miércoles, 22 de junio de 2011

La guerra de Afganistán, vista desde un cuartel de EE.UU., está lejos de terminar

Aquí, en el nido de las Screaming Eagles ("águilas chillonas"), la 101º División Aerotransportada del ejército estadounidense, todo parece normal. No hay una sensación de que se avecine un anuncio que le pondrá fin a la guerra más larga que haya librado Estados Unidos.
101º División Aerotransportada

Se espera que Obama anuncie la retirada de hasta 10.000 soldados de Afganistán este miércoles.

Son las seis de la mañana, ya está soleado y cálido. Pronto estará caluroso para los reclutas, formados en fila y listos para ser puestos a prueba. Algunos dicen que este programa de entrenamiento supone los 10 días más duros en el ejército.

Alguien comenta: "Esta es la cara de la ofensiva de Obama".

Las Screaming Eagles fueron de los primeros 30.000 soldados en ir a Afganistán, y también de los últimos. Por el momento, están en casa.

Los instructores de la academia de la 101 ª División Aerotransportada gritan: "lagartija", "escalar", "salto de rana". Aquí la respuesta no es "sí señor", sino "asalto aéreo".

Mantra

Cuando se les ordena ejecutar alguna tarea, los guerreros murmuran su mantra: "asalto aéreo, asalto aéreo, asalto aéreo".

101 División Aerotransportada

La 101º División Aerotransportada se especializa en asaltos aéreos.

Todo es cuestión de obedecer. Por supuesto, estos soldados harán lo que su comandante en jefe les diga en el discurso de esta noche. También lo harán sus generales. Sin embargo, el Pentágono ha estado argumentando que la ofensiva de Barack Obama no debe dar paso tan rápido a una retirada.

Siento que ese es también el estado de ánimo de muchos soldados. Ellos sienten que los avances en Afganistán han costado sangre, sudor y lágrimas y que no deben ser abandonados.

De pie bajo el sol de la mañana, se canta la canción de la 101: "Tenemos una cita con el destino, somos los soldados de la 101, ¡vamos a luchar hasta ganar la batalla!"

Pero los soldados no deciden cuándo se gana la batalla. De hecho, desde el Pentágono hasta los estratos más bajos, pocos tienen una idea clara de cómo sería una victoria en Afganistán. Lo que saben es que lo que ven en el terreno definitivamente no lo es.

"Aquí para quedarse"

En una peluquería junto a la base un joven se está rapando la cabeza. Regresó de su primera gira por Afganistán en la primavera.

Me dice que cree que las tropas deben permanecer allí hasta que el pueblo afgano pueda organizarse por cuenta propia. Le pregunto si ese punto no ha sido alcanzado ya. "No, no lo ha sido", dice.

La dueña de la tienda, Nancy Wild-Hatton, abrió el negocio cuando su marido, un veterano de las guerras de Corea e Irak, se retiró. Nancy cree que la batalla está lejos de acabar.

Nancy Wild-Hatton

Nancy puso la peluquería cuando su marido se retiró del ejército.

En los próximos días se hablará mucho sobre si la retirada es demasiado rápida o demasiado lenta. Pero vale la pena recordar que estamos hablando sólo de los 30.000 soldados adicionales que Obama envió. David Cameron – el primer ministro británico - ha dicho que la misión de combate del Reino Unido finalizará en 2014. Pero pocos creen que todos los soldados estadounidenses volverán a casa.

"Este es su trabajo y para esto son entrenados. Pero en realidad hace diez años nadie hubiera pensado, especialmente las generaciones más jóvenes, que esto estaría pasando ahora", dice Nancy.

"Pero es real: la guerra está aquí para quedarse", añade.

El presidente puede sugerir esta noche que la misión en Afganistán, para combatir a al-Qaeda, está cumplida o a punto de serlo.

Pero no creo que muchos de los Screaming Eagles piensen que sus días de combate estén por acabar.

LA PERLA NEGRA DE PAKISTÁN


El revuelo causado por un puerto de construcción china en el Mar Arábigo dice más sobre la desesperación de Islamabad que sobre las ambiciones imperiales de Pekín.

AFP/Getty Images

Las visitas de estado entre países que mantienen relaciones amigables rara vez producen sorpresas o momentos que se salgan del guión, pero el reciente viaje a China de altos funcionarios paquistaníes se las arregló para hacer precisamente eso.

Tras su regreso a Islamabad, el ministro de Defensa, Ahmed Mukhtar, realizó dos anuncios sorprendentes: primero, que Pekín había accedido a hacerse cargo de la operación del puerto de Gwadar en Baluchistán, y, segundo, que había invitado a los chinos a construir una base naval allí. Los líderes asiáticos, a los que al parecer estas declaraciones les cogieron desprevenidos, rápidamente lo negaron.

No obstante, los aparentemente improvisados comentarios de Mukhtar revivieron el debate sobre las ambiciones de China en el suroeste de Asia. Por ejemplo, la semana pasada, un artículo de opinión del periódico Wall Street Journal titulado provocadoramente “China crea el caos” afirmaba que “China quiere introducirse en el juego de las grandes potencias marítimas operando puertos por todo el Océano Índico”. ¿Es Gwadar un caso aislado o una importante plataforma para la proyección de su influencia en la región?

Durante gran parte de la última década, la llamada teoría del collar de perlas ha ido ganando aceptación, mientras sus defensores sugieren que Pekín está buscando extender su influencia mediante el desarrollo de una ristra de puertos comerciales y puestos de escuchas de inteligencia -perlas- a lo largo del borde del Océano Índico. Parece que el término fue acuñado por primera vez por el contratista de defensa Booz Allen Hamilton en un informe de 2005 llamado Futuros de la energía en Asia y desarrollado con más profundidad por una docena de estrategas de salón desde entonces. Un estudio de 2006 del U.S. Army War College describió esta supuesta estrategia como una “manifestación de la ambición de China para conseguir el estatus de gran potencia y garantizarse un futuro pacífico, próspero y decidido por ella misma” y dieron la bienvenida al desarrollo del puerto de Gwadar -entonces en su primera fase- como un “proyecto que sólo ofrecía aspectos positivos tanto para China como para Pakistán”.

