jueves, 4 de octubre de 2012

LAS AMBICIONES DE IRÁN



21 de septiembre de 2012

¿Podría estar en peligro la débil estabilidad entre suníes y chiíes?
 
iran
Aamir QURESHI /AFP/Getty Images


Existen varias contradicciones en la implicación de Irán en Oriente Medio y el Golfo en el periodo posterior a la primavera árabe. ¿Es real la amenaza de un movimiento pan-chií (primero en Irán e Irak, pero que después ha expandido su zona de influencia a otros lugares) dirigido a socavar el liderazgo suní? O, como opinan algunos analistas, ¿está Occidente simplemente usando la antigua estrategia de "divide y vencerás" para enfrentar a los árabes suníes contra los chiíes iraníes y árabes como parte de su intención de contener las ambiciones nucleares de Teherán? ¿Cómo evolucionan, a su vez, dichas ambiciones en el contexto del panorama suní y chií y la agitación generada por las revueltas árabes?
Hasta la llegada de la primavera árabe, el poder chií parecía estar en ascenso, debido a dos factores: la alianza entre Siria, Irán y Hezbolá en Líbano y las estrechas relaciones con el nuevo Irak dominado por los chiíes. Sin embargo, el modo en el que se está desarrollando ésta ha proporcionado una mayor influencia a los islamistas suníes (por ejemplo en Egipto, Túnez y, según parece, también en Siria).
Los trágicos eventos que están ocurriendo actualmente en Siria podrían derivar en la alteración del equilibrio entre suníes y chiíes. Además, tienen también implicaciones tanto para las ambiciones nucleares de Irán como para su deseo de asumir un papel de potencia regional en términos políticos, más que sectarios.
Si quienes luchan (bajo liderazgo suní) en Siria tienen éxito en su propósito de derrocar al régimen de Assad –al que Irán ha mostrado públicamente su apoyo, mientras en privado respalda a elementos de la oposición–, la influencia iraní en el mundo árabe podría tener repercusiones negativas; y en Líbano, su representante Hezbolá perdería apoyos, así como el canal sirio para hacer entrar armas en el país.
Entonces, cuál es la relación de este equilibrio de poder con las ambiciones nucleares iraníes. Merece la pena prestar atención a cómo el Gobierno de Ahmadineyad intenta posicionarse en el mundo, a pesar de las aspiraciones sectarias –y las sanciones internacionales–. Como sucede a menudo con Irán, a primera vista su postura sobre el alineamiento suní y chií sirio y posición como actor regional parecen contradictorias, en varios aspectos. 
La primera incoherencia es que la Siria de Assad se basa en la ideología baazista, es secular y es socialista. Mientras que Irán es rígidamente religioso y se opone al comunismo ateo y sus ramificaciones socialistas. Pero a pesar de todo esto, los dos países han permanecido firmemente unidos durante los últimos 30 años.
      
