sábado, 10 de octubre de 2015

El extraño origen del partido comunista que gobierna al país más hermético del mundo



Kim JungImage copyrightMark Ralston
Image captionKim Il-sung (izq.) es considerado el padre de la nación norcoreana. A su lado su hijo, Kim Jong-il
Corea del Norte celebra el 70 aniversario de la fundación de su Partido Comunista, el único controlador del Estado. Kim Jong-un, el nieto del hombre que consolidó el mando del partido presidirá las espectaculares celebraciones.
Pero la historia de cómo el partido se transformó de ser una organización política en una dictadura familiar institucionalizada es extraña y sangrienta, según explica el experto de liderazgo norcoreano Michael Madden.

Un adolescente con una idea

El 17 de octubre de 1926, un adolescente Kim Il-sung, quien luego se convertiría en el primer líder de Corea del Norte, estableció la "Unión para Derrotar al Imperialismo". Fue fundada, según cuenta la propaganda oficial, para luchar contra el imperialismo japonés y promover el marxismo-leninismo.
La máquina de propaganda de Corea del Norte quisiera celebrar este momento como el aniversario de la fundación del partido. Para otros, la verdadera fundación ocurrió en 1949, cuando los comunistas de Corea del Norte y de Corea del Sur finalmente crearon una coalición con el objetivo de avanzar hacia una Corea unificada.
Kim Il-sungImage copyrightGetty
Image captionEl fundador de Corea del Norte, Kim Il-sung, sería quien establecería las reglas del partido comunista.
Pero fue en 1945 cuando se estableció el buró norcoreano del Partido Comunista de Corea. Este se convirtió en el órgano que gobierna actualmente.

La creación de un líder

Kim Il-sung era una especie de leyenda urbana conocida por un atrevido asalto en el pueblo de Pochonbo en 1937 cuando, a la edad de 24 años, se dice que él comandó una unidad militar que capturó una población controlada por Japón en la frontera coreana. Esto fue visto como un importante logro militar, incluso pese a que sólo duró unas pocas horas.
Kim Jong-unImage copyrightAP
Image captionKim Jong-un es ahora quien ha recibido la herencia creada por su abuelo, Kim Il-sung.
Los soviéticos le colocaron en el centro de una extraña coalición que se convirtió en el Partido de los Trabajadores de Corea del Norte. Este incluía a activistas chino-coreanos, miembros de la diáspora coreana de Rusia, comunistas de Corea del Sur que emigraron al norte y milicianos de las guerrillas de Kim.
En los años que siguieron a 1945 otras personas tuvieron nominalmente posiciones clave en la estructura comunista de Corea del Norte, pero Kim Il-sung siguió siendo su principal figura. Él no disfrutaba de un perfil público muy destacado, pero los soviéticos trabajaron en ello de forma lenta pero constante.

La primera purga sangrienta

Con Kim Il-sung firmemente asentado en el poder en 1950, la reunificación con Corea del Sur ocupaba un lugar prominente en la agenda de Corea del Norte y entonces se produjo la guerra de Corea.
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Image captionLa idea del fundador de Corea del Norte fue evitar el imperialismo japonés a partir de una política basada en el marxismo.
Él comenzó a consolidar su poder elliminando a los comunistas que tenían vínculos con Corea del Sur, muchos de los cuales fueron acusados de espionaje.
Entonces, aquellos rusos y chino-coreanos que habían sido parte de los inicios del partido fueron sacados del camino a través del exilios, de la cárcel y de las desapariciones. Es bien sabido que los funcionarios del partido vinculados a Rusia y a China que organizaron un complot contra Kim Il-sung fueron eliminados tras una dramática confrontación en un congreso del partido en 1956.
Algunos de sus descendientes aún viven en centros de detención política.

Creando un sistema de castas

Apenas un año más tarde, el Partido Comunista adoptó el infame sistema de castas Songbun. Era, en realidad, una purga política masiva de la sociedad de Corea del Norte a través de la clasificación social.
Existen pocas guías definitivas sobre el Songbun y este es conocido por ser al mismo tiempo complejo y opaco. En esencia, la gente estaba separada en tres grupos: la clase central, la clase indecisa y la clase hostil. Los pertenecientes a la llamada clase "hostil" eran esencialmente aquellos considerados como una amenaza política y no tenían ninguna esperanza de lograr ningún avance personal o profesional.
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Image captionLos trabajadores rasos en Corea del Norte son llamados "indecisos".
El Departamento de Orientación del Partido Comunista controlaba y muchos expertos creen que este era el verdadero poder central en la década de 1960, cuando las autoridades comenzaron a clasificar a cada ciudadano como un amigo o enemigo.

Nació el culto al líder

Un baño de sangre polìtico ocurrió entre 1967 y 1971, cuando 17 altos funcionarios fueron purgados.
Las purgas apuntaban hacia miembros de la guerrilla original de Kim Il-sung.
Fue sacado el liderazgo militar que existía cuando el barco espía USS Pueblo fue capturado por los norcoreanos en 1968 -un gran golpe-. A diferencia de otras purgas, algunos de los expulsado regresaron al poder años más tarde.
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Image captionCon las purgas, Kim Il-sung logró consolidar su liderazgo y crear una especie de culto alrededor de su figura.
Después del quinto Congreso del Partido en 1970, el partido completó su transformación de un típico partido político marxista leninista a una que veneraba a Kim Il-sung y que se hacía responsable por cumplir con su voluntad.

¿Cómo se convirtió en un asunto familiar?

El próximo paso era asegurar que su hijo quedara en situación de heredarle. Kim Jong-il fue elevado a posiciones de liderazgo en el partido en 1973 y 1974, siendo lo más importante su designación como cabeza del Departamento de Orientación.
Desde esas posiciones, él fue ascendiendo a muchos de sus partidarios. Además castigaba a quienes se atrevían a retarle como, por ejemplo, su madrastra Kim So'ng-a'e who, quien presionaba para lograr para su hijo Kim Pyong-il la posición de sucesor.
Kim Il-sungImage copyrightGetty
Image captionKim Il-sung comenzó a meter a su hijo Kim Song-il en las principales actividades del Estado.
Usando su control sobre los medios de comunicación de Corea del Norte y sus vínculos con las agencias de seguridad interna, Kim Jong-il efectivamente logró echar a un lado a su madrastra y a sus medio hermanos. En la década de 1990, Kim Jong-il purgó a decenas de altos oficiales, haciéndose así con el control de los militares.

Los años salvajes

Después de la muerte de Kim Il-sung en 1994 y por el impacto social más amplio de la hambruna que sufrió Corea del Norte, conocida como La Marcha Penosa, el partido se convirtió en algo moribundo. Su Comité Central no se reunió entre 1993 hasta el año 2010 y los puestos claves vacantes se quedaban sin cubrir.
La marcha penosaImage copyrightGetty
Image captionLa década de los 90 fue una de las peores épocas para el país asiático debido a la fuerte hambruna que afectó a la mitad de la población.
Aún tenía funciones administrativas, pero como una entidad política estaba disminuido. En 2010, Kim Jong-il, revivió el partido como institución política para hacer frente a la disminución de su salud e impulsar la sucesión de su hijo Kim Jong-un.

El partido es ahora la familia

Bajo Kim Jong-un, el partido ha prosperado como una institución política. Él ha estado involucrado en el avivamiento del partido desde 2007 y, como líder supremo, al igual que su abuelo, ha utilizado Buró Político del partido para despedir públicamente funcionarios díscolos como lo hizo con el ex jefe del Estado Mayor, Ri Yong-ho, e incluso su propio tío Jang Song-thaek.
Kim Jong-unImage copyrightGetty
Image captionDe alguna manera Kim Jong-un ha logrado revitalizar la economía del país, aunque todavía permanecen grandes cuestiones en temas de derechos humanos y su plan nuclear.
Él también está construyendo su base de poder a través de la Comisión Militar Central del partido. Así sostiene el legado familiar de mantenerse dentro del partido.