Pero ¿es así?

Es fácil comprender por qué Pekín estaría interesado en construir y operar un puerto en el suroeste de Pakistán. La localización estratégica de Gwadar en el cruce de caminos del comercio global de energía -frente al Estrecho de Hormuz, en la desembocadura del Golfo Pérsico -ofrece al gigante asiático una conveniente terminal de tránsito para las importaciones energéticas desde Oriente Medio. Dado que es muy probable que esta zona siga siendo la mayor fuente de las importaciones de crudo de China, una porción importante de este suministro continuará pasando por el Océano Índico. Los chinos por tanto tienen un evidente interés en asegurar las rutas marítimas vitales. Las instalaciones de un puerto comercial ofrecen un medio relativamente poco controvertido de lograr un importante objetivo de seguridad energética.

Algunos han llevado la visión del collar de perlas un paso más allá, sugiriendo que también entran en juego factores militares. En concreto, algunos observadores han afirmado (hasta el momento sin muchas pruebas) que China está construyendo bases navales en Gwadar, entre otros lugares. Por ejemplo, Robert D. Kaplan escribió en Foreign Affairs en 2009 que: “el Gobierno chino ya ha adoptado una estrategia de collar de perlaspara el Océano Índico… Está construyendo una gran base naval y puestos de escucha en Gwadar, Pakistán, … una estación de combustible en la costa sur de Sri Lanka… e instalaciones para containers con amplio acceso naval y comercial en Chittagong, Bangladesh”. (Kaplan parece haber cambiado su afirmación desde entonces).

Todo esto tiene sentido, en teoría. Una base naval en Pakistán sería un activo estratégico para China. Como potencia en ascenso, ser capaz de proyectar poder en Oriente Medio y en parte de África -regiones de las que depende fuertemente en cuanto a recursos naturales- es indudablemente atractivo. Una base naval también acrecentaría la influencia de Pekín en Asia Central, otra área de creciente importancia para él. Además, dado que las relaciones entre Washington e Islamabad atraviesan un momento de tensión, y con la previsión de la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán en 2014, algunos, como Nayan Chanda en un reciente artículo del periódico Times of India, afirman que el gigante asiático intentará aprovechar la oportunidad de llenar un vacío de poder.

Pero la verdad es que Pekín está andando con pies de plomo, y con razón. Una combinación de factores económicos, políticos y de seguridad de peso garantizan que un puerto comercial en pleno funcionamiento —y ya no digamos una base militar operativa— siga siendo una posibilidad distante.

Con mucho, el elemento disuasorio más evidente para su desarrollo es la inestabilidad endémica de la provincia de Baluchistán. A pesar de ser la mayor (y se puede afirmar que la más rica en minerales) de las cuatro provincias de Pakistán, esta región ha sufrido décadas de olvido y abandono por parte del Gobierno central. Crónicamente subdesarrollada y acosada por una insurgencia de poco poder liderada por nacionalistas baluchis, la situación sobre el terreno ha empeorado considerablemente en los últimos años. Los habitantes de la zona se quejan amargamente de la descarada explotación de los recursos naturales de su provincia por parte de Islamabad y su aparente falta de consideración hacia los intereses locales.

Aunque gran parte de esta oposición va dirigida a la industria energética, Gwadar se ha convertido también en un centro de concentración de protestas. Las esperanzas de que la construcción del puerto generara oportunidades de desarrollo y empleo para los habitantes locales se han visto frustradas. En su lugar, la mayoría de los trabajos que se han creado fueron ofrecidos a miembros de otros grupos étnicos. Además, durante la fase de construcción del puerto, miembros de las burocracias civiles y militares de Pakistán se apropiaron de grandes extensiones de los mejores terrenos de la costa de los alrededores de Gwadar, según un informe de la organización International Crisis Group.

La irritación generalizada se ha transformado con regularidad en violencia. En 2004, por ejemplo, tres ingenieros chinos fueron asesinados en Gwadar, y en 2007, un autobús que transportaba a más ingenieros sufrió un atentado con bomba en la ciudad sureña de Hub. La situación de la seguridad en Baluchistán, ya de por sí tensa, se ha deteriorado en los últimos años a medida que la insurgencia se extendía a áreas no tribales como el cinturón de Makrán, en el sur, donde se sitúa Gwadar. Como consecuencia, todos los visitantes extranjeros requieren permiso de Islamabad para visitar la región. Esto es a menudo complicado, aunque no imposible.

La falta de infraestructuras modernas en Baluchistán plantea otro obstáculo. Al margen de lo sofisticado o eficiente que su nuevo puerto pudiera llegar a ser un día, su utilidad para Pekín dependerá en última instancia de lo fluido que pueda ser el transporte de productos en los aproximadamente 2.000 kilómetros de distancia que lo separan de la frontera china. La ausencia de conexiones por carretera entre Gwadar y el resto de Baluchistán ya ha obstaculizado anteriormente la actividad comercial. Informaciones de un medio local señalaron en enero de 2010 que el Gobierno central se ha visto obligado a subvencionar el alto coste de transportar artículos desde el puerto a otras partes del país. Para una economía que depende de fondos externos, este estado de cosas no promete nada bueno para el futuro de Gwadar.

Incluso si China toma directamente cartas en el asunto financiando la construcción de una carretera desde Gwadar a la capital provincial de Quetta, como observaba un artículo de Forbes el año pasado, la seguridad seguirá siendo un desafío clave.

No resulta sorprendente, por tanto, que la actividad comercial en Gwadar y sus alrededores haya sido floja. La ambiciosa visión articulada por el ex presidente Pervez Musharraf -convertir el puerto en un centro neurálgico del comercio al estilo de Dubai o Singapur- parece haberse quedado en nada. Gwadar está abierto al comercio, pero solo hasta cierto punto.