La influencia iraní en el mundo árabe podría tener repercusiones negativas
      
La segunda contradicción es que en el contexto de la actual crisis siria, Irán se ha alineado con la agrupación (suní) de la Hermandad Musulmana en Egipto, Arabia Saudí y Turquía –con Teherán como la nota discordante chií– para intentar encontrar una solución al impasse en Siria. Además, mientras se quejaba amargamente de la "conspiración internacional" contra Assad, supuestamente el Gobierno iraní estaba a la vez proporcionando una ayuda no demasiado encubierta al régimen sirio en forma de armas, combustible, fondos y conocimientos militares, con asistencia sobre el terreno por parte de Hezbolá en Líbano, y en el Irak dominado por los chiíes (ambos países cuentan con una población de mezcla chií y suní y un delicado equilibrio de poder). Una complicación sectaria añadida es que la población alauí de la cercana Turquía parece simpatizar con sus correligionarios en Siria (el propio presidende es por supuesto alauí), aunque no así el régimen. Mientras que en Damasco, los elementos suníes entre los combatientes parecen estar intentando convertir la batalla en un conflicto entre suníes y chiíes.
Tras el derrocamiento de Saddam Husein en Irak, Irán ha pasado a tener una considerable influencia en el país, en parte debido al Gobierno (bajo control chií) de Nuri al Maliki y a la considerable población chií iraquí (aproximadamente un 65%, dependiendo de cómo sea calculada –y por quién–). Algunos interpretan esto como una indicación de las ambiciones de Teherán para convertirse en una potencia dominante en la región.
Pero, ¿es esto, unido a su papel en Siria, suficiente para hacer de Irán un verdadero poder regional (lo que, por supuesto, en cierto sentido ya es, gracias a su implicaciones en actividades tanto encubiertas como no) en el mundo árabe y en Afganistán?, ¿qué significa esto (si es que significa algo) para las ambiciones nucleares iraníes? Para determinarlo es necesario prestar atención a la política exterior del Gobierno de Teherán, que es opaca y a menudo contradictoria. Lo que el embajador Roberto Toscazo llama gráficamente "gruesas capas de ideología, retórica y pose” oculta lo que en realidad son prioridades que, en su opinión, están más vinculadas a la naturaleza no democrática del régimen que a sus declarados objetivos religiosos.
Aunque Irán ansía el reconocimiento internacional, la supervivencia del régimen es también un objetivo crucial, especialmente dado que las sanciones internacionales están comenzando a hacer mella en su popularidad, dañando la reputación del Gobierno de Ahmadineyad, que se enfrenta a unas elecciones presidenciales en 2013. Lo que hay que recordar aquí es qué es la supervivencia del régimen, lo que está en juego a causa de los elementos en conflicto dentro de la política iraní, y en particular, qué interpretación de su orientación domina. En segundo lugar, pero igualmente importante, está el muy desarrollado sentido del orgullo nacional, que significa que el tema nuclear se considera intrínsecamente vinculado de modo simbólico al sentido de la identidad del país, y a su propia visión de cómo le gustaría que el mundo lo viera y lo tratara.
No obstante, no es únicamente Siria el lugar en el que Irán se enfrenta al bloque suní. Otro campo de batalla por conseguir influencia, esta vez frente al Guardián de los Santos Lugares, Arabia Saudí, es el que se está conformando en Afganistán (un país de mayoría suní con sólidos reductos bajo la influencia del poder blando de Irán, como Herat, y de minorías chiíes, como los hazara) en previsión de la próxima retirada de las tropas extranjeras. Riad lleva mucho tiempo insistiendo en la amenaza que supone Teherán para Oriente Medio y el Golfo.
      
Irán ansía más la legitimidad y reconocimiento internacional que la destrucción del Estado de Israel
      
Más cerca de casa, en 2011, Arabia Saudí y los Estados del Golfo aliados aplacaron colectivamente y de manera violenta un levantamiento de la mayoría chií de Bahréin (liderado por los suníes) que demandaba más derechos. La fuerza y velocidad de la reacción saudí puede ser explicada por su temor a una mayor influencia iraní en el umbral de su parte oriental, donde se sitúan la mayoría de sus recursos petrolíferos y la mayor parte de su minoría chií.
Un papel regional para dar forma al futuro de Afganistán, o, de hecho, el de Siria, con el reconocimiento internacional que eso traería, también conforma un importante elemento para comprender la postura de Irán sobre la división entre suníes y chiíes y cómo reacciona el Gobierno de Ahmadineyad a lo que sucede entre las potencias suníes.
En cuanto a la cuestión nuclear, según la valoración de algunos analistas (incluyendo a Toscano), Irán persigue un estatus nuclear como parte del posicionamiento de su imagen en el panorama internacional. Bajo esta visión, ansía legitimidad y reconocimiento, posiblemente incluso más de lo que anhela la destrucción del Estado de Israel.
En la actualidad, Irán está apoyando la violencia contra los suníes en Arabia Saudí, Bahréin, Líbano, Siria e Irak. Parece improbable que como resultado de un primer ataque contra Israel, se arriesgara a ser aniquilada, simplemente con el fin de destruir al Estado hebreo. ¿Qué ganaría? En términos sectarios, se podría decir que un ataque así tendría consecuencias que acabarían fundamentalmente beneficiando sólo al componente suní del mundo musulmán, que supone un 75-90% del total. Son ellos quienes, si Irán fuera total o parcialmente destrozado, formarían, en términos religiosos, la abrumadora mayoría de los supervivientes. ¿Por qué querría Teherán hacer una cosa así? ¿Por qué, por tanto, usaría su armamento nuclear contra los israelíes y en consecuencia se arriesgaría a la destrucción de la propia población chií iraní simplemente para beneficiar a los musulmanes suníes de otros lugares? No parece lógico, o probable. Pero, como sucede siempre con Irán, lo improbable puede perfectamente volverse posible. Y lo que Israel hará realmente cuando finalicen las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, todavía está por ver. Eso podría convertir los propios cálculos iraníes en irrelevantes.

