viernes, 24 de agosto de 2012

Alerta roja europea




Es clamorosa la conciencia de que por este camino no vamos a ninguna parte, salvo al desastre. Corregir la catastrófica hoja de ruta que está conduciendo a la UE hacia su despeñadero exige, seguramente, cambiar la correlación de fuerzas que avala esta trastornada agenda de prioridades con gran carga antisocial. Pero también resolver aquellas contradicciones que explican el estancamiento de la política europea en una neutralización diabólica de visiones incompatibles. Debemos romper cuanto antes el nudo gordiano de tres contraposiciones que hace tiempo que debieron disparar tres timbres de alerta roja sobre el futuro de Europa.
Una primera se refiere a la confrontación entre quienes creen que el euro podrá aguantar al margen de sus defectos congénitos (y que los países con mayores sufrimientos hagan más sacrificios o abran paso sometiéndose al pelotón de cabeza) y quienes creen que esta crisis ha puesto de manifiesto la irreflexiva pauta de adopción de una moneda única carente de un Banco Central que responda y de un Tesoro común que garantice liquidez a los Estados con préstamos de último recurso e intereses asequibles.
Muchos deploran la contumacia con la que en la UE  se persevera en la austeridad recesiva
Una segunda se refiere a la contraposición entre quienes imponen una ideología que dice que quien padece problemas es culpable de sus males y se merece, por tanto, una penitencia infinita que ponga punto final a su prolongada “fiesta” de subsidio y sopaboba, y quienes protestan ante el colapso de la solidaridad en la UE y se niegan a aceptar la exaltación del darwinismo al grito de “sálvese quien pueda” y “reme cada cual por su cuenta” sin esperar piedad ni compasión de los demás.
Pero hay aún una tercera cuyos tintes más groseros claman al cielo hace mucho: quienes creen que la UE puede sobrevivir en un círculo de hierro autorreferencial de hombres de negro armados con un palo y sin ninguna zanahoria, trufado por los burócratas del BCE y los watchdogsdel FMI, y quienes, con indignación, braman su oposición frente a la transferencia de soberanía a la que asisten, de forma nada subrepticia, y en la que los ciudadanos han sido sobreseídos por los llamados “mercados”.
Es clamorosa la conciencia de que por el camino de la austeridad no vamos a ninguna parte, salvo al desastre
Las tres visiones contrapuestas parecen maximizadas, incluso hasta el paroxismo, por la peripecia española en el manejo de esta crisis. En cuanto a la primera, los españoles entramos en esta agonía interminable de especulación contra el euro no solo sin ningún déficit, sino con tres años enteros de superávit de dos dígitos y con una deuda pública casi tres veces menor que la alemana o británica, y cuatro veces menor que la italiana o la belga. Ninguno de nuestros sacrificios —desigualmente exigidos— nos ha otorgado el ansiado “indulto” de “los mercados”: millones de progresistas dejaron de votar al PSOE (contribuyendo así a la mayoría absoluta de PP), en la (fallida) esperanza de que así, y solo así, los mismos dioses financieros que nos habían dado la espalda nos perdonarían la vida.
Con respecto a la segunda, la ola de los egoísmos contrarios a la cohesión estigmatiza por barrios a las autonomías a las que se señala como insostenible factor de demasía y despilfarro.
En cuanto a la tercera, millones de españoles pugnan por erguir la cabeza ante esos poderes fácticos que no responden ante nadie, pero que se han autoerigido como un constituyente frente al que nada pueden los peatones del pueblo, ni nada podrían siquiera los pretéritos gigantes de un constitucionalismo en proceso de extinción, como lo fue, entre los mejores, el fallecido Peces-Barba.
La amenaza que subyace a este tercer contraste traspasa, desde hace ya tiempo, el límite de lo soportable. Es la que más riesgo impone al futuro de la UE y hasta al de la democracia en los Estados miembros. La premisa en que se asienta podría sintetizarse así: del mismo modo en que la democracia responde a la necesidad de dar “voz” a los contribuyentes para responder del uso de los recursos que los poderes públicos obtienen de los impuestos (no taxation without representation),la más agresiva, hasta la fecha, de las ofensivas sufridas deriva ahora del divorcio respecto de los ciudadanos, cada vez más menospreciados, para maridar la política al carro de esos “mercados” a los que se ha exaltado como un becerro de oro, puesto que de ellos se obtienen los préstamos necesarios para no cerrar la tienda. Expuesta descarnadamente, esta señal de alerta roja debe ser acometida, si es que no estamos dispuestos a que, al socaire de esta crisis, el sistema democrático sufra a una transformación a la que no sobreviva.
Afrontar tan pavorosa pendiente de destrucción —no creativa— de los fundamentos cívicos, políticos y sociales sobre los que se ideó la UE, nos obliga a reencontrar una coincidencia esencial entre estos relatos contrapuestos.
Y si hay una remarcable, en medio de tanta zozobra, confusión y malestar, esa es la que nos dice que no hay tarea más imperiosa que la de recuperar sentido del medio plazo: hay que extender los calendarios de imposible cumplimiento para la estabilización de nuestras cuentas públicas; modificar el mandato del BCE para autorizar las intervenciones masivas que se prueben necesarias en la defensa del euro; e instituir de una vez un Tesoro capaz de emitir eurobonos, mutualizar las que hoy son deudas soberanas y relanzar la inversión, con apoyo del embrión proporcionado por el MEDE, los fondos de redención y la potencia de fuego del propio BCE y del infrautilizado BEI.
Ya sé que las manecillas del reloj corren su cuenta atrás al tiempo de los descuentos. Ya sé que la urgencia implora por “calmar” los mercados y aplacar las turbulencias causadas hasta la náusea por los sucesivos ataques especulativos. Pero no hay nada que hacer si alguno en el puente de mando —una vez más: ¡atención, Consejo Europeo, Comisión!, ¡si hay alguien ahí, que responda!— no grita “¡hasta aquí hemos llegado!”.
Con la misma contundencia con la que tantos ciudadanos expresan fatiga y hastío ante esta abyecta política que ha impuesto un empobrecimiento abrupto y sin contrapartidas a esa inmensa mayoría, las capas trabajadoras, que nada tuvieron que ver con el origen de ninguna de las crisis que se han sumado a esta crisis.
Juan F. López Aguilar es presidente de la Delegación Socialista española en el Parlamento Europeo.

