jueves, 4 de octubre de 2012

LAS AMBICIONES DE IRÁN



21 de septiembre de 2012

¿Podría estar en peligro la débil estabilidad entre suníes y chiíes?
 
iran
Aamir QURESHI /AFP/Getty Images


Existen varias contradicciones en la implicación de Irán en Oriente Medio y el Golfo en el periodo posterior a la primavera árabe. ¿Es real la amenaza de un movimiento pan-chií (primero en Irán e Irak, pero que después ha expandido su zona de influencia a otros lugares) dirigido a socavar el liderazgo suní? O, como opinan algunos analistas, ¿está Occidente simplemente usando la antigua estrategia de "divide y vencerás" para enfrentar a los árabes suníes contra los chiíes iraníes y árabes como parte de su intención de contener las ambiciones nucleares de Teherán? ¿Cómo evolucionan, a su vez, dichas ambiciones en el contexto del panorama suní y chií y la agitación generada por las revueltas árabes?
Hasta la llegada de la primavera árabe, el poder chií parecía estar en ascenso, debido a dos factores: la alianza entre Siria, Irán y Hezbolá en Líbano y las estrechas relaciones con el nuevo Irak dominado por los chiíes. Sin embargo, el modo en el que se está desarrollando ésta ha proporcionado una mayor influencia a los islamistas suníes (por ejemplo en Egipto, Túnez y, según parece, también en Siria).
Los trágicos eventos que están ocurriendo actualmente en Siria podrían derivar en la alteración del equilibrio entre suníes y chiíes. Además, tienen también implicaciones tanto para las ambiciones nucleares de Irán como para su deseo de asumir un papel de potencia regional en términos políticos, más que sectarios.
Si quienes luchan (bajo liderazgo suní) en Siria tienen éxito en su propósito de derrocar al régimen de Assad –al que Irán ha mostrado públicamente su apoyo, mientras en privado respalda a elementos de la oposición–, la influencia iraní en el mundo árabe podría tener repercusiones negativas; y en Líbano, su representante Hezbolá perdería apoyos, así como el canal sirio para hacer entrar armas en el país.
Entonces, cuál es la relación de este equilibrio de poder con las ambiciones nucleares iraníes. Merece la pena prestar atención a cómo el Gobierno de Ahmadineyad intenta posicionarse en el mundo, a pesar de las aspiraciones sectarias –y las sanciones internacionales–. Como sucede a menudo con Irán, a primera vista su postura sobre el alineamiento suní y chií sirio y posición como actor regional parecen contradictorias, en varios aspectos. 
La primera incoherencia es que la Siria de Assad se basa en la ideología baazista, es secular y es socialista. Mientras que Irán es rígidamente religioso y se opone al comunismo ateo y sus ramificaciones socialistas. Pero a pesar de todo esto, los dos países han permanecido firmemente unidos durante los últimos 30 años.
      