¿QUIÉN ESTÁ VENCIENDO EN LA ONU?



26 de septiembre de 2012

Los tira y afloja en materia de derechos humanos en plena crisis siria.

La reunión de dirigentes mundiales que se celebra esta semana en Naciones Unidas estará salpicada de declaraciones indignadas sobre la crisis siria. Este país ha sido el tema dominante en la diplomacia de la ONU durante el pasado año, en la medida en que China y Rusia han vetado cualquier medida significativa contra Damasco en el Consejo de Seguridad. Existe la sensación generalizada de que la ruta de la ONUpara terminar con la guerra civil no tiene ninguna posibilidad. Aunque el Consejo ha obtenido sólidos resultados en otros casos -por ejemplo, cuando evitó una guerra entre Sudán y Sudán del Sur-, el problema sirio ha dañado su credibilidad.
   
   
AFP/Getty Images
Sin embargo, la crisis de Siria ha generado una energía inesperada en otros sectores del sistema de Naciones Unidas. La Asamblea General y el Consejo de Derechos Humanos (CDH) han aprobado de forma muy mayoritaria una serie de resoluciones para presionar al régimen del presidente Bachar el Asad. En los periodos de sesiones de casi todos los años, como demuestran desde 2008 los estudios realizados por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés) sobre las pautas de votación en la ONU, la Asamblea General y el CDH son ambientes hostiles para los diplomáticos occidentales. China, Rusia y los países en vías de desarrollo aprueban habitualmente resoluciones que suponen un retroceso en el progreso de los derechos humanos que pretende impulsar Occidente. Además, ahora China y Rusia están a la defensiva.
Algunos expertos creen que se trata del comienzo de una revolución en materia de derechos humanos en la ONU. Ted Piccone, de la Brookings Institution, afirma que Estados Unidos y sus aliados democráticos han conseguido que “los derechos humanos tengan cada vez más importancia en la agenda de la comunidad internacional y se estén produciendo avances sorprendentes, aunque lentos”. Otros son más escépticos. UN Watch, un grupo que mantiene una actitud muy crítica respecto a la ONU, se queja de que el CDH sigue acogiendo a regímenes represivos desde Angola hasta China, sin que los censuren.
Con el fin de ayudar a decidir entre estas dos posiciones y examinar qué significan para la política exterior europea, el ECFR ha actualizado su análisis de las pautas de voto y los debates en la ONU. Los hechos indican que en los foros de Naciones Unidas está produciéndose un auténtico giro hacia las posturas occidentales en cuestión de derechos humanos, y no solo en el caso sirio, pero que las bases de ese giro son muy frágiles. Para mantener la presión sobre Siria, la UE y EE UU han trabajado en estrecha colaboración con Gobiernos, como el de Arabia Saudí, que también tienen a su vez un comportamiento dudoso en este ámbito. Si China y Rusia están en una posición vulnerable en la Asamblea General y el CDH, no parece que les importe mucho. En concreto, Moscú parece satisfecho de su impopularidad en la ONU.

¿Una nueva dinámica?
¿Está naciendo en la ONU una nueva coalición diplomática en torno a las cuestiones de derechos humanos? Las pruebas son ambiguas. Desde 2008, el ECFR calcula una “coincidencia de voto” que ofrece cierta idea del apoyo general de los Estados de fuera de la UE a las posturas europeas sobre cuestiones de derechos humanos en la Asamblea General (la metodología en la que se basa nuestro trabajo se puede ver aquí). Este año, nos encontramos con solo un 38% de apoyo a las posturas europeas, mientras que China y Rusia obtuvieron el 65% de respaldo en esas mismas votaciones, y la puntuación de Estados Unidos es casi idéntica a la de la UE. Es un resultado ligeramente peor que el de 2010-2011, cuando la Unión consiguió una coincidencia de voto del 44% y los chinos y los rusos se quedaron justo por debajo del 60%.
Pero las cifras no cuentan toda la realidad, porque varían según las votaciones sobre determinados temas, como el derecho al desarrollo y los lazos entre el racismo y el sionismo, en los que siguen existiendo las viejas divisiones ideológicas entre Occidente y los países en vías de desarrollo. Cuando observamos votaciones sobre crisis y violaciones de derechos humanos en países concretos -que suelen ser una prioridad mayor para la UE-, el panorama es mucho mejor.
Son muchos los países que han respaldado las resoluciones de la Asamblea General sobre Siria. En diciembre, la Asamblea aprobó una resolución que condenaba las violaciones de los derechos humanos en dicho país por 133 votos contra 11. En febrero, aprobó por 137 contra 12 otra resolución más enérgica que exigía una transición política y que Ban Ki-moon nombrara a un representante especial para observar la crisis. En agosto, después de que la labor diplomática del Consejo de Seguridad en la crisis se fuera al traste, el Consejo aprobó una nueva resolución por 133 contra 12. Era un documento que reclamaba la transición y al mismo tiempo lamentaba que el Consejo no fuera capaz de actuar.
En todos los casos, la UE y Estados Unidos apoyaron las resoluciones. Entre sus escasos oponentes estuvieron potencias tradicionalmente antioccidentales como Cuba y Bielorrusia. China y Rusia votaron en contra de las dos resoluciones que reclamaban una transición política, pero se abstuvieron en la que estaba más centrada en los derechos humanos.
Por suerte, Brasil, India y Suráfrica sí apoyaron las resoluciones, después de haber mostrado una postura ambigua sobre los sucesos de Siria en 2011, cuando los tres miembros de IBSA ocupaban asientos en el Consejo de Seguridad. Algunos diplomáticos occidentales han llegado a la conclusión de que esas potencias habían tomado la decisión estratégica de apoyar a Moscú y Pekín antes que Occidente, pero su postura variaba, y su cambio de actitud respecto a Siria así lo confirma.
Sin embargo, la dimensión de la mayoría en favor de las resoluciones sobre Siria fue atribuible, en parte, al hecho de que muchos Estados árabes que no suelen votar con Occidente en materia de derechos humanos -Egipto, Kuwait, Omán, Arabia Saudí y Qatar- se alinearon con ellos. Los saudíes y los Estados del Golfo no solo contribuyeron a elaborar y apoyaron estas resoluciones, sino que emplearon su influencia económica para convencer a otros Gobiernos de que se unieran a ellos e incluso enviaron mensajes muy directos a las grandes potencias como China e India sobre las posibles consecuencias negativas de apoyar al Gobierno sirio. Se unieron a la campaña casi todos los miembros de la Liga Árabe; Sudán, que suele ser uno de los adversarios más feroces de Occidente, votó contra El Assad.
      
La dimensión de la mayoría en favor de las resoluciones sobre Siria fue atribuible a que muchos Estados árabes que no suelen votar con Occidente en materia de derechos humanos se alinearon con ellos
      