Aunque pasó a ser operativo poco después de que los chinos completaran la primera fase de su desarrollo en 2007, el puerto no recibió a su primer carguero comercial hasta casi dos años después, en julio de 2009. Desde entonces no ha tenido mucho uso. Un periódico local señaló el año pasado que parte del equipamiento del puerto ha comenzado a oxidarse. Una prevista segunda fase de desarrollo (de nuevo dirigida por los chinos) está todavía pendiente de comenzar, lo que sugiere que Pekín podría tener otras prioridades.

El indefinido coste de establecer una base naval en una parte inestable de un país volátil es un factor obviamente disuasorio

En realidad, es muy probable que tanto las consideraciones económicas como las diplomáticas disuadan a China de involucrarse aún más en Gwadar. Estos mismos factores hacen doblemente improbable que Pekín intentara tener allí una presencia militar.

El indefinido, pero presumiblemente sustancial, coste de establecer una base naval en una parte inestable de un país volátil es un factor obviamente disuasorio. Ese compromiso económico estaría necesitado de uno político sin plazo fijo, uno que los tradicionalmente prudentes estrategas de China no asumirían a la ligera.

Como motivo de su cautela está el recelo de Pekín a añadir nuevas razones de tensión a las relaciones chino estadounidenses. El Pentágono, ya desconcertado por los crecientes gastos militares del gigante asiático y su emergente dominio naval del Mar de la China Meridional, no se quedaría mirando benévolamente si la Marina del Ejército Popular de Liberación echara el ancla en Gwadar.

¿Podría algún día China perseguir una presencia naval en Gwadar para proteger sus vitales canales de suministro de energía y posiblemente desafiar la dominación naval india? Es quizá con esta eventualidad en mente con la que Pekín construyó para empezar el puerto. Todas las indicaciones, no obstante, señalan que el Estrecho de Taiwán y el Mar de la China Meridional seguirán siendo los puntos centrales de la estrategia marítima china en un futuro cercano.

Por ahora las atrevidas afirmaciones de Pakistán sobre el compromiso de China de desarrollar Gwadar, tienen menos que ver con las ambiciones en política exterior de Pekín y más con el deseo de Islamabad de mostrar a Washington que tiene otros amigos poderosos. Tras la humillación y los sentimientos heridos que provocó la acción unilateral de Estados Unidos contra Osama bin Laden en territorio pakistaní a comienzos de mayo, el torpe esfuerzo de Pakistán para jugar la carta de China fue una descarada maniobra para salvar la cara -como dejó claro el inmediato desaire del gigante asiático-.

En público, los funcionarios chinos expresaron su simpatía y solidaridad hacia su aliado del sur de Asia, peroThe Economist ha informado que, en privado, apremiaron al Gobierno paquistaní para que cooperara con EE UU. En un momento en que Pekín anda en liza con Washington a propósito de numerosos temas —desde las cuestiones relacionadas con el tipo de cambio a la libertad de navegación en el Mar de la China Meridional— no tiene interés en añadir otro punto de fricción.

Pakistán sigue siendo un aliado muy importante, pero China se juega demasiado para ser arrastrada inconscientemente al culebrón que Islamabad protagoniza con Washington.

EL HENRY KISSINGER TURCO


En las elecciones generales turcas del próximo domingo la política exterior no es protagonista, pero detrás de la popularidad del partido en el poder se esconde el sueño de una gran Turquía. He aquí las claves de la diplomacia diseñada por el ministro de Exteriores de esta potencia emergente, Ahmet Davutoglu: más islam, más otomanismo y más nacionalismo.


AFP/Getty Images

En los prospectos que se reparten a pie de calle estos días en Estambul, la política exterior no juega un papel predominante. A primera vista. Sí en cambio la imagen de “una Turquía más grande”, que habría sido el resultado de un “éxito” atribuido a un “nosotros” que llevaría “8,5 años en el poder”. Así reza parte del llamamiento a las urnas del partido en el Gobierno, de la Justicia y Desarrollo (AKP), llamado a continuar un éxito sin precedentes en un país de mayoría musulmana.

Y sin embargo, a pesar de la aparente indiferencia respecto a la diplomacia, pocos días antes de la cita en las urnas del 12 de junio, las declaraciones de una figura política de primer orden en Turquía irrumpen una y otra vez en la campaña electoral y disputan en las portadas de los rotativos y en los telediarios la atención informativa. ¿De quién se trata?

Se le conoce ya como el Henry Kissinger turco. Tiene en sus riendas la política exterior de un país emergente que ya se ha convertido en potencia regional. Para unos es un islamista dotado de peligrosos sueños de grandeza, para otros un lúcido filósofo con una visión ejemplarizante de las relaciones internacionales. Su nombre es Ahmet Davutoglu, ministro de Exteriores turco. Sus líneas maestras: más islam, más “otomanismo” y más nacionalismo turco.

Todo cimentado sobre el vigor económico de un poder pujante. Más aún: en la implementación día a día de una religión musulmana no solo reconciliada con la economía, sino llevando por bandera una mezcla exitosa de calvinismo islámico turco en las formas y neoliberalismo en el fondo.

Así se restablece la importancia natural que debe tener a su juicio un Estado que fue imperio. En esta línea, la reubicación deseada por él y otros miembros afines busca una política de no confrontación, una de “cero problemas con los vecinos” que dé alas no tanto a un cambio en el eje de la geopolítica turca como una “normalización” que aspire al lugar que le correspondería si las cosas se hubieran hecho bien en el pasado, que según el ministro de Exteriores y sus acólitos no fue el caso.

El sueño electoral y político de “una Turquía más grande” es compartido por el nacionalista Davutoglu que añora un imperio. Y es que tras el rostro algo aniñado y seráfico de este hombre se esconde una ambición con mayúsculas.

Ahora bien, su nacionalismo turco no tiene tanto que ver con la etnicidad como con el sueño de un “nosotros” homogeneizado que se nutra de valores acordes con el esfuerzo conjunto de desarrollar todo el “potencial” del país. Algo que está directamente y sobre todo relacionado con la “capacidad económica” de Turquía, según desvela el propio Davutoglu en su principal hoja de ruta: el volumen Stratejik Derinlik (Profundidad Estratégica) (Küre, 2010).

