sábado, 28 de julio de 2012

El minarete de Damasco

La uniformización forzosa rompería un complejo equilibrio milenario

Los damascenos se comportan como lo que son: los habitantes de la ciudad más antigua del mundo continuamente habitada

Damasco ha sido a menudo materia prima de los sueños y también, con cierta frecuencia, de las pesadillas. Para muchos cristianos era precisamente esta ciudad, como ejemplo de magnificencia y tentación, la que el diablo mostró a Jesús durante los días de su pugna en el desierto, y, según una muy extendida leyenda local, a Damasco volverá el Mesías para anunciar la terminación de los tiempos y el Juicio Final. En concreto Jesús se situará en lo más alto del minarete más alto de la Gran Mezquita de los Omeyas, y desde allí proclamará el advenimiento del Reino del Cielo.
Esta última historia me la explicó con todo tipo de detalles un amigo musulmán durante mi primera visita a Damasco, que coincidió con el accidente mortal de Basil el Asad, que estaba destinado a continuar la dictadura familiar, sustituido después por el oftalmólogo Bachar el Asad, de quien nadie entonces sabía prácticamente nada. A mí me resultó curioso que fuera un musulmán el que otorgara tanto valor y tanta credibilidad a una leyenda que tenía a Jesucristo como principal protagonista, aunque pronto me di cuenta que los damascenos eran tolerantes en lo que concernía a la religión, en especial si los acontecimientos heroicos tenían como escenario Damasco. De hecho cuando te enseñaban —en esta primera visita mía, y en las posteriores— la Gran Mezquita edificada por los Omeyas en el siglo VII tenían mucho cuidado en aludir a la iglesia bizantina de San Juan Bautista que le precedió en aquel mismo lugar, e incluso al cercano templo de Júpiter, cuyos vestigios todavía eran visibles. Una parte imprescindible del recorrido por el enorme patio de la mezquita es la tumba del Bautista, donde supuestamente está enterrado, lo cual implica adentrarse de manera inevitable en la danza de Salomé y en la decapitación del profeta.
Otro amigo, también musulmán, me enseñó el mausoleo de Saladino y, aunque tuve oportunidad de conocer varias crónicas de las Cruzadas desde el otro bando, era muy notable el respeto con que hablaba de las fuerzas cristianas a las que combatió el caudillo musulmán. En esta y en otras ocasiones comprobé que los habitantes de Damasco se comportaban como lo que eran: los pobladores de la ciudad más antigua del mundo continuamente habitada. Cuatro mil años de antigüedad exigen un talante especial. Un vecino de Damasco no es, o no es únicamente, un árabe o aún peor, alguien perteneciente a un país del Oriente Próximo (expresión geopolítica europea con la que siempre ironizan ya que, por la misma razón, Europa sería el Occidente Próximo), sino también un bizantino, un romano, un griego, un persa, un asirio… El habitante de una tierra tan antigua intuye, a la fuerza, que no puede esperarse una pureza de raza o de religión, del mismo modo en que sabe que la piel de su ciudad es la última capa en el proceso de sedimentación de esplendores y decadencias que constituye su historia. Y este hombre, por lo general, es más escéptico, tolerante y sabio que el nuevo colono que ha llegado a tierras nuevas.
Quizá sea este, y no sus maravillosos monumentos, el aspecto que más me ha interesado de Damasco. Supongo que sería difícil encontrar una ciudad en la que estuviesen presentes tantas religiones y credos distintos, incluyendo comunidades con creencias cuya raíz parece perdida en la noche de los tiempos o "paganismos" muy anteriores al cristianismo y al islamismo, e incluso al judaísmo. Como es sabido, esta tolerancia espiritual, fruto de la antigüedad damascena, permanecía encapsulada por la dictadura "laica" que dominaba el país desde hacía décadas. La paradoja estaba servida: la laicidad del Estado favorecía la convivencia religiosa con métodos tiránicos, al tiempo que el fin de la tiranía, y una deseable libertad política, podían implicar el estallido de los sectarismos.
Hace ya bastante tiempo que no voy a Damasco pero, a la vista de los sangrientos acontecimientos de este último año, creo que pueden cumplirse los peores presagios, sin que quede claro qué puede hacerse para impedirlo. De un lado, nadie puede poner objeciones al combate contra la dictadura y al anhelo de democracia de tantos sirios; de otro lado, no obstante, al igual que ha sucedido en los países del Norte de África, el riesgo de uniformización forzosa en materia religiosa es evidente. Cada vez es más frecuente la persecución de comunidades cristianas en Iraq, Egipto y Etiopía. También es de temer el choque de suníes y chiíes, o la exigencia de una abominable pureza doctrinal, como la recientemente impuesta en Mali. Sin embargo, lo que en cualquier lado es negativo en Damasco sería una auténtica catástrofe pues rompería un complejo equilibrio milenario.
Cuando se habla de la destrucción de las ciudades algo que habitualmente se deja de lado —o se deja para los historiadores del futuro— es la devastación del tejido narrativo que conforma el espíritu de la ciudad. Los exterminadores saben que para herir mortalmente hay que exterminar la memoria y la capacidad de relato. Cuando los conquistadores antiguos hablaban de no dejar "piedra sobre piedra" en las ciudades asediadas se referían, también, a todos los documentos escritos que procuraban la continuidad de una población. Como aventajados discípulos modernos, los nazis llevaron esta lógica a sus últimas consecuencias en Varsovia, al destruir no sólo los edificios, sino también las bibliotecas, los archivos y los planos arquitectónicos: no querían que los moradores espectrales de Varsovia hablaran del pasado o tuvieran algún futuro.
Pero se puede destruir el tejido narrativo de una ciudad con la simple liberación del sectarismo de las mayorías. Las minorías, que a veces constituyen lo más rico de una sociedad, se asfixian rápidamente, y en silencio. No demasiado lejos de Damasco, en Alejandría, haces unos años, quise visitar la casa del poeta Constantino Cavafis. Después de múltiples intentos llegué a un piso sórdido en un edificio en lamentable estado de conservación. Allí nadie sabía quién era Cavafis pese a que Alejandría no había poseído ningún poeta moderno que la exaltara como él, eso sí, en griego. Pregunté, precisamente, por el gran barrio griego del que habían hablado escritores como Lawrence Durrell, o el propio Cavafis. Nadie había oído hablar de un barrio griego. Luego me informaron que Nasser, durante la "arabización" en los años cincuenta del siglo pasado, había poblado con inmigrantes árabes el antiguo barrio de Cavafis. Ya casi nadie hablaba griego en Alejandría. Media centuria había bastado para erradicar una cultura de dos milenios.
Es verdad que ahora lo más inmediato es la guerra y la sangre. Puedo imaginar el horriblemente caluroso verano damasceno bajo el estigma del terror. O no puedo, porque para imaginar este tipo de cosas se necesita el siniestro alimento de la visión cotidiana de los hechos. Pero a los hombres sí podemos evocarlos, y estos días me he acordado muchas veces del amigo que me enseñó por primera vez la Gran Mezquita. Era musulmán pero estaba enamorado de esa tolerancia religiosa que caracteriza a Damasco. Experto en el zoroastrismo, su héroe principal no era ni Jesucristo ni Mahoma sino Zoroastro, el gran mago. No sé si sigue con sus anécdotas y leyendas.
Al escuchar el fragor de la metralla y de las bombas muchos habitantes de Damasco deben dirigir la mirada con aprensión hacia el más elevado de los minaretes de la Gran Mezquita, no sea que aparezca el Mesías para anunciar el Juicio Final. Que no aparezca. Al menos todavía, para que muchos otros, en el futuro, puedan volver a escuchar esta historia.