La importancia de los Estados árabes en la diplomacia de la Asamblea General a propósito de Siria (reforzada por el hecho de que, en este periodo, la presidencia de la Asamblea, con un mandato de un año, la ocupaba un qatarí) plantea interrogantes sobre las fuerzas que están manejando la ONU en esta crisis. Muchos de los Gobiernos árabes que han desempeñado un papel importante en esta labor diplomática siguen teniendo un pésimo historial de derechos humanos. Y algunos, en especial Qatar y Arabia Saudí, están al parecer entre los principales proveedores de ayuda militar a los rebeldes sirios. Su principal objetivo ha sido debilitar al presidente Assad, que es su adversario en la región y aliado de Irán. Arabia Saudí tuvo que retirar una primera versión de la resolución de la Asamblea General en agosto porque exigía un cambio de régimen de forma demasiado directa, y Brasil y otros países latinoamericanos presentaron objeciones. Tal vez las mayorías con las que se han aprobado las resoluciones sobre Siria sirvan para explicar las luchas de poder en Oriente Medio mejor que unos compromisos más amplios de defender los derechos humanos.
Pero en otros países se ven atisbos de progreso en el campo diplomático y a propósito de las prioridades de la Asamblea General. En los últimos años, la UE y Estados Unidos han apoyado las resoluciones anuales sobre la condición de los derechos humanos en Myanmar, Irán y Corea del Norte. Mientras que el número de Estados que votaba a favor de cada resolución ha permanecido más o menos igual en los dos últimos años, el número de los que apoyaron la resolución sobre Irán pasó de 78 a 89, y la dedicada a Corea del Norte de 106 a 123. La mayoría de los países árabes que apoyaron las resoluciones sobre Siria no respaldaron a Occidente en ninguno de esos casos (los Estados del Golfo evitan enfrentarse directamente con Irán en la ONU), si bien Libia y Túnez sí votaron a favor. Hay que felicitar a los diplomáticos estadounidenses y europeos por haber sabido formar en la Asamblea General coaliciones en materia de derechos humanos más allá del problema de Siria.
Lo mismo sucede en el Consejo de Derechos Humanos. En Ginebra, la atención ha estado centrada en Siria. Los Gobiernos árabes, al principio, no tuvieron claro que hubiera que hacer algo sobre Siria en el CDH, pero los miembros de la UE plantearon la cuestión de la crisis desde el primer momento. Después, sus aliados árabes han ido incorporándose a ese bando (India, igual que en Nueva York, se opuso al principio a presionar a Siria desde el CDH, pero posteriormente ha cambiado de postura).
Tras la matanza de Houleh, en la que las fuerzas gubernamentales asesinaron a 100 civiles, incluidos niños, los miembros europeos del CDH convocaron una sesión especial el 1 de junio, de la que salió una resolución de condena del incidente respaldada por 41 Estados (entre ellos Qatar y Arabia Saudí) y que solo tuvo el voto en contra de China, Cuba y Rusia. Otras votaciones sobre Siria han tenido resultados similares, lo cual ha animado a la Alta Comisaria de Derechos Humanos de la ONU, Navi Pillay, a mantener una actitud enérgica frente a Damasco.
Ahora bien, igual que en la Asamblea General, también aquí ha habido progresos en otros temas que van más allá de Siria. Estados Unidos y Europa lograron que se aprobara una resolución que autoriza a un experto a vigilar la situación de los derechos humanos en Bielorrusia a pesar de las objeciones rusas. Bahréin se sometió a un examen exhaustivo de su represión de las protestas en 2011 a través de la Revisión Periódica Universal, un mecanismo diseñado para seguir de forma regular la pista del comportamiento de cada país en materia de libertades (aunque aceptó más de 100 reformas propuestas, todavía no está garantizado que las vaya a llevar a la práctica). Y fue posible convencer a Sudán de que retirase su candidatura a un puesto en el CDH.
En conjunto, existen suficientes pruebas para llegar a la conclusión de que tanto la Asamblea General como el CDH se han ido aproximando a las posturas de Occidente durante el último año, si bien ha sido, en gran parte, debido a la tenaz labor diplomática con Siria. Pero muchas de las iniciativas puestas en marcha en estos foros fueron reacciones a los fracasos en el Consejo de Seguridad, que habían demostrado que la ONU no podía salvar a Siria de la guerra civil.