“Si el mundo está en llamas, Turquía es el bombero. Turquía va a asumir el papel rector de la estabilidad en Oriente Medio”, ha proclamado el ex académico. Y acorde con ello la toma de posiciones respecto a lo que se ha denominado “primavera árabe” no se han hecho esperar. Todas tienen algo en común: subrayar la importancia de Turquía como un mediador indispensable en el tablero de Oriente Medio.

A la hora de asentar bien su baza, también otro factor de orden interno juega un papel de peso: la legitimidad de un partido en el Gobierno, el de la Justicia y Desarrollo (AKP), que se sabe con un respaldo democrático que desea acariciar el 50% de los votos el domingo, algo apabullante e impensable para los defenestrados o no tanto socios árabes vecinos. Por ello no debe sorprender el tono imperativo turco.

El sueño electoral y político de “una Turquía más grande” es compartido por el nacionalista Davutoglu que añora un imperio

Y es que hoy por hoy el primer ministro Erdogan es sin duda el líder más acreditado y sólido en los países de mayoría musulmana y Washington es consciente de ello. Así como que tiene que contar también con Davutoglu.

En esta línea, el ministro de Exteriores, que ha llegado a hablar de una “primavera turca” en relación directa con la primavera árabe”, hace hincapié en que “Turquía abre el camino del proceso destinado a una normalización de la política e historia en la región”.

Ankara ha dado luz verde para que representantes de los Hermanos Musulmanes de Egipto puedan tener en Turquía su espacio mediático poco después de que pidiera la dimisión del presidente Hosni Mubarak -semanas antes de que efectivamente se produjera. Los días antes a su caída los diarios islamistas turcos utilizaban la imagen de Mubarak con una estrella de David en la frente: prosionista y diana al mismo tiempo.

Más reticente se ha mostrado Ankara con Libia. “Turquía nunca será una parte que apunte un arma al pueblo libio", afirmó Erdogan. Agradecido, Gadafi replicaba, "Todos somos otomanos”. Hasta que poco después, rendido ante el carácter fáctico de los posibles beneficios, el Gobierno turco se pronunciaba también en contra del dictador libio.

Sin embargo, ha sido la revuelta en Siria realmente la prueba de fuego para la diplomacia del país. Precisamente porque ha sido desde 2002 la ostensible mejora de las relaciones de Ankara con Damasco y Teherán el gesto más autosuficiente del Ministerio Exteriores turco.

Aunque esta línea entra de lleno en la estrategia pregonada por Davutoglu de “cero problemas con los vecinos” desató las alarmas en Occidente. Tanto es así que la diplomacia estadounidense asentada en Ankara, como ha revelado Wikileaks, llegó a calibrar a Davutoglu como un político “excepcionalmente peligroso” dentro de un gabinete de raíces islamistas.

El periodista Gürkan Zengin es el mayor experto en Davutoglu en Turquía. En su libro “Hoca—Türk Dış Politikası'nda Davutoğlu Etkisi(inkilap, 2010)(“Maestro -El efecto Davutoglu en la política exterior”) se pronuncia en contra de considerar a este ministro como islamista. A su juicio, sobre todo pretende alcanzar el “punto óptimo” de Turquía como país sucesor jurídico de un imperio.

Sea como fuere, a estas alturas, Ankara también ha dado por perdido al presidente sirio Bashar el Asad, el que fuera aliado incondicional durante los últimos años. Así, la oposición siria ha podido la última semana celebrar una conferencia en Turquía para ultimar los pasos destinados a derrocar el régimen de Damasco.

De este modo, caiga quien caiga, Ankara -con Erdogan y Davutoglu a la cabeza como tándem de éxito contrastado- sigue en sus trece: volver al escenario internacional como potencia líder del mundo musulmán, como “una Turquía más grande”.

LOS 'LOBBIES' PROISRAELÍES EN LA ERA OBAMA



La actual Administración estadounidense apuesta por nuevos lobbies judíos más críticos con Israel.


Mark Wilson/AFP/Getty Images

El lobby o el grupo de presión es un instrumento esencial, amén de tradicional, en el engranaje de la política y del poder en Estados Unidos. Sin embargo, y aunque es un mito muy extendido entre la opinión pública internacional, el lobby proisraelí no tiene tanto poder e influencia en la toma de decisiones políticas en la Administración y en las Cámaras Legislativas de EE UU. Así al menos lo afirma Dan Flesher, escritor y crítico de la línea de actuación del AIPAC,y autor del libro Transformando el lobby israelí-americano (Potomac Books, Washington, 2009).

La capacidad del lobby proisraelí –que no es un organismo unitario y centralizado, sino que opera en varias organizaciones con distintos objetivos e ideología– se basa en la presión social y en el ruido que provoca en el mainstream estadounidense. Y he aquí su gran éxito: haber conseguido que el apoyo a Israel en EE UU sea algo políticamente correcto a diferencia de lo que ocurre en Europa.

El Comité Judío-Americano (AJC, en sus siglas en inglés) tiene un alcance y una estrategia distinta a la que posee el AIPAC. Como reza su eslogan Global Jewish Advocacy, extiende su influencia y presión política no solo a EE UU, sino a América Latina, y en un siguiente escalón a todo el mundo, pasando por Europa –con su importante trabajo en la extinta Unión Soviética- y en Oriente Medio. Y no sólo tiene más alcance geográfico, sino que también se ocupa de un abanico de temas bastante prolífico –a diferencia del AIPAC que únicamente se centra en todo lo concerniente a Israel y en sus relaciones con EE UU– como los derechos humanos, la integración de los inmigrantes en EE UU, la caridad hacia los más necesitados…siendo siempre, los pilares de su trabajo, el apoyo y la defensa del Estado de Israel y la lucha contra el antisemitismo.

Aun así, la fuerza del AJC se dejó sentir durante la Convención Anual celebrada el pasado abril. En ella se pudo palpar la competencia con el AIPAC. De hecho, David Harris, el director ejecutivo del AJC, en una reunión privada con la sección Latinoamericana afirmó, hablando sobre el trabajo de las lobbies judíos y proisraelíes en EE UU, que “solo el AJC puede traer a líderes políticos de todo el mundo, y sólo el AJC puede conseguir que el presidente de Panamá ordene a su embajador en la ONU de forma tan tajante que apoye a Israel”.

Durante las sesiones de trabajo y las conferencias de la Convención Anual, es de reseñar la asistencia, por ejemplo, del movimiento pacifista israelí Paz Ahora, esbozando el perfil más moderado que luce el AJC ante el conflicto en Oriente Medio.

De este perfil se ha hecho eco un nuevo lobby, llamado J Street, que se autocalifica, en palabras de su presidente, Jeremi Ben Ami, y en su declaración de principios, como proisraelí y a favor de la paz. J Street ha surgido, principalmente, para hacer contrapeso a la influencia del AIPAC y recogiendo el testigo de una cantidad nada desdeñable de judíos progresistas –el 80 % de los judíos estadounidenses vota al Partido Demócrata– que aborrecen del acercamiento a posturas más conservadoras del lobby proisraelí.

Aún así, estos lobbies más críticos con Israel no sólo tendrán que trabajar contra el AIPAC, sino también con las demás organizaciones proisraelíes que siguen sus mismos postulados, como The Israel Project o la Conferencia de Presidentes y contra think tanks en la misma línea como Middle East Forum, Center for Security Policy o Hudson Institute, por citar algunos ejemplos significativos.

Ciertamente, la Administración Obama no ha querido desaprovechar esta oportunidad de medrar la influencia del AIPAC, que se sitúa frontalmente en contra de la nueva política de la Casa Blanca en Oriente Medio, y acoger e impulsar grupos de presión como J Street. De hecho, al primer congreso de J Street fue como gran invitado y en representación del Gobierno estadounidense el general Jim Jones, que también es asesor de Seguridad Nacional, y que está de acuerdo con que desde el Despacho Oval se le den tirones de orejas a Israel por su política de asentamientos en Cisjordania. Sin obviar que la mano tendida que acaba de ofrecer el presidente estadounidense a los cambios producidos en la primavera árabe tendrá más acogida en el mundo árabe si Barack Obama se muestra decidido a solucionar la situación del pueblo palestino.

Sin embargo, la posición de la Casa Blanca no se ha inclinado totalmente hacia ejercer más presión sobre Israel que sobre los palestinos. Justo después de haber mencionado en el discurso sobre Oriente Medio a toda la nación –en un horario acomodado para que los países de la zona fueran la audiencia principal– y haber afirmado que el status quo del conflicto no va a traer ninguna solución y que el acuerdo de paz futuro debe basarse en las fronteras de 1967, asistió a la Policy Conference del AIPAC y matizó, ante aplausos, que dicho límite debe servir como referencia para acuerdos mutuos entre las dos partes. Y, además, tras una tensa reunión con Benjamin Netanyahu –después de la cual y en sendos discursos ante el AIPAC y ante los congresistas estadounidenses el premier israelí advirtió que las fronteras de 1967 son indefendibles– afirmó que el compromiso de EE UU con Israel es de acero.

Todo esto ha dejado latente que, al fin y al cabo, Estados Unidos e Israel tienen diferencias, pero son aliados unidos por un nexo por ahora inquebrantable. No sólo debido a cuestiones estratégicas e ideológicas, sino también a un compromiso en valores y principios comunes que profesional y limpiamente se han encargado los grupos de presión proisraelíes en recalcar. Sean lobbies muy firmes en su defensa del Estado de Israel como AIPAC o The Israel Project o de posturas críticas como J Street.

Sin ser el lobby más poderoso de EE UU, el proisraelí y todos los grupos que lo conforman poseen una influencia en la sociedad estadounidense más voluminosa que otros con más poder real como el armamentístico o el petrolífero. De cara al futuro, este eco en la sociedad seguirá intacto –al menos ninguna de las organizaciones que conforman el lobby tiene idea de menguarlo. Sin embargo, el Gobierno de Barack Obama y las nuevas corrientes judías más pacifistas respecto al conflicto entre israelíes y palestinos, capitaneadas por ahora por un J Street en plena ebullición, van a intentar instaurar en la opinión pública y en los escaños del Congreso y Senado estadounidenses otra estrategia distinta de cara a Israel y a Oriente Medio.

¿Una minicumbre palestina en Turquía?


El presidente de Palestina y el líder de Hamas saludan juntos en Gaza. | AP

El presidente de Palestina y el líder de Hamas saludan juntos en Gaza. | AP


Todo son visitas sorpresa. El pasado martes por la tarde, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abu Mazen, llegó en avión privado al aeropuerto de Ankara y fue recibido por las autoridades del Ministerio de Exteriores. Este miércoles trascendió más o menos al mismo tiempo, había viajado a Estambul su gran contrincante en el campo palestino:Khaled Meshaal, el dirigente de la organización Hamas, que normalmente vive exiliado en Damasco. Curiosamente, según los pocos datos obtenidos por la prensa turca, los dos no se verán las caras en su visita a Turquía.

Y eso que tienen asuntos que negociar: desde la firma de la reconciliación entre el laico Al Fatah y el islamista Hamas, a inicios de mayo, los dos bandos no han llegado a un acuerdo sobre un gobierno de unidad nacional. Abu Mazen insiste en que Salam Fayyad, un economista con estudios realizados en Estados Unidos, debe continuar en el cargo de primer ministro, pese a la oposición de Hamas. Abu Mazen y Meshaal tenían prevista una reunión en El Cairo este martes pasado para aclarar el asunto, pero la cita fue cancelada y ambos tomaron el avión a Ankara.

Lo que no está claro es qué se negociará en Turquía. Meshaal ya se ha reunido con el ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, y supuestamente abandonará Estambul este mismo miércoles. De sus conversaciones sólo ha trascendido que Davutoglu instó a su visitante a preservar la unidad palestina. La estancia de Abu Mazen, por su parte, tendrá "carácter privado" durante los dos primeras días y el mandatario palestino sólo se reunirá a partir de jueves, y hasta el viernes, con su homólogo Abdullah Gül, con el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, y con el titular de Exteriores.