Los avances del programa nuclear de Irán avivan el riesgo de un ataque




El enviado iraní ante la AIEA declara ante la prensa tras las conversaciones entre la misión permanente de Naciones Unidas en Irán y otras organizaciones. / ALEXANDER KLEIN (AFP)
La posibilidad de una acción militar contra Irán, incluso antes de las elecciones norteamericanas, ha aumentado considerablemente tras la revelación de nuevos datos que parecen probar que ese país ha aumentado la producción de combustible nuclear que podría ser utilizado para la construcción de armas atómicas. Estados Unidos sigue creyendo que ese peligro no es todavía inminente, pero el Gobierno israelí considera que es urgente frenar la nuclearización de Irán por cualquier medio.
“Ayer mismo recibimos pruebas de que Irán continúa acelerando su trabajo para conseguir armas nucleares y está ignorando por completo las exigencias internacionales”, declaró el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tras conocerse las informaciones de que Irán ha instalado centenares de nuevas centrifugadoras para el enriquecimiento de uranio y está protegiendo sus instalaciones nucleares secretas para burlar la vigilancia internacional.
La agencia nuclear de la ONU —el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA)— publicará la próxima semana, según han anticipado el diario The New York Times y la agencia Reuters, un informe en el que recoge la instalación de las centrifugadoras en la base militar de Fordo, cerca de la ciudad de Qom, en unas instalaciones subterráneas que se suponen a salvo de cualquier tipo de ataque desde el aire.
Los expertos alertarán, igualmente, según los medios citados, de que eso forma parte de un esfuerzo de las autoridades iraníes por acelerar el enriquecimiento de uranio al nivel del 20%, un grado que deja a Teherán muy cerca del adecuado para la construcción de armas atómicas. El Gobierno iraní ha sostenido siempre que necesita esa pureza del uranio con fines médicos y ha negado que tenga un propósito militar.
Esta revelación coincide con la estancamiento de las conversaciones que las potencias internacionales han sostenido en los últimos meses con Teherán y con una creciente sensación de que no hay forma de resolver este asunto por medios diplomáticos. El grupo que negocia con Irán –EE UU, China, Rusia y la Unión Europea- ofreció recientemente una propuesta para enriquecer el uranio fuera de Irán, pero nunca obtuvo una respuesta clara. Ayer mismo, representantes del Gobierno iraní se reunieron en Viena con funcionarios del OIEA, que quieren inspeccionar diversas instalaciones iraníes sospechosas, sin que se llegase a acuerdos concretos.
Se va imponiendo la idea de que Irán está tratando de ganar tiempo mientras avanza en su programa nuclear, con la convicción de que no se producirá un ataque contra sus plantas antes de las elecciones del 6 de noviembre en EE UU. El jefe de los inspectores de la OIEA, Herman Nackaerts, ha pedido, para poner a prueba la buena voluntad de Irán, según Reuters, acceso a la base militar de Parchin, donde se cree que los científicos iraníes han realizados pruebas de explosivos que se requieren para la construcción de armas nucleares.
Todo esto ha colmado desde hace tiempo la paciencia de Israel, donde las voces a favor de una acción militar, encabezadas por el propio Netanyahu y por su ministro de Defensa, Ehud Barak, se sienten cada día con más autoridad para reclamar el bombardeo de algunas instalaciones.
El principal muro que contención que esa corriente ha encontrado hasta ahora ha sido la Administración de EE UU, donde aún se considera precipitado el recurso a la fuerza. Incluso después de la última advertencia de la OIEA sobre la aceleración del programa nuclear, fuentes de los servicios secretos norteamericanos citadas por The New York Times consideran que Irán está todavía a meses de distancia, quizá años, de desarrollar una cabeza nuclear que pueda ser transportada en un misil.
En contra de la opinión de Netanyahu, el presidente Barack Obama ha sostenido hasta ahora que los esfuerzos diplomáticos no han sido agotados aún, y que todavía hay tiempo para darle una oportunidad a la negociación.
El primer ministro Israel ha encontrado ahora un aliado a su causa en Washington: el candidato presidencial republicano, Mitt Romney, que criticó la posición de Obama el mes pasado tras reunirse en Jerusalén con Netanyahu. A poco más de dos meses para las elecciones, Obama no querrá aparecer ante la opinión pública norteamericana como débil en la protección de Israel, el gran aliado de EE UU en Oriente Próximo, lo que complica su posición y abre una posibilidad para un ataque a corto plazo.
Otro argumento a favor del tándem Netanyahu-Romney es el de que no está funcionando del todo el aislamiento de Irán pretendido por Obama. El hecho de que las autoridades iraníes hayan sido capaces de instalar nuevas centrifugadoras es una prueba de ello. Otra es la reunión que el Movimiento de Países No Alineados celebrará la próxima semana en Teherán, con la asistencia del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.

