domingo, 13 de febrero de 2011

Ni dictadores ni islamistas: Una tercera vía para el mundo árabe

Ni dictadores ni islamistas: Una tercera vía para el mundo árabe


Los regí­me­nes auto­ri­ta­rios árabes están siendo sacu­di­dos de raíz o se encuen­tran en plena caída. Y lo mismo está ocu­rriendo con muchas de las fala­cias exis­ten­tes sobre los árabes en sí.

Durante déca­das, estos regí­me­nes han uti­li­zado la ame­naza del isla­mismo fun­da­men­ta­lista para mani­pu­lar a sus 'alia­dos' occi­den­ta­les: o nos apo­yáis, o estos extre­mis­tas os van a mon­tar otro Irán antes de que os déis cuenta. Y Occi­dente, teme­roso, deci­dió optar por lo malo conocido.

La calle árabe, sus durante tanto tiempo mar­gi­na­dos ciu­da­da­nos, ha demos­trado la fal­se­dad de este argu­mento. Y lo ha hecho, ade­más, de un modo que ha sor­pren­dido a casi todo el mundo, empe­zando por los pro­pios islamistas.

Los millo­nes de tune­ci­nos, egip­cios y otros que han irrum­pido en el cen­tro mismo de la vida polí­tica de sus paí­ses han enviado seis men­sa­jes muy claros:

El pri­mer men­saje, el más gene­ral, es que los pue­blos árabes se han can­sado de aguan­tar tanto a sus dic­ta­do­res como a los que les han pro­mo­vido. Han hecho falta varias déca­das para lle­gar a este punto, pero al fin se ha alcanzado.

Los paí­ses árabes de la era post­co­lo­nial tie­nen una media de 60 años de vida. Durante la mayor parte de este periodo, las élites gober­nan­tes han dis­puesto de tiempo y espa­cio para cons­truir una nación y edi­fi­car un estado. Durante los años que siguie­ron a la inde­pen­den­cia, la abru­ma­dora tarea fue con­se­guir que las nue­vas enti­da­des terri­to­ria­les enca­ja­sen con las anti­guas enti­da­des loca­les, den­tro de las fron­te­ras colo­nia­les here­da­das, y disol­viendo, de paso, el sen­ti­miento paná­rabe que pudiera estar incrus­tado entre la pobla­ción. Los gober­nan­tes argu­men­ta­ron enton­ces que estas nece­si­da­des estra­té­gi­cas jus­ti­fi­ca­ban el dar prio­ri­dad al desa­rro­llo por encima de la demo­cra­cia. Algu­nos invo­ca­ban incluso la débil noción de "espe­ci­fi­ci­dad cul­tu­ral" para afir­mar que la demo­cra­cia es un sis­tema poco apro­piado para los árabes. El resul­tado fue un modelo basado en la segu­ri­dad y en el con­trol autoritario.

Ade­más, la gue­rra con Israel fue uti­li­zada como excusa para denos­tar la aper­tura polí­tica y la demo­cra­ti­za­ción, al ser tacha­das ambas de dis­trac­cio­nes de la prin­ci­pal causa árabe. Al final, tanto esta causa como el otro gran obje­tivo, el desa­rro­llo, han fra­ca­sado. En lugar de lograr pro­greso y vic­to­rias, la mayo­ría de los esta­dos árabes, tanto monar­quías como repú­bli­cas, se trans­for­ma­ron en corrup­tos nego­cios fami­lia­res, en torno a los cua­les sur­gie­ron opor­tu­nis­tas cama­ri­llas, bajo la pro­tec­ción, todos ellos, de dra­co­nia­nos apa­ra­tos de segu­ri­dad res­pal­da­dos por un indi­fe­rente Occi­dente. La corrup­ción y la inefi­ca­cia afec­ta­ron a todos los aspec­tos de la vida social, polí­tica y económica.

Todo esto tenía que ter­mi­nar, y lo ha hecho ahora, gra­cias a la revuelta de un pue­blo que no está dis­puesto a seguir siendo humi­llado. El pue­blo ha dado por con­cluido el tiempo otor­gado a sus gober­nan­tes para crear sis­te­mas polí­ti­cos y eco­nó­mi­cos viables.

El segundo men­saje de las revuel­tas des­acre­dita la creen­cia común de que la única alter­na­tiva con­ce­bi­ble a la dic­ta­dura es un régi­men isla­mista. Aún esta­mos en los pri­me­ros días, pero exis­ten ya sufi­cien­tes evi­den­cias de que este impulso va enca­mi­nado hacia una ter­cera vía, más allá de esa cerrada dua­li­dad. Tanto en Túnez como en Egipto, la fuerza domi­nante de la revo­lu­ción es una nueva gene­ra­ción de jóve­nes edu­ca­dos, cuyas valien­tes accio­nes han tocado la fibra de todos los estra­tos de la socie­dad, dejando atrás a los tra­di­cio­na­les (e inefi­ca­ces) par­ti­dos de la oposición.