'Pasos valientes'

El trajín diplomático subraya la importancia de Turquía como mediador en el proceso de paz de Oriente Próximo en un momento en el que enviado de Estados Unidos, ha vuelto a Jerusalén para instar a Israel a "regresar a la mesa de negociación" y dar "pasos valientes". El viernes, además, se reunirá en Bruselas el Cuarteto -Estados Unidos, Unión Europea, Naciones Unidas y Rusia- para desbloquear el proceso. Ankara juega, en un principio, en el lado palestino: Abdullah Gül ya ha declarado que, de no encontrarse otra solución, en septiembre Turquía votará a favor de un Estado palestino en la Asamblea de la ONU.

Pero Israel también vuelve a acercarse a su antiguo aliado: según revela el diario turco 'Zaman', el primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha felicitado por carta a Erdogan por su victoria electoral, pidiendo a la vez "recuperar la amistad" perdida tras el ataque israelí a la Flotilla de Gaza hace un año. La reciente -y sorprendente- renuncia de la organización islamista turca IHH de participar en la segunda Flotilla, que saldrá el 25 de junio, y su decisión de dejar en tierra al buque Mavi Marmara, quita cierto dolor de cabeza a los diplomáticos de ambos lados y facilitará el reencuentro.

Ya a inicios de junio, el diario turco 'Hürriyet' había especulado con que la retirada del Mavi Marmara sería el precio que Turquía pagaría para que Estados Unidos forzara una gran conferencia de paz israelí-palestina en suelo turco. Davutoglu emitió un desmentido. Pero tras cumplirse la primera parte, todo indica que la segunda está empezando a cocinarse entre bambalinas.

martes, 21 de junio de 2011

Megaciudades: el reto urbanístico de China

Shangái

En 1980 Shangái no tenía ningún rascacielos, ahora tiene más del doble que Nueva York.

Para escribir sobre urbanización en China hay que hablar en superlativos.

Tres décadas de crecimiento económico sostenido, concentrado en una costa en pleno auge, ha atraído a millones de personas desde el empobrecido campo a las ciudades.

Esta enorme migración, sin precedentes en la historia de la humanidad, ha hecho que 46 ciudades chinas (de un total de 102) sobrepasen el millón de habitantes desde 1992.

Y esto es sólo el comienzo.

Actualmente, sólo un 40% de la población de China vive en las ciudades, aproximadamente como en Estados Unidos en 1885.

Se cree que otros 350 millones de chinos estarán viviendo en los centros urbanos en el año 2025, lo que elevará el número total a mil millones.

Hacer sitio para acomodar a toda esa gente ha significado construir a una escala que el mundo nunca antes había visto.

En los primeros 20 años de la revolución económica china, que comenzó en la época de Deng Xiaoping a finales de la década de los 70, China construyó 6.500 millones de metros cuadrados de nuevas viviendas, el equivalente a más de 150 millones de apartamentos de tamaño medio.

Destruye tanto como construye

En Shangái no había rascacielos en 1980, hoy tiene el doble que Nueva York. Entre 1990 y 2004 se levantaron 85 millones de metros cuadrados de espacios comerciales en la ciudad, aproximadamente 334 edificios como el Empire State de Nueva York.

Trabajadores de la construcción en Pekín

Cerca de 37 millones de chinos trabajan en el sector de la construcción.

En todo el país, la industria de la construcción emplea a unos 37 millones de trabajadores.

Alrededor de la mitad del acero y del cemento que se consume en el mundo, los devora China y la mitad de la maquinaria pesada de construcción del planeta se ha trasladado a la República Popular. Las grúas por ejemplo, se han convertido en el símbolo omnipresente de la China urbana.

Pero la revolución urbana en China también ha destruido tanto como ha construido. La calle Qianmen en uno de los barrios más antiguos de Pekín es ahora una atracción turística. En su obsesión por ser rico y moderno, el país se ha privado a sí mismo -y al mundo- de un valioso patrimonio.

Pekín, que una vez estuvo entre los grandes tesoros urbanos del mundo, se está convirtiendo en otro núcleo de consumismo globalizado, lleno de reconstrucciones absurdamente asépticas de un pasado cada vez más perdido, inalcanzables para los trabajadores y lacerado por autopistas de ocho carriles.

El desarrollo urbanístico en China también ha provocado más desplazados que ninguna otra nación en época de paz.

Sólo en Shangái los proyectos de reurbanización en la década de los 1990 desplazaron a más residentes que los que provocaron 30 años de renovación urbana en Estados Unidos.

El crecimiento de la panqueca

Debido a que las ciudades en China están creciendo hacia lo alto, pero también hacia lo ancho, el fenómeno también ha consumido una asombrosa proporción de territorio rural.

Entre 1985 y 1995, la base de Shangái creció de 144 kilómetros cuadrados a más de 1.200.

La "propagación de la panqueca" del crecimiento urbano en China "tan da bing", la popular expresión china para la expansión, ha consumido cerca de 72.400 kilómetros cuadrados de campo agrícola productivo en los últimos 30 años, casi la mitad de la superficie del Reino Unido.

Venta de vehículos en China

Cada día se matriculan en China 1.000 vehículos nuevos.

El desarrollo suburbano chino está ahora mucho más concentrado que en EE.UU. Las grandes viviendas unifamiliares, propiedad de una sola familia (el estándar estadounidense) son relativamente raras.

Las viviendas básicas de los suburbios chinos, con sus torres de apartamentos de mediana altura, centros comunitarios y espacios públicos compartidos está a medio camino entre el maoísta "wei dan" (la unidad de trabajo) y una urbanización cerrada de California.

Sin embargo, tal desarrollo en la periferia urbana está convirtiendo rápidamente a China en una nación motorizada.

El mercado nacional de automóviles de China es ya más grande que el de Estados Unidos y las principales ferias de autos del mundo ya no son en Houston o Los Ángeles, sino en el gigante asiático.

Acomodar la nueva flota de flamantes carros -la media en Pekín y Shangái es de 1.000 nuevas matriculaciones por día- implica tener una red nacional de carreteras que está a punto de eclipsar al sistema interestatal estadounidense como el mayor artefacto humano sobre la Tierra.