El Consejo de Seguridad y Siria
Un análisis de los debates del Consejo pone de relieve lo difícil que puede ser para los europeos y sus aliados impulsar políticas en la ONU, lo cual despierta interrogantes poco tranquilizadores para el futuro.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, ha escogido a otro veterano negociador, Lakhdar Brahimi, para sustituir a Annan. Pero, como ha reconocido el propio Brahimi, el nivel de violencia en Siria hace que sea muy difícil negociar cualquier acuerdo. Es probable que esta crisis se resuelva en el campo de batalla.
Lo más inquietante es que China y Rusia parecen dispuestas a aceptar un grado considerable de mala reputación en la ONU. Durante toda la crisis, las autoridades europeas han confiado en que Moscú y Pekínentraran en razón sobre Siria en algún momento. En ocasiones, ha habido esperanzas de que Pekín -preocupada por la posible pérdida de amigos y proveedores de energía importantes en Oriente Medio- pudiera distanciarse de Moscú.
En privado, algunos diplomáticos occidentales dicen que creen que los chinos, por lo menos, han convencido a los rusos para que moderasen sus posturas. También existen indicios de que China ha tratado de eludir los grandes desacuerdos sobre otros temas en la agenda de la ONU, como los Estados más frágiles de África, para no aumentar aún más las tensiones surgidas a propósito de Siria. Pero no se ve que haya habido ninguna seria brecha entre China y Rusia.
Los europeos y Estados Unidos han empleado todos los canales diplomáticos posibles para mantener las presiones sobre Moscú y Pekín. La serie de resoluciones de la Asamblea General y el CDH tenían como objetivo general dejar en evidencia a Rusia y China, y los diplomáticos europeos tampoco dejan de plantear sus preocupaciones sobre los derechos humanos en el Consejo de Seguridad. Hemos visto que India, Brasil y Suráfrica han cambiado sus posturas sobre Siria a medida que la crisis se agravaba, pero China y Rusia parecen inmunes.
Existen tres motivos probables para ello. El primero es que China y Rusia quizá piensan que las potencias occidentales estaban tan inmersas en resolver la crisis siria a través de la ONU que iban a mantener la vía diplomática a toda costa. El segundo, que los chinos y los rusos quizá teman que una exhibición de debilidad ante las críticas de la Asamblea General o el CDH pueda debilitar su prestigio en el Consejo de Seguridad. Creen que el hecho de que no impidieran la guerra de Libia en 2011 les perjudicó de forma permanente. (Y, al fin y al cabo, EE UU está acostumbrado a afrontar e ignorar las críticas de la asamblea General y el CDH por su apoyo a Israel.) Por último, tal vez hayan llegado simplemente a la conclusión de que el daño posible a su reputación no era suficientemente grave para tomárselo en serio; China, en particular, podría permitirse el lujo de ignorar las críticas.

¿Importa algo el ‘poder blando’ en la ONU?
Desde 2009, la Administración Obama ha asumido una posición mucho más comprometida que con el gobierno anterior y Estados Unidos y Europa han logrado fortalecer de manera gradual su situación en la ONU. Se han conseguido acuerdos con países musulmanes en debates controvertidos sobre valores religiosos y derechos humanos, y se han lanzado nuevas iniciativas en temas como los derechos de los homosexuales. Aunque el progreso ha sido a menudo gradual, la Primavera Árabe y la crisis de Siria precipitaron una intensificación de la diplomacia en defensa de los derechos humanos en la ONU.
No obstante existen dos limitaciones. En primer lugar, el precio del éxito ha sido la construcción de alianzas en materia de derechos humanos con países que tienen malos historiales en este sentido dentro de sus fronteras. Se trataba de aplicar una diplomacia pragmática, pero puede resultar difícil mantener la cooperación a la larga si esta es la única base.
En segundo lugar, los acontecimientos del año pasado indican que este nuevo grado de cooperación y poder blando en la ONU no basta todavía para cambiar la forma de pensar de China y Rusia; y, si se ven como blancos de ataques generalizados en la ONU, podrían agravar su actitud obstruccionista en el Consejo de Seguridad, en vez de moderarla.
Los sucesos del último año han creado muchas oportunidades nuevas para que las potencias europeas, Estados Unidos y sus aliados promuevan los temas de derechos humanos en la ONU. La UE y EE UU han demostrado que saben maniobrar en el terreno diplomático y que tienen una capacidad de conseguir resultados en el sistema de Naciones Unidas que parecían a punto de perder hace unos años. Pero, si el resultado es que China y Rusia se van a negar cada vez más a afrontar las crisis importantes a través del Consejo de Seguridad -como ha ocurrido con Siria-, la ONU seguirá en una situación muy complicada.

EL FUTURO ES SUNÍ




Tanto Israel como Irán tendrán que adaptarse a la actual dinámica en Oriente Medio: la vuelta del predominio suní en la región.

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Clérigo suní presente en las protestas contra el régimen sirio de Al Assad, en Líbano.

