jueves, 15 de octubre de 2015

Europa, ¿unidad en la diversidad?


La división entre acreedores y deudores recibió un importante alivio este verano, durante las negociaciones por el tercer acuerdo para el rescate de Grecia. Alemania, el país líder en la defensa de la austeridad y su acreedor más influyente, fue acusado de no mostrar suficiente flexibilidad y solidaridad; por otra parte, se arremetió contra Grecia por no haber implementado las reformas prometidas durante los dos primeros rescates. (Fue Francia, ni completamente del «norte» ni enteramente del «sur», la que terminó desempeñando un papel fundamental para llegar a un acuerdo).
Alemania actualmente también intenta mostrarse como líder en la crisis migratoria, pero esta vez con su generosidad. La canciller Angela Merkel ha prometido aceptar a más de 800 000 refugiados tan solo este año. Acogedoras multitudes formaron fila en las calles y colmaron estaciones de tren en las ciudades alemanas para ofrecer bebidas, alimento y vestimenta a los exhaustos refugiados, muchos de quienes han caminado cientos de millas y arriesgado sus vidas para alcanzar la seguridad.
Mientras que Merkel declaró enérgicamente que el islam también es una religión en Alemania, hay en Europa del Este quienes declararon que solo recibirán a una pequeña cantidad de refugiados... y solo si son cristianos. Esa intolerancia juega directamente a favor de los extremistas islámicos en todo el mundo.
La crisis de los refugiados resulta mucho más desafiante aún a la vista de la fragmentación política interna de los países miembros de la UE. Mientras los de la izquierda están a favor de una cauta aceptación de los refugiados, a medida que uno se desplaza hacia la derecha, más negativa se torna la actitud. Incluso la Unión Social Cristiana, el partido bávaro hermano de la Unión Demócrata Cristiana de Merkel, ha resultado un socio reticente en esta área.
Y existe otra división entre el Reino Unido y el resto de la UE. Dado el papel del Reino Unido, junto a Francia, como fuerza clave en la defensa europea y autoridad significativa en los asuntos mundiales, especialmente en cuestiones relacionadas con el clima y el desarrollo, la perspectiva de una auténtica división debiera ser fuente de grave preocupación para la UE.
Estas divisiones han creado profundas dudas para el sueño de una unión europea cada vez más estrecha, sustentada por un sistema compartido de gobernanza que permita una toma de decisiones más eficaz. De igual modo, no favorecen la implementación de las reformas necesarias para incentivar el desarrollo económico.
Sin embargo, aún es demasiado pronto para descartar los avances hacia una mayor integración europea. De hecho, para la cohesión en la UE, es probablemente mejor que existan varias grietas a que haya una única línea divisoria.
Cuando solo las consideraciones económicas dominaban el debate, el norte de Europa –obsesionado por la austeridad y haciendo caso omiso de cualquier consideración keynesiana– y el sur de Europa –en dificultades y desesperadamente necesitado de margen fiscal para brindar viabilidad política a las reformas estructurales necesarias para impulsar la demanda y crear empleo– estaban en desacuerdo. La situación se tornó tan tensa que algunos observadores respetados llegaron a proponer la creación de un «euro del norte» para la región vecina a Alemania y un «euro del sur» en el Mediterráneo (dónde se ubicaría Francia, no estaba claro).
En una eurozona de esas características, el Banco Central Europeo tendría que dividirse y el euro del norte se apreciaría. Resurgiría la incertidumbre cambiaria, no solo entre ambos euros sino también, antes de que transcurriese mucho tiempo, entre las zonas del «norte» y del «sur», debido al colapso de la confianza en la propia idea de una unión monetaria. En el bloque del norte, Alemania tendría un papel aún más gigantesco que el actual, una situación que probablemente generaría nuevas tensiones.
De manera similar, una división clara entre un oeste receptivo para los refugiados y un este de puertas cerradas verdaderamente pondría fin al Acuerdo de Schengen, porque el desacuerdo político cristalizaría en una barrera física que bloquearía el libre movimiento de personas en la UE. Una división de ese tipo sería tan perjudicial para la cohesión europea como una zona del euro dividida.
Pero, ¿qué ocurre cuando los países separados por una de las grietas se encuentran del mismo lado respecto de otra? Alemania, Italia, España y Suecia pueden coincidir sobre la cuestión de la inmigración, mientras que Grecia, Francia, Italia y Portugal están de acuerdo en las políticas macroeconómicas para la zona del euro. Francia, Polonia y el Reino Unido pueden estar dispuestos a gastar más en defensa, mientras que Alemania mantiene un perfil más pacifista. Y Alemania, los países escandinavos y el Reino Unido pueden estar a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático.
Por otra parte, las «familias» políticas de alcance europeo de los Demócratas Cristianos, Socialdemócratas, etc., podrían aliarse en pos de algunas políticas y disentir sobre otras, trascendiendo los límites nacionales o regionales y generando un desplazamiento hacia políticas paneuropeas, lo que llevaría al Parlamento Europeo a aumentar su debate democrático y funciones de supervisión.
Una Europa donde los países no encajan limpiamente en una u otra categoría y donde emergen coaliciones flexibles según los distintos temas, probablemente cuenta con mayores probabilidades de lograr avances que una Europa simplemente dividida entre el norte y el sur, o el este y el oeste. Por supuesto, el desafío de fortalecer a las instituciones para que puedan gestionar esta diversidad y reconciliarla con eficacia política continúa. Aquí resulta crucial un mayor alcance de las votaciones ponderada y por mayoría doble. Pero, en las sociedades verdaderamente democráticas, el desafío de reconciliar los intereses divergentes nunca desaparece.

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