Y con los autos y las autopistas han llegado todos los espacios de consumo suburbano como los "para llevar", los gigantes centros comerciales, los moteles de carretera económicos e incluso el icono casi ya desvanecido en Estados Unidos, el autocine.

Salvar el planeta

Nada de esto le viene bien al planeta Tierra. Resulta irónico que justo cuando Occidente ha empezado a poner en orden el asunto medioambiental, tomando por fin decisiones serias para reducir sus emisiones contaminantes, combatir el cambio climático y terminar con su adicción al petróleo, ahora llegan millones de chinos que quieren precisamente ese estilo de vida que nos ha puesto casi al borde del colapso medioambiental.

Calle Qianmen de Pekín

El desarrollo urbanístico en China también ha provocado más desplazados que ninguna otra nación en época de paz.

China ha invertido miles de millones de dólares en industria de energía limpia en los últimos años. Si el país fuera a igualar la propiedad de autos por persona que hay en EE.UU., significaría más de mil millones de vehículos nuevos en el mundo.

El planeta, en una palabra, se freiría. Y eso sin tener en cuenta a India, que pronto superará a China como el país con más población del mundo.

Expertos como Paul Gilding han medido nuestro impacto en el medio ambiente y los recursos. En su libro "La gran irrupción" concluye que nuestra economía opera a un 150% de su capacidad, es decir, necesitaríamos entre un planeta y un planeta y medio para sostener la forma en que vivimos.

Esto no es sólo insostenible, es una catástrofe.

Y quiénes somos nosotros para decirle a China: "Nosotros ya tuvimos nuestro momento de jugar, nuestro día de perder el tiempo y ahora ustedes tienen que conservar".

Por suerte, no necesitamos hacerlo. Los chinos se lo están diciendo a sí mismos.

Incluso aunque se extiende, China está construyendo más transporte público que todas las naciones juntas y está muy por delante de Estados Unidos en el desarrollo de tecnologías de construcción sostenible y energías limpias alternativas como la solar, la eólica o la de biomasa.

Según un estudio realizado por el Pew Charibable Trusts, China invirtió US$34.600 millones en la industria de energía limpia entre 2005 y 2009, casi el doble que EE.UU.

Es posible que hayamos enseñado a China a conducir, a comer y a comprar según un modelo dirigido a la ruina, sin embargo, China nos puede mostrar la forma de salvar el mundo.

Almorzando con Kissinger


Para algunos, Henry Kissinger es un criminal de guerra. Otros le dieron el premio Nobel de la Paz. Para algunos, es un equivocado crónico, y para otros, uno de los estrategas más lúcidos del siglo XX. Tuvo que ver con la tragedia de la guerra de Vietnam y con la normalización de las relaciones entre China y Estados Unidos. Y con decenas de decisiones que moldean el mundo de hoy. En estos días anda promoviendo vigorosamente su más reciente libro sobre China, el cual, como todos los que ha publicado, ya es un bestseller mundial. A pesar de ello, Kissinger dedica tiempo y energías a dar charlas, entrevistas y participar en almuerzos y tertulias alrededor del mundo para hablar de su libro. Vale la pena destacar que hace un par de semanas cumplió 88 años.


Sin una buena relación entre China y EE UU, la civilización, tal como la hemos conocido, peligra

Su agilidad mental es sorprendente y en las conversaciones con él emerge con nitidez su cáustico sentido del humor, que utiliza para defenderse de los muchos y muy feroces críticos que tiene. Es muy consciente de que, por más que lo intente corregir, su legado histórico incluirá interpretaciones que él considera injustas -como, por ejemplo, que fue demasiado tolerante con las violaciones de los derechos humanos por parte de los dictadores con los que le tocó negociar-. No acepta esta crítica y cita un caso: "Ahora que se han publicado las transcripciones, se puede ver que en mi primera reunión con Zhu en Lai, en Pekín, y antes de hablar de otros temas, le manifesté nuestra profunda preocupación por la cuestión de los derechos humanos en China y la necesidad de hacer algo al respecto, y que el asunto debía estar en nuestra agenda. Lo planteé a pesar de que yo sabía que esta condición le llegaría inmediatamente a Mao y que podría acabar con las negociaciones".

Hoy, cuatro décadas después, la preocupación central de Kissinger es, de nuevo, la relación entre China y Estados Unidos. Según él, esta relación definirá el orden mundial que se está conformando en este siglo. Una de las sorpresas es la importancia que Kissinger, icono de la realpolitik y del peso que tiene el poder en las relaciones internacionales, ahora le da a la cultura. Kissinger enfatiza los profundos y sutiles factores culturales que llevan a EE UU y China a interpretar de manera muy diferente los mismos eventos. Dice que su experiencia le ha enseñado que estas lecturas distintas afectan a las decisiones tanto o más que el cálculo que cada país hace acerca del poder del otro. Para ilustrarlo comenta, sonriendo irónicamente, que mientras la cultura estadounidense parte de la premisa de que todo problema tiene solución y que esta puede alcanzarse en un tiempo finito, en la cultura China una solución "no es más que el ticket de admisión para una nueva serie de problemas".

Estas brechas culturales tienen implicaciones, por ejemplo, en la manera en la que algunos interpretan el ascenso de China y lo que supone para su conducta internacional. "Los chinos no piensan en su país como 'una potencia en ascenso", dice Kissinger. "Durante 18 de los últimos 20 siglos, China ha sido la potencia dominante en su región", añade, insistiendo en que esta percepción del tiempo histórico influye sobre las decisiones que hoy se toman en Pekín.

"Yo no acepto la idea que China es un país inherentemente agresivo cuya expansión será por la fuerza. Históricamente, ha aumentado su influencia internacional casi por ósmosis, a través de la expansión cultural, y no como lo hacían las potencias europeas, con invasiones y el uso de la fuerza bruta".