viernes, 27 de julio de 2012

Sin noticias de la Calle Árabe La intervención extranjera habría sido posible en Siria si millones de árabes hubieran protestado JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA 26 JUL 2012 - 17:44 CET11 Archivado en: Opinión Primavera Árabe Guerra civil Moscú Pekín Asia oriental Musulmanes Siria Al Qaeda Rusia China Irak Líbano Oriente próximo Revoluciones UE Guerra Conflictos políticos Asia Partidos políticos Organizaciones internacionales Conflictos Política Relaciones exteriores Europa Recomendar en Facebook3 Twittear69 Enviar a LinkedIn0 Enviar a TuentiEnviar a MenéameEnviar a Eskup Enviar Imprimir Uno de los aspectos más descorazonadores de la tragedia que está teniendo lugar en Siria, que ya se ha cobrado 18.000 vidas, es el nulo papel que está jugando la opinión pública y la sociedad civil de los países árabes y musulmanes de la región. En el pasado, la inexistencia de esa opinión pública tuvo una justificación en la naturaleza autoritaria y represiva de los regímenes de la región. Eso significó que prácticamente las únicas manifestaciones populares que nos acostumbramos a ver en las calles de estos países tuvieran que ver con la manipulación de sentimientos antioccidentales a raíz de los episodios de intervención militar estadounidense (fundamentalmente, las dos guerras de Irak) pero, sobre todo, en defensa de la causa palestina y, especialmente, como respuesta a las operaciones bélicas de Israel en Líbano, Cisjordania y Gaza. Fruto de esa hábil manipulación de los sentimientos panarabistas, fomentados según dictaran la ocasión y las necesidades de política interior y exterior de cada momento, desde los gobiernos o desde las mezquitas, la llamada "Calle Árabe” se convirtió en un factor político global de primer orden. Aunque algunos denunciaron, no sin razón, el mismo concepto de “Calle Árabe” como orientalista por considerar que ofrecía una imagen disminuida de los musulmanes como una turbamulta ignorante, fanatizada por el Islam y presta a la violencia irracional, lo cierto es que desde el punto de vista de los regímenes, y seguramente también para los líderes religiosos, la operación fue un éxito pues logró que las cancillerías occidentales incorporaran en sus cálculos y estrategias de acción el impacto negativo que sus políticas podrían tener sobre la opinión pública árabe y musulmana. Por eso, aunque sospecharan de la espontaneidad de esas manifestaciones, muchos Gobiernos occidentales acabaron temiendo que deslegitimaran a los regímenes moderados de la región que apoyaban o radicalizando a aquellos con los que ya antagonizaban. Sorprendentemente, sin embargo, una vez iniciada la ola de cambios que mal que bien hemos denominado “Primavera Árabe”, no hemos asistido a un despertar equivalente de la opinión pública de estos países. Ello, pese a las evidentes similitudes, paralelismos e influencias cruzadas entre procesos en unos y otros países. Eso no quiere decir que no haya habido solidaridad, pues la ha habido, y mucha, como se pudo ver en la acogida que los tunecinos dispensaron a decenas de miles de refugiados libios. Pero como vemos en el caso de Siria, y vimos en parte en Libia, esa solidaridad no se ha convertido en una presión sobre los Gobiernos que les haya forzado a actuar más decisivamente. Curiosamente, mientras los elementos más radicales de cada país, agrupados bajo las diversas franquicias con las que Al Qaeda viene operando, están pensando y actuando regionalmente, los Gobiernos de la región siguen anclados en las viejas prácticas de la no injerencia. Lo que es peor, en la medida que algunos Gobiernos se han mostrado más rotundos, como es el caso de Catar y Arabia Saudí, sus actuaciones (envío de armas y dinero a los rebeldes en Siria y Libia) han respondido más a una lógica geopolítica y de división religiosa entre árabes suníes y chiíes, que a una lógica cosmopolita basada en la responsabilidad de proteger o en el derecho de injerencia humanitaria. Al patetismo de Naciones Unidas se ha sumado así la miseria de la Liga Árabe, incapaz siquiera de presentarse en Moscú o Pekín y explicar con firmeza las consecuencias que sus vetos tienen sobre la vida de los ciudadanos sirios. Hablamos a menudo de dobles raseros en la política exterior europea, pero fueron millones las personas que se manifestaron en las calles de Europa contra la pretensión de sus Gobiernos de invadir un país musulmán (Irak). Una década antes, fueron también muchos los millones de europeos que presionaron a sus Gobiernos para que pararan, primero en Bosnia, y luego en Kosovo, unos planes genocidas, nótese, dirigidos contra una población mayoritariamente musulmana. En el mismo sentido, son muchos los que han criticado la intervención europea en Libia, pero esa intervención estuvo mucho más marcada por el síndrome de Srebrenica (donde la poderosa Europa se lavó las manos y dejo morir, otra vez, a miles de musulmanes) que por razones geopolíticas y energéticas. Llegados al caso sirio, todo desaconsejaba una intervención: el Ejército sirio, la posibilidad de una desestabilización de Líbano, la posible reacción de Irán y, para colmo, el veto de Rusia o China, decididos a garantizar que la intervención fuera prohibitiva, militar y políticamente. Pero ninguno de esos obstáculos hubiera sido insuperable si millones de árabes y musulmanes hubieran tomado las calles para exigir una intervención que parara esa carnicería