miércoles, 22 de agosto de 2012

"¡Ojalá no se acabe la guerra ...!"


El periodista Jon Sistiaga viaja a Afganistán, en un reportaje para Canal Plus, para seguir a las tropas estadounidenses en una guerra en su momento de prorroga



Desde 2009, los zepelines de vigilancia han proliferado en los cielos afganos, allí donde hay soldados estadounidenses. / HERNÁN ZIN

"El afgano que trae el agua, uno que entra en la base conduciendo un camión cisterna, pues resulta que después de hacerle el escáner de iris nos ha aparecido en la Wacht List, en la lista de sospechosos de colaborar con los talibanes. Así que hemos dado parte al comandante para que tome las medidas oportunas". Rafael C. sonríe satisfecho cuando me lo cuenta, mientras me muestra el cuchillo de cazador que lleva al cinto y del que no se desprende nunca. Rafael es un contratista civil, uno de los miles que hay aquí en Afganistan y que son un ejemplo de la privatización de las guerras en la actualidad. De hecho ya hay mas contratistas que soldados en el país asiático. Unos 113.000 civiles, según el Pentágono, por unos 90.000 soldados, también según el Pentágono.
La empresa de Rafael, Biométrics, ha inundado las bases norteamericanas de escáneres de iris que mandan la información directamente a EEUU, donde se chequea la identidad del nuevo empleado afgano y se detecta su posible peligrosidad. "Ojalá no se acabe la guerra, por mi que siga porque estamos haciendo bastante dinero", me reconoce Rafael, natural de San Diego, California, y antiguo miembro de las fuerzas especiales reciclado ahora en contratista. Como Pablo Castro, un portorriqueño que sirvió como soldado en Irak y que sobrevivió a tres explosiones contra su vehículo. Pablo es técnico de C-RAM, empresa filial de Northrop Grumman, una de las grandes corporaciones del complejo militar industrial de los Estados Unidos. Comparto tienda con ambos en la zona destinada a personal no militar de la Base Avanzada Bullard, en la provincia de Zabul. Pablo habla un poco de español y se pasa el día en el gimnasio de la base. Me cuenta que su empresa ha convencido al Pentágono de que sus radares pueden detectar cualquier ataque de mortero o de granadas contra sus bases. Un especie de sistema de alerta temprana que Pablo y el resto de empleados están activando base por base, entrenando en su manejo a los militares que después lo usan.