Paradójicamente, y a pesar de esto, Kissinger está muy preocupado. "He estudiado este tema toda mi vida y estoy convencido que sin una buena relación entre China y EE UU la civilización tal como la hemos conocido hasta ahora peligra. Le debemos a nuestras sociedades el más serio de los esfuerzos por lograr una relación armónica entre estos dos países, y esto no se va a lograr sin que haya en ambos una visión compartida de los problemas y de cómo afrontarlos en conjunto". Para esto Kissinger propone la creación de una "comunidad del Pacífico" parecida a la comunidad transatlántica, cuyo propósito sería garantizar la seguridad y la estabilidad mediante el respeto mutuo, la colaboración y la inclusión. Ojalá se logre.

En todo caso, me es difícil pensar sobre todo esto sin tener en mente una cita de Sun Tzu en El arte de la guerra que Kissinger incluye en su libro: "La excelencia final no reside en ganar cada batalla, sino en derrotar al enemigo sin jamás luchar".

Es obvio que este viejo luchador ya no quiere ganar por la fuerza.

Obama anunciará el miércoles los detalles de la retirada de Afganistán


La debilidad de Al Qaeda en la región empuja a iniciar el plan de retirada que la OTAN quiere completar en 2014

El presidente de EE UU, Barack Obama, anunciará el miércoles los detalles de la retirada estadounidense de Afganistán, informó ayer un alto funcionario de la Casa Blanca. La misma fuente no aportó más detalles acerca del anuncio del presidente, que tendrá lugar un día antes de que Obama se desplace a la base militar de Fort Drum, en el estado de Nueva York y cuartel de la X División de Montaña, cuyos soldados han sido destinados con frecuencia a Afganistán.

Se espera que en su anuncio Obama dé a conocer el número de soldados que serán los primeros en regresar y el ritmo con el que procederá la retirada, así como sus proyectos para transferir gradualmente la seguridad a las fuerzas afganas.

La confirmación del anuncio de Obama se produce después de que el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, indicara ayer en su rueda de prensa diaria que "el presidente está aún en el proceso de finalizar su decisión sobre el alcance y el ritmo de la retirada que comenzará en julio de 2011".

La retirada comenzará dos meses después de la muerte del líder de la red terrorista Al Qaeda, Osama Bin Laden, en una operación de comandos estadounidenses en Pakistán. La desaparición de Bin Laden ha dado nuevos argumentos a quienes abogan por una salida rápida de Afganistán, una guerra que el próximo octubre cumplirá su décimo aniversario.

Pero en una visita a Bruselas hace 15 días el secretario de Defensa saliente, Robert Gates, y el secretario general de la OTAN, el danés Anders Fogh Rasmussen, aseguraron que la marcha de Afganistán "no será una carrera hacia la salida".

Iniciativa de la OTAN

En la actualidad se encuentran desplegados en Afganistán cerca de 100.000 soldados estadounidenses, más del doble que en 2009, cuando Obama llegó a la Casa Blanca. El presidente ordenó en noviembre de ese año el envío de 30.000 soldados adicionales, que completaron su despliegue a lo largo de 2010.

El presidente ha mantenido en las últimas semanas una serie de reuniones con los integrantes de su equipo de seguridad nacional para preparar el comienzo de la retirada, que según los planes de la OTAN acordados en la cumbre de Lisboa en noviembre pasado, deberá concluir para 2014, cuando se finalice el traspaso de la responsabilidad a las fuerzas afganas.

Obama ha indicado que el primer contingente que abandone el país estará formado por un número "significativo" de soldados pero otros representantes del Gobierno, entre ellos el secretario de Defensa saliente, Robert Gates, han pedido que el número sea reducido.

Según publica ayer en su página de internet la revista National Journal, el actual comandante de las tropas aliadas en Afganistán, el general David Petraeus -propuesto como nuevo director de la CIA- apoya un anuncio de que el grueso de los refuerzos llegados en 2010 abandonarán Afganistán a lo largo de 2012. Petraeus, según esta publicación, ha dado su visto bueno a una salida inicial de 5.000 soldados este año y otros 5.000 para la primavera del año próximo.

lunes, 20 de junio de 2011

Ben Ali, condenado a 35 años de cárcel por desvío de fondos públicos en Túnez


Un manifestante con una pancarta contra Ben Ali cerca de un abogado en el tribunal de Túnez que juzga al ex presidente. | AP

Un manifestante con una pancarta contra Ben Ali cerca de un abogado en el tribunal de Túnez que juzga al ex presidente. | AP

  • La Justicia considera que el derrocado presidente y su mujer desviaron fondos públicos
  • Los dos imputados, que huyeron a Arabia Saudí, también tendrán que pagar una multa de 45 millones

El derrocado presidente Zine El Abidine Ben Ali y su esposa, Leila Trabelsi, fueron condenado este lunes a 35 años de cárcel por desvío de fondos públicos y posesión ilegal de joyas y dinero en metálico.

Zine El Abidine Ben Ali. | Reuters

Zine El Abidine Ben Ali. | Reuters

El juez encargado del caso, que leyó la sentencia el mismo día en que empezaran las deliberaciones, también condenó al ex mandatario y a su mujer a pagar una multa de unos 45 millones de euros. El magistrado señaló que habrá que esperar el 30 de junio para que se conozcan las decisión del tribunal sobre otras acusaciones que pesan sobre Ben Ali: posesión de drogas y de armas.

Ben Ali y su mujer fueron procesados 'in absentia', ya que huyeron a Arabia Saudí al no poder controlar la revuelta popular que causó su derrocamiento. Las autoridades transitorias de Túnez se han movilizado desde su marcha para lograr su arresto y extradición.

Los abogados del ex presidente afirmaron que su cliente acordó ir a Riad para llevar a su familia, pero que pretendía regresar de inmediato. Sin embargo, asegura que los pilotos ignoraron sus instrucciones y no abandonaron el reino saudí.

Además de la jurisdicción civil, el derrocado jefe de Estado debe ser procesado ante un tribunal militar por 35 de los 93 delitos de los que se le acusa. El juicio de este lunes se celebró en el tribunal de primera instancia de Túnez, en un ambiente tenso y con gran asistencia de público, tanto en el interior como en el exterior de la sala.