Las Calles árabes



Uno de los aspectos más descorazonadores de la tragedia que está teniendo lugar en Siria, que ya se ha cobrado 18.000 vidas, es el nulo papel que está jugando la opinión pública y la sociedad civil de los países árabes y musulmanes de la región. En el pasado, la inexistencia de esa opinión pública tuvo una justificación en la naturaleza autoritaria y represiva de los regímenes de la región. Eso significó que prácticamente las únicas manifestaciones populares que nos acostumbramos a ver en las calles de estos países tuvieran que ver con la manipulación de sentimientos antioccidentales a raíz de los episodios de intervención militar estadounidense (fundamentalmente, las dos guerras de Irak) pero, sobre todo, en defensa de la causa palestina y, especialmente, como respuesta a las operaciones bélicas de Israel en Líbano, Cisjordania y Gaza.
Fruto de esa hábil manipulación de los sentimientos panarabistas, fomentados según dictaran la ocasión y las necesidades de política interior y exterior de cada momento, desde los gobiernos o desde las mezquitas, la llamada "Calle Árabe” se convirtió en un factor político global de primer orden. Aunque algunos denunciaron, no sin razón, el mismo concepto de “Calle Árabe” como orientalista por considerar que ofrecía una imagen disminuida de los musulmanes como una turbamulta ignorante, fanatizada por el Islam y presta a la violencia irracional, lo cierto es que desde el punto de vista de los regímenes, y seguramente también para los líderes religiosos, la operación fue un éxito pues logró que las cancillerías occidentales incorporaran en sus cálculos y estrategias de acción el impacto negativo que sus políticas podrían tener sobre la opinión pública árabe y musulmana. Por eso, aunque sospecharan de la espontaneidad de esas manifestaciones, muchos Gobiernos occidentales acabaron temiendo que deslegitimaran a los regímenes moderados de la región que apoyaban o radicalizando a aquellos con los que ya antagonizaban.
Sorprendentemente, sin embargo, una vez iniciada la ola de cambios que mal que bien hemos denominado “Primavera Árabe”, no hemos asistido a un despertar equivalente de la opinión pública de estos países. Ello, pese a las evidentes similitudes, paralelismos e influencias cruzadas entre procesos en unos y otros países. Eso no quiere decir que no haya habido solidaridad, pues la ha habido, y mucha, como se pudo ver en la acogida que los tunecinos dispensaron a decenas de miles de refugiados libios. Pero como vemos en el caso de Siria, y vimos en parte en Libia, esa solidaridad no se ha convertido en una presión sobre los Gobiernos que les haya forzado a actuar más decisivamente.
Curiosamente, mientras los elementos más radicales de cada país, agrupados bajo las diversas franquicias con las que Al Qaeda viene operando, están pensando y actuando regionalmente, los Gobiernos de la región siguen anclados en las viejas prácticas de la no injerencia. Lo que es peor, en la medida que algunos Gobiernos se han mostrado más rotundos, como es el caso de Catar y Arabia Saudí, sus actuaciones (envío de armas y dinero a los rebeldes en Siria y Libia) han respondido más a una lógica geopolítica y de división religiosa entre árabes suníes y chiíes, que a una lógica cosmopolita basada en la responsabilidad de proteger o en el derecho de injerencia humanitaria. Al patetismo de Naciones Unidas se ha sumado así la miseria de la Liga Árabe, incapaz siquiera de presentarse en Moscú o Pekín y explicar con firmeza las consecuencias que sus vetos tienen sobre la vida de los ciudadanos sirios.
Hablamos a menudo de dobles raseros en la política exterior europea, pero fueron millones las personas que se manifestaron en las calles de Europa contra la pretensión de sus Gobiernos de invadir un país musulmán (Irak). Una década antes, fueron también muchos los millones de europeos que presionaron a sus Gobiernos para que pararan, primero en Bosnia, y luego en Kosovo, unos planes genocidas, nótese, dirigidos contra una población mayoritariamente musulmana. En el mismo sentido, son muchos los que han criticado la intervención europea en Libia, pero esa intervención estuvo mucho más marcada por el síndrome de Srebrenica (donde la poderosa Europa se lavó las manos y dejo morir, otra vez, a miles de musulmanes) que por razones geopolíticas y energéticas.
Llegados al caso sirio, todo desaconsejaba una intervención: el Ejército sirio, la posibilidad de una desestabilización de Líbano, la posible reacción de Irán y, para colmo, el veto de Rusia o China, decididos a garantizar que la intervención fuera prohibitiva, militar y políticamente. Pero ninguno de esos obstáculos hubiera sido insuperable si millones de árabes y musulmanes hubieran tomado las calles para exigir una intervención que parara esa carnicería

jueves, 26 de julio de 2012

España, ¿una carga demasiado pesada para Alemania?



Angela Merkel
Rescatar a Italia y España podrían ser demasiado para Alemania.
A veces, en una crisis prolongada, llega un momento en el que las interrogantes fundamentales se hacen más claras.
La crisis española está haciendo precisamente eso. Los costos de endeudamiento de Madrid a un 7,5% no son sostenibles. En algún momento, probablemente durante el otoño, el país necesitará un rescate completo. No será inmediatamente. El país cuenta con unos US$48.000 millones para sobrevivir a corto plazo.

Se espera que cuando esté totalmente activo, tendrá disponibles US$776.428 millones. Un rescate español necesitaría alrededor de US$553.500 millones. Un rescate italiano podría requerir más de US$1.087.000 millones. La mayoría de funcionarios dudan que haya los recursos para salvar a Italia y España juntas.
Si llega un rescate, la atención se enfocará en los fondos de rescate de la eurozona. Actualmente, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) tiene unos US$388.214 millones de reserva. Eso será reemplazado por un fondo permanente, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), probablemente en septiembre.
Y eso nos lleva a Alemania. A lo largo de esta crisis, se ha presionado a Alemania para hacer más para salvar al euro: estar de acuerdo con los bonos europeos comunes, conocidos informalmente como eurobonos, y estar de acuerdo con un proyecto conjunto de depósito de garantía.
Todo eso requiere que Alemania incremente sus pasivos. De hecho, una suposición común es que los contribuyentes alemanes deben hacer más para ayudar a los países más débiles en la eurozona.

El cajero de la eurozona

Protesta en España
España cuenta con unos US$48.000 millones para sobrevivir a corto plazo.
Pero entonces, de la noche a la mañana, la agencia de calificación de riesgo Moody's plantea una cuestión inquietante.
Rebaja las perspectivas para Alemania (y de paso para Holanda y Luxemburgo) de estables a negativas. Una de las razones argumentadas es la carga financiera adicional que pudiera involucrar el respaldo a Italia y España.
Es una advertencia de que incluso una economía estelar como Alemania no puede soportar el peso de las deudas de la eurozona.
El gobierno alemán estaba molesto por la evaluación y reafirmó la fortaleza de la economía nacional. Pero al final, no se pueden ocultar los riesgos de que Alemania se convierta en cajero de la eurozona.
Moody's citó una segunda razón para su perspectiva para Alemania: el riesgo de que Grecia pueda abandonar la eurozona.
Los prestamistas internacionales -la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo- están de vuelta en Atenas para evaluar si Grecia ha hecho lo suficiente para cumplir con las condiciones del rescate y si califica a un nuevo tramo de financiación en septiembre.
Sólo obtendrá los próximos US$37.476 si logra un reporte favorable. Pero eso está por ver. Los ingresos fiscales no están logrando sus objetivos, ni el programa de privatización. Y Grecia está atrasada en la reducción del personal en los servicios públicos.
Algunos políticos alemanes están expresando dudas de que Grecia pueda mantenerse en la eurozona. Así que nos enfrentaremos a un dilema muy familiar.
Hay un argumento para obligar a Grecia a salir si se juzga que no ha cumplido con sus objetivos. Pero es de esperar que los funcionarios europeos subrayen los riesgos y peligros de semejante opción.
Y al final, probablemente el temor convenza a la canciller Angela Merkel de seguir con Grecia; pero Italia y España podrían plantear un dilema mucho más difícil.

¿Por qué se ve a las mujeres como objetos sexuales?



El cerebro humano procesa de distinta forma las imágenes de hombres y mujeres: a ellos se les ve como un todo, a ellas se les percibe "por partes", revela una investigación en Estados Unidos.
Mujeres en bikini
El cerebro percibe a los hombres como un todo pero a las mujeres se les ve por partes.
Esta tendencia a procesar las imágenes femeninas por partes, dice el estudio publicado en European Journal of Social Psychology(Revista Europea de Psicología Social), explica la inclinación a ver a las mujeres como objetos sexuales.
Y lo más sorprendente, afirman los científicos, es que no es sólo el cerebro de los hombres el que percibe de esta forma. También el de las mujeres se comporta así.
Los investigadores de la Universidad de Nebraska-Lincoln creen que los hombres lo hacen porque están buscando parejas potenciales.
Y para las mujeres es una forma de compararse a sí mismas con "la competencia".
"Continuamente escuchamos que las mujeres son reducidas a sus partes corporales sexuales. Escuchamos sobre estos ejemplos en los medios de comunicación todo el tiempo", explica la profesora Sarah Gervais, la psicóloga que dirigió el estudio.
"Ahora podemos decir que no sólo los hombres lo hacen. Las mujeres también perciben a las mujeres de esta forma", agrega.

Procesamiento local

Se sabe que para procesar la información visual el cerebro utiliza distintas herramientas: puede percibir el objeto en su totalidad, el llamado procesamiento global, o como una colección de distintas partes, el procesamiento local.
El procesamiento global es utilizado principalmente cuando se trata de reconocer a personas.
Para ello el cerebro no se enfoca sólo en la forma de la nariz, por ejemplo, sino procesa el lugar donde la nariz se encuentra en relación con los ojos y la boca, es decir la cara como un todo.
El procesamiento local, por otra parte, se utiliza principalmente para reconocer objetos. Cuando el cerebro percibe una casa, por ejemplo, procesa sus partes: su puerta, sus ventanas, etc.
"Esto puede tener distintos motivos. Los hombres lo hacen porque están buscando parejas potenciales, mientras que las mujeres lo hacen para compararse a sí mismas con las demás"
Dra. Sarah Gervais
Tal como explican los investigadores, nuestro cerebro puede reconocer una casa mirando únicamente su puerta. Pero es poco probable que pueda reconocer a una persona mirando sólo un brazo o una pierna.
Para investigar si nuestro cerebro utiliza estos mismos procesos cognitivos en el reconocimiento de hombres y mujeres, la doctora Gervais y su equipo llevaron a cabo una serie de experimentos.
Los participantes, más de 220 hombres y mujeres, debían mirar una fotografía -no sexual- del cuerpo completo de un joven varón o mujer vestidos.
Después de una breve pausa se les mostraban dos nuevas fotografías juntas en la pantalla: una era una parte de la fotografía mostrada anteriormente, la otra también era una parte de la fotografía original pero con una leve modificación en un área corporal sexual, como los senos o la cintura.
Los participantes debían indicar rápidamente cuál de estas dos imágenes era la que habían visto previamente.
Los resultados mostraron que cuando se presentaban las fotografías de los hombres, los participantes utilizaban el procesamiento global, porque reconocían al individuo en la imagen que los presentaba como un todo, es decir, con el procesamiento global.
Pero cuando miraban las imágenes de mujeres, los participantes utilizan el procesamiento local porque reconocían a la mujer por sus partes individuales, es decir estaban poniendo más atención en las partes individuales del cuerpo.
Las imágenes mostradas, además, eran de individuos comunes y corrientes, lo cual revela que esta tendencia a "cosificar" a las mujeres ocurre con todas ellas, no sólo con quienes son "llamativas".
"Esto no es algo que sólo afecta a las supermodelos o a las estrellas porno" explica la doctora Gervais.
"El procesamiento local es la base de la forma como percibimos los objetos: las casas, los autos, etc.".
"Pero con las personas no deberíamos hacer esto. No deberíamos descomponer a la gente en sus partes. Pero cuando se trata de las mujeres lo hacemos, lo cual es realmente sorprendente".
"Las mujeres son percibidas de la misma forma como vemos a los objetos", señala la investigadora.
Lo que sorprendió a los investigadores fue que independientemente del género, todos los participantes, hombres y mujeres, percibían a los hombres "globalmente" y a las mujeres "localmente".
"Esto puede tener distintos motivos. Los hombres lo hacen porque están buscando parejas potenciales, mientras que las mujeres lo hacen para compararse a sí mismas con las demás", dice la doctora Gervais.
Los investigadores esperan ahora llevar a cabo más estudios para encontrar formas de cambiar estos hábitos.
"Basados en estos hallazgos -dice Sarah Gervais- hay varias avenidas que podemos explorar".

¿Qué diría Keynes ante la crisis económica actual?



trabajadores
En 1930, Keynes dijo que la iinversión pública repara la economía.
"Nos puedo ver como arañas de agua, agraciadamente ojeando, tan brillantes y razonables como el aire, la superficie de la corriente sin ningún contacto con los remolinos y las corrientes de la profundidad".
Así fue como John Maynard Keynes recordaba en 1938 a sus amigos y a sí mismo, que juntos habían presenciado los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, en el Grupo de Bloomsbury.
El influyente economista de Cambridge ha sido una de las figuras claves en los debates que se han generado después del golpe económico de 2007-2008.
Keynes era un ingeniero social que planteó usar el poder del gobierno para sacar a la economía de la devastadora depresión de los años '30.
Así es como los discípulos de Keynes lo ven ahora. El culto de la austeridad, advierten, olvidó el aporte más importante de Keynes: recortar el gasto del gobierno cuando el crédito es escaso solo hunde la economía en una recesión más profunda.
Lo que se necesita ahora, creen, es lo que Keynes instó en los años '30: los gobiernos deben estar dispuestos a pedir más dinero prestado, imprimir más billetes e invertir en obras públicas con el fin de reactivar el crecimiento.
Pero, ¿sería Keynes lo que hoy se describe como un keynesiano? ¿Creería esta sutil y sumamente escéptica mente que formuló esas políticas hace mucho tiempo, y que funcionaron en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que aún podrían resolver nuestros problemas ahora?

Más allá de la economía

Lo primero que debe decirse sobre Maynard Keynes es que era un hombre extraordinariamente inteligente.
keynes
John Keynes (1883-1946) se educó en Eton y Cambridge, donde estudió matemáticas.
Íntimamente familiarizado con la historia del pensamiento económico y ampliamente leído en muchos campos, Keynes tuvo una profundidad de la cultura que muy pocos economistas podrían reclamar hoy.
Su brillante inteligencia no se ejerció sólo en el ámbito de la teoría. Keynes fue un inversionista de notable éxito, que perdió mucho en la crisis de 1929, cambió sus métodos de inversión y de recuperar sus pérdidas y dejó una fortuna personal considerable.
Sin embargo, Keynes no nació con este conocimiento. Fue influenciado por el filósofo de Cambridge George Edward Moore, que pensaba que las únicas cosas que tenían valor en sí mismas eran el amor, la belleza y la búsqueda del conocimiento.
Algunos de los más audaces discípulos de Moore -Keynes era uno de ellos- se aventuraron a sugerir que el placer debe ser perseguido, aunque Moore, que era algo así como un puritano, no compartía nada de esto. A pesar de estos desacuerdos, la de Moore fue una filosofía liberadora para Keynes y sus amigos.

