Las protestas ciudadanas en España reflejan el divorcio cada vez mayor entre sociedad y política que vive Europa, así como las carencias de sus sistemas democráticos. Tras la ‘primavera árabe’, ¿habrá un ‘verano europeo’?
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AFP/Getty Images |
El joven carácter del movimiento 15-M (o #15m) hace imposible aún avanzar un análisis sistemático del mismo. En las poco más de dos semanas que los indignados llevan en las plazas del país, se han llevado a cabo casi tantas interpretaciones del movimiento como individuos se han acercado a él. Sin embargo, no se debe ignorarse la dimensión internacional, ya que dejaría una imagen incompleta de lo sucedido.
Un primer elemento de las protestas es el papel jugado por las redes sociales (Facebook y Twitter). Esto hace del 15-M un ejemplo más de la importancia global de las nuevas tecnologías en la política: desde WikiLeaks a las movilizaciones ciudadanas en casos tan diversos como la campaña electoral de Obama, las protestas en Irán o las revoluciones en Moldavia, Túnez y Egipto. Además, el 15-M ha tenido una importante repercusión mediática internacional: el Washington Post fue uno de los primeros medios en recoger la protesta; el diario francés Libération dedicó su portada a la “primavera ibérica”, y en su editorial el británico The Guardian alabó el mensaje de las plazas españolas.
Sin embargo, esta repercusión no ha sido totalmente accidental. Desde un primer momento los pioneros de la #acampadasol han tenido claro su carácter internacional: enfatizaron la búsqueda de traductores para los comunicados; la bandera de Egipto ha presidido la plaza durante días y las conversaciones en Twitter se han organizado alrededor de hash-tags como #spanishrevolution y #globalcamp. Las pancartas pidiendo el alzamiento de los “pueblos de Europa” han sido contestadas con letreros en español en las protestas frente al Parlamento griego y en la reciente acampada (frustrada) en la Plaza de la Bastilla de París. Visto el reconocimiento dado en la madrileña Puerta del Sol a la “revolución islandesa” y a la juventud portuguesa, cabe preguntarse si las protestas españolas constituyen un salto cualitativo que pueda llevar a un verano europeo tras la primavera árabe.
Antes de avanzar en estas comparaciones conviene examinar en detalle las causas del movimiento 15-M; circunstancias que parecen, en gran parte, específicamente españolas. La tasa de paro más alta de la Unión Europea –que entre los jóvenes, incluidos los altamente formados, sobrepasa el 40%– y un mercado laboral dominado por la precariedad; el alto precio de la vivienda y los bajos sueldos han ido minando las esperanzas de lo que el FMI ha definido como “generación perdida”. Ni estos indicadores ni la ortodoxa respuesta del Gobierno socialista, forzado a realizar recortes sociales sin precedentes, parecían generar una respuesta desde la sociedad. En Grecia las medidas de recorte fueron contestadas en las calles, en Francia los estudiantes lideraron las protestas contra el aumento en la edad de jubilación. En España, los jóvenes parecían aceptar resignados tanto la crisis como la respuesta política a esta. De forma invisible, sin embargo, la insostenible situación ha ido generando un resentimiento y frustración que se han acumulado hasta desbordarse.
