Solo se han producido tímidos conatos de protestas que han sido abortadas por la policía rapidamente. Existe una masa crítica, pero cualquier intento sería aplastado con sangre y fuego. Además el pueblo chino, tras las revoluciones sufridas, prioriza la estabilidad sobre la libertad.
Frederic J. Brown/ AFP/Getty Images |
“Como hormigas en un wok caliente”. Así describe un bloguero chino el estado de nerviosismo que han provocado las revueltas del mundo árabe en el Partido Comunista Chino (PCCh).
De momento en el país sólo se han producido tímidos conatos de protestas que han sido con rapidez abortadas por la policía. Pero, aun siendo minoritarias y hasta ahora inofensivas, su simple convocatoria abre una serie de interrogantes: ¿es posible que la Revolución del Jazmín se extienda a China? ¿Cuál es la magnitud de la frustración del pueblo con el régimen? ¿Hay una masa crítica de gente lo suficientemente hastiada como para plantearse luchar por un cambio?
La primera pregunta va justo detrás del “buenos días” para periodistas extranjeros, intelectuales chinos y para los miembros del Partido. Responderla de forma categórica es simplemente una temeridad. Sobre todo después de la sorpresa que han dado los países árabes y norteafricanos con esta primavera democrática que nadie había visto venir.
En China, la sensación generalizada es negativa, son poco probables unas revueltas que acaben con el poder establecido. Pero no por falta de insatisfechos, que son muchos, sino más bien porque en el país, tras una convulsa historia reciente, la inestabilidad asusta más que la falta de libertad.
Conatos de protesta
Unos días atrás, una página web censurada y casi desconocida por la mayoría de los chinos, convocó concentraciones silenciosas en varias ciudades del país.
El formato escogido fue el llamado paseo de protesta, con cierta tradición en China. Conscientes de que cualquier pancarta desplegada en un sitio público garantizaba la detención inmediata de quien la portara, los organizadores decidieron hacer una demostración de fuerza disimulada: “invitamos a todos los participantes a pasear, mirar o hacer como que pasan por allí. Si estás presente, el Gobierno autoritario se verá sacudido por el miedo”.
En la primera convocatoria aparecieron algunas decenas de personas, hubo varias detenciones y poco más. Así que, los organizadores decidieron llamar a más concentraciones cada domingo.
Intranquilidad en el PCCh
El Partido ha reaccionado con nerviosismo, algo muy simbólico para los activistas, que lo consideran una victoria.
Centenares de policías y agentes de paisano han tomado las calles donde se pretendía protestar y las han cerrado. También han improvisado otras medidas: han levantado obras de la noche a la mañana en la calle comercial de Wangfujin, objetivo de las concentraciones en la capital. En Shanghai, camiones de limpieza recorren los aledaños del punto de encuentro para evitar que alguien se detenga.
Los corresponsales extranjeros en Pekín han sido advertidos por teléfono de que no pueden acudir a ninguna de las zonas de protesta. Algunos han recibido amenazas veladas de perder su visado. Se ha vuelto a poner en vigor una regulación, suspendida en 2007, que obliga a los periodistas a pedir permiso oficial para entrevistar a cualquier persona en la capital.
Y, como siempre que se siente amenazado, el Gobierno ha puesto en marcha toda su maquinaria represiva. Decenas de activistas han sido detenidos, sometidos a arresto domiciliario y, en algunos casos, acusados de delitos graves como incitar a la subversión contra el poder del Estado. El presidente Hu Jintao ha dado la orden de intensificar los controles en Internet, y le ha recordado al Ejército de Liberación Popular que es al partido a quien debe obediencia.
¿Existe masa crítica?
Una de las claves para discernir si puede haber una revuelta en China similar es identificar qué proporción de la ciudadanía está descontenta con el régimen. Ante la falta obvia de datos oficiales o estadísticas, tenemos que conformarnos con trabajar con un orden de magnitud del descontento: ¿cuántos son los “insatisfechos” con el régimen?
China tiene 1.341 millones de habitantes. Una primera aproximación indica que los descontentos no son mayoría pero que, aun así, se cifrarían en varios centenares de millones de personas.
El país cuenta con una gran cantidad de ciudadanos malnutridos; centenares de miles de personas son enviados ilegalmente a campos de reeducación para el trabajo; y expropiados de forma forzosa de sus viviendas. Además de los llamados, peticionarios, gente que va a la capital a protestar contra las injusticias, son reprimidos por los funcionarios locales. Otros son abogados de derechos humanos a los que les han quitado la licencia; los que sufren de la omnipresente corrupción y abusos de los jefes locales; e intelectuales demócratas.
También personas de otras etnias o religiones están acechadas: miembros de Falung Gong (un grupo espiritual considerado secta en el país); los uigures, mayoritariamente musulmanes de la región de Xinjiang, están controlados con puño de hierro desde Pekín; tibetanos, que adoran en secreto al Dalai Lama, exiliados en India; o los cristianos, una buena parte de los cuales practican su religión en templos secretos e ilegales fuera de la órbita de la Iglesia oficial aceptada por el Partido.
Y, aunque su grado de insatisfacción no sea suficiente como para desear el fin del régimen, habría que sumar a todo lo anterior decenas de millones de trabajadores rurales que emigran a las ciudades y se convierten, por el sistema de pasaporte interno o hukou, en ilegales sin derechos en su propio país; a los jóvenes irritados por los rampantes precios de la vivienda, derivados de la especulación inmobiliaria; y a centenares de millones de personas preocupadas por la inflación.
Además, China está cada vez más lejos de la utopía comunista que predicó Mao Zedong y, hoy por hoy, es uno de los países más desiguales del mundo. Está en la posición 100 de 134 regiones con desigualdad social. Por detrás de Ruanda.
Pero en China cada vez se vive mejor…
Aunque muchos asumen que el margen de descontento es amplio, argumentan que los hijos creen que van a vivir mejor que sus padres.
Tres décadas de crecimiento imparable y una gestión astuta y eficaz del régimen gobernante después de la llegada del aperturista Deng Xiaoping han producido el milagro chino: en poco tiempo centenares de millones de personas han salido de la pobreza más extrema, a la que los anteriores dirigentes del Partido les habían abocado.
Además, el acervo cultural chino conlleva una natural aversión a las situaciones de inestabilidad y tumulto. La nefasta Revolución Cultural está aún muy presente en la mente de todos los chinos, que ahora podrían querer primar la estabilidad sobre la libertad. Y aunque realmente algunos quisieran lanzar unas revueltas, el sistema opresor del régimen es uno de los mejor engrasados del planeta.
Pero, sobre todo, aún está muy viva la lección de Tiananmen: el Gobierno está dispuesto a adaptarse y a aceptar un cierto grado de libertades civiles y económicas, pero cualquier intento de atacar al poder será aplastado con sangre y fuego.
El factor humano
En todo caso, intentar prever lo que ocurrirá en China en base a todas estas discusiones, estimaciones y análisis no deja de ser un brindis al sol.
¿Quién podía prever que la protesta de un tunecino en un pueblo perdido del país, harto de los abusos policiales, iba a encender la chispa del cambio político más radical en la historia reciente de varios países árabes?
Al fin y al cabo, es casi siempre el factor humano, esa parte incontrolable de las sociedades, el principal vector de la Historia. Y las ansias de libertad de un egipcio o un chino pueden estar décadas en estado latente, ocultas, hasta que, por esto o aquello, se disparan. Entonces se convierten en la fuerza política más formidable.
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