El mercado sirve al ser humano, no al revés

"
La lección más importante de Keynes consiste en dejar de lado las ideas heredadas. Si nos aferramos a las panaceas del pasado, nos arriesgamos a perder la civilización que hemos heredado. "
John Gray, filósofo
Keynes consideraba su filosofía como completamente racional y científica.
Se armó contra la idolatría del mercado, al que calificó como "el gusano que había estado royendo las entrañas de la civilización moderna... la sobrevaloración del criterio económico".
Identificar los productos que se pueden agregar en un cálculo económico con el bienestar social era para Keynes -el joven y el anciano- un error fundamental. El mercado se hizo para servir a los seres humanos, y no los seres humanos para servir al mercado.
Al mismo tiempo, Keynes se inmunizó contra la fe en la planificación económica centralizada que cautivó a una generación posterior en Cambridge.
Él nunca fue tentado por el señuelo del colectivismo, al que calificó como "la basura turbia de la librería roja". Firmemente convencido de que nada tenía valor excepto las experiencias humanas, siempre se mantuvo liberal.
En otros aspectos, la filosofía temprana de Keynes era peligrosamente ingenua.
"Éramos como el último de los utópicos", escribió, "que cree en un progreso moral continuo en virtud del cual la raza humana se compone de personas fiables, racionales y decentes influenciadas por la verdad y las normas objetivas... no éramos conscientes de que la civilización era una costra delgada y precaria".
Keynes descubrió cuán engañada estaba la fe en la razón cuando asistió a la Conferencia de Paz de Versalles, como parte de la delegación británica, en 1919. El continente europeo estaba en ruinas y millones pasaban hambre o morían de hambre.
Sin embargo, los vencedores en la Primera Guerra Mundial, que se supone estaban planeando el futuro de Europa, no podían escapar de las disputas entre ellos y la venganza de una Alemania derrotada.
En su libro profético Las consecuencias económicas de la paz, Keynes pronosticó una reacción popular en Alemania, nacida de la desesperación y la histeria, que "sumergiría la civilización".

Un problema más de fondo

Hoy no estamos luchando con las secuelas de una guerra mundial catastrófica.
Sin embargo, la situación en Europa plantea riesgos que pueden ser tan grandes como lo fueron en 1919.
Una depresión profunda aumentaría el riesgo de un aterrizaje forzoso en China; de cuyo crecimiento el mundo ha llegado a depender.
En la propia Europa, esta espiral descendente podría dinamizar tóxicos movimientos políticos, como la neonazi Amanecer Dorado, que obtuvo escaños en el parlamento en las últimas elecciones en Grecia.
Frente a estos peligros, los discípulos de Keynes insisten en que la única manera de avanzar es que los gobiernos estimulen la economía y vuelvan a crecer.
John Gray
John Gray es filósofo especializado en economía política.
Es difícil imaginar que Keynes comparta una visión tan simplista.
Seguramente reconocería que el problema no es sólo una profundización de la recesión, por grave que sea.
Nos enfrentamos a una conjunción de tres grandes eventos: la implosión de la deuda de la financiación basada en el capitalismo que se desarrolló durante los últimos 20 años, una fractura del euro que resulta de fallas en su diseño y un desplazamiento de poder económico del occidente a los países en rápido desarrollo del este y del sur.

Keynes recomendaría...

Interactuando entre ellas, estas crisis han creado una crisis global a la que las políticas keynesianas no pueden hacer frente.
Sin embargo, sigue siendo Keynes del que debemos aprender.
No del ingeniero económico, sino de Keynes el escéptico, que entendía que los mercados son tan propensos a ataques de locura como cualquier otra institución humana y trató de imaginar una variedad más inteligente del capitalismo.
Keynes condenó el retorno de Gran Bretaña en 1925 al patrón oro. ¿No condenaría también la determinación de los gobiernos europeos para salvar el euro? ¿No le parecía que sería más aconsejable iniciar un desmantelamiento planificado de esta reliquia primitiva del pensamiento utópico del siglo XX?
Sospecho que Keynes sería escéptico sobre la posibilidad de volver a crecer. ¿No sería mejor pensar en cómo podemos disfrutar de una buena vida en condiciones de bajo crecimiento?
La lección más importante de Keynes consiste en dejar de lado las ideas heredadas.
Si nos aferramos a las panaceas del pasado, nos arriesgamos a perder la civilización que hemos heredado.
Esta es la idea keynesiana que nuestros líderes –que flotan en el aire por encima de las peligrosas corrientes subterráneas del sentimiento popular, como las arañas de agua de Bloomsbury- tienen que comprender.

El Guantánamo olvidado



bandera de EEUU tras una cárcel
La cárcel de Bagram tiene diez veces más presos que la de Guantánamo.
Amin al-Bakri, comerciante de langostinos y padre de tres hijos, fue detenido durante un viaje de negocios a Tailandia hace casi 10 años. Hamidullah Khan tenía 14 años cuando fue capturado en Paquistán y hace cuatro años su familia no lo ve. Hoy ambos se encuentran internados en una cárcel en la base naval de Bagram, Afganistán, bajo la custodia de Estados Unidos.
Sus detenciones fueron secretas, y en los años que llevan presos no se han presentado cargos ni testigos en su contra, no han tenido representación legal ni acceso a un tribunal que pueda resolver sus casos.
Amin al-Bakri, Hamidullah Khan y otros detenidos en Bagram se encuentran en un limbo legal que ha generado críticas y denuncias contra el gobierno de Estados Unidos por parte de organizaciones defensoras de los derechos humanos.
Con diez veces más presos que en la base de Estados Unidos en Guantánamo, la cárcel de Bagram se ha convertido en el nuevo símbolo de las detenciones secretas y sin acceso a la justicia, de la lucha antiterrorista de Washington iniciada bajo el presidente George W. Bush.

"El otro Guantánamo"

En Bagram también se han denunciado casos de abuso, tortura y en el 2002 dos presos murieron tras días de maltrato por militares de EE.UU. Cinco soldados fueron encontrados culpables del incidente.
A diferencia de Guantánamo, donde tras años de litigio los presos tienen acceso limitado al sistema judicial de Estados Unidos, los detenidos en Bagram no tienen ninguna protección legal.

"
Es muy peligroso como principio que el gobierno de Estados Unidos decida encarcelar sin juez, sin juicio, sin la posibilidad de apelación a ciudadanos de cualquier país y mantenerlos encarcelados por tiempo ilimitado."
Daphne Eviatar, Human Rights First

Ahora un juez federal en Washington examina el caso de varios detenidos que alegan que bajo la Constitución de Estados Unidos, deben tener la protección de habeas corpus.
Los litigantes argumentan que la base en Bagram debe ser considerada jurisdicción de Estados Unidos y por ende estar bajo el proceso legal vigente en este país.

¿Control equivale a jurisdicción?