Lolito lleva dos años en la base Lagman. Regenta una tienda que se dedica a bordar inscripciones para los soldados estadounidenses / HERNAN ZIN
Todas estas empresas que están haciendo su agosto en Afganistán (como antes lo hicieron en Irak) han incrementado vertiginosamente los costes de la guerra. Ya no solo hay que pagar y sostener el despliegue militar, sino ademas presupuestar al erario publico todos los gastos que estas empresas facturan. Según el Departamento de Estado, unos 23.000 millones de dólares desde el 2002. Por eso, hablas con cualquiera de estos empleados, de estos contratistas, y difícilmente te encuentras con alguno que quiera que esta guerra se acabe. Están haciendo mucho dinero. Sus dietas como expatriados en Afganistan, en zona de guerra, son astronómicas y alguno pretende incluso comprarse la casa cuando vuelva. Un técnico cualificado como Rafael puede llegar a ganar 200.000 euros al año, unos 17.000 al mes. Todos directamente a su cuenta en California, porque aquí no hay gastos. Comen en la cantina de los militares, duermen en tiendas de campaña o contenedores habilitados del Ejercito y apenas hay algo que comprar. Los contratistas no son como los soldados que de manera más o menos profesional cumplen con sus meses de despliegue, se arriesgan en misiones fuera de la base, y están contando los días que faltan para volver. Estos no. Los contratistas no salen de la base y no quieren que la guerra termine. Son parte de una nueva casta de segurocratas, que viven del delirio bélico a costa de que sus empresas repercutan sus salarios en la factura final. El Congreso de EEUU ha estimado el gasto medio por soldado y año en Afganistan en 680.000 euros. Multipliquen ese gasto por los casi cien mil soldados que tienen destinados en este país.
Los contratistas están por todos los lados, pero son sobre todo visibles en las bases de mayor magnitud, las que concentran grandes movimientos de tropas o sirven de centros logísticos del Ejercito. En estos días me he encontrado con pilotos rusos contratados por la empresa estadounidense Dyncorp, cocineros rumanos, limpiadores de letrinas bangladesís, o dependientes como Lolito, un filipino que trabaja en un pequeño negocio de costura, muy demandado entre los soldados cuyos uniformes sufren frecuentes roturas. Ninguno sabe qué ocurre fuera de los muros de la base y tampoco les interesa. No van a salir nunca. De hecho, más cifras, el año 2010 hubo más muertos entre los contratistas de empresas norteamericanas, 430, que entre los soldados de EEUU, 418. "Nunca, nunca he salido de la base ni pienso salir", me confirma Jim, un empleado nepalí de la cadena estadounidense de café Green Beans mientras me sirve un cortado. Estos trabajadores no saben muchas veces ni donde están físicamente. Les preguntas si al norte o al sur de Afganistan y te contestan que ni idea. Que solo saben el nombre de la base donde les han llevado. De hecho los pocos afganos que han conocido son los empleados locales de esas bases o los interpretes. Estos últimos normalmente provienen de otras provincias del país para que no sean reconocidos por la población de los alrededores y puedan sufrir represalias o sean asesinados por los talibanes.


La empresa Dyncorp se encarga de la limpieza y la alimentación en muchas bases de EEUU en Agfanistán. La mayoría de sus empleados son indios. /HERNÁN ZIN
Así son las nuevas guerras, al menos en las que pelea Estados Unidos. Los soldados se dedican a la guerra y el resto, lavar, cocinar, limpiar, barrer, tener agua caliente en la ducha, conectar el aire acondicionado, montar un gimnasio, colocar una linea wifi, ofrecer helados recién hechos para después de la batalla, o zumos, o cafe, preparar pizzas, costillas Cajun o hamburguesas estilo Tennessee, lo que sea, se lo ofrece alguna empresa contratada por el Pentágono. Cualquier gran marca comercial de comida está por aquí: McDonalds, Friday's, Kentucky Fried Chicken...
Si un soldado llega a una base, o un civil, o un periodista, lo primero que tiene que ir es a una especie de recepción donde se le adjudica un sitio para dormir en función de su trabajo o rango. Rajesh Kuravati es un hindú de 35 años que se encarga de distribuir a los nuevos trabajadores/clientes de la base Lagman. "Ya llevo ocho años trabajando con Dyncorp y estoy encantado. Antes estuve en Irak, limpiando, ahora me han ascendido", me dice. Rajesh trabaja todos los días de la semana, todos los meses, una media de doce horas al día y le dan dos semanas de descanso cada medio año. Su sueldo es de unos 1.100 euros, pero el está encantado. Para Rajesh es una fortuna y una forma de educar a sus dos hijos a los que ve un par de veces al año. Pero Rajesh, como casi todo el mundo aquí, sabe que esto se acaba. Que dentro de año y medio las tropas internacionales dejan el país. Que los contratistas tendrán que abandonar Afganistan y que todas estas bases, muchas de ellas autenticas replicas en miniatura de centros comerciales norteamericanos, quedaran aquí como restos desvencijados de una presencia que todavía tiene que demostrar si sirvió para algo.