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En medio de la agitación que domina Oriente Medio, en particular la situación en Siria y Libia, Túnez puede parecer hoy un país pacífico que avanza hacia la democracia. Mientras se dispone a organizar las elecciones previstas para el 24 de julio, muchas personas están tratando de constituir partidos con la esperanza de preparar el terreno para un futuro prometedor. El Gobierno de transición ha prohibido a los miembros del régimen del derrocado Ben Alí y el antiguo partido gobernante que se presenten a algún cargo durante diez años, y el primer ministro interino, Beji Caid Essebsi, ha confirmado que el Ejecutivo respalda la paridad obligatoria entre hombres y mujeres para las listas electorales, con unas reglas que garanticen la colocación de las mujeres en puestos en los que puedan salir elegidas. La comunidad internacional también ha expresado su pleno compromiso con el país.
No obstante, un examen más detallado indica que a Túnez le queda mucho para lograr una transición democrática fácil y pacífica. La inestabilidad sigue siendo un problema grave, existe una dicotomía socioeconómica y los tunecinos tienen diferentes puntos de vista sobre las líneas generales de su futuro común.
A Túnez le queda mucho para lograr una transición democrática fácil y pacífica | ||||||
A diferencia de Libia, Siria e incluso Argelia y Yemen, Túnez ha vivido tradicionalmente libre de tribalismos y otras formas de comunitarismos. Sin embargo, la sociedad tunecina no es homogénea, ni mucho menos. Existe una gran diferencia entre las zonas costeras y las interiores, y la coexistencia de esos dos mundos suele crear tensiones que podrían perjudicar a las elecciones, porque alguna de las partes podría negarse a reconocer los resultados. Bajo el Gobierno de Ben Alí, las inversiones se destinaron sobre todo al litoral, que era asimismo donde acudían la mayoría de los turistas. Por consiguiente, mientras el 70% de la población veía cómo se desarrollaban sus ciudades y sus barrios, el otro 30% tuvo que soportar malas políticas agrarias, un pobre desarrollo industrial y escasas mejoras en materia de servicios sanitarios e infraestructuras. Con la desaparición del dictador, muchos ciudadanos del interior exigen ahora garantías para su futuro. Que el desarrollo les llegue a ellos es la condición que imponen para reconocer o no el proceso político nacional.
Tampoco parece que puedan ponerse de acuerdo los tunecinos sobre qué tipo de futuro debe tener su país. Aunque los habitantes de las grandes ciudades costeras miran con desconfianza el probable ascenso del partido islamista En Nahda, recién legalizado, otros sectores de la sociedad pueden inclinarse más hacia sus posiciones. La población joven y desempleada que encabezó la revolución sólo ha vivido la experiencia de una dictadura de partido único. La caída del régimen y la eliminación de la Agrupación Constitucional Democrática han dejado un vacío político que debe llenarse. Si bien todos están de acuerdo en que los islamistas, seguramente, obtendrán más votos que ninguna otra formación en los comicios (alrededor del 28-30%), nadie sabe cómo sería posible construir un puente entre quienes consideran que ése sería el resultado de un proceso democrático normal y quienes piensan que sería una catástrofe en un país de tradición laica.
Hasta ahora, no se ve demasiada luz al final del túnel a corto plazo. El malestar puede aumentar de aquí a las elecciones legislativas de julio. El Gobierno de transición y sus supuestos partidarios deben tener cuidado para no caer en políticas torpes que puedan contribuir a agrandar la brecha existente en el país. La prioridad debe ser dedicar todos los esfuerzos posibles a lograr que las ciudades y regiones más pobres de Túnez lleguen a ser tan prósperas como la costa, proporcionar asesoramiento y ayuda técnica al Ejecutivo de transición para que las elecciones sean lo más transparentes y democráticas posible e instar al Estado a que se comprometa a llevar a cabo políticas capaces de garantizar la seguridad, la igualdad, la representación política y una mejor distribución de la riqueza. De lo contrario, la revolución tunecina puede correr el riesgo de desaprovechar su oportunidad democrática, con consecuencias negativas para el resto de la región.
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