Los ecos templados de la revolución democrática en la región.
MARTIN BUREAU/AFP/Gettyimages |
G. Seguir, de cincuenta y cuatro años, invidente y minusválido, llega acompañado de sus hijos, a una de las dependencias del Ayuntamiento de M’sila, en pleno Atlas argelino. Se ha envuelto en la bandera nacional. El señor se queja amargamente de que, a pesar de haber saldado sus deudas con Sonelgaz, la sociedad nacional dedicada al suministro de agua y electricidad, ha pasado una jornada más de lo previsto sin estas dos necesidades básicas por culpa de la lentitud administrativa. En plena protesta pública, G. Seguir se rocía gasolina y amenaza con quemarse a lo bonzo junto a sus dos hijos: una niña de 8 años y un chico de 11. Gracias a la intervención de varias personas, los niños, víctimas de un ataque de nervios, son retirados de la escena, aunque no logran evitar que G. Seguir se prenda fuego. Hoy este padre de familia argelino permanece en estado crítico en un hospital.
Como G. Seguir, en Argelia ocho personas han intentado, en algo más de una semana, quitarse la vida en actos semejantes de desesperación. Todos ellos, como el caso de una cincuentenaria que se quemó en la Asamblea local de una ciudad del oeste argelino, o el intento de suicidio colectivo de una veintena de personas que viajaban en una patera rumbo a las costas españolas, que era interceptada por los guardacostas de la ciudad de Annaba (Argelia). Desde que el 17 de diciembre, el ahora célebre y mártir vendedor de verduras e informático en paro Mohamed Bouazizi, encendiera con su inmolación en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid la mecha de la revolución social que acabó con 23 años de régimen autoritario en el país, la trágica moda se extiende por varios países de la región. Marruecos, Argelia, Mauritania y Egipto. Algo ha cambiado después de la exitosa revolución popular que ha abierto el camino a la democracia en Túnez.
Todos son conscientes: militares, periodistas, profesores, políticos y, sobre todo, los ciudadanos para los que Internet sigue siendo algo procedente de otra galaxia. Una viñeta del diario argelino El Watan, abanderado de la libertad de prensa en el país, mostraba la sombra de una estatua del depuesto Zine el Abidine Ben Alí a punto de caer hacia poniente y proyectándose sobre Argelia y Marruecos. La pregunta que desde hace días está en boca de todos es la misma: ¿el escenario tunecino es equivalente al del resto de países del Magreb? ¿Puede la carestía de los productos de primera necesidad y el deterioro de las condiciones de vida de la población provocar una ola de revoluciones democráticas, laicas y populares?
Argelia comenzó a golpear pronto, con la misma contundencia que su vecino. El brote de protestas por la inflación y la pérdida de poder adquisitivo de un pueblo extraordinariamente joven -más del 70%, según el Fondo Monetario Internacional, tiene menos de 30 años- recorría Argel, pero también la contestataria región de la Cabilia y Tizi Uzu, además de Orán o Béjaia. Por el momento, la contundencia de las fuerzas del orden dirigidas por el general Buteflika ha logrado, por el momento, una tensa calma en el gigante magrebí. Además, la ventaja de tener unas finanzas públicas boyantes -gracias a los ingresos procedentes de las exportaciones de gas y petróleo- permitió al Gobierno aprobar un paquete de medidas económicas destinadas a aliviar la situación de los maltrechos bolsillos de los argelinos. Entre ellas la supresión de los aranceles y el IVA hasta el próximo mes de junio del azúcar no refinado y los aceites alimentarios con vistas a abaratar los precios. El resultado casi inmediato fue el cese de los disturbios, que dejaron atrás tres muertos, más de 800 heridos y centenares de detenidos. La última demostración de fuerza del régimen se produjo el pasado fin de semana cuando una manifestación contra la dictadura convocada por el partido la Reunión por la Cultura y la Democracia (RCD) fue disuelta violentamente.
Si la calle es duramente reprimida, la libertad se cuela por las rendijas de la activa prensa argelina, que se atreve a hablar estos días de estado de sitio nacional y de la necesidad de un cambio democrático. La poca oposición política real se afana por hacerse un hueco entre las protestas populares. El Watan capitanea la publicación de cables de Wikileaks críticos con el régimen militar del Frente de Liberación Nacional (FLN), como el que habla del fraude electoral de Buteflika en 2009. Un hecho que en el vecino marroquí la retirada de ejemplares de periódicos como El País, Le Monde o Al Quds Al Arabi, publicaciones que osaron llevar a sus páginas filtraciones del célebre portal relativas al poder autocrático de Mohamed VI.
El antecedente saharaui: Aunque con el telón de fondo del conflicto del estatus político del Sáhara Occidental, lo cierto es que las protestas por las penosas condiciones de vida que sufre la población saharaui que tuvieron lugar en el campamento de Gdeim Izyk el pasado octubre, pueden considerarse el precedente de esta ola de revueltas que recorre el Magreb. La presencia del evanescente Frente Polisario y los variopintos colectivos internacionales de apoyo al pueblo saharaui tornaron pronto el objeto de la protesta en una reivindicación soberanista que sus organizadores siempre desmintieron. Luego llegó la intervención del Ejército marroquí y el control absoluto de la ciudad El Aaiún, epicentro de las revueltas posteriores. Argelia y la prensa española se convirtieron en el enemigo de Marruecos, que acabó controlando la situación. La pasada semana, en Smara, no lejos de El Aaiún, un hombre se unió a la ola regional de intentos de suicidio intentándose inmolar a las puertas de la prefectura de la ciudad.
Marruecos, la autoridad del monarca: Son las tres de la tarde. Un grupo de unos doscientos jóvenes veinteañeros, portando pancartas y vistiendo unos llamativos petos color butano, protesta a las puertas del Parlamento de Rabat. La escena se produjo la pasada semana, pero es una fotografía fija en los últimos años. Se quejan de la falta de oportunidades laborales del mercado marroquí para ellos, licenciados universitarios. Aspiran a los insuficientes salarios de la administración pública, si tienen la suerte de acceder a ella, que rondarían aproximadamente los 250 euros mensuales. Blanden retratos del Rey y banderas nacionales. Quieren dejar claro que su protesta no va dirigida contra la figura del jefe del Estado y emir de los creyentes. La crítica tiene como blanco la desacreditada clase política, la corrupción de los dirigentes, un etéreo estado general de las cosas que se afanan por desvincularse de las responsabilidades y las buenas intenciones del monarca alauí.
En ello estriba precisamente una de las diferencias que hacen el caso marroquí distinto del argelino, tunecino, libio o egipcio. En los demás vecinos norteafricanos la figura del mandatario no está investida de un carácter religioso y divino como en el caso de Marruecos y el pueblo es consciente del origen civil de la autoridad del general Buteflika, del coronel Gadafi o del octogenario presidente egipcio Hosni Mubarak.
No obstante, hasta el poniente de Marruecos se han dejado sentir aires del vendaval de Túnez. Aunque silenciados por la censura oficial –el retroceso en la libertad de prensa en los últimos meses en el país es evidente: el cierre del semanario Nichane, la delegación de Al Jazeera y los problemas sufridos por la prensa española lo atestiguan–, varias localidades marroquíes han registrado en los últimos días pequeñas concentraciones de protestas por la carestía de precios. La elevada tasa de analfabetismo –según ciertas fuentes superior al 50% de la población– explica, en suma, la debilidad y la falta de organización de la protesta, en una diferencia fundamental respecto a los vecinos tunecino, sobre todo, y argelino en menor medida.
¿El escenario tunecino es equivalente al del resto de países del Magreb? | ||||||
¿Qué país tiene más posibilidades de repetir una revolución como la vivida en Túnez? No pocos analistas señalan que la situación social en Egipto reproduce muchos de los síntomas propicios para una revuelta general. Una presión demográfica dramática –más de 80 millones de personas–, previsiones de inflación galopante, las heridas de la comunidad copta aún supurando y un régimen asfixiante, que trata de sobrevivir al ocaso del dictador permitiendo un aumento gradual de las libertades, empujan a la población egipcia a la movilización. Para marcar el carácter simbólico del preludio, el pasado 18 de enero un hombre se quemaba a lo bonzo a las puertas de la Asamblea Nacional en El Cairo. No ha sido el único caso en Egipto.
¿Miedo al ascenso de los islamistas?: Mohamed VI es consciente de que una de las pocas amenazas a la estabilidad del régimen –hoy muy debilitada— la constituye el islamismo político. Para combatir al partido que hoy agrupa a esta tendencia, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), formación de implantación urbana y segunda en las elecciones generales de 2007, el monarca ha favorecido el ascenso de un amigo personal, Fouad Ali el Himma, antiguo segundo de a bordo en el Ministerio del Interior, a través del liderazgo del nuevo Partido de la Autenticidad y Modernidad (PAM). Pocos conocen la ideología de la formación que, en tan solo un año de vida, ya logró imponerse en los comicios locales de 2009. El grupo se apresuraba estos días a manifestar su solidaridad con el pueblo tunecino y a celebrar “su compromiso con la democracia, el Estado de derecho y la modernidad”. Al mismo tiempo, el Gobierno marroquí prohibía cualquier tipo de manifestación de apoyo a Túnez. Lo cierto es que en este país la revolución ha tenido un carácter netamente laico y el islamismo político no juega aún un papel relevante en el camino hacia la democracia. En Argel el Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) y, sobre todo, el RCD, dos fuerzas fundamentalmente laicas que hablan del fin de un régimen corrupto, tratan de liderar el malestar general y traducirlo en apoyos políticos.
La revolución a través de Internet: Sin las redes sociales y la blogosfera la revolución tunecina no habría tenido lugar. Resta por saber si será igual de determinante en las próximas revueltas que previsiblemente tendrán lugar por la región. La alta penetración de Internet en Túnez es correlativa a los notables registros educativos del país, que contrastan con los de sus vecinos marroquíes, argelinos o egipcios. En Facebook la juventud contestataria encontró el instrumento organizativo idóneo para zafarse del férreo control gubernamental, obviando las fuerzas políticas tradicionales de la oposición, que hoy pelean por atraerse al votante ante las próximas elecciones generales. Ante la fragilidad del panorama político tradicional, los medios sociales y, por extensión, la globalización de las comunicaciones constituyen las grandes esperanzas para la población de los países del Magreb. La libertad se cuela por los teléfonos móviles y los portátiles de los egipcios y los libios, de los jóvenes de Casablanca a Argel pasando por Nouakchott. Sin embargo, esta tierra norteafricana es ancha, áspera y remota y serán necesarios fuertes vendavales de cambio para lograr el fin progresivo de la tiranía, el abandono y la pobreza en que está sumido.
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