Su éxito a la hora de movi­li­zar a tan­tos miem­bros de la "mayo­ría silen­ciosa" demues­tra que millo­nes de árabes están har­tos tanto del sta­tus quo como de cual­quier alter­na­tiva de futuro basada en la reli­gión. Cier­ta­mente, los isla­mis­tas tie­nen una gran influen­cia en el mundo árabe, inclui­dos estos dos paí­ses. Pero son sólo una parte del esce­na­rio polí­tico, y, de momento, se están decan­tando más por com­par­tir el poder que por controlarlo.

El ter­cer men­saje es que el cam­bio que anun­cian estas revo­lu­cio­nes no es fruto del tra­bajo de una élite, o de un grupo pro­mo­vido por un golpe de Estado o una inter­ven­ción extran­jera. Al con­tra­rio, este cam­bio está ins­pi­rado por el pue­blo, y lo está rea­li­zando el pue­blo. Y el hecho de que la pater­ni­dad del cam­bio per­te­nezca sólo al pue­blo per­mite tener con­fianza en que el des­tino de los árabes está, al fin, en sus pro­pias manos. La nueva era estará defi­nida por el poder del pue­blo, y no por una junta revo­lu­cio­na­ria o por un monarca cus­to­dio actuando en nom­bre del pueblo.

El cuarto men­saje es que esta pro­testa gene­ra­li­zada tiene un carác­ter fun­da­men­tal­mente polí­tico. Las exi­gen­cias de tra­bajo y de mejo­res con­di­cio­nes de vida pue­den haber sido el cata­li­za­dor, y son impor­tan­tes en sí mis­mas, pero las aspi­ra­cio­nes polí­ti­cas se han colo­cado pronto a la cabeza de las deman­das. En Túnez, el eslo­gan domi­nante de la "Revo­lu­ción de los Jaz­mi­nes" era: "Vivi­re­mos sólo con pan y agua, pero sin Ben Ali". En Egipto, el eslo­gan "El pue­blo quiere cam­biar el régi­men" expresa la misma idea. La gente no se está escon­diendo detrás de peti­cio­nes modes­tas y a corto plazo; lo que quie­ren es cam­biar el sis­tema polí­tico en su con­junto. Se trata de un cam­bio espec­ta­cu­lar y sin concesiones.

El quinto men­saje, que nece­sita ser com­pren­dido por las cla­ses gober­nan­tes y por quie­nes las apo­yan desde fuera, es que la (super­fi­cial) esta­bi­li­dad basada en una segu­ri­dad armada ya no es una opción. Este modelo puede haber aguan­tado durante mucho tiempo, pero los acon­te­ci­mien­tos actua­les han demos­trado que, al final, acaba haciendo aguas. La miope estra­te­gia de Occi­dente con­sis­tente en com­prar esta­bi­li­dad a costa de cerrar los ojos ante la repre­sión sólo revela la fal­se­dad de sus valo­res democráticos.

Por último, el sexto men­saje es que la tra­di­cio­nal­mente mano libre de los regí­me­nes auto­ri­ta­rios (inclui­dos los árabes) está empe­zando a sufrir pará­li­sis en un mundo inter­co­nec­tado por la cober­tura infor­ma­tiva que, más allá de las fron­te­ras, ofre­cen los medios por saté­lite y las redes socia­les. La ola de pro­testa que reco­rre los paí­ses árabes (como en Túnez y Egipto) crece pri­mero de manera orga­ni­zada en redes socia­les como Face­book y Twit­ter, se hace visi­ble des­pués en las calles, y es reco­gida y trans­mi­tida a con­ti­nua­ción por las tele­vi­sio­nes por saté­lite e internacionales.

El resul­tado es que el tra­bajo de los ser­vi­cios de segu­ri­dad del Estado y de inte­li­gen­cia, e incluso el de los mili­ta­res, se vuelve mucho más difí­cil. Estas ins­ti­tu­cio­nes no poseen ni la habi­li­dad ni las herra­mien­tas para hacer frente a "movi­mien­tos elec­tró­ni­cos de resis­ten­cia civil". Frente a una deter­mi­na­ción sin armas pero masiva, y bajo la atenta vigi­lan­cia del resto del mundo, estos apa­ra­tos de segu­ri­dad y los regí­me­nes a los que pro­te­gen han sido des­en­mas­ca­ra­dos como tigres de papel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario