Los monarcas del Golfo Pérsico, ricos y sin nadie a quien dar cuentas, llevan mucho tiempo creyendo que podían librarse de la agitación de Oriente Medio. Ya no.
Ahora que, por lo que parece, la historia de las dinastías gobernantes en el Golfo inicia su último capítulo, o –en el caso de Bahréin— sus últimas semanas, merece la pena detenerse a pensar de dónde proceden estas familias, como han gobernado y quién es quién. He aquí, pues, una breve guía para distinguir a los Al Khalifa de los Al Saúd y no mezclar a los Al Maktum con los Al Thani.
Casi todos los gobernantes actuales tienen antepasados que fueron creación de los británicos. El imperio había pasado el siglo XIX luchando con unas colonias lejanas y costosas y prefirió convertir sus nuevos dominios del Golfo Pérsico en protectorados de bajo coste mediante la firma de tratados de paz con cualquier clan que estuviera en ese momento en el poder. Gran Bretaña garantizaba a los jeques firmantes protección frente a todas las amenazas (incluida la insurrección interna) a cambio del compromiso de mantener las importantísimas rutas navieras desde la India libres de piratas. Al acabar 1971, los británicos habían abandonado el Golfo, no sin antes dejar colocado a un nuevo sultán en el trono de Omán el año anterior, cambiar al gobernante de Abu Dhabi en 1966 e impedir que Irak se anexionara Kuwait en 1961. La dinastía Saúd del interior de la Península Arábiga –una feroz tribu de beduinos procedente de la inhóspita región de Nejd— era la excepción, porque estaba bastante desconectada de los intereses británicos. Sin embargo, en 1933, con la fundación de la Arabian American Oil Company (ARAMCO), su suerte empezó a estar cada vez más vinculada a los intereses occidentales, al tiempo que fue llenando el vacío político de una península llena de petróleo.
En la última parte del siglo XX, la era postimperial, las diversas dinastías del Golfo prosperaron y consolidaron su poder mediante el establecimiento de amplios contratos sociales o pactos de gobierno con los ciudadanos. La mayoría de la población local recibía una porción de la riqueza del petróleo, en forma de subsidios, vivienda, asistencia social y facilidad de empleo en el sector público y, a cambio, renunciaba a la participación política; por otra parte, los trabajadores extranjeros importados tenían mejores sueldos que en sus países, pero podían ser deportados en cualquier momento y nunca podían aspirar a ser ciudadanos de pleno derecho. Con este sistema, las dinastías lograron pasar discretamente de su antigua posición de jefes tribales tradicionales a su papel actual -en el mundo árabe anterior a 2011- de autócratas que dirigen unas sociedades cerradas y censuradas y unos Estados policiales con un espantoso historial de derechos humanos y pocas diferencias estructurales respecto a los dictadores de otros Estados.
En muchos aspectos, dado que los partidos políticos están prohibidos en general en el Golfo, estas dinastías en constante expansión se han convertido en una especie de grandes formaciones dentro de un sistema monopartidista. Formadas por centenares de miembros –en el caso de Arabia Saudí, miles-, ocupan casi todos los puestos importantes en la administración y las empresas y consiguen –a través de compañías de paja- quedarse con parte de las ganancias en las empresas nacionales más importantes y en joint ventures con compañías extranjeras. Todos reciben estipendios anuales del propio jefe supremo, desde los 140.000 dólares (unos 100.000 euros) para los miembros más insignificantes de la familia que gobierna Bahréin hasta sumas mucho más cuantiosas para miembros de las dinastías de Abu Dhabi y Qatar, más acomodadas. Gran parte de esa riqueza está a resguardo en el extranjero –y los gobiernos futuros deberían tratar de recuperarla, puesto que procede de los ingresos del petróleo-, invertida en propiedades inmobiliarias en capitales de Occidente y otros lugares, tanto para su uso personal como para tener vías de escape en caso de que el Golfo se vuelva inestable. Además, como ha quedado demostrado en varias ocasiones, las dinastías suelen estar por encima de la ley, y es prácticamente imposible enjuiciar a los principales miembros de las familias gobernantes en sus países.