"Estos detenidos están bajo la autoridad y custodia de Estados Unidos... Ellos controlan la base, la mantienen y tienen el control exclusivo", explicó Daphne Eviatar, jurista de la organización de defensa de los derechos humanos Human Rights First, entidad que respalda la demanda.
"Sin embargo no tienen acceso a un proceso legal mínimo. No tienen abogado, no se sabe cual es la evidencia en su contra, ni de que se les acusa", agregó Eviatar, quien viajó hasta Afganistán para investigar los casos en Bagram.
"Es muy peligroso como principio que el gobierno de Estados Unidos decida encarcelar sin juez, sin juicio, sin la posibilidad de apelación a ciudadanos de cualquier país y mantenerlos encarcelados por tiempo ilimitado", dijo Eviatar a BBC Mundo.

Bagram

Eviatar relató que los presos que observó estaban desesperados y parecían no entender porqué estaban en la cárcel.
La abogada indicó que aunque recientemente las autoridades de EE.UU. han creado paneles militares para revisar los casos, estas audiencias no tienen las garantías legales mínimas.

¿Quién tiene jurisdicción legal?

Por su parte el gobierno de Estados Unidos alega que las protecciones legales de su constitución no rigen en casos de extranjeros capturados fuera del país en zonas de guerra.
Jean Lin, abogada del Departamento de Justicia, argumentó ante el juez John Bates que Washington no tiene "soberanía de facto" sobre las instalaciones carcelarias de otro país.
Lin señaló que mientras la base en Guantánamo llevaba más de 100 años bajo control de Estados Unidos, en el caso de Bagram, la base podría ser considerada temporal hasta el "fin de las hostilidades" en Afganistán.
Lin agregó que lo que busca el gobierno es "prevenir que combatientes enemigos regresen al campo de batalla", y que no tiene la intención de "detener a nadie por más tiempo de lo que sea necesario".
Tras un acuerdo este año con el gobierno de Hamid Karzai, Estados Unidos inició un proceso de transferencia de cientos de presos en Bagram para que sean procesados bajo el sistema judicial afgano.

Hamid Karzai

Sin embargo, el acuerdo no cobija a los demandantes en este caso, ya que ninguno es afgano. Se estima que decenas de presos más están en la misma situación.
No está claro qué decidirá el juez Bates, pero el abogado y analista Wells Bennett estima que la petición de estos detenidos no llegará muy lejos, ya que otros tribunales han fallado a favor de la administración Obama.
"Creo que al final todo se inclina a que estos casos serán descartados", lo cual dejaría el tema en busca de una resolución política fuera de corte, opinó Bennett.

lunes, 23 de julio de 2012

LA ÚNICA SOLUCIÓN PARA ORIENTE MEDIO



Si queremos alcanzar la paz en Oriente Medio la alternativa es la creación de dos Estados.

palestina
JAAFAR ASHTIYEH/AFP/GettyImages


Todo parece indicar que ha llegado la hora de recitar el kaddish -la plegaria judía de difuntos tradicional- por la idea de un Estado palestino que conviva en paz y seguridad con Israel.
Un artículo reciente en National Interest, titulado “Réquiem por la promesa de los dos Estados”, ofrece un convincente panegírico y una plegaria de difuntos al mismo tiempo. Y la semana pasada, el colaborador de FP, Stephen Walt, después de culpar una vez más en su blog de casi todos los males de la civilización occidental al lobby israelí, enterró prácticamente los dos Estados.
Para parafrasear a Mark Twain, los indicios de la muerte de la solución de dos Estados no son nada exagerados.
Los israelíes no han disminuido su campaña de asentamientos. De hecho, en una muestra verdaderamente extravagante y retorcida de lógica, un informe elaborado por un comité creado por el primer ministro, Benjamín Netanyahu, recomendaba legitimar la actividad israelí.
El movimiento nacional palestino está muy dividido entre Al Fatah (a su vez, escindido) y Hamás, los dos partidos rivales que gobiernan en los dos territorios, y parece un arca de Noé, con dos ejemplares de todo: dos miniestados, constituciones, primeros ministros, servicios de seguridad, fuentes de financiación, etcétera. La Autoridad Palestina (AP), controlada por Al Fatah, está demasiado ocupada tratando de decidir si exhumar los restos de una entidad muerta, Yasir Arafat, para intentar averiguar la causa de su fallecimiento. Mientras tanto, en el planeta Tierra, Israel -dirigido por el más amplio Gobierno de unidad de su historia, aunque Kadima acaba de abandonar- se agrupa en torno a un acuerdo de coalición que garantiza que no se va a hacer nada al respecto al menos durante el próximo año.
En cuanto al presidente estadounidense, Barack Obama, dejémoslo en que está muy ocupado y no le interesa enzarzarse en una pelea con un primer ministro israelí muy duro por una idea cuya hora -para decirlo con suavidad- no ha llegado todavía.
No obstante, la esperanza es lo último que se pierde. Quien esté preocupado porque la solución de dos Estados va a desaparecer, que no lo esté. Seguirá existiendo, como idea y, quizá, incluso como realidad, si israelíes y palestinos se toman alguna vez en serio la necesidad de pagar el precio y negociar un acuerdo. He aquí cinco razones para ello.

1. Un statu quo insostenible
A diferencia de lo que ocurre con un posible pacto con Siria sobre los Altos del Golán, la falta de acuerdo con los palestinos siempre ha tenido un coste visible y urgente. No hay más que comparar las cifras de israelíes y sirios muertos como consecuencia de su conflicto con las de israelíes y palestinos que se han matado entre sí. No es posible pensar que el statu quo entre Israel y los palestinos no tiene ningún coste. La proximidad, la demografía y la geografía lo garantizan. Los dos pueblos viven uno encima de otro. Ya lo decía Benjamin Franklin: “la proximidad engendra hijos, pero también odio”. La violencia, la ira y la frustración tienen que aumentar por fuerza cuando ocupantes y ocupados desempeñan sus papeles en estrecha convivencia. Y eso significa la continuación del terror, la violencia, los enfrentamientos y la represión.
Eso no quiere decir, por supuesto, que los israelíes y los palestinos estén listos para firmar un acuerdo, ni que la solución de dos Estados vaya a ser una realidad. Pero el intento de conseguirla va a proseguir, interminable -a veces en serio y a veces no-, igual que la búsqueda del Santo Grial, las apariciones de Elvis y la investigación sobre señales de vida en otros planetas.

2. La opción menos mala
“La democracia es la peor forma de gobierno salvo por todas las demás”, dijo, como es bien sabido, Winston Churchill. Y Churchill también sabía sobre Palestina. Su lógica es aplicable. A la hora de buscar soluciones -y, créanme, en todas las capitales del mundo, los especialistas no dejan de buscar soluciones para los palestinos-, la de dos Estados es, con mucho, la menos objetable. No es que carezca por completo de problemas y peligros, pero las demás alternativas -la ilusa solución de un solo Estado, la opción jordana, la anexión de Israel y el mantenimiento del statu quo- son mucho peores. Ya sea como tema de discusión o como iniciativa real, el modelo de dos Estados no va a desaparecer.
      
Los últimos sondeos llevados a cabo en Israel muestran enormes apoyos para la solución de dos Estados entre la población
      

3. La política israelí lo exige
El hecho de que Netanyahu pueda no estar muy interesado en una negociación seria que desemboque en un Estado palestino independiente, no quiere decir que otros políticos israelíes no lo estén. Dentro de su propio Gobierno, el primer ministro está rodeado de personajes que han intentado llegar a un acuerdo (el ministro de Defensa, Ehud Barak) o quieren llegar (el viceprimer ministro, Shaul Mofaz). La reciente absolución de Ehud Olmert, un antiguo primer ministro que en 2007 y 2008 ofreció mucho mejores condiciones al líder palestino, Mahmud Abbas, que las que había propuesto Barak en Camp David en el año 2000, presenta la posibilidad de que otro político partidario de los dos Estados regrese a la escena política israelí.
Y no son solo los políticos. Los últimos sondeos llevados a cabo en Israel muestran enormes apoyos para la solución de dos Estados entre la población. En este momento, no hay ninguna urgencia. Es más, el Gobierno de unidad nacional es el reflejo de una mentalidad de no querer pensar en el proceso de paz para centrarse en los asuntos internos.
Pero el hecho de que el conflicto esté en una de sus fases más controlables y menos acuciantes, no debe ocultar la facilidad con la que puede volver a calentarse ni el grado de malestar que sienten los israelíes por la ocupación y las críticas internacionales que provoca. Los israelíes se consideran un pueblo que se rige por la moral y los valores humanistas. Y, aunque en nombre de la seguridad se pueden racionalizar muchas cosas, la ocupación se contradice con esa imagen. Igual que ocurría con los británicos en India, los israelíes son susceptibles a las reflexiones morales, en especial las que se imponen a sí mismos. Israel necesita un relato que sirva de contrapeso, una visión alternativa. Y, con todos sus defectos, la solución de dos Estados la proporciona. No solo es por los palestinos: los israelíes necesitan la idea de esta alternativa por su propio bien.

4. Los palestinos no tienen otro remedio
Ignoremos todo lo que se dice de que los palestinos van a abandonar a la AP, devolver las llaves a los israelíes o dedicar todas sus fuerzas para lograr una solución de un solo Estado. No les queda más remedio que perseguir el modelo de los dos Estados, y lo saben. Desde 1994, cuando el acuerdo de Gaza y Jericó permitió que Arafat regresara a Ramala, los palestinos se han dedicado a construir las instituciones y las infraestructuras de su Estado putativo con la aquiescencia y, a veces, el respaldo a regañadientes de Israel y la comunidad internacional. Si Palestina se convierte alguna vez en un país, su primer ministro, Salam Fayyad, tendrá gran parte del mérito, por haber construido el marco para ello incluso con las negociaciones en punto muerto. Es una apuesta, sin duda, pero basada en una frase de una de las mejores películas de Kevin Costner, Campo de sueños: “Constrúyelo y, quién sabe, quizá vengan”.
      
Demasiada gente en demasiados lugares tiene interés en mantener la idea viva y trabajar para que se haga realidad
      
Eso no quiere decir que los palestinos se sientan optimistas. La tarea de construcción nacional se desarrolla, en distintas formas, desde hace ya casi 20 años. Toda una generación de jóvenes palestinos en Cisjordania y Gaza ha crecido con la ocupación israelí pero también con el extraño fenómeno que es construir un Estado. Existe una profunda ambivalencia. Según una encuesta realizada a principios de este año por el especialista palestino Khalil Shikaki, el 45% de los palestinos cree que su objetivo más importante y fundamental es poner fin a la ocupación israelí y construir un Estado palestino. Pero el 68% cree que las posibilidades de que éste se instaure en los próximos cinco años son muy escasas o incluso inexistentes.
El centro de gravedad de la comunidad palestina ha cambiado, se ha trasladado, de manera probablemente irrevocable, de la diáspora a Palestina, y las esperanzas y ambiciones, por fuerza, se han rebajado. Incluso en Gaza, la manifestación religiosa del nacionalismo palestino -Hamás- gobierna una comunidad estable y ha visto cómo las realidades del ejercicio del gobierno y la disminución de su importancia en el mundo árabe han suavizado sus objetivos visionarios. Ahora que la Siria de Bachar al Assad está desintegrándose e Irán sufre cada vez más presiones, la dirección exterior de Hamás se ha quedado sin refugio seguro, un hecho que se suma a la situación controlada por la dirección interna en Gaza. No puede ser más irónico que, incluso con el proceso de paz en estado de coma, la postura predeterminada de la dirección palestina tenga que consistir -lo han adivinado- en luchar para obtener el reconocimiento de un Estado palestino en la ONU.

5. Demasiado grande para fracasar o triunfar
Sin esperanza y tal vez ilusiones, no hay vida. Es posible que nunca nazca el Estado palestino, pero tampoco es probable que muera a corto plazo. Demasiada gente en demasiados lugares tiene interés en mantener la idea viva y trabajar para que se haga realidad. No olvidemos que estamos hablando de Tierra Santa: Jerusalén sigue siendo el centro del mundo para millones de musulmanes, cristianos y judíos. No es un remoto y atrasado rincón en África o los Stans en Suiza. Es un problema que importa a muchas personas, que no quieren o no pueden reconocer que tal vez no sea posible alcanzar la paz en una tierra demasiado prometida.
A pesar de mi opinión irritantemente negativa, los partidarios de alcanzar una solución en todo el mundo no van a dejar de trabajar. Entre ellos, un tal Barack Obama, que, dos días después de tomar posesión, nombró a un enviado especial para dedicarse al problema. Si obtuviera un segundo mandato, no podrá resistir la tentación de convertirse en pacificador (otra cosa es que lo haga en serio o lo consiga).
Por tanto, a los partidarios de la solución y del proceso de paz, les digo. No os desesperéis. El proceso de paz es como los viejos rockeros: nunca muere. Y volverá. Y cuando vuelva, en el centro, estará la tan vilipendiada, esperada y prometida solución de dos Estados.

LOS ULTRAORTODOXOS PIERDEN PODER EN ISRAEL





El papel, la influencia y el poder del sector ultraortodoxo en Israel están experimentando un cambio histórico. Con la derogación de la Ley Tal en la Corte Suprema y la iniciativa del Gobierno de Unidad para proponer una alternativa en el Parlamento, se abre una nueva era que va a cambiar al Israel que hemos conocido hasta nuestros días. Pero, no es la única razón que muestra este cambio de tendencia política y social en el país.

ultraortodoxos
Lior Mizrah/GettyImages
Jóvenes ultraortodoxos protestan por la derogación de la Ley Tal en Jerusalén.