Depende: la reindustrialización europea


Un trabajador en una fábrica de Siemens, Berlín, Alemania. Sean Gallup/Getty Images
Un trabajador en una fábrica de Siemens, Berlín, Alemania. Sean Gallup/Getty Images
Un repaso a las ideas preconcebidas y las claves, desde la energía, el empleo y la ventaja competitiva, pasando por la robótica, sobre el regreso de la industria al Viejo Continente.

“La reindustrialización de EE UU demuestra que la europea es posible”
Cuidado con las comparaciones. Los tres factores que están haciendo posible el regreso de la industria a Estados Unidos no se cumplen en Europa de la misma manera.
Para empezar, la primera potencia mundial tiene salarios más bajos que muchos Estados europeos y su productividad ha aumentado en los últimos años más que en el Viejo Continente. Eso ha hecho que por ejemplo los salarios chinos, que han registrado incrementos desbocados durante años, cada vez sean menos ventajosos cuando se computa el coste adicional del transporte y las barreras arancelarias y no arancelarias.
En segundo lugar, en algunos países comunitarios la energía, un factor esencial cuando se trata del sector industrial, cuesta muchísimo más que en EE UU. El motivo es triple: los impuestos en Europa son más altos, los estadounidenses han abaratado el suministro gracias a la extracción de shale gas y las empresas europeas no han conseguido compensar estas diferencias con un uso más eficiente de los combustibles.
En tercer lugar, es importante recordar que a Estados Unidos pueden regresar más industrias porque también se fueron más. Buena parte de las fábricas que se han deslocalizado en Europa lo han hecho mudándose de un país miembro a otro, algo diferente al éxodo de las multinacionales americanas que emigraron a China o a México. Además, muchas de las factorías que sí abandonaron, por ejemplo, Barcelona por Shanghái cambiaron de destino porque necesitaban la proximidad con un mercado enorme y aligerar la losa de las barreras comerciales. Esas dos circunstancias son tan ciertas hoy como cuando hicieron las maletas.

“La reindustrialización es un trampolín ideal para la economía y el empleo”
No tan rápido. Cuando los analistas de Deutsche Bank compararon el comportamiento de los miembros de la UE durante la terrible crisis que la ha asediado durante los últimos años constataron que entre los que peor lo habían pasado se encontraban tanto países con industrias fuertes como Estados con industrias con muy poco peso en su PIB. Por tanto, concluyeron, la relación de causalidad entre éxito económico y gran presencia industrial es “demostrablemente falsa”.
Probablemente, si el gran modelo industrial europeo, Alemania, no hubiera surfeado con éxito la devastación financiera de casi todos los demás, tantos políticos y personas bien informadas nunca habrían pasado por alto algo tan obvio como que la inmensa mayoría de las economías desarrolladas del Viejo Continente no dependen de sus fábricas sino, sobre todo, del sector servicios. Tampoco habrían olvidado que la influencia de la industria en la buena marcha de la economía y de la sociedad no sólo dependerá del porcentaje del PIB que represente, sino también de otros factores como su competitividad internacional, la salud de sus balances, el impacto y coste de los residuos y emisiones que genere, los impuestos que paguen las empresas o el número y calidad de los empleos que ofrezcan en un entorno marcado por la robótica y otras tecnologías que pulverizan y crean puestos de trabajo nuevos constantemente.
En definitiva, la reindustrialización sólo se convertirá en un trampolín para la economía y el empleo si las empresas que trasladan sus fábricas cumplen unas características muy particulares. No basta con volver a casa; hay que aportar algo significativo al bienestar de la familia.

