Desde que llegó al poder, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad es reconocido por su retórica. En algunas ocasiones ha demostrado su odio hacia el Estado judío, y por esta razón desea tener armas nucleares. - AFP
Desde que llegó al poder, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad es reconocido por su retórica. En algunas ocasiones ha demostrado su odio hacia el Estado judío, y por esta razón desea tener armas nucleares. - AFP
¿Qué quiere Ahmadineyad?
Por: Hasan Turk, Profesor Universidad Pontificia Bolivariana
El gran Imperio persa que fue Irán quiere recuperar esa fuerza milenaria para ser hoy un actor regional y global. Por eso la prioridad de su presidente es tener la bomba atómica.
Mahmud Ahmadineyad es el sexto presidente de la República Islámica de Irán. Llegó al poder el 3 de agosto del 2005 y su reelección en el año 2009 fue tan polémica que dio lugar a un hecho insólito: por primera vez en la historia de este país, la población iraní se descargó en insultos y críticas contra Ayatolá, jefe del Estado y líder supremo. Jóvenes en las calles gritaban “no queremos una República Islámica de Irán, sino una República de Irán”.
En aquel momento, la sociedad iraní vio que sí se podía marchar, pero a cambio pagó un alto costo, pues muchos fueron asesinados, maltratados y encarcelados por los guardianes de la revolución (paramilitares voluntarios), mientras Ahmadineyad ganaba las elecciones con el 63% de los votos.
Al otro candidato, Hossein Musawi, la prensa internacional occidental lo daba como vencedor debido a los resultados superiores que obtenía en las encuestas previas a la elección. El problema de este sondeo fue que consultó solo la opinión de estudiantes en las principales ciudades y de personas que habían conocido otros países fuera de Irán, pero olvidó las masas en el interior del país.
La candidatura de Musawi había sido aprobada por Ayatolá, por eso él no podía intervenir en los asuntos internos. Así, la única forma de derrotar el régimen era mediante una contrarrevolución.
Populista con ambición nuclear
Ahmadineyad es islamista y populista. Viene de una familia humilde –su padre fue un herrero– y por eso las masas lo ven como un salvador, un presidente que entiende la situación del pueblo.
En la medida en que los medios de comunicación de Occidente atacan a Ahmadineyad, su popularidad crece, pues en Oriente Medio la población cree que si un líder oriental es amigo de Occidente, es malo.
Desde que llegó al poder, Ahmadineyad es reconocido por su retórica. En algunas ocasiones ha demostrado su odio hacia el Estado judío, y por esta razón desea tener armas nucleares. Si Israel las tiene, ¿por qué Irán no? El gran Imperio persa quiere recuperar esa fuerza milenaria para ser hoy un actor regional y global. Por eso su prioridad es tener la bomba atómica.
A través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Estados Unidos le impuso a Irán nuevas sanciones y endureció el embargo económico. Ello, en vez de causarle perjuicio, lo beneficia, pues el país se ve obligado a desarrollar su propia tecnología, entretanto le sigue comprando a China y a Rusia artefactos nucleares en forma clandestina. No hay que olvidar que Irán inauguró el pasado mes de agosto su primera central nuclear, construida por Rusia en la ciudad costera de Bushehr, en el Golfo Pérsico.
Hay que recordar que desde la Revolución iraní en 1979, Ayatolá Jomeini declaró como gran Satanás a Occidente, especialmente a Estados Unidos e Israel. Por eso cuando escuchamos en los discursos de Ahmadineyad decir “hay que borrar del mapa a Israel”, no es infundado y ese odio aumenta sus niveles de aceptación entre la población.
Líder apocalíptico
Un asunto tan desconocido como importante es que Ahmadineyad pertenece a un grupo apocalíptico en Irán.
En los años 50, un grupo de chiítas formaron una organización llamada Encümen–i Hayriye–yi Hüccetiye–yi Mehdeviyye, en sus orígenes como respuesta al movimiento Behaísmo y/o Bahaísmo, pero en realidad es un grupo radical y apocalíptico.
Los chiítas, según sus creencias, están esperando el Imam oculto, personaje que es el Mahdi para los chiíes, nació en Samarra el año 256 de la Hégira (868) y habría vivido hasta que su padre, el undécimo Imam, fue martirizado el día 8 del mes Rabi’ al–awwal del año 260 de la Hégira (primero de enero de 874). Dicen que “desapareció” siendo niño.
Según los chiítas, este viviría desde entonces oculto, y en un futuro (de debatido pronóstico) habrá de volver como redentor. Para ello, es necesario que estalle una guerra en la que muchos van a morir. Solo entonces, el Imam oculto vendrá a salvar a los fieles.
En realidad, esta creencia también existe en el cristianismo y en el judaísmo. Según esta última, para que venga el Mesías debe haber un conflicto en el que solo sobrevivan 7.000 personas, quienes harán una súplica en el Monte de los Olivos, ubicado en el este de Jerusalén, para que Dios envíe al Mesías.
La prensa del Oriente Medio ha publicado varios artículos diciendo que Ahmadineyad pertenece a ese grupo apocalíptico. Analizándolo desde esta perspectiva, ahora se puede entender más fácil por qué el Presidente de Irán quiere una bomba atómica y por qué quiere borrar del mapa al Estado hebreo.
Según el Pew Research Center, actualmente en el mundo hay 1.570 millones de musulmanes y solo el 10% son chiítas. Por eso, la Revolución iraní fue una revolución islámica solo para los chiítas y para el 90% de los musulmanes fue una revolución chiíta.
Aunque al comienzo Ayatolá Jomeini quería expandir esta revolución a los países musulmanes y a todos los pueblos oprimidos por las potencias occidentales, no tuvo mayor influencia en el mundo musulmán, y menos en otras naciones.
Ahmadineyad no representa al mundo musulmán y en muchos países sunitas no tiene mayor aceptación. Diría que él es el Hugo Chávez del Oriente Medio, un líder populista. Países como estos cubren sus problemas internos con cortinas de humo, y la mejor excusa ha sido el antiimperialismo y el antijudaísmo. Quizá por eso los dos mandatarios se entienden tan bien a pesar de que no tienen nada en común.
La población del Oriente Medio no soportaría una tercera guerra. Si Estados Unidos e Israel atacan a Irán, la región se convertiría en un caos. Irán no es un Irak, y tampoco un Afganistán. Lamentablemente, las primeras inmolaciones fueron allí con el permiso de Ayatolá. Los iraníes también creen en un destino manifiesto como los norteamericanos, y para un iraní morir por su Imam oculto, por su patria y por su fe es un gran honor. Ellos piensan que al morir en una batalla simplemente se pierde la vida mundana, pero Dios los espera en el cielo. Entender y luchar contra este pensamiento no va a ser tarea fácil para un soldado norteamericano.
Edición:
UN Periodico Impreso No. 138
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