La influencia iraní en el mundo árabe podría tener repercusiones negativas
      
La segunda contradicción es que en el contexto de la actual crisis siria, Irán se ha alineado con la agrupación (suní) de la Hermandad Musulmana en Egipto, Arabia Saudí y Turquía –con Teherán como la nota discordante chií– para intentar encontrar una solución al impasse en Siria. Además, mientras se quejaba amargamente de la "conspiración internacional" contra Assad, supuestamente el Gobierno iraní estaba a la vez proporcionando una ayuda no demasiado encubierta al régimen sirio en forma de armas, combustible, fondos y conocimientos militares, con asistencia sobre el terreno por parte de Hezbolá en Líbano, y en el Irak dominado por los chiíes (ambos países cuentan con una población de mezcla chií y suní y un delicado equilibrio de poder). Una complicación sectaria añadida es que la población alauí de la cercana Turquía parece simpatizar con sus correligionarios en Siria (el propio presidende es por supuesto alauí), aunque no así el régimen. Mientras que en Damasco, los elementos suníes entre los combatientes parecen estar intentando convertir la batalla en un conflicto entre suníes y chiíes.
Tras el derrocamiento de Saddam Husein en Irak, Irán ha pasado a tener una considerable influencia en el país, en parte debido al Gobierno (bajo control chií) de Nuri al Maliki y a la considerable población chií iraquí (aproximadamente un 65%, dependiendo de cómo sea calculada –y por quién–). Algunos interpretan esto como una indicación de las ambiciones de Teherán para convertirse en una potencia dominante en la región.
Pero, ¿es esto, unido a su papel en Siria, suficiente para hacer de Irán un verdadero poder regional (lo que, por supuesto, en cierto sentido ya es, gracias a su implicaciones en actividades tanto encubiertas como no) en el mundo árabe y en Afganistán?, ¿qué significa esto (si es que significa algo) para las ambiciones nucleares iraníes? Para determinarlo es necesario prestar atención a la política exterior del Gobierno de Teherán, que es opaca y a menudo contradictoria. Lo que el embajador Roberto Toscazo llama gráficamente "gruesas capas de ideología, retórica y pose” oculta lo que en realidad son prioridades que, en su opinión, están más vinculadas a la naturaleza no democrática del régimen que a sus declarados objetivos religiosos.
Aunque Irán ansía el reconocimiento internacional, la supervivencia del régimen es también un objetivo crucial, especialmente dado que las sanciones internacionales están comenzando a hacer mella en su popularidad, dañando la reputación del Gobierno de Ahmadineyad, que se enfrenta a unas elecciones presidenciales en 2013. Lo que hay que recordar aquí es qué es la supervivencia del régimen, lo que está en juego a causa de los elementos en conflicto dentro de la política iraní, y en particular, qué interpretación de su orientación domina. En segundo lugar, pero igualmente importante, está el muy desarrollado sentido del orgullo nacional, que significa que el tema nuclear se considera intrínsecamente vinculado de modo simbólico al sentido de la identidad del país, y a su propia visión de cómo le gustaría que el mundo lo viera y lo tratara.
No obstante, no es únicamente Siria el lugar en el que Irán se enfrenta al bloque suní. Otro campo de batalla por conseguir influencia, esta vez frente al Guardián de los Santos Lugares, Arabia Saudí, es el que se está conformando en Afganistán (un país de mayoría suní con sólidos reductos bajo la influencia del poder blando de Irán, como Herat, y de minorías chiíes, como los hazara) en previsión de la próxima retirada de las tropas extranjeras. Riad lleva mucho tiempo insistiendo en la amenaza que supone Teherán para Oriente Medio y el Golfo.
      
Irán ansía más la legitimidad y reconocimiento internacional que la destrucción del Estado de Israel
      
Más cerca de casa, en 2011, Arabia Saudí y los Estados del Golfo aliados aplacaron colectivamente y de manera violenta un levantamiento de la mayoría chií de Bahréin (liderado por los suníes) que demandaba más derechos. La fuerza y velocidad de la reacción saudí puede ser explicada por su temor a una mayor influencia iraní en el umbral de su parte oriental, donde se sitúan la mayoría de sus recursos petrolíferos y la mayor parte de su minoría chií.
Un papel regional para dar forma al futuro de Afganistán, o, de hecho, el de Siria, con el reconocimiento internacional que eso traería, también conforma un importante elemento para comprender la postura de Irán sobre la división entre suníes y chiíes y cómo reacciona el Gobierno de Ahmadineyad a lo que sucede entre las potencias suníes.
En cuanto a la cuestión nuclear, según la valoración de algunos analistas (incluyendo a Toscano), Irán persigue un estatus nuclear como parte del posicionamiento de su imagen en el panorama internacional. Bajo esta visión, ansía legitimidad y reconocimiento, posiblemente incluso más de lo que anhela la destrucción del Estado de Israel.
En la actualidad, Irán está apoyando la violencia contra los suníes en Arabia Saudí, Bahréin, Líbano, Siria e Irak. Parece improbable que como resultado de un primer ataque contra Israel, se arriesgara a ser aniquilada, simplemente con el fin de destruir al Estado hebreo. ¿Qué ganaría? En términos sectarios, se podría decir que un ataque así tendría consecuencias que acabarían fundamentalmente beneficiando sólo al componente suní del mundo musulmán, que supone un 75-90% del total. Son ellos quienes, si Irán fuera total o parcialmente destrozado, formarían, en términos religiosos, la abrumadora mayoría de los supervivientes. ¿Por qué querría Teherán hacer una cosa así? ¿Por qué, por tanto, usaría su armamento nuclear contra los israelíes y en consecuencia se arriesgaría a la destrucción de la propia población chií iraní simplemente para beneficiar a los musulmanes suníes de otros lugares? No parece lógico, o probable. Pero, como sucede siempre con Irán, lo improbable puede perfectamente volverse posible. Y lo que Israel hará realmente cuando finalicen las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, todavía está por ver. Eso podría convertir los propios cálculos iraníes en irrelevantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario