están implementando suficientemente rápido las reformas estructurales necesarias para sostener un crecimiento duradero. Una vez más, el argumento tiene algo de verdad: en todas partes se necesitan reformas estructurales. Pero no se puede decir que las economías emergentes en su conjunto vayan con retraso, porque no hay modo universalmente aceptado de medir el ritmo de implementación de las reformas.
Sin embargo, puede haber en acción un cuarto mecanismo, relacionado con la naturaleza cambiante (y seriamente disruptiva) de las nuevas tecnologías. En el pasado, un importante motor de convergencia (aunque sea en términos de crecimiento incremental) fue la reubicación de muchas actividades (fabriles y de servicios) de economías avanzadas a países en desarrollo con salarios más bajos.
Pero ahora se pueden automatizar cada vez más actividades. Y el costo de los productos informáticos, por unidad de producción, suele ser incluso menor que lo que puede ofrecer la mano de obra más barata. Así que aunque antes los call centers (por poner un ejemplo) tuvieran la mayor parte de su personal en países de bajos salarios, ahora la computadora‑robot que habla la mayor parte del tiempo puede estar en Nueva York.
Sin embargo, esta observación no debe hacernos olvidar una noción económica fundamental: en concreto, que los flujos de comercio y la ubicación de los sitios de producción dependen de ventajas comparativas, no absolutas. Todo país tendrá siempre una ventaja comparativa en algo; solo que cambiará con el tiempo.
Por ejemplo, ahora muchos países avanzados tienen ventaja comparativa en actividades de alto valor agregado. O sea, gracias a la gran capacitación de su fuerza laboral, están mejor preparados que los países en desarrollo para actividades como la producción de bienes especializados a medida, o incluso cualquier cosa que demande el trabajo de un equipo de personas altamente capacitadas a poca distancia unas de otras.
Pero los nuevos cambios tecnológicos pueden ser presagio de grandes disrupciones en las cadenas de valor globales, que afectarán tanto a países desarrollados como emergentes. Incluso es posible que hayamos entrado a un período de cambio radical, donde el crecimiento podría reducirse en todas partes, conforme lo “viejo” retrocede y lo “nuevo” todavía no llena los espacios vacantes.
Es cierto que en términos relativos, la actual destrucción creativa parece afectar más el crecimiento de las economías en desarrollo que el de las avanzadas. Esto se debe en gran medida a que las nuevas tecnologías se están aplicando allí donde se inventaron, y los países en desarrollo todavía no lograron imitarlas lo suficiente. Pero no estoy convencido de que las oportunidades de convergencia sigan siendo limitadas; sobre todo porque siempre es más fácil imitar que inventar.
Incluso puede decirse que todavía hay margen para nuevos adelantamientos entre los corredores. Como demuestra la experiencia en el sector de las telecomunicaciones, la capacidad de adoptar tecnologías nuevas sin antes tener que desmantelar los sistemas viejos puede permitir un avance veloz.
La clave para que la convergencia no se detenga (y que incluso siga a un ritmo bastante rápido) es la buena gobernanza política. Los gobiernos de los países en desarrollo deben implementar políticas que apunten a manejar las transformaciones inminentes y al mismo tiempo mantener la solidaridad y la cohesión de sus sociedades. Es el desafío al que deben hacer frente en estos tiempos de gran disrupción.

jueves, 15 de octubre de 2015

Una normativa internacional para el ciberespacio


Ya está suficientemente probado que es posible causar daños a través de Internet. Muchos observadores creen que los gobiernos estadounidense e israelí estuvieron detrás del ataque que hace un tiempo destruyó varias centrifugadoras en una planta nuclear iraní. Hay quien dice que un ataque del gobierno iraní destruyó miles de computadoras de la empresa saudita Aramco. A Rusia se la acusa de haber orquestado ataques de denegación de servicio contra Estonia y Georgia. Y en diciembre pasado, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, atribuyó un ataque contra Sony Pictures al gobierno norcoreano.
Hasta hace poco, la ciberseguridad era un ámbito reservado a una pequeña comunidad de expertos en informática. Cuando se creó Internet, en los años setenta, sus miembros formaban una aldea virtual, en la que todos se conocían; por eso diseñaron un sistema abierto, con poca atención a la seguridad.
Después, a inicios de los noventa, apareció la World Wide Web, que pasó de tener unos pocos millones de usuarios a más de tres mil millones en la actualidad. En poco más de una generación, Internet se convirtió en el sustrato de la economía y de la gobernanza a escala internacional. En la próxima década se sumarán varios miles de millones de usuarios humanos, además de un sinnúmero de dispositivos, desde termostatos hasta sistemas de control industrial (la “Internet de las Cosas”).
Esta interdependencia creciente implica vulnerabilidades, que actores estatales y no estatales pueden explotar. Y apenas comenzamos a hacernos una idea de lo que esto implica para la seguridad nacional. Los estudios estratégicos del ciberespacio se parecen a los de estrategia nuclear en los cincuenta: los analistas todavía no tienen claro el significado de conceptos como ataque, defensa, disuasión, escalada, normas y control de armamentos.
Hoy el término “ciberguerra” se aplica en forma muy imprecisa a una amplia variedad de conductas, que incluyen desde actos de infiltración exploratoria, modificación no autorizada de sitios web y denegación de servicio hasta ataques de espionaje y destrucción. Esto se corresponde con las diversas acepciones de la palabra “guerra”, entre las que el diccionario inglés Merriam‑Webster incluye todo esfuerzo organizado para “detener o impedir algo que se considera peligroso o malo” (por ejemplo, cuando se habla de “guerra a las drogas”).
Una definición más útil de ciberguerra es cualquier acción hostil en el ciberespacio que amplifique o sea equivalente en sus efectos a un hecho de violencia real grave. Determinar cuándo se cumple este criterio es una decisión que corresponde tomar a la dirigencia política de los países.
Hay cuatro grandes tipos de ciberamenazas a la seguridad nacional, cada uno de ellos con diferentes horizontes temporales y (en principio) diferentes soluciones: por un lado, la ciberguerra y el espionaje económico, que en gran medida se asocian con estados; por el otro, el ciberdelito y el ciberterrorismo, que en la mayoría de los casos se asocian con actores no estatales. En la actualidad, el espionaje y el delito digital son las amenazas más costosas, pero es posible que en la próxima década los otros dos tipos se vuelvan más dañinos que ahora. Además, conforme cambien las alianzas y las tácticas, estas categorías podrían superponerse cada vez más.
Durante la Guerra Fría, la competencia ideológica limitó la cooperación entre Estados Unidos y la Unión Soviética; pero ambas partes, conscientes del poder destructivo de las armas nucleares, desarrollaron un código de conducta mínimo con el objetivo de no llegar a un enfrentamiento armado. Estas normas prudenciales básicas incluían evitar el combate directo, no usar armas nucleares antes que la otra parte y mantener abiertos canales de comunicación para casos de crisis, tales como la línea directa entre Moscú y Washington y los acuerdos para prevención del inicio accidental de una guerra nuclear y de incidentes marítimos.
El primer acuerdo formal de control de armamentos fue el tratado de prohibición limitada de pruebas nucleares firmado en 1963, al que se puede considerar ante todo un tratado de protección medioambiental. El segundo gran acuerdo fue el tratado de no proliferación de 1968, que procuraba limitar la difusión de las armas nucleares. Para Estados Unidos y la Unión Soviética, los dos acuerdos eran juegos de suma positiva, porque tenían que ver con la naturaleza o con terceros.
Del mismo modo, las áreas más auspiciosas para la incipiente cooperación internacional en protección del ciberespacio tienen que ver con amenazas planteadas por terceros, como delincuentes y terroristas. Rusia y China son partidarias de un tratado que coloque Internet bajo supervisión amplia de las Naciones Unidas. La idea que ambos países tienen de “seguridad informática” es inaceptable para los gobiernos democráticos, ya que legitimaría actos de censura por parte de gobiernos autoritarios; pero tal vez sea posible identificar y atacar conductas de cuya ilegalidad nadie dude. Aunque sería imposible limitar todos los tipos de ciberataques, un buen punto de partida serían el ciberdelito y el ciberterrorismo. Las grandes potencias tienen motivos para limitar daños mediante acuerdos para la implementación de medidas forenses y de control.
Claro que las analogías históricas no son perfectas. Es evidente que la tecnología cibernética es muy diferente de la tecnología nuclear, sobre todo porque es mucho más vulnerable a las acciones de actores no estatales.
Sin embargo, el funcionamiento básico de Internet ya está bajo control de algunas instituciones, formales e informales. Estados Unidos planea acertadamente reforzar el papel de la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números(ICANN) dándole la supervisión de la “libreta de direcciones” de Internet. También está la Convención sobre el Ciberdelito aprobada en 2001 por el Consejo de Europa, que prevé la cooperación entre policías nacionales a través de Interpol y Europol. Y un grupo de expertos gubernamentales de las Naciones Unidas está analizando la relación entre derecho internacional y ciberseguridad.
Es probable que lograr acuerdos en temas más conflictivos (como los ciberataques con fines de espionaje y de “preparación del campo de batalla”) lleve más tiempo. Sin embargo, que por ahora no se pueda pensar en un acuerdo general de control de armas cibernéticas no debe impedir que haya avances en algunos temas. El desarrollo de normas internacionales suele demandar tiempo (en el caso de la tecnología nuclear, fueron dos décadas). El mensaje más importante de la reciente conferencia en Holanda es que tal vez ya va siendo hora de encarar las vulnerabilidades cibernéticas globales.

Sobre cómo luchar contra el Estado islámico


El Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, dice que se debe debilitar y en última instancia derrotar al Estado Islámico. Ha nombrado al general John Allen para que encabece una coalición de unos sesenta países para ese fin, recurriendo a ataques aéreos, fuerzas especiales y misiones de formación. Algunos críticos quieren que envíe más tropas americanas; otros dicen que los Estados Unidos deben limitarse a formular una doctrina de contención.
En la actual campaña electoral de los EE.UU., algunos candidatos están pidiendo "botas en el terreno”. Tienen razón: hacen falta botas, pero los soldados que las calcen deben ser árabes y turcos suníes, no americanos. Y con eso está dicho mucho sobre la triple amenaza que los EE.UU. y sus aliados afrontan ahora.
El Estado Islámico es tres cosas: un grupo terrorista transnacional, un proto-Estado y una ideología política con raíces religiosas. Se desarrolló a partir de Al Qaeda después de la desacertada invasión del Iraq encabezada por los EE.UU. y, como Al Qaeda, apela a los islamistas suníes extremistas, pero ha ido más lejos, al crear un califato, y ahora es un rival de Al Qaeda. Su posesión de territorio le da la legitimidad y capacidad para una yijad ofensiva, que no sólo va dirigida contra ínfieles, sino también contra musulmanes shiíes y sufíes, a los que considera takfir, es decir, musulmanes noverdaderamente monoteístas.
El Estado Islámico ensalza la pureza del islam del siglo XVII, pero tiene una habilidad extraordinaria para utilizar los medios de comunicación del siglo XXI. Sus vídeos y cauces en los medios de comunicación social son instrumentos eficaces para atraerse a una minoría de musulmanes –fundamentalmente, jóvenes de Europa, América, África y Asia– que tienen problemas de identidad. Descontentos como están, muchos se sienten atraídos por el “jeque Google”, donde los reclutadores del Estado islámico esperan aprovecharse de ellos.
Según algunos cálculos, hay más de 25.000 combatientes extranjeros que prestan servicio en el Estado Islámico actualmente. Los que mueren son substituidos rápidamente.
La triple naturaleza del Estado islámico crea un drama en materia de política. Por una parte, es importante utilizar el poder militar duro para privar al califato del territorio que le brinda refugio y legitimidad, pero, si la presencia militar americana es demasiado fuerte, el poder blando del Estado Islámico resultará fortalecido, con lo que contribuirá a las actividades de reclutamiento mundial de este último.
Ésa es la razón por la que las botas en el terreno deben ser suníes. La presencia de tropas extranjeras o shiíes refuerza la afirmación del Estado Islámico de que está rodeado y retado por infieles. Hasta ahora, gracias en gran medida a las eficaces fuerzas kurdas, abrumadoramente suníes, el Estado Islámico ha perdido el 30 por ciento, aproximadamente, del territorio con el que contaba hace un año, pero el despliegue de una infantería suní suplementaria requiere formación, apoyo y tiempo, además de la presión al Gobierno central del Iraq, dominado por shiíes, para moderar su actitud sectaria.
Después del desastre en Libia (donde el Estado Islámico apoya a milicias yijadistas y ha anunciado la creación de tres “provincias lejanas”), Obama es, comprensiblemente, reacio a derribar el régimen del Presidente Bashar Al Assad, para ver simplemente al Estado Islámico hacerse con el control de más territorio, acompañado de atrocidades genocidas contra los numerosos musulmanes no suníes de Siria, pero Assad es uno de los instrumentos de reclutamiento más eficaces del Estado islámico. Muchos yijadistas extranjeros responden a la perspectiva de contribuir al derrocamiento de un gobierno alauí tiránico, que está matando a suníes.
La tarea diplomática de los EE.UU. es la de persuadir a los partidarios de Assad, Rusia y el Irán, para que lo destituyan  sin desmantelar los restos de la estructura estatal Siria. Una zona de prohibición de vuelos y una zona segura en el norte de Siria para millones de personas desplazadas podría reforzar la diplomacia americana y la prestación de asistencia humanitaria en masa a los refugiados (para lo que el ejército americano es muy eficaz) aumentaría enormemente el poder blando de los EE.UU.
Así las cosas, la financiación y la coordinación de la estrategia del poder blando de los Estados Unidos no es suficiente, pero sabemos que el poder duro tampoco lo es, en particular para conquistar el ciberterritorio que ocupa el Estado Islámico: por ejemplo, desarrollando una capacidad para eliminar las redes zombis y contrarrestar las posiciones de los medios de comunicación hostiles.
Aun cuando los EE.UU. y sus aliados derroten al Estado Islámico en el próximo decenio, debemos estar preparados para que un grupo extremista similar surja de las cenizas. Las revoluciones del tipo de las que están produciéndose en Oriente Medio tardan mucho en disiparse. Las causas de una inestabilidad revolucionaria son, entre otras, unas fronteras poscoloniales tenues, una modernización detenida, el fracaso de la “primavera árabe” y el sectarismo religioso, exacerbado por la rivalidad interestatal entre la Arabia Saudí, gobernada por suníes, y el Irán, gobernado por shiíes.
En Europa, las guerras de religión entre católicos y protestantes duraron casi un siglo y medio. Los combates no acabaron (con la paz de Westfalia en 1648)  hasta que Alemania perdió una cuarta parte de su población en la guerra de los Treinta Años.
Pero también conviene recordar que las coaliciones de aquella época eran complejas, pues la Francia católica ayudaba a los protestantes holandeses contra los Habsburgo católicos por razones dinásticas más que religiosas. En el Oriente Medio actual debemos esperarnos una complejidad similar.
Pensando en el futuro de una región en la que los EE.UU. tienen intereses tan diversos como la energía, la seguridad de Israel, la no proliferación nuclear y los derechos humanos, las autoridades americanas deberán seguir una estrategia flexible de “contención, junto con avances lentos”, lo que entraña ponerse de parte de Estados y grupos diferentes en circunstancias diferentes.
Por ejemplo, tanto si la política iraní se vuelve más moderada como si no, a veces el Irán compartirá los intereses de los EE.UU. y a veces se opondrá a ellos. En realidad, el reciente acuerdo nuclear puede brindar oportunidades de una mayor flexibilidad. Sin embargo, para aprovecharlas, la política exterior de los EE.UU. para con el Oriente Medio tendrá que desarrollar un nivel mayor de complejidad de lo que revela el debate actual.




Europa, ¿unidad en la diversidad?


La división entre acreedores y deudores recibió un importante alivio este verano, durante las negociaciones por el tercer acuerdo para el rescate de Grecia. Alemania, el país líder en la defensa de la austeridad y su acreedor más influyente, fue acusado de no mostrar suficiente flexibilidad y solidaridad; por otra parte, se arremetió contra Grecia por no haber implementado las reformas prometidas durante los dos primeros rescates. (Fue Francia, ni completamente del «norte» ni enteramente del «sur», la que terminó desempeñando un papel fundamental para llegar a un acuerdo).
Alemania actualmente también intenta mostrarse como líder en la crisis migratoria, pero esta vez con su generosidad. La canciller Angela Merkel ha prometido aceptar a más de 800 000 refugiados tan solo este año. Acogedoras multitudes formaron fila en las calles y colmaron estaciones de tren en las ciudades alemanas para ofrecer bebidas, alimento y vestimenta a los exhaustos refugiados, muchos de quienes han caminado cientos de millas y arriesgado sus vidas para alcanzar la seguridad.
Mientras que Merkel declaró enérgicamente que el islam también es una religión en Alemania, hay en Europa del Este quienes declararon que solo recibirán a una pequeña cantidad de refugiados... y solo si son cristianos. Esa intolerancia juega directamente a favor de los extremistas islámicos en todo el mundo.
La crisis de los refugiados resulta mucho más desafiante aún a la vista de la fragmentación política interna de los países miembros de la UE. Mientras los de la izquierda están a favor de una cauta aceptación de los refugiados, a medida que uno se desplaza hacia la derecha, más negativa se torna la actitud. Incluso la Unión Social Cristiana, el partido bávaro hermano de la Unión Demócrata Cristiana de Merkel, ha resultado un socio reticente en esta área.
Y existe otra división entre el Reino Unido y el resto de la UE. Dado el papel del Reino Unido, junto a Francia, como fuerza clave en la defensa europea y autoridad significativa en los asuntos mundiales, especialmente en cuestiones relacionadas con el clima y el desarrollo, la perspectiva de una auténtica división debiera ser fuente de grave preocupación para la UE.
Estas divisiones han creado profundas dudas para el sueño de una unión europea cada vez más estrecha, sustentada por un sistema compartido de gobernanza que permita una toma de decisiones más eficaz. De igual modo, no favorecen la implementación de las reformas necesarias para incentivar el desarrollo económico.
Sin embargo, aún es demasiado pronto para descartar los avances hacia una mayor integración europea. De hecho, para la cohesión en la UE, es probablemente mejor que existan varias grietas a que haya una única línea divisoria.
Cuando solo las consideraciones económicas dominaban el debate, el norte de Europa –obsesionado por la austeridad y haciendo caso omiso de cualquier consideración keynesiana– y el sur de Europa –en dificultades y desesperadamente necesitado de margen fiscal para brindar viabilidad política a las reformas estructurales necesarias para impulsar la demanda y crear empleo– estaban en desacuerdo. La situación se tornó tan tensa que algunos observadores respetados llegaron a proponer la creación de un «euro del norte» para la región vecina a Alemania y un «euro del sur» en el Mediterráneo (dónde se ubicaría Francia, no estaba claro).
En una eurozona de esas características, el Banco Central Europeo tendría que dividirse y el euro del norte se apreciaría. Resurgiría la incertidumbre cambiaria, no solo entre ambos euros sino también, antes de que transcurriese mucho tiempo, entre las zonas del «norte» y del «sur», debido al colapso de la confianza en la propia idea de una unión monetaria. En el bloque del norte, Alemania tendría un papel aún más gigantesco que el actual, una situación que probablemente generaría nuevas tensiones.
De manera similar, una división clara entre un oeste receptivo para los refugiados y un este de puertas cerradas verdaderamente pondría fin al Acuerdo de Schengen, porque el desacuerdo político cristalizaría en una barrera física que bloquearía el libre movimiento de personas en la UE. Una división de ese tipo sería tan perjudicial para la cohesión europea como una zona del euro dividida.
Pero, ¿qué ocurre cuando los países separados por una de las grietas se encuentran del mismo lado respecto de otra? Alemania, Italia, España y Suecia pueden coincidir sobre la cuestión de la inmigración, mientras que Grecia, Francia, Italia y Portugal están de acuerdo en las políticas macroeconómicas para la zona del euro. Francia, Polonia y el Reino Unido pueden estar dispuestos a gastar más en defensa, mientras que Alemania mantiene un perfil más pacifista. Y Alemania, los países escandinavos y el Reino Unido pueden estar a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático.
Por otra parte, las «familias» políticas de alcance europeo de los Demócratas Cristianos, Socialdemócratas, etc., podrían aliarse en pos de algunas políticas y disentir sobre otras, trascendiendo los límites nacionales o regionales y generando un desplazamiento hacia políticas paneuropeas, lo que llevaría al Parlamento Europeo a aumentar su debate democrático y funciones de supervisión.
Una Europa donde los países no encajan limpiamente en una u otra categoría y donde emergen coaliciones flexibles según los distintos temas, probablemente cuenta con mayores probabilidades de lograr avances que una Europa simplemente dividida entre el norte y el sur, o el este y el oeste. Por supuesto, el desafío de fortalecer a las instituciones para que puedan gestionar esta diversidad y reconciliarla con eficacia política continúa. Aquí resulta crucial un mayor alcance de las votaciones ponderada y por mayoría doble. Pero, en las sociedades verdaderamente democráticas, el desafío de reconciliar los intereses divergentes nunca desaparece.