El radicalismo de muchos de los ultraortodoxos ha sido siempre razón de desconfianza por parte de los israelíes y de los judíos de la diáspora que no comulgaban con su modo de vida. Es cierto que ha sido un grupo que, en su mayoría, ha recibido muchas prestaciones y ayudas del Estado y si no se ha dedicado a criticar sus instituciones, ha intentado vivir totalmente aparte. A pesar de lo incrédulo que pueda resultar, Israel ha seguido apoyando a la mayoría de estas comunidades, básicamente porque en la psique judía y en el mainstream israelí, se la considera necesaria para la supervivencia del pueblo judío y del Estado. La existencia de guardianes de las tradiciones y de la religión.  
La última gran polémica entre el sector ultraortodoxo y la sociedad israelí se vivió durante el pasado mes de diciembre. Dos hechos fueron los detonantes: el primero, que una mujer se negara a sentarse en la parte de atrás de un autobús porque, como uso social y no como norma, en algunas rutas en las que viajan ultraortodoxos, estos suelen pedir a las mujeres que se sienten detrás; y el segundo, el que más impacto tuvo, incluso levantando condenas del líder del partido religioso por excelencia, el Shas, fue cuando un ultraortodoxo de la secta de los Sikrikim, escupió a una niña de ocho años aduciendo que iba vestida de forma indecorosa.
En respuesta a ello, tanto el presidente, Simón Peres, como el primer ministro, Benjamín Netanyahu, convocaron una manifestación masiva en contra de estos hechos y a favor de la democracia. A la muestra acudieron 100 importantes rabinos ultraortodoxos para manifestar su repulsa y una de las escuelas de Torah más importantes en el mundo, Aish HaTorá, condenó sin paliativos el suceso. 
En los últimos meses, han salido a colación varias iniciativas y hechos que muestran que el mundo ultraortodoxo está abriéndose a la modernidad y está luchando dentro de sus propias fronteras contra el radicalismo. 
En primer lugar, la Corte Suprema israelí ha derogado la Ley Tal, que eximía del servicio militar (obligatorio para todos los israelíes) a los jóvenes ultraortodoxos que acreditaran estar estudiando en las yeshivot -escuelas de estudio de Torah. Según propuso la nueva estrella política en Israel, Yair Lapid, ex periodista e hijo del mítico líder sionista Tommy Lapid, “el servicio social se haría obligatorio para todos aquellos que no quisieran ir al Ejército, incluyendo a los árabes israelíes que también han sido eximidos del servicio militar desde la creación del Estado”. Es probable que el Gobierno no se aleje mucho de esta alternativa. 
En este sentido, el periodista Marc Goldberg postulaba que las comunidades ultraortodoxas no podrán continuar con su modo de vida ante la reforma de la ley, ya que, inevitablemente, todos los jóvenes que presten servicios sociales descubrirán el mundo que existe más allá de sus barrios cuasicerrados.
En segundo lugar, los críticos dentro del mundo ultraortodoxo están resurgiendo aprovechando las nuevas controversias. El movimiento político Am Shalem, formado por ultraortodoxos, apoya firmemente la estructura democrática del Estado de Israel, el ideario fundacional del país y se muestra en contra de los postulados antisionistas de muchos líderes ultraortodoxos. 
En tercer lugar, el Consejo Nacional Económico, dependiente de la Oficina del Primer Ministro, ha publicado un informe sobre las condiciones económicas y laborales de los ciudadanos israelíes ultraortodoxos. El director de Comunicación de la agencia judía, Haviv Gur, se hizo eco de los resultados esperanzadores para la integración de las comunidades ultraortodoxas más cerradas. Por ejemplo, el porcentaje de varones que trabajan subió de un 33% en 2002 a un 42% en 2010 y entre las mujeres de un 48% a un 55% en los mismos períodos. El informe también refleja que actualmente un 74% de jóvenes ultraortodoxos están interesados en estudiar materias no exclusivamente bíblicas y talmúdicas.
Respecto al Ejército, desde 1999 existe el batallón Netzah Yehuda, integrado por jóvenes ultraortodoxos exclusivamente y acomodado a sus observancias religiosas, formado por 1.000 soldados. Además, unos 1.200 ultraortodoxos, según el estudio, se unen a otras unidades militares cada año. 
Nathan Sharansky, antiguo opositor al régimen soviético, una de las figuras más importantes de Israel y director de la Agencia Judía, comentaba hace poco en una de sus asiduas comparecencias públicas, que las comunidades ultraortodoxas están abriéndose a la modernidad y a la democracia israelí. 
Aún así,  y pese a los cambios en este importante segmento de población en la sociedad israelí –los ciudadanos que viven según el modo de vida ultraortodoxo representan en torno a un 20 % de la población-, el papel de la  religión siempre será trascendental en el país. 
La religión mantuvo al pueblo judío durante 2.000 años como nación sin tierra. Por ello, el padre fundador del Estado de Israel, David Ben Gurion –que por un lado era laico y por otro pronunció la famosa frase: En Israel, para ser realista, hay que creer en los milagros- no se podía permitir perder el apoyo del sector religioso en la creación del nuevo Israel. Es una opinión y un miedo que reside en cualquier ciudadano judío del mundo: para que el pueblo no desaparezca la religión tiene que tener una posición fuerte.
      
Es necesaria la revisión del status quo para el progreso de la democracia israelí y para ampliar sus límites de tolerancia y respeto entre todas sus comunidades
      
La Rabanut (autoridad rabínica) está controlada por la ortodoxia. Sus competencias las estableció el primer gabinete de David Ben Gurion: matrimonio, cashrut –expedición del certificado de los alimentos permitidos según la ley religiosa- y definición de judío. Como concesiones adicionales al sector religioso, se estableció que en shabbat no funcionaría ningún servicio público que no fuera considerado mínimo: el Ejército, la policía y los hospitales funcionan, pero no el transporte público– a excepción de Haifa. Y, lo que ha sido más controvertido durante la historia de Israel,  se libraba a los jóvenes ultraortodoxos de hacer el servicio militar si acreditaban que estaban estudiando en yeshivot mediante, la ahora derogada, Ley Tal.  
Uno de los líderes de Am Shalem, el rabino Yehuda Zaha, escribió en The Times of Israel un duro artículo después de los sucesos de Bet Shemesh en el que llamaba abiertamente a marginar a loszelotes -comparaba a los radicales ultraortodoxos con dicha secta religiosa-y pedía reformas urgentes en la Rabanut y revisar sus competencias
Por parte de la opinión laica, el famoso historiador Gadi Taub lleva años afirmando que la mayoría de los problemas sociales en Israel son consecuencia de las poderosas competencias de la Rabanut. Así como el joven líder laico, Ariel Veery, que publicó un famoso artículo titulado “Estado de Israel vsRabanut” en el que exponía, entre otras cosas, que si la democracia israelí quiere prosperar, sólo los tribunales civiles y seculares deben tener competencias públicas. 
Para Israel y todo el pueblo judío, la religión es un tema central. De hecho, según la reciente encuesta del Guttman Center of the Israel Democracy Institute un 84% de los ciudadanos judíos en el país creen en Dios y un 76% guardan la alimentación kosher en sus casas. 
El concepto de Estado Judío no es religioso, es nacional. La religión es la fuente de los valores, tradiciones, liturgias y erudición judíos. Una nación con una religión común. Una cultura, una historia, unos valores y un idioma comunes formados por la religión. Israel fue concebido para que todo tipo de judío tuviera su sitio. 
La religión seguirá siendo muy importante en el moderno Israel, y el proceso de integración de las comunidades ultraortodoxas parece lento y progresivo, pero el rechazo de las actitudes retrógradas, incluso por parte de los mismos ultraortodoxos, está acelerandolo. Es necesaria la revisión del status quo para el progreso de la democracia israelí y para ampliar sus límites de tolerancia y respeto entre todas sus comunidades.