Explicar la intensidad y la forma en que se ha manifestado todo ese resentimiento requiere tener en cuenta otro aspecto definitorio del contexto español: su sistema político. Los factores socioeconómicos apuntados explican la frustración de la sociedad; sin embargo la principal causa de indignación –y el objetivo central de las protestas del 15M– es la clase política. Un sistema marcadamente bipartidista, una excesiva tolerancia política frente a la corrupción y la connivencia de los medios de comunicación con todo esto, han sido señalados como síntomas de la pobre calidad democrática en España. Los lemas coreados en las plazas y el consenso de mínimos de la acampada madrileña reflejan el enfado y la oposición a un sistema democrático que ha permitido que durante la crisis los intereses de las grandes fortunas y empresas hayan prevalecido sobre los de los ciudadanos de las clases medias y trabajadoras. Esta crítica ha sido articulada por el movimiento “¡Democracia Real Ya!”, organizadores de la manifestación del 15-M, pero ha tenido una resonancia entre la población mucho más grande de lo imaginado. Los miles de personas que tomaron las calles el 15-M (ante la inicial indiferencia política y mediática) así lo atestiguan. A medida que han avanzado los días, este apoyo no ha hecho sino extenderse de los jóvenes al resto de la sociedad. Parados, precarios, clases medias y pensionistas han tomado las plazas enfurecidos por decisiones políticas como la prohibición de la Junta Electoral y los frustrados desalojos de Sol y Barcelona. Actuaciones que han demostrado de forma aún más inequívoca hasta qué punto la clase política se encuentra alienada de la realidad social.
Las carencias democráticas en España y Europa son suficientes para hacer necesaria una renovación cívica y política | ||||||
Entender el 15-M principalmente como una protesta frente a la pobre calidad democrática es algo que parece acertado, y que abre la puerta a posibles resonancias entre los ciudadanos de otros países europeos. Durante años en Europa, la brecha entre la sociedad y los políticos no ha hecho sino aumentar; ahora, el frenazo económico ha demostrado la relevancia de esta carencia. La frustración social generada por las ganancias de los ejecutivos y el tratamiento dado a los bancos (en Islandia e Irlanda); las demandas de los mercados e instituciones financieras (en Grecia) o los abusos y poca representatividad de la clase política (recuérdese el escándalo de las dietas que sacudió Reino Unido), son ejemplos del divorcio cada vez mayor entre sociedad y políticos. Esto constituye un importante problema estructural que puede generar diversas respuestas. Frente a la parálisis y la falta de ideas europeas, una de las contestaciones que parecen tener más fuerza es el populismo nacionalista –como demuestra el auge de formaciones xenófobas y de extrema derecha en numerosos países. Frente a esta opción, la sociedad civil puede constituir una fuente de inspiración para el futuro europeo a medio y largo plazo.
Es aún pronto para avanzar un análisis certero sobre el 15-M; sin embargo su carácter honesto, plural y radical (en el sentido más puro de la palabra: etimológicamente de raíz), es un importante motivo para el optimismo. Jóvenes en la Puerta del Sol hablaban de llevar a cabo “nuestra Transición”, lo que ejemplifica tanto el deseo de renovación democrática, como la poca estima en que se tiene al sistema actual. La pregunta clave –y aún por contestar– es qué forma tomará el 15-M para garantizar su supervivencia y sus posibilidades de éxito. Una protesta continua y masiva en la calle necesita de unas energías que el 15-M no puede garantizar –a menos que las decisiones políticas ayuden como hasta ahora. Dos líneas de actuación parecen dibujarse: una serie de demandas claras para su adopción por el sistema político (#consensodeminimos), y el traslado de las dinámicas participativas y horizontales generadas en las plazas a los barrios para cimentar un proceso de renovación cívica local a largo plazo.
Sol no es Tahrir –como dejó claro Sarkozy al ser preguntado en la cumbre del G-8– por dos motivos tan claros como reveladores de la importancia del 15-M para Europa. El Estado de Derecho español no es comparable con el régimen autoritario de Mubarak (pese a que la brutalidad policial deja claro que salir a la calle no está exento de peligros). Sin embrago, creer que esta diferencia hace innecesarias manifestaciones como la del 15-M es un error. Las carencias democráticas en España y Europa son suficientes para hacer necesaria una renovación cívica y política. En segundo lugar, la falta de un objetivo tan claro y simbólico como es la marcha de un dictador añade dificultad a la hora de movilizar a la población española. Esto recalca el valor de lo conseguido hasta ahora y puede resaltar la existencia de puntos comunes con la ciudadanía de una Europa cuyos líderes parecen empeñados en empujar hacia el abismo.
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