“No habrá reindustrialización porque la crisis europea ha destruido su ventaja competitiva”
Falso. Uno de los argumentos que cuestionarían la posible reindustrialización del Viejo Continente es que la crisis que lo ha azotado durante los últimos años ha acabado con sus fortalezas tradicionales, porque con ellas severamente dañadas… ¿a quién se le ocurriría traer sus negocios desde China o Brasil si puede hacer allí todo lo que no puede hacer aquí?
La situación, sin embargo, es completamente distinta. La Unión Europea sigue contando con un tejido industrial enormemente competitivo en ámbitos de tecnología media como la producción química, de maquinaria y de equipos de transporte, y de tecnología muy avanzada como en el caso del sector farmacéutico. En los últimos 14 años, el número de empresas industriales europeas entre las 100 mayores del mundo ha aumentado, lo que significa que la incorporación de las compañías de los BRICS se ha producido a costa sobre todo de las japonesas y las estadounidenses.
Por otro lado, cuando se compara la potencia de fuego de las factorías chinas frente a la decadencia de las comunitarias suele obviarse que el 85% del valor añadido de los componentes de las exportaciones industriales europeas se han desarrollado e investigado en países como Alemania. Mientras tanto, la inmensa mayoría de las corporaciones de la segunda economía mundial dependen en gran medida de los descubrimientos y la innovación que generen las multinacionales en Estados Unidos, Japón y la Unión Europea para añadir valor a sus productos.

“Sin el apoyo de la administración la reindustrialización europea es imposible”
Cierto. Las autoridades europeas y los Estados tienen que intervenir para reducir el disparatado coste de la energía, aligerar drásticamente las trabas burocráticas que asedian a las empresas, abaratar su financiación, reforzar los incentivos a la investigación y el desarrollo, y diseñar ambiciosos planes de formación. Lo primero pasaría por iniciativas como reducir los impuestos sobre los combustibles tradicionales o subsidiar aún más el consumo de renovables, apostar por fuentes de suministro más baratas como el shale gas o acabar con la enorme fragmentación del mercado interior.
La urgencia de lo segundo parece obvia cuando se ve que tres de las cinco mayores economías europeas ocupan puestos alarmantes en el ránking sobre facilidad para hacer negocios del Banco Mundial: Francia ocupa el número 31, España el 33 e Italia el 56. Dentro de los indicadores que tiene en cuenta esa institución se encuentra el acceso al crédito, un bien particularmente caro y escaso en estos momentos en los países que más lo necesitan y un factor que hace casi imposible que las pymes lideren como se espera el renacimiento industrial del Viejo Continente, algo todavía más difícil si se tiene en cuenta el recorte de la inversión pública en I+D dentro y fuera de las universidades.
Por último, el diseño de ambiciosos programas de capacitación en esos campus y también en escuelas técnicas para millones de profesionales se antoja cada vez más importante. El progresivo desmantelamiento de la industria en muchos países comunitarios ha provocado que ahora existan pocos perfiles cualificados y con la experiencia necesaria para dirigir las fábricas que vengan de vuelta. El problema, sin embargo, no se reduce sólo a los jefes.
Debido al fuerte impacto de la robótica, muchos de los conocimientos y tareas que antes eran fundamentales para el buen funcionamiento de una planta ahora son irrelevantes y, por eso mismo, los operarios tienen que actualizarse y ya no basta con una formación básica o aprender meramente el oficio desde abajo. Como colofón, algunos de los países más golpeados por la crisis como España han sufrido el estallido de una burbuja inmobiliaria que ha dejado millones de parados con un altísimo porcentaje de fracaso escolar. Uno de los destinos lógicos debería ser la industria pero van a necesitar mucha ayuda y durante muchos años para hacerse un hueco entre los superordenadores y las máquinas de altísima precisión. Merecen una segunda oportunidad y no podemos negársela. Ni a ellos ni a sus familias.

Depende: la nueva Ruta de la Seda


La Gran Ruta de la Seda atravesaba las montañas Pamir (en la foto) en Asia Central. Fotolia.
La Gran Ruta de la Seda atravesaba las montañas Pamir (en la foto) en Asia Central. Fotolia.
¿Realidad o solo una quimera? La Ruta de la Seda es el gran proyecto estratégico de China y una apuesta cargada de oportunidades no solo para Pekín sino también para Europa y otros países. Eso sí, también hay obstáculos, especialmente, la inestabilidad que sufre Asia Central y Oriente Medio.
Una epopeya mercantil sin perspectivas de futuro”
Falso. La Ruta de la Seda es la gran apuesta estratégica de China como superpotencia. Pekín combina en este reto sus necesidades interiores de preservar la estabilidad de sus fronteras y la de la provincia occidental de Xinjiang, asegurarse el suministro de energía y de mercados para sus exportaciones, desarrollar vías de transporte terrestre como alternativa a las azarosas vías marítimas y reducir las enormes diferencias de riqueza entre su zona costera y el interior del país. La política china de desarrollo del oeste de la nación y su nueva diplomacia abierta hacia el occidente del continente euroasiático suponen una fabulosa ventana de oportunidades para Europa.
Fue en Kazajistán en septiembre de 2013 cuando el líder chino Xi Jinping anunció su voluntad de relanzar la vía de las caravanas de camellos que hace 23 siglos instauró de forma regular el comercio entre Asia y Europa. En un vehemente discurso plagado de guiños al pasado y al futuro de Oriente y Occidente, el Presidente de China hizo hincapié en la necesidad de impulsar el desarrollo de los vecinos, lo que exige trazar una red vial común que facilite el transporte de mercancías y de pasajeros a través de las montañas, desiertos y ríos del continente euroasiático. “En el corredor económico de la Ruta de la Seda viven cerca de 3.000 millones de personas”, enfatizó Xi para llamar la atención sobre “el enorme mercado existente”.
Un mes más tarde, en Yakarta, durante un discurso en el Parlamento indonesio, el líder chino aseguró que no solo pretendía crear una red de conexiones terrestres, sino que también quería poner en marcha la Ruta de la Seda marítima del siglo XXI para unir el Sureste Asiático al Mediterráneo y las costas de África, a través de las de Oriente Medio. Xi se comprometió a impulsar la cooperación entre los países asiáticos y africanos bajo el principio de win-win (todos ganan).
La Ruta de la Seda ha estado siempre en el imaginario político y cultural de China, en cuyas excavaciones arqueológicas de tumbas de hace veinte, diez o cinco siglos siguen apareciendo esculturas de hombres de barbas y grandes narices llegados de muy lejos para comerciar con la que fue primera potencia económica del mundo hasta el siglo XVIII. No es de extrañar que Xi haya recurrido a esta vía histórica en su empeño por hacer realidad el sueño del renacer del Imperio del Centro. Su plan pretende la construcción de todo un entramado de ferrocarriles, autopistas, puertos y vías marítimas, además de gasoductos, oleoductos e infraestructuras para la extracción mineral y la tecnología de la información con los que seguir impulsando el desarrollo chino.
Es un reto mastodóntico por la inestabilidad reinante tanto en Asia Central como en Oriente Medio. Pero China, obsesionada con seguir creciendo, precisa garantizarse el suministro de sus necesidades energéticas y considera el poder blando de sus millonarias inversiones la mejor fórmula para conseguirlo.

Un equivalente chino al Plan Marshall”
© Manuel Alejandro Beigveder.
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Sí, pero mucho más ambicioso.Los discursos de Xi sobre la nueva Ruta de la Seda parecieron más bien una declaración de intenciones que un proyecto a ejecutar. Sin embargo, en pocos meses se hizo evidente que la iniciativa estaba avalada por la disposición de Pekín de invertir en el plan una parte sustanciosa de los cuatro billones de dólares de sus reservas. De momento, se ha asignado un monto directo de 140.000 millones de dólares para los trabajos de infraestructura, 50.000 de los cuales procederán del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), creado recientemente por China. El titánico proyecto toma cuerpo conforme los líderes chinos visitan los países de las rutas terrestre y marítima y van dejando un reguero de millones en quienes ven con entusiasmo la posibilidad de que pasen por su suelo o se ofrecen a ampliarla con vías alternativas.
Algunos expertos ven en la Ruta de la Seda la respuesta china a la decisión del presidente estadounidense, Barack Obama, de “pivotar hacia Asia”. El malestar desatado en Pekín por el giro de Washington hacia el este, ha propiciado la pirueta china de mirar al oeste. Estados Unidos no ha sabido interpretar la importancia del plan hasta que sus aliados más cercanos, empezando por Reino Unido, Australia, Alemania, Arabia Saudí y otra cincuentena más de países, incluida España, han desestimado su consejo de no hacerse socios del BAII, una institución paralela al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que controla EE UU. Con el BAII, Pekín va a poner en marcha sus propias reglas de juego para la gobernanza económica internacional y deja claro que su interés no es retar la supremacía militar estadounidense en el mundo, sino la económica.
El intento de Washington de modular el Este de Asia reforzando sus alianzas y acuerdos militares con Japón, Corea del Sur, Filipinas, Vietnam, Malasia, Singapur y Australia, fue aprovechado por Pekín para resituarse en Asia Central al mismo tiempo que las tropas estadounidense comenzaban a salir de Afganistán. De igual manera, China ofreció a los países del sureste y del sur Asia no solo la Ruta de la Seda marítima sino también una Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en sus siglas en inglés) con la que rivalizar con la oferta estadounidense del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, conocido por las siglas TPP, en el que China está excluido. La RCEP involucra a los 10 países miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), más los seis con los que la ASEAN tiene acuerdos de libre comercio (China, Japón, Corea del Sur, India, Australia y Nueva Zelanda).

“La Ruta de la Seda compite con la Unión Económica Euroasiática de Rusia”
No parece el caso. Xi y Putin consideran que son proyectos complementarios y los han integrado. Los presidentes de China y Rusia firmaron en Moscú a principios de mayo de un acuerdo de vinculación de ambos proyectos. Pero mientras la Ruta de la Seda se encuentra en plena expansión, la Unión Económica Euroasiática de Rusia (UEE) atraviesa sus horas más bajas.
La UEE nació lastrada por la crisis de Ucrania, motivada por las dudas de este país sobre su asociación con la EU o su ingreso en la Unión Euroasiática. La anexión de la península de Crimea por Rusia, tras el cambio de régimen en Kíev, desató la condena y sanciones económicas de Occidente. En este contexto de aislamiento, Moscú se ha abierto al abrazo chino con la firma de numerosos acuerdos en distintos sectores, desde el militar al energético, pasando por el financiero, cultural, de transportes y otros. Con el petróleo a casi la mitad del precio presupuestado, Rusia necesita desesperadamente financiación. Pekín, por su parte, precisa mantener estables sus suministros de crudo y gas, además de modernizar su defensa para proseguir su desarrollo sin sobresaltos. Esta es la base de cooperación sobre la que sus actuales dirigentes tratan de entenderse y se empeñan en tomar medidas que refuercen la confianza mutua y reduzcan los recelos históricos.
Entre los acuerdos firmados destaca la decisión china de invertir 5.800 millones de dólares en la construcción del ferrocarril de alta velocidad Moscú-Kazán, una obra de 21.400 millones, que posteriormente unirá la capital rusa con China a través de Kazajistán. Este proyecto, que facilitará enormemente el transporte de mercancías y de pasajeros, es uno de los que mejor refleja la cooperación entre la iniciativa de la Ruta de la Seda y la UEE. Una vez que se complete reducirá a 33 horas la conexión Moscú-Pekín, que en la actualidad es un viaje de seis días y medio a bordo del transiberiano.

“Asia Central es el escenario de la confrontación chino-rusa”
No exactamente, aunque ambas compiten por ganar influencia en la región. China se planteó la recuperación de la Ruta de la Seda a principios de los 90 tras la desintegración de la Unión Soviética, cuando se encontró con que lindaba con varios Estados nuevos. La urgencia de desmilitarizar las fronteras comunes e impulsar la seguridad, la estabilidad y el entendimiento entre los vecinos llevaron, sin embargo, a Pekín y Moscú a crear en 1996 la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS). China, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán fueron los miembros fundadores de la OCS, la única organización internacional de carácter casi militar en la que Pekín se ha integrado. Posteriormente se unió Uzbekistán, e India se encuentra en proceso de ingreso.
La crisis económica que asolaba Rusia y la necesidad de Pekín de diversificar sus fuentes de abastecimiento de energía facilitaron las relaciones de China con los países de Asia Central. Además, para el gigante asiático es fundamental apoyar la estabilización de estos países. Pekín no busca, como EE UU instaurar democracias o exportar su modelo, lo que quiere son regímenes sólidos que se dediquen a la economía y no caigan en un caos que puede repercutirle. Su prioridad es impedir que el radicalismo islámico penetre en el extremo occidental de su país, donde ya enfrenta el extremismo de un grupo separatista uigur y el malestar de esta etnia, que en 1949, cuando se fundó la República Popular, poblaba masivamente la provincia de Xinjiang y ahora ha quedado reducida al 43% del total de sus 22 millones de habitantes, debido a las migraciones de hanes (la etnia mayoría de China) impuestas por Pekín para controlar la región.
Obsesionado por la lucha contra los tres males (terrorismo, extremismo y separatismo), el Gobierno chino pretende hacer de Xinjiang -una zona con grandes reservas de petróleo y gas natural, además de rica en oro, carbón y otros minerales- el eje de la Ruta de la Seda terrestre, que en esta misma provincia se bifurca en dos secciones. La que pasa por el norte del Kaklamakán, hacia Kazajistán y Rusia, y la que bordea por el sur ese inhóspito desierto para seguir por Pakistán, Irán y Turquía. Xinjiang será la provincia más beneficiada del corredor económico de la ruta.
En diciembre pasado se puso en marcha el tren de alta velocidad entre Lanzhou (capital de Gansu) y Urumqi (capital de Xinjiang), una obra que costó 23.000 millones de dólares. El proyecto ferroviario que acaricia China uniría ese tramo de alta velocidad con Sofía, a través de Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Irán, Turquía y Bulgaria. La estrategia de Xi Jinping para que los países de Asia Central le abran las puertas y permitan el tendido de las vías y la construcción de carreteras y tuberías de conexión se cuantifica en acuerdos de 30.000 millones de dólares con Kazajistán, 15.000 millones con Uzbekistán, 8.000 millones con Turkmenistán y Tayikistán y 3.000 millones con Kirguizistán, uno de los países más pobres, más inestables y más reacios a la construcción de infraestructuras de transporte que faciliten el acceso a “los que vienen de fuera”.
Para dar consistencia a la política de desarrollo del oeste, China estableció en 2012 la Nueva Área de Lanzhou, un distrito político y económico especial dependiente directamente del Gobierno central (hay otras tres en la costa, y Chongqing en el curso del Yangtze) para fomentar las inversiones, la industrialización y el comercio. La Nueva Área de Lanzhou es la primera de la Ruta de la Seda, pero Pekín quiere fomentar entre los países del corredor que se que creen otras zonas económicas especiales que impulsen los intercambios comerciales y el desarrollo.

“Las ambiciones marítimas de China desatan el malestar de sus vecinos”
Xichinafoto
El presidente chino, Xi Jinping. AFP/Getty Images
Sí, por eso Pekín les tiende la mano con la Ruta de la Seda marítima, convencido de que traerá beneficios para todosChina, al igual que Taiwán, reclama la soberanía sobre más del 80% del mar del Sur de China, que tiene una extensión aproximada de 3,5 millones de kilómetros cuadrados, con numerosas islas, islotes, atolones y peñascos deshabitados, cuya soberanía se disputa con Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei, países todos miembros de la ASEAN. Este mar es una de las vías de navegación más importantes del mundo, por la que se desplaza la mayoría del comercio regional y del transporte de hidrocarburos. En el caso de China, las cifras ascienden al 85% de sus importaciones, incluido el 80% de sus compras energéticas, por lo que, en caso de conflicto, podría estrangular con facilidad la economía del gigante asiático. El mar del Sur de China conecta el Pacífico y el Índico.
Los diferendos fronterizos abarcan cinco grupos: las islas Paracelso (Xisha, en chino); las Pratas (Dongsha); las Spratly (Nansha); las Macclesfield (Zhongsha), y las Scarborough (Huangyan). A estos se suma la disputa que Pekín y Tokio mantienen en el mar del Este por las islas Senkaku (Diaoyu), que añaden más inestabilidad a la zona.
Según China, sus fronteras en el mar del Sur las demarcó en 1948 por una “línea de nueve puntos”, que confiere a sus aguas una forma de ‘U’, cuya legitimidad no fue contestada por ningún país durante años. En 1995 se produjo un primer enfrentamiento con Filipinas por la soberanía de unos islotes, aunque la relación bilateral se envenenó en 2010 con la llegada de Benigno III a la presidencia filipina y el alineamiento con Estados Unidos. Manila recurrió a la Corte Internacional de Justicia sus diferendos con Pekín. En Vietnam también se han producido disturbios contra China por las Paracelso.
China y la ASEAN firmaron en 2002, en plena década de florecimiento de sus relaciones bilaterales, un documento con un Código de Conducta a seguir por ambas partes en el mar del Sur de China. La ASEAN lo considera fundamental para garantizar el vital tráfico de la zona y el incremento de las relaciones comerciales y económicas. China, por el contrario, no le prestó atención hasta la puesta en marcha de la Ruta de la Seda marítima. En 2013, volvió a comprometerse en la promoción de la confianza mutua y buena vecindad con sus vecinos de la ASEAN, para impulsar la cooperación económica basada en el beneficio de ambas partes.

“La Ruta de la Seda transcurre por un número concreto de países”
No, al contrario. China la aborda como la mejor representación de su poder blando y acoge encantada a todos los gobiernos que quieran sumarse. En noviembre pasado, Cantón celebró la primera exposición sobre la Ruta de la Seda marítima con la representación de 42 países. Uno de los más entusiastas es Pakistán, que ha sido premiado en un reciente viaje de Xi Jinping con 46.000 millones de dólares en inversiones. Pakistán tiene la doble cualidad de ser un país importante tanto para la Ruta de la Seda terrestre como para la marítima. Su proyecto estrella es la ampliación del puerto de Guadar, en el mar Arábigo, y la construcción de una carretera a través de todo Pakistán (unos 2.200 kilómetros), que uniría esa instalación portuaria con la ciudad fronteriza china de Kashgar. Con ello, China tendría una ruta terrestre alternativa al estrecho de Malaca.
La búsqueda de alternativas a ese inseguro cuello de botella de Malaca está también detrás del empeño chino por ganarse a Myanmar, país muy rico en recursos naturales, que le abre la puerta a través de otro país amigo, Bangladesh, al golfo de Bengala y al océano Índico. De igual manera, Pekín quiere calmar las suspicacias de India e integrarla de lleno en esta nueva Ruta de la Seda, lo que frenaría el derrape indio hacia EE UU. El gigante asiático está muy interesado en impulsar la cooperación entre los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), su gran apuesta global, pero el diferendo fronterizo que mantiene con Nueva Delhi y el recelo indio a perder influencia en el Índico limitan el acercamiento entre ambos. Durante la visita realizada en mayo por el primer ministro indio, Narendra Modi, a China, se llevó firmados acuerdos por 22.000 millones de dólares.
También la Ruta de la Seda terrestre gana adeptos. Ya son 32 los países que se han sumado al proyecto, incluida España, que en diciembre pasado recibió en Madrid al primer tren de mercancías procedente de la ciudad costera china de Yiwu, en la provincia de Zhejiang. Fue el trayecto ferroviario más largo de la historia: 13.053 kilómetros en 21 días. Atravesó Kazajstán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania y Francia. El tren fue apodado La Ruta de la Seda del siglo XXI y volvió cargado sobre todo de vino y jamones. En mayo ha realizado un segundo trayecto.
Originario de la provincia central de Shaanxi, cuya capital actual Xi’An se encuentra sobre Chang’An, la primera capital del Imperio del Centro y punto de inicio de la Ruta de la Seda, el presidente Xi Jinping considera que su iniciativa aporta nuevas oportunidades de desarrollo para su país y para todos los que se encuentran a lo largo de la ruta, al tiempo que esta se convierte en la vía para una mayor integración de China en la economía global. Xi defiende una política exterior más activa y es partidario de que, para que no haya equívocos, China muestre el músculo correspondiente a su peso como segunda potencia económica del mundo.