La familia Al Saúd, que gobierna el mayor de los Estados del Golfo, es la que merece más atención. Su condición de guardianes de los lugares sagrados de La Meca y Medina y su alianza histórica con el movimiento wahhabi hacen que la familia siempre haya sido de tendencia conservadora, lo cual le ha beneficiado y le perjudicado, porque, aunque le ha permitido alegar más legitimidad religiosa que sus vecinos, también le ha impedido llevar a cabo reformas de peso. El rey actual –Abdalá Ben Abdelaziz al Saúd- ha dicho que está a favor de que las mujeres conduzcan e incluso ha creado una universidad con coeducación. Pero cada medida que toma se encuentra con oposición. Y otro obstáculo que afronta la familia es la inminente crisis sucesoria. El príncipe heredero –Sultán Ben Abdelaziz al Saúd— tiene 83 años, casi tantos como el rey. El poderoso Nayef Ben Abdelaziz al saúd –ministro del Interior— tiene 77, y el histórico gobernador de Riad –Salman Ben Abdelaziz al Saúd— tiene 71. Pronto, la dinastía tendrá que decidir qué hacer para no tener que nombrar a los hijos del patriarca original de Arabia Saudí y pasar a la siguiente generación. Existen varios candidatos, como el hijo de Sultán, Bandar Ben Sultán al Saúd, que fue embajador en Estados Unidos; el hijo y mano derecha de Nayef, Mohamed Ben Nayef al Saúd; y Mohamed Ben Fahd al Saúd, hijo del antiguo rey Fahd Ben Abdelaziz al Saúd.
Los Emiratos Árabes Unidos constituyen también un caso muy complejo. Formados por siete emiratos más o menos confederados, cada uno de ellos tiene su propia monarquía, pero, como Abu Dhabi controla la mayor parte de la riqueza del crudo, en la práctica, sus gobernantes han presidido siempre la federación. Los al Nahyan de Abu Dhabi han sido históricamente unos gobernantes precavidos y conservadores, que preferían resolver los asuntos familiares en privado y ofrecerse como intermediarios honrados para mediar en las disputas de los demás emiratos. Su patriarca –Zayed Ben Sultán al Nahyan—gobernó hasta 2004; le sucedió de forma pacífica su hijo mayor, Khalifa Ban Zayed al Nahyan. Khalifa es un mero mascarón de proa, y un cable de WikiLeaks reciente, firmado por el embajador de EE UU, le describía como “un personaje distante y nada carismático”. El verdadero poder está en manos del príncipe heredero y hermano de padre de Khalifa, Mohamed Ben Zayed al Nahyan. Mohamed tiene cinco hermanos menores -entre los que está el ministro de Asuntos Exteriores de los EAU.-, que representan el futuro del régimen. El líder de Dubái, Mohamed Ben Rashid al Maktum, ejerce de primer ministro y ministro de defensa de los EAU. Pero son dos cargos sin contenido, y su papel en el espectacular derrumbe económico de Dubái asegura que su participación en el futuro político de los Emiratos va a ser escasa. Los gobernantes de los Estados más pequeños tiene una influencia mínima y han acabado siendo vasallos subvencionados. Merece una mención especial Sultán Ben Mohamed al Qasimi, el soberano de Sarja, que es un personaje de gran formación y muy respetado. (Pese a ello, no hay que olvidar que Sarja ha sido escenario de terribles violaciones de los derechos humanosen los últimos años).
Históricamente, la familia al Sabah de Kuwait ha sido la menos autocrática de las dinastías del Golfo, y gobierna con un parlamento, de forma intermitente, desde hace varios decenios. Pero esta apertura relativa no es voluntaria, porque se explica, sobre todo, por el hecho de que el país obtuvo su independencia relativamente pronto, en una época en los círculos de mercaderes todavía eran poderosos y la familia reinante tenía que consultar con ellos. El emir, Sabah al Ahmed al Jaber al Sabah, fue antes primer ministro y ministro de Exteriores de Kuwait, y en general despierta simpatías, aunque quizá se considera que no es capaz de controlar a los miembros de su familia. El príncipe heredero es el hermano del emir, Nawaf al Ahmed al Jaber al Sabah, y el primer ministro actual, asimismo de la familia real, es Nasser Mohamed al Ahmed al Sabah.
La dinastía al Thani, que gobierna Qatar, es pequeña y dinámica. Con sus inmensas reservas de gas, es la que está en mejor posición de todas las monarquías, y puede repartir la riqueza entre su pequeño número de ciudadanos. Además, su política exterior de neutralidad activa y el hecho de ser la sede de la poderosa cadena Al Yazira le otorgan crédito entre los movimientos de protesta de todo el mundo árabe. Dentro de la familia cuentan cuatro personas: el emir, Hamad Ben Khalifa al Thani; su hijo y príncipe heredero, Tamim Ben Hamad al Thani; su poderoso primer ministro, Hamad Ben Jassim al Thani; y su celebrada esposa, Mouza Bent Nasser al Misnad, que dirige la acaudalada Fundación Qatae y muchos de los importante proyectos de educación del emirato.
La dinastía Al Bu Saíd de Omán es la más difícil de comprender. Después de expulsar a su padre con ayuda británica en 1970, el sultán actual, Qabús Ben Saíd Al bu Saíd, no tiene hijos ni herederos. Es decir, en Omán se avecina una crisis sucesoria similar a la de Arabia, porque Qabús tiene ya 70 años. Además, para complicar las cosas, este ha mantenido siempre a sus familiares fuera del Gobierno, por miedo a que crearan bases paralelas de poder. En esta situación, corren las especulaciones sobre quién puede ser el próximo monarca. Según el derecho de primogenitura, debería ser uno de los hijos de su difunto tío, Tariq Ben Taimur Al Bu Saíd, que fue el único primer ministro que ha tenido Omán, a principios de los 70.
Por último, la dinastía más pequeña y aislada del Golfo, la familia al Khalifa de Bahréin, ha tenido siempre las cosas mucho más difíciles. Con mucha menos riqueza petrolera que sus vecinos, nunca han podido repartir tanto dinero entre su población y han recibido acusaciones de torturas y violaciones de los derechos humanos. Además, la mayoría de la población es chií, mientras que la clase dirigente es suní. Eso ha añadido un componente sectario a sus problemas, porque los chiíes suelen quedar excluidos de los puestos importantes y se quejan de que los Al Khalifa han intentado alterar la composición demográfica del país mediante la oferta de pasaportes a suníes de otros países. En Bahréin sólo importan verdaderamente tres personas: Hamad Ben Isa al Khalifa, que gobierna desde 1999 y se autoproclamó rey en 2002; su príncipe heredero, Salman Ben Hamad al Khalifa; y el odiado tío del rey, Khalifa Ben Salman al Khalifa, que es primer ministro desde hace 40 años. De ellos tres, parece que el príncipe heredero, Salman, es el más moderado. No es extraño, pues, que sea él quien ha saltado a primer plano para negociar con los opositores. Ahora bien, dado lo pequeña que es la familia gobernante, decir que un miembro es más moderado que otro carece de sentido, porque todos pertenecen al núcleo duro del régimen.
Después de que los Al Khalifa hayan autorizado el uso de munición, balas de goma y gas lacrimógeno contra la población y se hayan apresurado tanto a desplegar los tanques y las tropas de mercenarios, es poco probable que los manifestantes abandonen las protestas antes de conseguir el cambio total de régimen. Como mínimo, tendrá que irse el primer ministro que tantos años lleva en el poder, y habrá que establecer una auténtica monarquía constitucional. Debido al papel histórico de Bahréin como centro político y cultural de la región, las protestas están sirviendo ya de ejemplo a los ciudadanos descontentos de las demás monarquías de la región. Qatar se mantiene bastante estable por la gran cantidad de riqueza que distribuye, y Kuwait, gracias a su parlamento, cuenta con una válvula de seguridad que debería ser suficiente para evitar grandes disturbios. Una situación irónica, porque sus vecinos autócratas se han pasado años burlándose de su endeble cámara legislativa.
Arabia Saudí y Omán, por el contrario, albergan a un gran número de pobres y desposeídos, muchos de los cuales pueden empezar a ver ahora un futuro sin dinastías, palacios ni subsidios y pueden estar dispuestos a emprender acciones. Incluso en los EAU, donde hay cientos de ciudadanos que viven en condiciones modestas, en los emiratos septentrionales, y hasta 100.000 beduinos apátridas, están ya previstas protestas contra sus señores de Abu Dhabi.
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