jueves, 12 de mayo de 2011

Egipto: La contrarrevolución de Imbaba


Vecinos rodean la iglesia de la Virgen María, incendiada el pasado domingo. | F. Carrión

Vecinos rodean la iglesia de la Virgen María, incendiada el pasado domingo. | F. Carrión

  • Investigaciones apuntas a miembros del antiguo régimen de Mubarak
  • Musulmanes y coptos celebrarán el viernes una marcha por la unidad nacional

No hay rastro de ningún Dios en las polvorientas calles de Imbaba, un humilde barrio cairota de edificios destartalados y poblado por infernales "tok tok", vehículos de tres ruedas y carrocería ligera. Imbaba es un confín demasiado inmundo para hallar en su páramo la gracia de Yavé y Alá.

Puede incluso que no existan cuitas divinas en los enfrentamientos entre musulmanes y coptos que en la madrugada del pasado domingo se cobraron la vida de 12 personas y dejaron 232 heridos.

El móvil de los incidentes de Imbaba podría ser más profano. La batalla de cócteles Molotov, piedras y disparos que suspendió el ánimo de sus vecinos carece aún de autoría cierta. La atención está puesta en los salafistas, defensores de un islamismo ultraconservador, y en los restos del régimen depuesto, que tratan de minar la revolución.

Un rosario de arrestos

El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que gobierna el país desde la salida de Hosni Mubarak, advirtió el domingo que respondería con "mano de hierro". Su puño se deja ver en el séquito de uniformados que custodia las iglesias de Imbaba o en el rosario diario de detenciones.

El domingo 190 personas fueron arrestadas acusadas de incitar a la revuelta. Al día siguiente, el ejército detuvo a 23 sospechosos, entre ellos, el marido de la mujer que, según el runrún popular, permanecía raptada en el templo.

Ayer la policía detuvo a otros 16 individuos. Las investigaciones preliminares publicadas por la prensa local indican que un empresario copto ligado al Partido Nacional Democrático (PND) fue uno de los primeros en disparar. Y apuntan a varios miembros de la formación disuelta como autores del incendio del templo dedicado a la Virgen María, cuya rehabilitación los militares han prometido concluir en 10 días.

Tres meses después de su caída, el último faraón y sus acólitos aún se creen imprescindibles. La revolución necesitó para triunfar 18 jornadas pero el yugo de la dictadura y su legado envenenado todavía sojuzga a los egipcios. Según el prestigioso periodista árabe Mohamed Hassanein Heikal, el sangriento choque de Imbaba "va más allá de la lucha sectaria".

El estado de confusión que acecha la transición está relacionado con "la persistencia de los restos del antiguo régimen, los delincuentes excarcelados deliberadamente y los flujos de elementos extremistas con atuendo religioso, de necesidades básicas insatisfechas y de la corrupción denunciada diariamente en las portadas de los periódicos y a través de las ondas y la pantalla. Todo se entrecruza para producir un estado de ansiedad que busca puntos de vulnerabilidad por los que escapar".

En el barrio de Imbaba, un distrito devastado por la pobreza, la ignorancia y los sueños rotos, el vecino Faruk Haridi, de 65 años, sostiene que "los autores son jóvenes del ex régimen que tratan de sabotear la revolución del 25 de enero". "Musulmanes y coptos nos queremos", agrega sentado a las puertas de su comercio, sito a escasos metros de la iglesia de la Virgen María, devorada por el fuego.

Unidad nacional contra la violencia

La geografía de este distrito de la capital fue propiedad en los noventa del grupo islamista Al Gama al Islamiya, que impuso una suerte de república islámica. El desafío al régimen de Mubarak acabó en diciembre de 1992, cuando 14.000 agentes tomaron Imbaba y sofocaron la rebelión. "La quema de iglesias y el ataque a los cristianos eran diarios", recuerda un cura copto que administra una parroquia próxima al epicentro del último incidente sectario.

"Musulmanes y coptos somos una mano" gritaron el lunes los vecinos del barrio. Su proclama atrona diariamente entre los cientos de manifestantes que se agolpan alrededor de la sede de la radiotelevisión pública, en el centro de El Cairo. "Había más seguridad y menos ataques en tiempos de Mubarak", denuncia Wael Sabri, de 31 años.

Los golpes amargos a la transición han hecho que los fieles de ambos credos convoquen para este viernes una protesta en Tahrir. Confían en que el regreso a la venerada plaza redima al país de los estertores de la violencia interreligiosa. En un callejón de Imbaba, el sacerdote copto ruega en voz alta: "Creemos en el cambio. Hay que combatir la sangre con la libertad y la paz".

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