La crisis en torno al programa nuclear iraní acapara gran parte de los titulares sobre Oriente Medio y se considera que tiene una importancia fundamental para Israel y, por tanto, para Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de toda su importancia y de toda la atención que le presta Tel Aviv, en los últimos tiempos ha quedado empequeñecida por los cambios de paradigma en el mundo árabe. El nuevo contexto político es el factor que va a definir la región y sus futuras configuraciones; la lucha entre Irán e Israel es un último recordatorio desesperado de una era que está quedando atrás.
Hasta las revoluciones árabes de 2011, las ambiciones regionales de Irán -a través de su poderoso aliado Hezbolá- y su apoyo económico y militar a ciertos grupos de la región lo habían convertido en una potencia crucial y en ascenso, un rival de Israel y una amenaza contra los intereses de EE UU en el Golfo. Varios países mayoritariamente suníes, en especial Arabia Saudí, estaban paralizados ante lo que significaba que se estableciera una hegemonía chií. La fase final y más aterradora de esta dinámica era la cuestión nuclear: la herramienta suprema de Teherán para asegurarse el liderazgo, envenenada con los oscuros tintes del enfrentamiento con Tel Aviv. Durante casi 10 años, este arco -Israel y EE UU, con sus silenciosos aliados suníes, contra Irán, Siria y Hezbolá- centró la atención de todos los actores regionales y definió las ambiciones, las amenazas y las contraamenazas. Por su parte, el Gobierno israelí tenía así un enemigo claramente definido y con una presencia muy conveniente, una mezcla de fantasía apocalíptica y amenaza real, y otra confirmación más del trágico destino judío.
Todo eso cambió con las sucesivas revoluciones árabes. Al derrocar a Mubarak con rapidez y por medios pacíficos, el tendero egipcio de Tahrir demostró ser más poderoso que Hezbolá, con toda su retórica y sus cohetes, porque fue capaz de trastocar viejos órdenes y producir un cambio radical. De pronto, la mayoría del mundo árabe, indiscutiblemente suní, había vuelto a aparecer en los libros de historia, y surgió un enorme signo de interrogación junto a la dinámica chiíes -Israel que tanto poder había parecido tener en la región. Se puso en tela de juicio incluso el ascenso más reciente de Turquía como gigante económico y diplomático; en el mejor de los casos, Ankara se aliaría con el nuevo movimiento árabe y sería una simple pieza de todo un nuevo panorama. Al ser un país suní con una democracia activa y gobernada por islamistas, parecería el modelo del Oriente Medio postrevolucionario. Pero Turquía no es un país árabe. Sus credenciales islamistas servirán solo hasta cierto punto cuando la nueva dinámica político-cultural árabe empiece a hacer pleno efecto, en árabe.
Lo que más afectó a la vieja dinámica ha sido la revolución en Siria, con la desintegración actual del régimen alauí y del país como nación-Estado y potencia regional. La transformación era casi completa, los viejos parámetros habían cambiado y la nueva dinámica representaba, de una u otra forma, a la gran mayoría del mundo árabe, los suníes. Los protagonistas de la lucha Israel-Irán se quedaron en una posición poco habitual: su conflicto era una cosa del pasado, no del futuro, pero eso no significaba que no fueran a librar una última batalla.
La reacción de los iraníes consistió en mantenerse firmes. Continuaron con su programa nuclear, siguieron apoyando a Al Asad, pero también se prepararon para el futuro. A pesar de unos primeros intentos fallidos de equiparar las revoluciones árabes con la revolución islámica de Irán, comprendieron la nueva realidad y vieron que tendrían que adaptarse a ella. La realpolitik exigía limitar las aspiraciones a lo posible, y era fundamental tener tiempo y paciencia para absorber los nuevos retos y oportunidades que todo ello suponía para Irán, todavía una nación poderosa en Oriente Medio.
      
La lucha Israel-Irán es un conflicto del pasado, de la primera década del siglo XXI
      
Por su parte, Israel, después de haber perdido a su fiel aliado, el Egipto de Mubarak, y verse rodeado de incógnitas, se sintió en cierto modo paralizado por el miedo. Igual que su archienemigo, se instaló en una espera inevitable frente a los árabes. Ahora bien, la cuestión iraní no podía esperar. Había asuntos sin resolver; el peligro de un Irán nuclear seguía siendo demasiado grave para que Tel Aviv pudiera tolerarlo y, a diferencia de lo que ocurría con los Estados árabes en transformación, en ese caso, por lo menos, era fácil identificar un enemigo claro e inminente. Ambos se encontraron con que les habían segado la hierba geopolítica bajo los pies, y necesitaban mirarse uno a otro para tener destellos de nostálgica claridad. El conflicto Israel-Irán se volvió muy cómodo, sobre todo para el primero. Como mínimo, la lucha continua le daba la oportunidad, in extremis, de reafirmar su poder militar delante de todos, en especial delante de los recién llegados al mundo árabe. Y a los iraníes les permitía volver a ser las víctimas y la vanguardia del antiimperialismo en caso de que les atacasen.
Es decir, era un difícil equilibrio contrarreloj entre el deseo de Israel de prevenir la bomba de Irán y el calibrado juego iraní de tratar de conservar cierta preeminencia regional, mientras los estadounidenses intentaban manejar a ambos con escasos resultados. El componente psicológico de iraníes e israelíes es una fuerza mucho más poderosa y enrevesada, en el plano diplomático y político, que nada de lo que la superpotencia en declive pueda reunir. Las negociaciones con Teherán se prolongaban y los preparativos de guerra también, sin que se viera ninguna meta clara. El mundo observaba, confuso, asustado y sin saber qué hacer. Mientras tanto, los árabes también miraban. Algunos combatieron al aliado iraní, Siria, con un fervor ilimitado, otros se dedicaron a deshacerse de líderes y sistemas corruptos, o a diseñar nuevos sistemas políticos. Nadie sentía aprecio por el enemigo sionista, pero Israel tenía que esperar.
La realidad es que Oriente Medio y el mundo árabe están en pleno proceso de regresar a un tradicional predominio suní y que la dinámica política más importante será la que se desarrolle entre suníes e islamistas; otros grupos y minorías pasarán a segundo plano. Lo más probable es que este proceso dure decenios, mientras los procesos desencadenados maduran, rivalizan unos con otros y compiten para controlar la región. En este contexto es en el que debemos analizar la lucha Israel-Irán, un conflicto del pasado, de la primera década del siglo XXI, mientras que la segunda y las sucesivas estarán determinadas por una situación en la que los islamistas, Egipto, Arabia Saudí y tal vez Turquía tendrán un papel mucho mayor a la hora de decidir el futuro de las tierras que van de Rabat a Bagdad.
¿Qué significa para los dos Estados no árabes que en otro tiempo dominaban la región? La lucha fundamental que tendrá que librar Israel será contra sus vecinos suníes, no contra un Irán chií y distante ni contra su representante más cercano, Líbano. Esa nueva lucha no tiene por qué suponer una guerra, pero eso dependerá de cómo juegue Israel sus bazas y cómo conciba su posición en una región renovada. Por su parte, el Gobierno iraní tendrá que adaptarse al ascenso de los árabes. Tendrá unas esferas claras de influencia, en Irak, en el Golfo, en cierto sentido, pero su hegemonía regional es cosa del pasado.
Si hubiera en un futuro próximo una guerra entre Irán e Israel, o incluso entre Estados Unidos e Irán, todas las piezas que componen el tablero saltarían por los aires. Nadie sabe las repercusiones y consecuencias de semejante conflicto, pero el tablero en el que caerían las piezas seguiría siendo el mismo. Las reacciones más importantes ante ese acontecimiento serían las del mundo árabe suní, los nuevos dirigentes, en particular Egipto y Turquía. De hecho, aunque Teherán adquiera un arma nuclear, la siguiente pregunta crucial será si El Cairo, Riad y otros van a seguir su ejemplo.
Por mucha tensión que Israel cause en Irán y por mucha nostalgia que sienta los iraníes por su reciente edad de oro, el futuro será de la mayoría árabe que está transformando la zona, suníes y otros, y todos, tanto si hay guerras y conflictos como si no, tendrán que adaptarse a esta realidad nueva y emocionante.